San Martín: presencia y ausencia de un patriota americano
Por Aníbal Germán Torres (*)
“Hasta hoy mi suerte había sido feliz,
pero acabo de tener el primer y el mayor pesar que me podía mandar el cielo: la
muerte de mi amado tatita. El clima de Boulogne, tan frío, húmedo y poco
adecuado a sus años, ha precipitado su enfermedad. Bajo otro cielo más benigno
estoy convencida de que mi cariño y mis cuidados hubieran prolongado una
existencia que apreciaba más que la mía. El cariño de Mariano y las
niñas me harán más llevadera esta pérdida irreparable. El tiempo, que
todo lo calma, suavizará, yo lo espero, el profundo dolor que hoy siento”
(Mercedes San Martín, Boulogne-sur-Mer, agosto de 1850)
“El pasado es prólogo”
(William Shakespeare)
Historia, no destino. “Prócer patrio”,
no “bronce legitimador”.[1]
Liberal, pero cuando pertenecer a esta corriente filosófica, doctrinaria o ideológica
significaba “la confianza por cambiar o enderezar un mundo invadido de tiranos
o déspotas que cercenaban los derechos de los pueblos”.[2]
Un demócrata.[3] Firmeza, sí, pero con una
debilidad: “le costaba ejercer la fuerza”[4]
cuando algunos de sus allegados pedían mano dura.
Según se decía hacia el Bicentenario patrio
(conmemorado en 2010), la figura de San Martín “no ha despertado ningún debate
académico en los últimos años, con lo cual parecen ponerse en evidencia los
consensos que distinguen su trayectoria de otras menos exitosas (…) El periplo
de San Martín se mueve en un contexto de incertidumbres y opciones políticas y
personales que contribuyen a la construcción de un liderazgo que, con muchos
cuestionamientos, consiguió sostener un plan de operaciones entendido en clave
americana y no nacional”.[5]
Su figura ha pasado “de la deificación hasta el nihilismo, de la hagiografía hasta la difamación, recurriendo a cualquier medio con tal de responder a las exigencias del marketing y ganar protagonismo por la vía del escándalo”.[6] Así como los historiados han “discutido cómo era realmente. Los ciudadanos necesitan afrontar otra discusión: qué imagen de San Martín debemos recuperar para la democracia”.[7] Esto se vuelve dificultoso, cuando desde hace tiempo la cortedad de miras y la amnesia campean en gran parte de las dirigencias.
Desde mi humilde lugar trataré de hacer un aporte, seguramente incompleto y perfectible.[8]
Según se afirma, “posiblemente nadie
haya amado tanto a San Martín como su hija Mercedes”,[9] quien
había nacido en Mendoza, cuando el Gran Capitán se había instalado allí para
organizar el célebre cruce de los Andes.
La vida de San Martín y la de su única
hija transcurrieron a un lado y a otro del Atlántico. A finales del siglo
XVIII, sus padres, oriundos de la región de León, se instalaron en Yapeyú, en
la actual provincia de Corrientes. Allí, en esa pequeña localidad que había
pertenecido a las misiones guaraníticas fundadas por los jesuitas, el 25 de
febrero de 1778 nació José Francisco. La familia San Martín volvió a España,
donde José proseguiría sus estudios hasta que, siendo muy joven, comenzaría su
carrera militar en el ejército español, resistiendo la invasión napoleónica.
Admiraba el genio militar de Bonaparte pero no compartía su proyecto y su
praxis imperialistas. “San Martín era español a más no poder”, e incluso,
“no traicionó a España, se hizo argentino al mismo tiempo que el virreinato
español en el cual había nacido. Se hizo argentino -y un poco chileno y un poco
peruano- a medida que se iban moldeando -con su inestimable ayuda- estas
naciones antes inexistentes. Naciones que ahora veían la luz y se abrazaban a
los mismos ideales de libertad por los que allá lejos seguían luchando -contra
el Rey absolutista- los antiguos y españolísimos compañeros de armas de San
Martín”.[10]
Tengamos en cuenta que la convulsión
política y social no sólo sacudió a la península ibérica (con los precedentes
de los movimientos revolucionarios en Estados Unidos, Francia -y su posterior deriva
imperialista- y Haití), que se batía entre el absolutismo de los borbones y el
liberalismo o reformismo nucleado en las “Juntas patrióticas”, sino a los
territorios americanos, donde empezaron los movimientos para sacarse de encima tres
siglos de dominio del imperio español. En ese contexto se inscribió nuestra Revolución
de Mayo de 1810, con la instalación del primer Gobierno patrio. Una Revolución
que, cabe aclararlo, no habría sido “antiespañola sino una revolución
democrática que tiene por objeto destituir al Virrey y reemplazarlo por una
Junta”.[11]
En ese momento, del otro lado del océano, San Martín y otros americanos que se
encontraban en Europa, tomaron contacto con las sociedades secretas, las
llamadas “logias”, imbuidas del ideario político de la Revolución Francesa
(contrario al absolutismo monárquico) y de la promoción del libre comercio.
Decidido a luchar por la libertad de su patria natal, con perspectiva continental,
San Martín se embarcó en Londres rumbo a Buenos Aires, arribando en 1812 a lo
que por entonces era tan solo una “gran aldea”.
Reconociendo el talento militar que
había demostrado peleando en el ejército español, las autoridades argentinas le
encargaron la formación de lo que acaso sea su obra más personal y perdurable:
el Regimiento de Granaderos a Caballo, conformado en sus inicios por los
mestizos de origen guaraní. Éste tuvo su bautismo de fuego el 3 de febrero de
1813, en San Lorenzo, en cuyo histórico convento franciscano de San Carlos, las
divisiones encabezadas por San Martín y el Capitán Justo Bermúdez vencieron al
enemigo realista español. Fue el único combate de San Martín en suelo
argentino. Si no hubiese sido por la ayuda heroica del Sargento Juan Bautista
Cabral, la vida de San Martín hubiese terminado a partir de ser aplastado por
su caballo herido. Más tarde, a la sombra del pino histórico, escribió el parte
de guerra, “bañado en su propia sangre y cubierto con el polvo
y el sudor de la victoria”, en palabras de Bartolomé Mitre en su imponente Historia
de San Martín y de la emancipación sudamericana (1887), utilizando
-cabe referirlo- a la historia misma como campo de disputa.
(Arriba: El combate de San Lorenzo, acaecido en el "campo de la Gloria", en la ribera del Paraná, duró unos 15 minutos)
Más allá de los encontronazos con las
autoridades de Buenos Aires (que no pocas veces le mezquinaron apoyo), San
Martín, sobreponiéndose de a ratos a la (mala) “salud de hierro” que lo
acompañará toda su vida (con gastritis, úlceras, asma, hemorroides; dolencias
más bien de origen nervioso), comenzará a desplegar la magna estrategia
política y militar para liberar a medio continente: tras constatar las serias
dificultades de avanzar por el norte hacia el Alto Perú (donde los Generales
Manuel Belgrano y Martín Miguel de Güemes, junto con sus tropas, habían dado lo
mejor de sí mismos), se dio cuenta que lo más inteligente (aunque no libre de
enormes dificultades) era llegar a Lima, el bastión del imperio español en
Sudamérica, cruzando los Andes y luego arribar por mar al Perú.
Pero para esto no bastaba con tener
Gobierno patrio, sino que faltaba algo más: declarar la independencia nacional.
Sólo el ejército de un Estado soberano podía liberar a los hermanos Chile y
Perú. Por eso San Martín, desde su rol de Gobernador de Cuyo, hará todo lo
posible para que se declare la independencia, lo que ocurrió en Tucumán, el 9
de julio de 1816. Una vez logrado este objetivo, allí pudo terminar de
prepararse lo que iba a ser el cruce de los Andes, la gesta por la cual sería
comparado con los generales Aníbal y Napoleón. Destaco el rol de figuras
fundamentales para esa empresa heroica: el Fray Luis Beltrán, llamado “el
Vulcano con sotana”, quien desde el campamento de “El Plumerillo” puso todo su
conocimiento científico y tecnológico al servicio del ejército, el ingeniero
José Antonio Álvarez Condarco, cuya memoria prodigiosa permitió el relevamiento
cartográfico de los pasos a través de la cordillera, y, lideradas por Remedios
de Escalada (la esposa de San Martín), las damas mendocinas, de gran capacidad
organizativa, como lo demostraron en la confección de la bandera del Ejército
de los Andes, con la fundamental ayuda de “las monjas de clausura de la
Compañía de María”.[12]
A partir de 1817 la biografía de San
Martín se mezcla con los hechos más notables de Sudamérica, liberando a Chile y
Perú y propiciando sus respectivas independencias. La gesta política y militar tenía
también su componente cultural: de la Biblioteca personal del General, se
fundarían bibliotecas en Mendoza, Santiago y Lima, lo cual hace honor a la
preocupación que tenía San Martín por la educación, como lo plasmará también en
las famosas “máximas” a Mercedes, combinando disciplina, ternura y solidaridad,
a través de expresiones como “Acostumbrarla a guardar un secreto”,
“Inspirarle sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones”, “Dulzura
con los criados, pobres y viejos” e “inspirarle amor por la Patria y por la
Libertad”.
Al cabo de una década en suelo
americano, tras el enigmático encuentro de Guayaquil con Simón Bolívar, el
héroe de la Gran Colombia, nuestro prócer decide, contra todo pronóstico,
abandonar la vida pública y retornar a la Argentina, convencido de que “Bolívar
y yo no cabemos en el Perú”, según escribirá a su amigo y confidente Tomás
Guido. Al respecto de esa cumbre (San Martín, por un lado, prácticamente guardó
silencio durante toda su vida sobre el encuentro, y por el otro lado,
conservará hasta el final de su existencia tres retratos de Bolívar), a través
de dos personajes, Jorge Luis Borges escribió: “Las explicaciones son tantas…
Algunos conjeturan que San Martín cayó en una celada; otros, como
Sarmiento, que era un militar europeo, extraviado en un continente que nunca
comprendió; otros, por lo general argentinos, le atribuyeron un acto de
abnegación; otros, de fatiga. Hay quienes hablan de la orden secreta de no sé
qué logia masónica”. Dice el otro personaje: “Observé que, de cualquier modo,
sería interesante recuperar las precisas palabras que se dijeron el Protector
del Perú [o sea, San Martín] y el Libertador”,[13]
como también se le decía a Bolívar.
Más allá de la literatura, se afirma:
“Bolívar estaba en la cima de su carrera política y militar: era, por así
decirlo, el dueño de Venezuela, de Colombia y prácticamente de Ecuador. San
Martín estaba en una posición política débil, así que era natural: hay un
principio elemental del arte de la guerra que es el de la unidad de mando. No
puede haber dos jefes. San Martín planteó en Guayaquil que comandara Bolívar y
que él fuera su segundo, pero Bolívar no aceptó y seguramente fue una decisión
correcta, ya que era muy difícil tener a un segundo como él. Entonces San
Martín aceptó y se quedó a la expectativa en Mendoza. En ese momento las cosas
comenzaron a complicarse. El intento de recuperación de las colonias por parte
de Fernando VII era inquietante”.[14]
También se ha dicho: “No hubo ningún
misterio en la entrevista de Guayaquil. Bolívar se impuso porque encabezaba un
Estado, la Gran Colombia, mientras San Martín -que llegó a Perú con bandera de
Chile- se debilitaba mucho. No tenía apoyo de un Gobierno central en el Río de
la Plata, se dividía la elite peruana, tenía indisciplina en el ejército en su
ejército y O’Higgins ya no lo puede apoyar porque a él mismo lo derrocan”.[15]
A nivel de las ideas políticas de ambos Generales, se refiere: “Bolívar vio que
la revolución en Sudamérica era republicana, tenía más realismo político que
San Martín”[16].
(Arriba: Monumento
que recuerda el encuentro de Guayaquil -actual Ecuador-
entre San Martín y Bolívar)
En 1824, tras visitar la sepultura de
Remedios, su amada “esposa y amiga” que falleció a los 25 años, partió con su
pequeña hija Mercedes rumbo al exilio. San Martín tenía 45 años y la niña, a la
que gustaba llamar “la infanta mendocina”, tan sólo 8 años. Él nunca más
volvería a pisar en vida el suelo de la patria.
Como se ha dicho, “el exilio es consecuencia de una derrota, o de un fracaso, y de la hostilidad del poder. Exilioque domos, escribió Virgilio”.[17] Ahora bien, esto en absoluto impide que se pueda “ser un patriota fuera de la patria”.[18] Más aún, se cita la carta de San Martín en 1825, desde Bruselas, a Francisco Chilavert en donde afirma: “Ya tiene usted la independencia de América reconocida por Inglaterra. La obra está concluida”. En efecto, Inglaterra había emitido el reconocimiento a fines de 1824.[19]
(Arriba: Representación de San Martín y su pequeña hija al comenzar el largo exilio europeo)
Sin embargo, en 1828 llegará nuevamente
hasta el puerto de Buenos Aires, usando el apellido materno Matorras, pero,
tras enterarse de los feroces enfrentamientos entre las facciones unitarias y
federales (con la destitución y el fusilamiento de Manuel Dorrego, por orden de
Juan Lavalle), decidirá no desembarcar, fiel a su compromiso de no desenvainar
su famoso sable para derramar sangre de sus compatriotas, enfrentados en
polarizaciones ideológicas. San Martín sabía bien que la unidad plural debe
prevalecer sobre el conflicto sectorial y que el todo es superior a la
parte.
Londres, Bruselas, París y sus
alrededores, y finalmente, Boulogne-sur-Mer en tierra normanda, fueron las
residencias de San Martín y su pequeña familia. El Libertador buscaba lugares
que le permitieran vivir tranquilo, huyendo de enfermedades o revueltas
sociales. Más allá que sus días eran sencillos y austeros, dedicados a la
jardinería y la carpintería, con el tiempo se fue haciendo sensible al trato
con los artistas (como el músico Gioachino Rossini y el escritor Honoré de
Balzac), a partir de la inestimable ayuda económica de su (supuesto) antiguo
camarada de armas, Alejandro Aguado, devenido en banquero francés y “Marqués de
las Marismas del Guadalquivir”. A través de los “papeles públicos”, como se
llamaba entonces a los diarios, y de la correspondencia, San Martín seguía con
atención los asuntos de su tiempo. América, en general, y la patria chica, en
particular, seguían demandando su lectura y su pluma. Y no dudó en ofrecer sus
servicios al país ante el bloqueo francés primero y anglo-francés después, en
la época del Brigadier General Juan Manuel Rosas, a quien con convicción le
legaría su sable tras la gesta de la “Vuelta de Obligado” de 1845, más allá de
no compartir su estilo de gobierno y de las conversaciones que tenía con los
visitantes que recibía en su casa de Grand Bourg, muchos de ellos exiliados del
rosismo, como Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi. Al fin de
cuentas, el único partido del Libertador era “el americano”, como
expresó.
(Arriba: La casa de
Grand Bourg, donde, tal vez, San Martín pasó sus años más felices)
Decía Aristóteles que “la historia sin
poesía es inerte. Así como la poesía sin historia es insulsa”. De manera que
podemos valernos de un retrato del anciano San Martín, rodeado del sereno
clima familiar que le prodigaban en Grand Bourg su hija Mercedes, su yerno Mariano
Balcarce y sus dos nietas, María Mercedes y Josefa (“pepa”), que quedó plasmado
en el poema El cigarro:
En la cresta de una
loma
Se alza un ombú corpulento,
Que alumbra el sol cuando asoma
Y bate si sopla el viento.
Bajo sus ramas se esconde
Un rancho de paja y barro,
Mansión pacífica, donde
Fuma un viejo su cigarro.
(…)
No siempre movió en mi frente
El pampero fría cana;
El mirar mío fue ardiente,
Mi tez rugosa, lozana.
La fama en tierras ajenas
Me aclamó noble y bizarro;
Pero ya, ¿qué soy? Apenas
La ceniza de un cigarro.
Por la patria fui soldado
Y seguí nuestras banderas
Hasta el campo ensangrentado
De las altas cordilleras.
Aún mi huella está grabada
En la tumba de Pizarro.
Pero ¿qué es la gloria? Nada;
Es el humo de un cigarro.
¿Qué me dejan de sus huellas
La grandeza y los honores?
Por la paz hondas querellas,
los abrojos por las flores.
La patria al que ha perecido
Desprecia como un guijarro...
Como yo arrojo y olvido
El pucho de mi cigarro
Las horas vivid sencillas
Sin correr tras la tormenta;
No dobléis vuestras rodillas
Sino al Dios que nos alienta.
No habita la paz más casa
Que el rancho de paja y barro;
Gozadla, que todo pasa,
Y el hombre como un cigarro.[20]
(Arriba: si bien
tenía su propia habitación, San Martín falleció a las 15:00 en el lecho de su
hija Mercedes, en Boulogne-sur-Mer, donde vivió los dos últimos años de su
vida, alquilando parte de la casa).
Fallecido el 17 de agosto de 1850,
durante 30 años el mar, podemos decir con Borges, fue “una larga separación
entre la ceniza y la patria”.[21]
A medida que la reivindicación de San Martín iba ganando terreno, sus restos
fueron repatriados por iniciativa del Presidente Nicolás Avellaneda, arribando
a la Argentina en 1880 en el buque “Villarino”. Sarmiento, para ese
entonces ya anciano, los recibió en el puerto de Buenos Aires, en nombre de los
argentinos. Luego los restos fueron trasladados, en medio del júbilo popular, a
un costado de la Iglesia Catedral porteña, donde se había levantado un mausoleo
en su honor. Finalmente su corazón descansaba en Buenos Aires, como había
pedido en su testamento.
Según se afirma, “en los años
siguientes se va acentuando el interés por la vida de San Martín. Con
[Bartolomé] Mitre a la cabeza se va gestando lo que algunos han llamado la
construcción del héroe”.[22]
Testimonio de ello es que a su figura se le fueron dedicando libros,
monumentos, estampillas, monedas y billetes, escuelas, clubes, películas,
etcétera.
Alfredo Alcón, en el papel protagónico
del film El santo de la espada (1970), recordaba cómo la censura militar
había eliminado escenas donde los ojos del General se humedecían o cómo se
había quitado de la película la parte del doblez corporal que le causaban las
dolencias. Los censores de la dictadura de entonces, decían: “un militar no se
emociona” y “los próceres no son débiles”, respectivamente. Si embargo, eso no
fue obstáculo para que el gran actor pudiese percibir lo siguiente: “Allá
arriba, en la montaña nevada, sobre una mula, mientras sentía un frío terrible
personificando a San Martín en el cruce de los Andes, me di cuenta de que este
hombre que se traspasaba a sí mismo nació para las utopías”.[23]
Más allá de eso, tengamos en cuenta que
“el exilio de San Martín está cruzado por la melancólica idea del regreso. Un
regreso que jamás habrá de concretarse. En sus cartas a sus amigos, en sus
charlas con compatriotas, en su pensamiento íntimo está siempre la idea de
volver. Distancia, nostalgia, lejanía, son acaso estos rasgos fundantes del
alma de los argentinos. Tal vez San Martín después de una vida de batallas haya
optado por vivir sus últimos años, largos 26 años, en una renovada vida civil
junto a amigos, hija y nietas en lugar de venir a América a encabezar la
ingrata tarea de luchar contra aquellos que él mismo nombraba como mis
hermanos. Seguramente habrá pensado muchas veces en el cambiante destino de
Bolívar: obtuvo toda la gloria que anhelaba pero murió joven casi en la
miseria, traicionado y olvidado por sus contemporáneos. San Martín, en cambio,
renunció a cargos, se alejó y sin proponérselo fue cada vez más recordado. Como
si fuese una acción más de una brillante y secreta estrategia logró que la
distancia y cierto olvido hiciesen que su recuerdo se agigantara cada vez más
(…) [La] historia lo nombra como el más grande de los argentinos, el
Gran Capitán, el Santo de la espada. Se lo llama también, acaso anhelando
amparo y protección, el Padre de la Patria. Quizás la ausencia de San
Martín sea una clave para entender nuestro porvenir. (…) Alguien que pudiendo
tener todo el poder se retira; que está lejos y añora regresar, pero que no
regresa. El llamado Padre de la Patria que finalmente se olvida de todo
y de todos y deja en soledad a sus lejanos hijos. Libertador, estadista, hombre
político, fundador de Estados, exiliado. (…) Como en aquel entonces es la idea
de la patria lo que está en juego…”[24]
En este sentido se ha dicho: “La
definición ‘el Padre de la patria’ debería por lo menos ser revisada. (…) San
Martín fue y probablemente pueda seguir siendo un motivo, una prenda en común
que, al mismo tiempo, incite a disputar cuáles son los sentidos de la patria.
No es el mismo ‘padre’ el que reivindica Mitre que el que necesitan hoy los
jóvenes más humildes y abandonados de la Argentina”.[25]
(Arriba: “Retrato del General José de San Martín”
(ca. 1827-1829). La obra se encuentra en Museo Histórico Nacional y varias
hipótesis atribuyen su autoría a una maestra de dibujo de Merceditas)
Según entiendo, más acá de las
idealizaciones “de Estado” (aspecto que ya ni siquiera parece interesarle a
gran parte de las dirigencias de los últimos tiempos), San Martín tuvo una vida
ejemplar, cuyas virtudes cívicas fueron mucho más allá del heroísmo demostrado
en el cruce de los Andes. Entre su presencia y su ausencia de la patria,
podemos reflexionar desde nuestro inquietante presente: él supo con claridad
que la libertad no solamente se debe vivir a nivel personal, sino también (como
creían los antiguos) a nivel de los pueblos, al servicio de proyectos
colectivos emancipadores. Además, supo integrar las ideas de avanzada de su
época con la necesidad del orden público. También, conservó la lucidez de jugarse
por “el partido americano” cuando la patria era amenazada por los conflictos de
adentro o las amenazas de afuera. Por último, su testimonio
magnánimo y su liderazgo popular, nos recuerdan, en la línea del pensamiento
clásico, que la justicia es la medida para discernir toda buena política.
(Arriba: "¡Mi general, venga un abrazo!", le gritó un "roto", un pobre, avanzando hacia San Martín, tal era su popularidad)
José de San Martín, aquel que fue
“grande cuando el sol lo alumbraba, y más grande en la puesta del sol” (como
canta el himno que “descubrí” hace varios años, gracias a ese gran humanista y
profesor que fue Sergio Acero), nos sigue interpelando a nosotros y a nuestros
pueblos. Una vez más, desde el lugar en el que se desempeña cada uno y cada una,
volvamos a escuchar aquella vibrante arenga del Libertador al arribar a las
costas del Perú hace más de 200 años: “¡Acordaos que vuestro gran deber es
consolar a la América y que no venís a hacer conquistas sino a libertar
pueblos!”. Finalmente, con memoria agradecida, podemos aplicarle a San Martín,
desde la convicción de su paso a la eternidad, las mismas palabras que él mandó
a esculpir en la tumba de Aguado, el amigo que lo salvó en los momentos de
apuro: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está
vivo?”
(*) Doctor en Ciencia Política.
Profesor universitario.
[1] Tomando las palabras de Luis Alberto
Romero, en “El prócer argentino”, 2000.
[2] Beatriz Bragoni, “San Martín en un mundo
en crisis”, 2009.
[3] Norberto Galasso, “De Europa al Río de la
Plata”, 2009. El autor aclara que prefiere usar esa expresión en vez de decir “liberal”.
[4] Rodolfo Terragno, cit. en
Irene Hartmann, “Su táctica militar era el engaño”, 2009.
[5] Beatriz Bragoni, cit. en Irene Hartmann,
“Todavía despierta discusiones y polémicas”, 2009.
[6] Patricia Pasquali, cit. en “El hombre,
entre la historia y el mito”, 2009.
[7] Luis
Alberto Romero, “El prócer argentino”, 2000.
[8] En este texto agradezco a la Dra.
Alcira Bonilla, al Dr. Nicolás Perrona y al Doctorando Roberto Román por los
diálogos mantenidos en relación con la figura de San Martín.
[9] Cit. en el documental El exilio de San
Martín. Una historia de ausencia. (2005). Disponible en You
Tube. https://www.youtube.com/watch?v=8zibUsXVv5U
[10] Rodolfo Terragno, “Basta de misterio”,
2000.
[11] Norberto Galasso, “De Europa al Río de la
Plata”, 2009.
[12] Milka Vicchi,
cit. en Rafael Moran, “Las damas, la gloria y el fervor”, 2009.
[13] Jorge Luis Borges, “Guayaquil”, en “El informe de
Brodie”, Obras Completas, tomo 2, p. 472. Agradezco al Dr. Lucas
Adur la sugerencia de este texto.
[14] Rodolfo Terragno, cit. en Irene Hartmann, “Su táctica era el engaño”, 2009.
[15] Norberto Galasso, cit. en
Eduardo Pogoriles, “¿Bolívar era su enemigo?”, 2000.
[16] Luis Alberto Romero, “El prócer argentino”,
2000.
[17] Fermín Chávez, “Historias del exilio”,
2000.
[18] Expresión de Alcira Bonilla.
[19] Rodolfo Terragno, cit. en Irene
Hartmann, “Su táctica era el engaño”, 2009
[20] Poema de Florencio Balcarce, escrito en Francia,
inspirado en la figura de José de San Martín, abuelo. Integra la carta enviada
por el Libertador a Domingo Sarmiento.
[21] Jorge Luis Borges, “Rosas”, en “Fervor de Buenos
Aires”, Obras Completas, Tomo 1, p. 32.
[22] Cit. en el documental El exilio de San
Martín (2005).
[23]Alfredo Alcón, “Lo que la película no pudo
mostrar”, 2000.
[24]Ídem.
[25] Javier Trímboli, “Los sentidos de la
patria”, 2009.
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