"Tiempo perdido": ¿homo academicus versus homo ludens?
“Un acto deliberado de coraje todavía es posible en este mundo, un acto de espontánea belleza” (Henrik Ibsen) Por José Luis Visconti (*) En Tiempo perdido hay un hombre que vuelve a su país de origen. Vuelve apenas por unos días, invitado para dar una serie de conferencias auspiciadas por la Embajada de Noruega en la Argentina. Y entre su equipaje trae un libro, de esa famosa colección prologada por Jorge Luis Borges que se vendía en los kioscos de diarios en la década del 80. Ese libro, de Henrik Ibsen, objeto de los estudios que lleva adelante Agustín Levi (Martín Slipak) en la Universidad de Oslo, es un puente con el pasado y con su propio origen como estudiante. Es ese libro y el pasado que trae, y que la película articula en forma de flashbacks, lo único que parece ligar a Agustín con esa Argentina que ya no forma parte de ninguno de sus proyectos (su trabajo, su casa, su pareja, sus ideas a futuro están en Noruega). No obstante ello...