Dilexi te: hacia el Reino por y con los pobres
Por Agustín Podestá (*), Sabrina
Marino (**) y Aníbal Torres (***)
Gloria Tibi Trinitas et
captivis libertas
(“Gloria a Ti, Trinidad,
y a los cautivos libertad”)
(DT 60)
“La Iglesia se presenta como es y como quiere ser,
como Iglesia de todos, en particular como la Iglesia
de los pobres”
(Juan XXIII, 1962, DT 84).
La exhortación apostólica Dilexi
te (“Te he amado”) del Papa León XIV es el primer gran documento de su
pontificado y una profunda meditación sobre el amor de Cristo y de la Iglesia por
los pobres. Inspirada en las palabras del Apocalipsis —«Yo te he amado» (Ap
3,9)— e incluso en el Magnificat de María (DT 1), la exhortación prolonga la
intuición central del magisterio del Papa Francisco: la inseparabilidad entre
fe y justicia, entre adoración y compromiso, entre culto y caridad.
Así como Laborem
Exercens (1981) es el único documento de la Doctrina Social de la Iglesia dedicado íntegramente al trabajo humano, y lo propio ocurre con Laudato
Si’ (2015) respecto al abordaje de la ecología integral, Dilexi te resulta
novedoso en sí mismo. Esto en cuanto a focalizar en los pobres, las pobrezas y las esclavitudes modernas, una
temática tratada en otros documentos del Magisterio Social Pontificio pero
junto a otras cuestiones.
A lo largo de sus páginas, León XIV -quien expresa con alegría su
decisión de publicar un texto que en realidad había comenzado a escribir
Francisco (DT 3)- recorre la historia del amor cristiano hacia los pobres
—desde el Evangelio hasta los movimientos populares de hoy, pasando por la
Patrística, la tradición monástica, diversas congregaciones religiosas y los
aportes de la Doctrina Social de la Iglesia a lo largo de más de un siglo de
reflexión y enseñanza— presentando una teología del cuidado que integra armónicamente
lo espiritual y lo social. Más que un texto doctrinal, Dilexi te es una llamada a renovar la Iglesia y la sociedad desde
la compasión, a reconocer en cada herida humana el rostro amado de Cristo y a
reconstruir la fraternidad sobre la base de la dignidad de todos, cuya fuente es la filiación divina.
Una historia de amor encarnado
En este documento, que pasa a formar parte de lo que se conoce como
magisterio ordinario de la Iglesia,[1]
el Papa León XIV presenta a los movimientos populares como el punto de llegada
de un largo camino del amor cristiano por los pobres.[2]
Ese itinerario comienza en el Evangelio, donde Jesús mismo se identifica con
los últimos —“tuve hambre y me diste de comer”— y continúa en la Iglesia primitiva, que compartía los bienes “para
que nadie pasara necesidad” (Hch 4, 34).
Desde entonces, la historia eclesial ha sido un tejido de caridad
organizada y solidaridad encarnada: los Padres de la Iglesia, como san Agustín
o san Juan Crisóstomo, enseñaron que el pobre es “un sacramento de Cristo” y
pusieron las bases de la justicia social (DT 41-42); los mercedarios ofrecieron
su vida por la libertad de los cautivos; las órdenes mendicantes, con san Francisco
y santa Clara de Asís, vivieron la pobreza evangélica como fraternidad; los
maristas, con san Marcelino Champagnat y los salesianos, con san Juan Bosco,
apostaron por la educación de los niños y jóvenes humildes; santos como san
Juan Bautista Scalabrini y santa Francisca Javier Cabrini acompañaron a los
migrantes; y santa Teresa de Calcuta y santa Dulce de los pobres cuidaron de
los últimos con ternura y compasión.
El texto también subraya que la solidaridad auténtica no se agota en
la asistencia, sino que transforma estructuras injustas:
“La solidaridad también es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra y la vivienda […]. La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares” (DT 81).
En este sentido, León XIV invita a las instituciones civiles y eclesiales a reconocer la voz y la fuerza moral de estos movimientos, que animan “la construcción del destino común”. Cuando no son escuchados, advierte, “la democracia se atrofia” y la Iglesia misma se empobrece (DT 81). En Dilexi te también hay un fuerte énfasis en la educación, a la luz de la “revolución pedagógica” que realizaron religiosos y religiosas (DT 71):
“Para la fe cristiana,
la educación de los pobres no es un favor, sino un deber. Los pequeños tienen
derecho a la sabiduría, como exigencia básica para el reconocimiento de la
dignidad humana. Enseñarles es afirmar su valor, darles las herramientas para
transformar su realidad. La tradición cristiana entiende que el conocimiento es
un don de Dios y una responsabilidad comunitaria. La educación cristiana forma
no sólo profesionales, sino personas abiertas al bien, a la belleza y a la
verdad. (…) Así, conjugando fe y cultura, se siembra futuro, se honra la imagen
de Dios y se construye una sociedad mejor” (DT 72).
De manera entonces que en Dilexi
te del Papa León XIV, que prolonga y profundiza el legado de Francisco,
resuena una misma certeza: los pobres no son un tema ni una causa, sino el
corazón del Evangelio y los protagonistas de la esperanza. En ellos se realiza
la profecía del amor que “hace historia”, y que invita a toda la Iglesia a
caminar “con los pobres y desde los pobres”, como el rostro comunitario de un futuro
más humano.
Esto es precisamente lo que viene pregonando, según cada contexto, la
Doctrina Social de la Iglesia, surgida en 1891 con la encíclica Rerum Novarum de León XIII. Desde una
continuidad dinámica, León XIV recoge ese patrimonio vivo de anuncio y
denuncia, de propuesta y protesta, de inspiración y
acción, para enriquecerlo, siendo
consciente de que la DSI tiene una “raíz popular” y debe aplicar
el “discernimiento eclesial” (DT 82-83 y 89).
En ese camino, en este peregrinar en la historia, León XIV y Francisco
coinciden: sólo desde la compasión y la organización del amor —esa “caridad
social” que no excluye a nadie— podremos escuchar, una vez más, la voz de
Cristo dirigida a cada comunidad y a cada pobre: “Yo te he amado” (Ap 3, 9).
Ante las críticas infundadas
Así y todo, algunos, por ignorancia o por malicia, acusan a la DSI o
Discernimiento Social de la Iglesia o “Escuela Vaticana” de poner más el acento
en la distribución que en la creación o producción de valor. Allí están las
acusaciones, podría decirse, desde versiones simplonas y radicalizadas (como la
expresada por Murray Rothbard) de posturas que se remontan, por ejemplo, o
a Robert Nozick (liberalismo libertario o propietarista) o a la llamada
“Escuela Austríaca” de Ludwig von Mises y Fiedrich Hayek, entre otros
exponentes, como -más cercano en el tiempo- Jesús Huerta de Soto.
Para los detractores del mensaje social de la Iglesia, que vierten
sus argumentos en diferentes ámbitos, como la política, la economía y los medios
de comunicación, el catolicismo social pregona el
“pobrismo”, con la defensa de la intervención subsidiaria del Estado y el
supuesto combate tanto a la legítima prosperidad como a los derechos de
propiedad. Esas invectivas no solamente son falaces sino que incluso no pocas
veces son violentas o generadoras de violencia, llevando al martirio
-persecución mediante- a muchos hermanos y hermanas que defienden políticas públicas que buscan concretar el bien común en
acciones tendientes al acceso a educación de calidad,
tierra, techo, trabajo digno y tecnología, que desde los principios de
la DSI, Francisco consideraba, proféticamente, como “derechos sagrados” y que
son retomados en Dilexi te junto con
“los derechos sociales y laborales” (DT 81). León XIV denuncia la “dictadura” de una “economía
que mata” (DT 92) y renueva la propuesta de una “economía solidaria” (DT 56),
como así también la enseñanza de la Iglesia en cuanto a la función social de la
propiedad (DT 86).
Desde sus orígenes a finales del siglo XIX, la “Escuela Vaticana”
asume no cualquier humanismo, sino un humanismo abierto a la trascendencia. Es
desde allí que ha hecho a lo largo del tiempo un discernimiento evangélico de
las ideologías, tomando distancia del socialismo, el liberalismo, los
autoritarismos y totalitarismos (de izquierda y derecha), el desarrollismo
economicista, los populismos, el neo-liberalismo o los individualismos
meritocráticos.
Así, las críticas mencionadas no tienen asidero, puesto que los
católicos, desde el Evangelio de la creación y la teología del trabajo y del
cuidado, asumimos que el ser humano es co-creador con
Dios creador, al tiempo que afirmamos que los bienes creados y desarrollados
son para todos y todas, según la justicia social, “principio rector de la
economía” que debe ser restaurado (Quadragesimo
anno 88), junto
con los principios de bien común, dignidad humana, solidaridad, participación, subsidiaridad y
destino universal de los bienes (Cf. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia).
En un contexto de
cambio de época, la Iglesia encuentra en el Magisterio Social Pontificio,[3] actualizado con esta Exhortación Apostólica de León XIV, una forma
alternativa de producción y de distribución solidaria para vencer la
desolación violenta de nuestro mundo desde la esperanza, especialmente de los
más pobres, organizados comunitaria y creativamente. No se trata entonces de beneficencia o mero activismo, sino de una praxis inspirada en la Revelación (DT 5).
Buscamos el Reino de Dios
Así como en Dilexi te se
advierten los diferentes tipos de pobreza y se insiste con la necesidad del Desarrollo Humano
Integral -que la Iglesia entiende en sus componentes cuantitativos pero
fundamentalmente cualitativos, de mayor humanización-
(DT 13) y de una “democracia más plena” (DT 75), se hace también -incluso con
mayor énfasis- un llamado al interior de la Iglesia, ante posturas que presumen
de “ortodoxas” o espiritualidades desencarnadas, más propias de sociedades con
las necesidades básicas satisfechas (DT 98). En este sentido, a la luz del
testimonio pastoral de Francisco, León XIV parece más bien querer corregir
ciertas posturas extendidas entre no pocos católicos. Acaso por eso estemos
ante una Exhortación y no una Carta Encíclica. Tal vez aquello explica por qué
el Papa insiste tanto con la limosna, en tanto gesto concreto, inmediato y
cercano, sin descuidar el compromiso activo por los cambios estructurales y el
valor del trabajo (DT 115-121).
Así, no es casual entonces que el Santo Padre proponga una cristología
donde la imagen de Jesús de Nazaret aparece como “humilde y sufriente” (DT 4),
“Mesías pobre” (DT 18), “Cristo Médico” (DT 50), “Cristo pobre” (DT 53),
“Cristo humillado” (DT 66) y “el sumamente pobre” (DT 78).
León XIV reconoce que esta perspectiva ha recibido un impulso decisivo
no solamente al calor del Concilio Vaticano II (según el recordado discurso de
Juan XXIII que citamos al comienzo y también la célebre intervención del
Cardenal Lercaro en el aula conciliar, DT 84), sino
que, de manera particular, es un aporte de la Iglesia en América Latina, con
las Conferencias Generales de su Episcopado, de Medellín (1968) a Aparecida
(2007). En efecto, Dilexi te retoma
nociones claves como opción “por” y “con” los pobres (Cf. DT 3, 16, 103 y 110), y “estructuras de
pecado” (DT 93), y las universaliza. Así, el Papa remarca que las reflexiones locales
y regionales tienen mucho para aportar a toda la Iglesia, tal como lo advirtió
Francisco y que el propio León XIV supo apreciar, según reconoce, trabajando
pastoralmente en el Perú y poniendo atención en los problemas del "Sur Global" (DT 89).
A la luz de la renovación teológica posconciliar, en Dilexi te se recoge lo que muchos teólogos y teólogas, y pastores como san Óscar
Romero (DT 89), vienen señalando desde hace décadas: que
el proyecto de Jesús es el Reino de Dios, que trae liberación integral y gozo
para todos, en especial para los pobres. En esta línea de la “lógica del Reino”
(DT 67), que “ya” está presente
pero “todavía no” se ha consumado, se nos dice de
manera elocuente:
“Por consiguiente, es responsabilidad de todos los
miembros del pueblo de Dios hacer oír, de diferentes maneras, una voz que
despierte, que denuncie y que se exponga, aun a costo de parecer ‘estúpidos’.
Las estructuras de injusticia deben ser reconocidas y destruidas con la fuerza
del bien, a través de un cambio de mentalidad, pero también con la ayuda de las
ciencias y la técnica, mediante el desarrollo de políticas eficaces en la transformación
de la sociedad. Siempre debe recordarse que la propuesta del Evangelio no es
sólo la de una relación individual e íntima con el Señor. La propuesta es más
amplia: ‘es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios
que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la
vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para
todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a
provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino’ ” (DT 97).
(*) Teólogo.
Vicerrectorado de Formación (USAL,
Buenos Aires).
(**)
Teóloga. Vicerrectorado de Formación
(USAL, Buenos Aires).
(***) Politólogo.
Cátedra Pontificia (UCA, sede Rosario).
[1]Papa una mayor
profundización, se puede consultar Sabrina Marino, Agustín Podestá y Aníbal
Torres: “¿Qué es y qué no es Magisterio de la Iglesia? Apuntes para un diálogo
necesario”, 9/06/2024. En: https://ruinaytemplo.blogspot.com/2024/06/que-es-y-que-no-es-magisterio-de-la.html
[2]Papa una mayor profundización, ver Agustín Podestá, “Los movimientos populares en Dilexi te de León XIV: culmen de un camino de amor y compromiso social”, 9/10/2025. Revista Vida Nueva. Link: https://www.vidanuevadigital.com/tribuna/los-movimientos-populares-en-dilexi-te-de-leon-xiv-culmen-de-un-camino-de-amor-y-compromiso-social/
[3]Una mayor profundización
sobre la “Escuela Vaticana” se encuentra en Aníbal Torres, “La Escuela
Vaticana, de León XIII a León XIV”, 15/05/25, Revista Contrafilo, UNLA. Link: https://www.conclusion.com.ar/noticias-destacadas/principal5/la-escuela-vaticana-de-leon-xiii-a-leon-xiv/05/2025/
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