Lux in Arcana
Por Aníbal Torres
“Hay música del cielo en todas las
cosas”
Hildegarda de Bingen
“Fascinados culturalmente por las sombras,
falta y urge una narrativa de la Luz”
Pablo d' Ors
Debo comenzar con una confesión: hace
poco más de una semana no sabía quién era Rosalía. Agradezco a mi buen amigo
Nicolás que me hablara de ella. Él y su pareja, Lucía, están más autorizados a
hablar que yo. No obstante, como decía el presentador de Romeo y Julieta,
“vuestro esfuerzo suplirá mis faltas”. Así que, apelando a la caridad de
eventuales lectores y lectoras de estas líneas, como quien pide la limosna de
la buena fe del otro, me dispongo a compartir la siguiente reflexión.
Parto de la convicción de que, en
línea con la “parábola” que planteara Nietzsche al comienzo del Zaratustra,
lo que va a sacar a la humanidad de esta encerrona en que se encuentra en
términos políticos, económicos, espirituales y culturales, es la creatividad
agraciada. Acaso esa sea la única “instrumentalización” posible del Arte,
aunque en realidad y en esencia, éste no sirva para nada. Pues desde su
in-utilidad resiste, desde su “lenguaje otro”, a la espiral consumista que hace
de todo, incluidos el culto y la cultura, una mercancía.
No cabe duda de que las tradiciones
religiosas y/o espirituales han moldeado diferentes culturas y transmitidos
valores: las campanas de una iglesia no dan el tiempo, lo salvan, según la
lúcida expresión de Hugo Mujica. Lo mismo podría decirse, por ejemplo, de los cinco
llamados a la oración que, a lo largo del día, se hacen desde los minaretes de
las mezquitas.
El problema surge cuando esas tradiciones
se estancan, y en vez de ser fuente son charco: algo quieto que no fluye. En el
caso del cristianismo, en su vertiente católica, esto lo expresó con sagacidad
el Papa Benedicto XVI, cuando reconocía que la Iglesia ya no moldeaba la
cultura contemporánea, en alusión a lo que había sido, por ejemplo, el período
del Renacimiento y la Reforma a partir de Trento.
Pero eso no quiere decir que por fuera
de las concreciones institucionales de la fe no se hayan hecho ni se hagan
notables creaciones artísticas, de impronta religiosa/espiritual, dispensadoras
de verdad, bondad y belleza. Sin dejar de valorar las expresiones culturales de
la religiosidad popular (que el jesuita Jorge Seibold reconociera como
verdadera “mística popular”), se pueden dar algunos ejemplos de obras
artísticas “de autor”, por así decirle (autoría que será remarcada en el
Renacimiento, no antes): En “La bicicleta blanca”, de Astor Piazzolla y Horacio
Ferrer (originalmente en la voz de Amelita Baltar), puede encontrarse, detrás
del lunfardo, un compendio de la Semana Santa (la pasión, muerte y resurrección
de Jesús). Incluso en una película del director Pablo Larraín dedicada a “la
divina” María Callas, la temática religiosa aparece en la obertura y en el
final, previo al cual hay un “cameo” de los íconos ortodoxos de la exquisita cantante
lírica de origen griego.
Prácticamente una semana después de
que en Argentina se “celebrara” Halloween con una inusitada popularidad (festividad
extraña para estas latitudes, pero “de moda”), aparece el álbum LUX, de la
mencionada Rosalía. Según trascendió, la artista española estuvo trabajando
tres años en esta obra musical. A la complejidad de la combinación rítmica (del
flamenco al fado, pasando por la orquestación) se le suma la no menos compleja inspiración
en la mística femenina y en diferentes concepciones de la santidad, más allá
del cristianismo. Rosalía, tal vez la otra y tal vez la misma de "Despechá" y que en “Aunque es
de noche” se inspiró en San Juan de la Cruz, demuestra una especial cercanía al
Cristo que “llora diamante” y a su sagrado corazón. Sin embargo, en LUX parecen
articularse las dos caras de la mística: la que cuenta, la que narra y la que
aferra (catafática) y la que calla, la que enmudece y suelta (apofática) ante
el misterio “tremendo y fascinante” de Dios.
Resulta interesante lo que dice la
cantautora en una entrevista, respecto a la imposibilidad de ponerle pronombre
a la divinidad, lo que podría traducirse como la incapacidad o, mejor aún, la
falta de necesidad, de simbolizar una experiencia mística, si realmente es tal,
en el sentido de experiencia de deconstrucción. Por otro lado, Rosalía cuenta
que el itinerario que propone el álbum contiene ejercicios (¿espirituales?)
para que cada uno y cada una haga su propio recorrido e interpretación (como yo
lo comparto aquí).
Mi primo Iván, un gran músico, tiene
razón cuando cierta vez me dijo que si a uno le gustan tanto las letras, debería
comprarse un poemario, porque la música es otra cosa. Por eso no ha sido mi
intención detenerme en los versos que nos regala Rosalía, sino focalizar en la
experiencia artística (e incluso mística) que supone detenerse a contemplar su creación,
porque -citando nuevamente a Mujica- “innegable y afortunadamente Heráclito
tenía razón: el combate continúa, el de la unidad escindida o el de la escisión
como unidad, unidad sometida a la escisión y escisión anhelante de unidad”.
Encuentro que LUX, desde su mismo
nombre, nos ayuda a no sucumbir ante la cultura que se regodea con y en la
oscuridad, la decadencia, la fragmentación y la inmanencia. Según mi humilde
saber y entender, por su esfuerzo de introspección y calidad artística constituye
el acontecimiento estético-espiritual del año. Para quienes compartimos un “loco”
deseo de belleza de lo sublime, de verdad y de bondad, asistimos a un destello de
luz sobre el misterio (lux in arcana), que está sobre nosotros y también,
como chispa inextinguible que abrasa las propias caídas, en nuestro interior.
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