Mientras los camellos y los leones se pelean, Francisco se asemeja a los niños que crean
*Por Aníbal Germán Torres
Un
mundo necesitado de esperanza
Hace unos días, Edgar
Morin, filósofo y sociólogo francés de 103 años, participó del encuentro “Arena
de Paz. La justicia y la paz se besarán”, con un video grabado en el hospital
donde estaba internado, para el encuentro de Verona que congregó a unas 12 mil
personas. Entre ellas, estaba Francisco. Dijo el anciano pensador: “Necesitamos
una conciencia muy fuerte, trabajar juntos, crear un movimiento ardiente y
fuerte por la paz. Amigos, estoy con ustedes, quiero saludar al Papa Francisco,
la única conciencia fundamental de la humanidad hoy”. Breves pero certeras
palabras que van en línea con lo que el Papa propone para celebrar el Jubileo
del 2025: “la necesidad de una alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica” (Spes non confundit
9, cursiva en el original). Cristianamente hablando se trata de
eso, de organizar comunitariamente la esperanza, no la bronca por la marcha de
las cosas (que muchas van mal).
En un pontificado que lleva más de
11 años, con una impronta de reforma en la continuidad y de continuidad
en la reforma de la Iglesia Católica, muy probablemente, al igual que
Morin, cada persona (dentro y fuera de la feligresía) encuentra ligada al
nombre del Papa Francisco una constelación de términos.
Como ya lo he señalado en otras
ocasiones, en mi humilde opinión, considero que esta “primavera” eclesial,
comenzada el 13 de marzo de 2013 tras la revolucionaria renuncia de ese gran
sabio que fue Benedicto XVI, descansa sobre cuatro pilares: la misericordia (lema del Papa hecho praxis
compasiva a partir de saberse misericordiado), el pueblo (desde
las raíces teológicas del Pontífice argentino), el discernimiento personal y comunitario (dada su
pertenencia al carisma jesuita) y la sinodalidad (desde
la cabal puesta en práctica de la eclesiología del Concilio Vaticano II). Su
mismo nombre, que remite al poverello de Asís, sigue siendo, de algún
modo, su hoja de ruta y su estilo, tan alejado de la "teología de la prosperidad" que también campea en algunos ambientes católicos, aunque no se lo quiera reconocer.
Como cruce, al menos curioso,
entre la profecía y la historia, aquel pontificado marcadamente reformista que
había imaginado el escritor y ex sacerdote jesuita Leonardo Castellani en su
novela de 1964 (Juan XXIII (XXIV) Una fantasía), más de medio siglo
después se ha vuelto una realidad efectiva. Sin
dudas (pero también sin idealizaciones) esto es así, con luces y sombras,
porque, al igual que Pedro, cada Papa es una “roca de polvo”, con sus grandezas
y sus poquezas. Al cabezadura Pedro pero sobre todo al perfeccionista Pablo
(los dos pilares del cristianismo occidental), Jesús les hizo ver que su poder brota
de y en la debilidad humana. Por eso Francisco pastorea con el báculo y
gobierna con el bastón que le ayuda a caminar.
Una alegoría…
Tomando prestado del Zaratustra de Nietzsche las figuras del camello, del león y del
niño, podemos observar este panorama actual respecto al pontificado:
Por
un lado, hay quienes se comportan como el camello, que dice “yo debo”: esto
significa la herencia, el mandato, la mera repetición, el “siempre se hizo así”.
En términos eclesiales aquí tenemos a las posturas tradicionalistas o indiestristas
(que no se puede confundir con velar por la auténtica Tradición, custodiada dinámicamente
por el legítimo sucesor de Pedro en comunión con el Colegio Episcopal). No es
un secreto que estos sectores, concentrados en la supuesta pureza doctrinal, son
refractarios a Francisco prácticamente desde que fuera elegido. O sea, no aparecieron con la
Declaración Fiducia supplicans, sino que ya
estaban desde antes. De hecho, a lo largo de su pontificado, Francisco los fue
interpelando. Menciono solamente cuatro ejemplos de esto:
Habló de la “acedia egoísta”, que termina
en “la psicología de la tumba, que poco a poco
convierte a los cristianos en momias de museo”, criticando
a los “pesimistas quejosos y
desencantados con cara de vinagre” (Evangelli Gaudium 81-85). Amonestó a quienes
prefieren “…sentarse en la cátedra de
Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos
difíciles y las familias heridas” (Amoris Laetitia 305). Arremetió contra los
resabios actuales de gnosticismo y pelagianismo “dos formas [heréticas] de seguridad doctrinal
o disciplinaria que dan lugar ‘a un elitismo narcisista y autoritario, donde en
lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en
lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar.
En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente’ ” (Gaudete et Exsultate 35). Apoyado en el ejemplo
de su santa predilecta, Teresita del Niño Jesús (con su “primacía de la acción
de Dios, de su gracia”), criticó “a una
idea pelagiana de santidad, individualista y elitista, más ascética que
mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano…” (C’est la confiance 17).
Por
otro lado, al cabo de más de una década de papado, surgen también quienes se
desenvuelven como el león, que dice “yo quiero”: esto supone la rebelión casi adolescente
contra el mandato impuesto (representada por el camello, según vimos) y de ahí
surgen los conflictos del tipo amo/esclavo, individuo/sociedad, etc. Así, en el
ámbito eclesial encontramos las pugnas del tipo clero/laicos, lo que deriva en
críticas al Papa por no ir más a fondo con la reforma, o -dicho en términos de
la tradición política y socio-histórica- pasar de la reforma a la revolución en
el amplio sentido del término. Son quienes se desencantan con algunos gestos y
actitudes de Francisco. Si tomamos por ejemplo el delicado tema de la presencia
y el rol de las mujeres en la Iglesia (“que es femenina”, insiste el Papa
enfatizando el “principio mariano”), las críticas a las “ideologías de género”
y la negativa a la posibilidad del llamado “diaconado femenino” despiertan
reacciones adversas, aunque -como se vio en el último Jueves Santo- Francisco
elige hacerse servidor de las mujeres y lavarles los pies. Hay que aclarar que
la oposición aquí no alcanza ni la virulencia ni la mala fe de los sectores indietristas,
que juegan con fuego alentando posturas cismáticas (desde múltiples usuarios de
redes sociales y hasta desde ciertos conventos).
Pero
en quienes se asemejan al león, tal vez no se termina de comprender que el Papa, como corresponde a su
ministerio, rehúsa las lecturas mundanas que confunden a la Iglesia, Esposa de
Cristo, con la lógica del mercado, donde impera la ley de oferta y demanda. Así,
no es de extrañar que en términos organizacionales-funcionales, Francisco ha insistido
en que la Iglesia no es un Parlamento, propio de las democracias
representativas, con el juego de mayorías y minorías circunstanciales.
De
esta manera, mientras para los que se comportan como el camello la prioridad es
el culto, para quienes hacen lo propio del león el énfasis está en la historia.
Dicho en otras categorías, unos ofician de retardatarios y otros de
apresurados. Ambos sectores quedan encharcados en un conflicto, al fin de
cuentas, por espacios de poder y/o los dictados de grupos influyentes y hasta
las modas de turno, según los "vientos de doctrina" que ya denunciara San Pablo. Y la opción por la pugna por el poder hiere la comunión.
Pero si seguimos la alegoría nietzscheana, se nos menciona otra figura: el niño, aquel que jugando dice “yo soy”. Esto significa saltar el conflicto y superarlo
cualitativamente. ¿Desde dónde? Desde la
creatividad, como lo hacen el arte y la mística, buscando otro lenguaje, incluso para hablar de Dios (que siempre desborda cualquier encuadre institucional). Según
entendemos, esa ha sido la actitud de Francisco, ubicarse en este registro creativo
que elude, desde el lúcido discernimiento evangélico, la trampa del
enfrentamiento entre quienes actúan, en sentido figurado, como camellos y
leones.
La
“obra maestra” de Francisco
¿Y
qué es lo que ha creado el Papa? Siguiendo a Emilce Cuda, podemos decir que su
principal creación es su Magisterio, “una obra
maestra” en
sí misma, por su coherencia interna, su sistematicidad y, sobre todo, su atenta
lectura de los signos de este tiempo, es decir, su profetismo para anunciar y
denunciar en un mundo anestesiado tanto ante el sufrimiento como a la
esperanza. Los documentos pontificios no se pueden leer de manera desgajada,
como ocurre también con la Declaración Dignitas infinita (donde cada
sector toma la parte que más le gusta), sino en una hermenéutica de la armonía, “porque el todo es superior a la parte”,
según uno de los cuatro principios bergoglianos. Como ha señalado en reiteradas
ocasiones la reconocida teóloga, la contribución del Papa a la Doctrina Social
de la Iglesia puede resumirse en la preposición “con”. Así, Francisco opta
“por” pero sobre todo “con” los pobres, vistos muchas veces (y lamentablemente)
como los leprosos de nuestro tiempo.
Allí encontramos, por ejemplo, a
los migrantes y refugiados, los descartados (víctimas de la “cultura del
volquete”), las mujeres violentadas, los niños abortados y los niños desnutridos,
los jóvenes sin horizonte y los ancianos abandonados, los trabajadores sin
derechos, los criminalizados, y los colectivos de la diversidad sexual. Pero
también están en el corazón de Francisco, el pastor, los pueblos pobres, muchas
veces martirizados, y que así y todo son sujetos de derecho, según la tradición
teológica que se remonta a Bartolomé de las Casas (esa figura tan incómoda para los imperios y hasta para algunos católicos) y la fundamentación de los derechos
humanos en clave humanista.
El Papa ha hecho una
clara opción por una Iglesia no imperial sino laboriosa en el advenimiento del
Reino de paz y justicia, que no es otro que el proyecto horizontal (de
fraternidad) y vertical (de filiación) encarnado en Jesús de Nazaret; el Reino
ya presente pero todavía no consumado (decía el teólogo protestante Oscar
Cullmann), la “imagen [bíblica] del encuentro entre la esperanza y la gracia
(…) la Nueva Creación” (dice el sacerdote y escritor Hugo Mujica), que logra la
inversión y purificación de los valores humanos, como bien lo expresara María
en el Magnificat: la historia desde los de abajo, abiertos
al don de lo alto.
De ahí la estrategia delineada sea
la construcción de alianzas o puentes, desde el diálogo ecuménico (como se
plasma en Laudato Si’, al evocar al Patriarca Bartolomé I),
el diálogo interreligioso (expresado en Fratelli Tutti, al citar al Gran Imán Ahmed el-Tayeb) y un amplio diálogo socio-ambiental (impulsado
especialmente en Querida Amazonia -con el reconocimiento a los pueblos amazónicos- y en
Laudate Deum -donde menciona “la ironía de Soloviev: «Un siglo tan avanzado que era
también el último»”-).
El Magisterio Social de Francisco no
pierde el horizonte re-evangelizador del mundo (objetivo que tuvieron bien claro
León XIII y sus sucesores), en tanto servicio a la familia humana, cuya carne
sufriente hay que tocar (Praedicate Evangelium).
Pero, en relación con lo dicho más arriba, se advierte que sin amplias alianzas
con diversos actores (incluso los no creyentes) no se va muy lejos en la tarea
del cuidado de la Casa Común, según el paradigma de la ecología integral,
superador al modelo tecnocrático hegemónico.
Amar al Papa
El Santo Padre, “la única conciencia fundamental de la humanidad hoy”, según
Morin, es además un verdadero apóstol de la paz en una Iglesia y en un
mundo heridos por las divisiones y los enfrentamientos, explotados por los “payasos
de mesianismo”. Francisco predica que “la
unidad es superior al conflicto” y da testimonio poniendo
el cuerpo. Eso no quita que, por fidelidad al Evangelio, haya insistido en
sacudir dentro de la comunidad eclesial, tanto el fariseísmo y la hipocresía de
los que se comportan como camellos como cierta mundanidad de quienes se
asemejan a los leones. Como dijo desde su cuenta en la ex Twitter,
@Pontifex: “Miremos a la Iglesia
como la mira el Espíritu Santo, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de
derechas y de izquierdas; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve
conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios” (31/05/2020).
Para Francisco, entonces, el
criterio nítido de discernimiento eclesial (con su correlato en el ámbito
civil) es: “Dos lógicas recorren
toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar […] El camino de la
Iglesia, desde el Concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de
Jesús, el de la misericordia y de la integración…” (AL
296). Efectivamente, en la larga historia de la Iglesia, puede rastrearse ese
enfrentamiento de lógicas, como el conflicto entre el comprensivo Papa Calixto
I e Hipólito, su sectario oponente.
Finalmente, cuando
siguen lloviendo las críticas de quienes ideológicamente confunden, por un
lado, discernimiento con relativismo o misericordia pastoral con laxitud moral,
y por otro lado, pecado con corrupción, en defensa del Papa y de su “obra maestra” viene
bien recuperar un olvidado discurso de San Pablo VI en su visita a la ciudad
papal de Anagni (1/09/1966). Así, aquel recordado Papa, que sufría en carne
propia las tormentas del posconcilio, su corona de espinas, concluyó con unas
memorables palabras, proféticas para sus sucesores, especialmente Francisco,
signo de los tiempos “en persona” (como decía su maestro, Juan Carlos Scannone,
sj): “amar al Papa. Amen al Papa…”
Así, cuando Francisco pide
insistentemente que recen por él (como pedía el Pontífice imaginado por
Castellani 60 años antes), aclarando “pero a favor, no en contra”, sabe que, en
definitiva, se trata de poner en marcha procesos transformadores aunque no se
lleguen a ver los resultados, dado que “el
tiempo es superior al espacio”. Al fin de cuentas, camellos y
leones sólo representan a minorías más o menos intensas. La amplia mayoría del “santo
pueblo fiel de Dios”, llamado a ser protagonista, sabe que, como dijo Jesús, el
Buen Pastor, “si no cambian y vuelven a ser como niños, no podrán entrar al
Reino de los Cielos” (Mt 18,3).
*Doctor
en Ciencia Política. Profesor universitario.
anibalgtorres@gmail.com
Muy bueno, gracias Aníbal
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