La renuncia de Benedicto XVI: "sin conciencia no habría Papado"
Por Aníbal Torres (*)
“Yo,
Celestino, quinto de nombre, movido por causas legítimas, que son la humildad,
el deseo de una vida más perfecta y el de no lastimar mi conciencia, la
debilidad de mi cuerpo, mi falta de conocimientos, la malignidad de los
pueblos; y con el propósito de encontrar la soledad y la consolidación de mi
vida pasada, abandono voluntaria y libremente el pontificado y renuncio
expresamente a este cargo, a esta dignidad, a este pesado honor, dando a partir
de este momento al Sacro Colegio de los cardenales la plena y libre facultad de
elegir canónicamente a un pastor para la Iglesia universal
(…)
Cuando Celestino con su mano llama la atención y comienza su discurso, en el grupo de los informados hay asombro, se
fruncen cejas.
Lo
que se prepara no estaba previsto:
–Hermanos,
dice Celestino, hace un momento he escuchado aquí, en este lugar santo donde
nos hemos reunido en presencia de Dios, la palabra complot. Palabra
desgraciada. Palabra lamentable. Palabra mentirosa. Lo he dicho, dejo
libremente la dignidad con la cual el sacro colegio me había investido. Esta
decisión, lo repito, es Dios quien me la ha dictado, sin equívoco,
directamente, acordándome una gracia insigne…
–¡Ruega
por nosotros, Pietro da Morrone, grita con vos alterada el cardenal
Pietro Colonna y ruega por la Iglesia que dejas sin pastor!
Celestino
se vuelve hacia él:
—
Ruega, mi hermano, ruega con toda tu alma por aquel que fue tan pobre pastor.
Sale en silencio y vuelve radiante a la celda que como Papa ocupara y que como ermitaño reencuentra.”
Jean
Ferniot (1982), El poder y la santidad.
Desde
2013, cada 11 de febrero se cumple un nuevo aniversario de la revolucionaria
renuncia de Benedicto XVI al Papado. No es un día cualquiera para el
catolicismo, ya que también es la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, quien se
presentó a santa Bernardita Soubirous, en la gruta de Massabielle, como “la
Inmaculada Concepción” (1858). Particularmente para la Santa Sede, es el día de
la conmemoración de los Pactos de Letrán, que sellaron el entendimiento con el
Estado Italiano (1929). Como se sabe, aquel gesto significativo del Papa alemán
abrió un proceso de reforma en la Iglesia, con su sucesor, Francisco, como su
principal impulsor. Al mirar atrás, tal vez, lo peor que podemos hacer es
quedarnos solamente con la imagen que la prensa hegemónica se formó de esa
renuncia, algo presentado meramente como producto de desmanejos en el gobierno eclesial,
los escándalos de pederastia y de finanzas, los Vatileaks, etc. Sin soslayar la
existencia de aspectos verdaderamente problemáticos, de todos modos podemos
preguntarnos: ¿qué había de “teológico” en ese gesto de Ratzinger, llamado “el
Papa teólogo” (antes de convertirse en el “Papa monje”)? Remarco el rol de
cierta prensa porque me sigue llamando la atención que muy pocos recordarán que
la literatura ya había “novelado” un gesto de esas características.
En
este sentido, cabe referir que así como Morris West (con varios de sus libros
llevados al cine) acertó en Las sandalias del pescador al
anticiparse en más de veinte años a que fuera elegido un Papa de la órbita
soviética (fue el caso de Juan Pablo II), también dio en el clavo cuando
en Los bufones de Dios se adelantó treinta y dos años al imaginar
la renuncia de otro Pontífice –luego de haber recibido éste una revelación
según la cual el fin del mundo era inminente–, y su posterior reclusión en un monasterio.
Mucho menos conocido es el libro de Jean Ferniot (autor ignoto), quien en su
novela El poder y la santidad aborda los dilemas de Celestino
V, quien renunció en 1294, dando paso al bravo Benedetto Gaetani, conocido como
Bonifacio VIII, el cual publicó la tristemente famosa Bula Unam Sanctam,
donde se sometía el orden temporal al espiritual, tejiendo así otro nudo en el
largo y, a veces, enredado hilo del vínculo política y teología.
De
todas maneras, como sabemos, la realidad supera a la ficción y Joseph
Ratzinger- Benedicto XVI era –como a veces se ha dicho un tanto simplonamente–
un teólogo y profesor para ser leído, antes que para ser visto.
Algunas
palabras, claves interpretativas
Como
opinan algunos, tres expresiones –separadas entre sí, por algunos días– dejaron
ver a la mayoría del Colegio Cardenalicio que el entonces Cardenal Ratzinger
era el más indicado (a contramano de sus deseos) para ser elegido como sucesor
de San Juan Pablo II: en primer lugar, cabe recordar las meditaciones que el
entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe escribió a
pedido del entonces Papa (ya muy enfermo) para el Vía Crucis del Viernes Santo
de 2005. En relación a la 9º estación, “Jesús cae por tercera vez”, Ratzinger
señalaba:
“¿no
deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia?
(…) ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían
estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!
(…) También esto está presente en su pasión (…). Señor, frecuentemente tu
Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas
partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos
abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos.
Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las
palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia (…) Salva y santifica a tu
Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos”.
En
segundo lugar, la emotiva homilía con la cual despidiera al Papa polaco en los
funerales, los primeros en los cuales las delegaciones ecuménicas tuvieron un
rol destacado en los ritos de despedida. Ratzinger finalizó diciendo:
“(…)
Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la
casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu
querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te
guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro”. La
multitud aplaudió.
En
tercer lugar, la referencia lúcida y firme al Colegio Cardenalicio en la
misa pro eligendo Pontifice de “una fe que sigue las olas de
la moda y la última novedad” postrada ante “la dictadura del relativismo”,
frente a “una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo”, que a su
vez “nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para discernir entre
lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad”.
Si
estas fueron las tres expresiones, por así decirlo, para entrar al
pontificado, propongo que veamos ahora cuáles fueron las dos utilizadas
para salir del ejercicio activo del ministerio petrino.
Como
refiere Peter Seewald en su monumental biografía Benedicto XVI. Una vida
(2020), aquel 11 de febrero de 2013, al ser día festivo, los horarios de
atención en el Vaticano eran reducidos y en la sala de prensa (Sala Stampa)
no había un lleno total no solo por el feriado, sino también porque la única
cita del día era un consistorio de rutina para fijar la fecha en la que serían
proclamados santos los mártires de Otranto. Pero esa cita tuvo un giro
inesperado que cambió el rumbo de la historia de la Iglesia: El Papa Benedicto
XVI habló a los cardenales en latín para decirles que no han sido convocados
sólo para esas canonizaciones: “(…)Conscientia mea iterum
atque iterum coram Deo explorata ad cognitionem certom perveni vires meas ingravescente
aetate non iam aptas esse ad munus Petrinum aeque administrandum
(…)” (Después de haber examinado repetidamente mi
conciencia ante Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas,
debido a la edad avanzada, ya no son adecuadas para ejercer
adecuadamente el ministerio petrino).
Así,
por un lado, aparecen unidos papado y conciencia,
tema que remite a un autor que Ratzinger había estudiado mucho: John Henry
Newman. Este anglicano convertido al catolicismo y elevado al cardenalato, afirmó
en 1874 que “la conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo” (Carta
al duque de Norfolk, 5). Comentando el célebre “brindis doble” de
Newman, el entonces Cardenal Ratzinger realizó en 1991 una afirmación muy
original, señalando que el papado “sólo se entiende rectamente cuando se lo ve
junto con el primado de la conciencia; y por tanto no opuesto, sino más bien
fundado y por ella garantizado”, agregando que ‘sin conciencia no habría papado’
” (Ratzinger, 1991: digital). Es en este contexto que Julio Martínez, SJ, pudo
decir y pedir: “Un brindis por la autenticidad de Benedicto XVI: el poder del
Papado es poder de la conciencia”.
Por
otro lado, la mención a la fórmula “ingravescente aetate”, recuerda la
disposición de San Pablo VI de 1970 que fijaba un límite de edad para los
obispos. Desde la agencia ANSA, entendieron tal alusión de la siguiente manera:
“Y ahora Benedicto XVI siente que ese límite también lo llama a él. Un flash de
ANSA a las 11:46 horas informa al mundo de esta decisión, sin precedentes en
ocho siglos”. La vaticanista Giovanna Chirri fue quien difundió la noticia: “ ‘Comprendí
instintivamente’, dirá más tarde, ‘que había ocurrido algo grande. Cuando
tecleé la noticia, me temblaban las rodillas’. Todavía no podía creer lo que
había oído…” (Seewald, 2020: 1026).
Cabe
recordar que, según apuntan algunos, el joven Ratzinger, en tanto perito en el
Concilio Vaticano II, fue uno de los más fervientes impulsores de que los
cargos en la Iglesia fueran ejercidos sólo hasta cierta edad, como de hecho
ocurre hoy con los obispos ordinarios. Así, el Papa Pablo VI recogió en parte
estas indicaciones venidas de la discusión conciliar y publicó el referido Motu
proprio Ingravescente aetatem, que excluye el ejercicio de cargos
por parte de los cardenales cuando han cumplido ochenta años. Con su renuncia,
el último Papa que participó del Concilio Vaticano II, aplicó para sí mismo
esas disposiciones surgidas al calor del acontecimiento conciliar.
Antes
de decir algunas palabras sobre el sentido de la renuncia, cabe destacar la
vocación de Benedicto XVI por los gestos de estas características. Al asumir en
abril de 2005, puso en su escudo una mitra en vez de la tiara papal, asociada
en parte al poder temporal de los Pontífices. Luego, en 2006, renunció al
título de “Patriarca de Occidente”, signo en favor de la unidad de las iglesias
cristianas, como contribución al ecumenismo (un título que el Papa Francisco ha
vuelto a reestablecer). En 2009, en su visita a la región italiana de los
Abruzos, sacudida por un terremoto, dejó sobre los restos de su admirado
Celestino V el palio que le habían colocado al inicio de su ministerio. Si a
todo esto se suman las ocasiones en las cuales le pidió (infructuosamente) a
Juan Pablo II dejar la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
se puede percibir que tiene poco crédito aquella fama de adusto “bulldog de
Dios” o “Panzer-Kardinal”, tal la caricatura que de él había hecho cierta
prensa en los años 80’, que con curiosa escasa capacidad de creatividad,
profundidad y (paradójicamente) actualización, reapareció tras su fallecimiento
el último día de 2022, idea cristalizada lamentablemente aun en no pocos fuera
y dentro de la Iglesia. Claro está, esto no implica no reconocer errores en la
etapa del Cardenal Ratzinger en tanto Prefecto, como incluso en su período como
Papa. Pero una cosa es criticar desde la verdad, y otra desde “el espíritu de
verdad”, que supone buena fe o intenta al menos comprender las motivaciones de
tal o cual acción en cierto contexto específico. Y comprender, ciertamente, no
es justificar.
Así,
si para ciertos sectores el lema de Ratzinger-Benedicto XVI “Cooperadores de la
Verdad” podría interpretarse –tergiversadamente– como muestra de
intransigencia, la expresa alusión de verse a sí mismo como “un simple y
humilde trabajador de la viña del Señor” –tal como se presentó al mundo al ser
elegido Papa en 2005, con las mangas de tela jersey visibles debajo de las
vestiduras– y los expresos pedidos de perdón en el texto de la renuncia y en su
“Testamento espiritual” (fechado en 2006), permiten aproximarse desde otra
perspectiva. Muestra de su predisposición al diálogo, con firmeza y
cordialidad, son los célebres encuentros con intelectuales de la talla de
Jürgen Habermas, Julia Kristeva, Paolo Flores d’Arcais o el propio Hans Küng.
Pero
más allá de todo esto, expresión acabada de una razón amante y
de una caridad en la verdad, lo constituye su búsqueda personal del
verdadero rostro del Señor, fruto de la cual surgió la trilogía dedicada a
Jesús de Nazaret. La obra se volvió un destacado complemento de su Magisterio
de lo esencial, dedicado especial pero no exclusivamente, a las virtudes
teologales: caridad, esperanza y fe. Justamente para el dulce nazareno fueron
las últimas palabras de Benedicto XVI, dichas en su lengua materna, compartida
con su admirado Mozart, el idioma de su corazón: “Jesus, ich liebe dich”
(“Jesús, te amo”).
Significados
de la renuncia
Además
de lo dicho, el texto de la renuncia papal ha permitido ver a este gesto como
plenamente inserto en el legado del Vaticano II (Femminis, en L’
Osservatore Romano, 15/03/2013). Es de destacar que dentro de la propia
Curia no faltaron expresiones a través de las cuales se transparentaba que la
abdicación de Benedicto XVI estaba sacudiendo a la Iglesia y al propio papado.
Así como el Decano del Colegio cardenalicio evocó en esos días el fin de la
misión de la Iglesia en la perspectiva apocalíptica (Sodano, en L’
Osservatore Romano, 03/03/2013), El Cardenal Kasper habló de un “terremoto”
y de un cambio (una pérdida) en “el aura sagrada” alrededor del pontificado
(Kasper, en Aleteia, 21/02/2013), de forma que la renuncia de
Ratzinger “desautoriza” cierto espiritualismo y “desmitifica el papado” (Vide,
2013: 100 y 102).
Por
otra parte, se ha advertido que la abdicación de Benedicto XVI tiene un
significado relevante en el contexto de la globalización, rebasando así los
límites de la propia Iglesia.
En
este sentido, en El misterio del mal. Benedicto XVI y el fin de los
tiempos, Giorgio Agamben sostiene que la renuncia del Papa actualiza –en lo
específicamente teológico– el drama histórico del pontificado y –en lo
estrictamente político– “atrae con fuerza la atención a la distinción entre dos
principios esenciales de nuestra tradición ético-política, de la cual nuestras
sociedades parecen haber perdido toda conciencia: la legitimidad y
la legalidad” (Agamben, 2013: 12, cursiva nuestra). Respecto a lo
primero, y junto con el mencionado autor, es posible ver en la renuncia del
Papa –según gestos y reflexiones teológicas del propio Ratzinger– “algo así
como una discessio, una separación de la Iglesia decora (justa,
santa) respecto de la Iglesia fusca (pecadora, negra)”, según
la doctrina de Ticonio –un teólogo del siglo IV estudiado por Ratzinger– del
cuerpo eclesial bipartito, a partir del cual el mysterium iniquitatis,
el misterio del mal, no sería ajeno a la Iglesia (Agamben, 2013: 26). En este
sentido, su renuncia “sacó a la luz el misterio escatológico en toda su fuerza
disruptiva”, constituyendo así una decisión de “un coraje que hoy adquiere un
sentido y un valor ejemplares” (Agamben, 2013: 11 y 30).
Por
otra parte, y partiendo de que el teólogo Metz señaló que la renuncia del Papa
demostraba “la temporalidad del ministerio”, Reyes Mate apuntó que dicho gesto
significa la recuperación del tiempo en el cristianismo, en tanto tiempo
bíblico de salvación, caracterizado como apocalíptico y escatológico. Esto
implica “reivindicar el espíritu de Israel” y recuperar la “justicia mesiánica”
plasmada en el “aquí y ahora” de las bienaventuranzas de Jesús, el compasivo
(Reyes Mate, 2013: 146-147). Con su abdicación, Ratzinger habría marcado una
“interrupción”, entendiendo por ésta tanto un quiebre en la forma “atemporal” o
“eternizante” de cierto “vocabulario eclesiástico”, como una recuperación de la
memoria, acabando con la lógica “que construye la historia sobre la base del
sufrimiento ajeno”, para ponerse –dice Reyes Mate– en la perspectiva de
pensadores como Rosenzweig, para quien “tomar en serio el tiempo es necesitar
al otro” (Reyes Mate, 2013: 163-164, 167).
Por
último, en términos más poéticos, en El sendero del campo, Martin
Heidegger decía: “¿Habla el alma? ¿Habla el mundo? ¿Habla Dios? Todo habla de
la renuncia en lo mismo. Esta renuncia no quita. La renuncia da. Da la
inagotable fuerza de lo sencillo. Ese buen consejo hace morar en un largo
origen.”
Un
buen pastor sucede a otro buen pastor
“Jean
Marie Barette, más conocido como Papa Gregorio XVII firmó un instrumento de
abdicación, se quitó el anillo del Pescador, entregó su sello al cardenal
camarlengo y pronunció
unas pocas palabras de despedida.
–Y
así, hermanos míos, todo se ha consumado (…). Estoy cierto de que ustedes
explicarán adecuadamente lo que ha ocurrido tanto a la Iglesia como al mundo.
Espero que elijan a un hombre bueno. Dios sabe cuánto lo necesitan”.
Morris
West (1981), Los bufones de Dios.
Al concluir esta sencilla
reflexión personal, considero pertinente recuperar las palabras que el Papa
Francisco, sucesor de Benedicto XVI, plasma en Esperanza, el libro
presentado como su “Aubiografía” (2025). Es interesante leer al primer Papa
latinoamericano en lo que se refiere, por ejemplo, a lo que para él ha
significado la figura del Papa alemán. No es algo menor, porque en la historia
de la Iglesia hubo coexistencia de Papas y “anti-Papas”, pero nunca la coexistencia
de un “Papa emérito” y un “Papa en funciones”.
Respecto a la visión
sobre la Iglesia y el ministerio petrino, el Papa Francisco señala:
“La Iglesia es de
Cristo. A nosotros sencillamente se nos pide que atendamos su voluntad y que la
pongamos en práctica. En este sentido, he pensado con frecuencia en un pasaje
de la homilía que Benedicto XVI pronunció en la misa que celebró al principio
de su pontificado: «Mi auténtico programa de gobierno —dijo— consiste en no
hacer mi voluntad, en no aplicar mis ideas, sino en prestar atención, con toda
la Iglesia, a la palabra y la voluntad del Señor y en dejarme guiar por él».
Porque el Papa no es un administrador delegado, ni tampoco el jefe de una ONG”
(2025: 255).
En cuanto a los
desafíos que le tocaron enfrentar a partir de marzo de 2013, el Papa argentino
y jesuita refiere:
“Al principio de mi
pontificado fui a ver a Benedicto XVI a Castel Gandolfo y mi predecesor me
entregó una gran caja blanca: «Aquí dentro está todo —me dijo. Las actas con
las situaciones más difíciles y dolorosas, los abusos, los casos de corrupción,
los pasajes oscuros, las fechorías—. Yo he llegado hasta aquí, he tomado estas
medidas, he apartado a estas personas, ahora te toca a ti». He seguido su
camino” (2025: 252).
Por último, veamos lo
que a nivel humano e intelectual significó Benedicto XVI para Francisco, según sus
propias palabras:
“Benedicto fue para mí
un padre y un hermano. Tuvimos siempre una relación auténtica y profunda y, más
allá de toda leyenda construida por quien se ha empeñado en contar lo
contrario, hasta el final me ayudó, aconsejó, apoyó y defendió. Amplió
horizontes, estimuló debates, siempre desde el respeto de los cargos. No se
merecía la utilización que se hizo de él en el momento de su muerte,
precisamente en el día de sus funerales, cosa que me hizo sufrir. Incluso en
sus últimos días, cuando su cuerpo era cada vez más frágil y su voz más débil,
me ofreció la fuerza de su ternura. Nos vimos por última vez el 28 de diciembre
de 2022, tres días antes de que falleciese; todavía estaba consciente, pero no
conseguía hablar. Nos quedamos mirándonos a los ojos y agarrados de la mano. Le
dije palabras de afecto, lo bendije, sus clarísimos iris brillaban con la misma
dulzura e inteligencia de siempre. La inteligencia de quien ha sido testigo de
que Dios es siempre nuevo, de que nos sorprende, de que trae novedades. Le
guardo gratitud al Señor por
habérnoslo ofrecido a mí y a la Iglesia” (2025: 255-256).
Ojalá podamos unirnos, como santo pueblo fiel que se deja pastorear, a la gratitud expresada por el corazón pastoral del Papa Francisco. No sólo el tiempo, sino el Señor de la Historia pone las cosas en su lugar. Que la renuncia de Benedicto XVI, gesto ejercido con “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Romanos 8,21), nos inspiren para pedirle a Dios que Su Iglesia, siempre necesitada de lavarse en aguas purificadoras -como el río Gave de Pau que pasa a la orilla de la gruta de Lourdes-, sea anunciadora incansable del Evangelio de Jesucristo, verdadero sol de justicia y semilla de esperanza para renovar y transformar el mundo.
(Arriba: "Benedicto XVI con su familia papal", óleo de Natalia Tsarkova, 2022).
(*) Doctor en Ciencia Política. Profesor universitario.
Algún día tendremos que discutir sobre todo esto... fraternalmente
ResponderBorrar