Una economía que mata… a los pobres


                        

"el amor necesita también una organización"

(Deus caritas est, 20)

 Por Ariel Malvestiti (*)

“Esta economía mata” (EG, 53), sentenció Francisco en 2013. Una sociedad que convierte el dinero en dios y el descarte en cultura termina devorándose a sí misma.

No es posible olvidar a los pobres sin salirnos de la corriente viva del Evangelio. Jesús rompió con la idea de que pobreza o enfermedad son castigo por un pecado personal: “Hace salir el sol sobre justos e injustos” (Mt 5,45). Y dio vuelta la lógica del mérito del rico epulón frente a Lázaro (Lc 16,25). La fe cristiana, cuando es verdadera, no naturaliza la desigualdad: la combate con justicia y misericordia.

Francisco, en Lampedusa, recordó la escena de Fuente Ovejuna de Lope de Vega: matan al tirano y, cuando el juez del rey pregunta “¿Quién lo mató?”, todo el pueblo responde “Fuente Ovejuna, Señor”. Todos y nadie. Esa coartada colectiva -la globalización de la indiferencia- es el clima en que hoy crecen el narco y la violencia. Dios, en cambio, pregunta: “¿Dónde está tu hermano? La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (cf. Gn 4). La respuesta de Caín: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” es la línea de fuga de esta hora. La injusticia es el mal consentido.

¿Dónde está tu hermano?

        Consumo y vulnerabilidad. En Argentina, 32% de la población percibe grave el problema de consumo/venta de drogas en su barrio; 84,7% probó alcohol alguna vez, 26,3% marihuana (13,8% en el último año), 5,1% cocaína. La edad media de inicio de marihuana ronda los 20 años. No obstante, se debe tener en cuenta que en los barrios populares ya se registra la tercera generación afectada por adicciones, donde los menores a veces se inician en el consumo antes de los 10 o 12 años. El consumo precoz sumado a un bajo nivel educativo del hogar, hace que las cifras empeoren.

        En Santa Fe, solo 10% termina la secundaria en tiempo y forma; el egreso “alguna vez” ronda 54%. El ausentismo intenso (≥20 faltas anuales) alcanzó cerca de 1 de cada 5 alumnos de último año.

        En el Gran Rosario, más de la mitad de los niños y niñas son pobres. En la ciudad hay más de 150 barrios populares. Detrás de cada número hay falta de servicios, transporte, oportunidades y hacinamiento.

        En el Departamento Rosario, 2025 si bien registra una fuerte baja de homicidios respecto de los picos 2022-23, la matriz se mantiene: 86% con arma de fuego, la mayoría en barrios populares y vinculados a economía ilegal/organizaciones criminales, y 73% en vía pública. Es decir: la oferta criminal está organizada; pone reglas, reparte castigos, sustituye al Estado donde éste no sostiene presencia.

Ser pobre hoy no solo es tener menos acceso a bienes y servicios; es vivir rodeado de la cultura de la muerte (dinero rápido, pertenencia narco, violencia como lenguaje) mientras escuela, trabajo y comunidad no llegan a tiempo.

El mal tiene una organización


Distribución territorial de homicidios en la ciudad de Rosario. Año 2024

La no-decisión, la cobardía y la incapacidad de la política, la justicia, parte del empresariado y de dirigencias varias, se paga con vidas. No alcanza con intervenir búnkers si a las horas vuelven a operar. No alcanza con saturar de patrulleros en campaña. No alcanza con nuevas cárceles llamadas “El Infierno”. No alcanza con reformas constitucionales declamadas y sin gestión en el territorio. No alcanza con el maquillaje de la parafernalia del tricentenario. A cada quien le toca su parte.

Y tampoco alcanza si no se ataca la demanda: durante años hicimos apología del consumo en todos los estratos, vendimos una felicidad libertina que dejó solas a las familias. Mientras tanto, el mal se organizó: redes que ofrecen “ascenso” social a cambio de tiros, delivery de sustancias, cooptación de pibes para “correr la gorra”. Siempre los pobres pagan más caro.

Urge recuperar las organizaciones libres del pueblo -clubes, parroquias, ligas comunitarias, cooperadoras, centros culturales, cooperativas-. El error de las concepciones estadocéntricas ha sido verlas como una competencia e intentar reemplazarlas. Ellas contienen, educan, dan pertenencia y evitan el reclutamiento. Décadas de mirarlas con desconfianza nos salieron carísimas: frente a un mal organizado, el bien perdió organización. Hay que financiar, formar y multiplicar esos espacios, ¡ya!

Es la opción

El Papa León XIV lo dijo ante dirigentes políticos franceses: no existen dos “yoes” -el creyente y el político-, la fe atraviesa cultura, trabajo, economía y política. Nombró nuestros males: violencia, precariedad, redes de droga, desempleo, desaparición de la comunidad. Y recordó que la caridad social no es un paño tibio: es fuerza que transforma estructuras, organiza la cooperación, reforma leyes y sistemas en clave de bien común.

El cristiano no puede considerar a los pobres sólo como un problema social, estos son una “cuestión familiar”, son “de los nuestros”. (DT 104). No puede separarse la fe de la opción por y con los pobres. La Iglesia no puede correrse a la vereda: “Si dices que amas a Dios y no amas al hermano que ves, eres un mentiroso” (1 Jn 4,20). La fe sin obras está muerta (St 2,17).

Esta economía mata. Mata porque no genera trabajo digno. Mata porque no produce, sino que especula. Mata porque mide el éxito en algunos números y no en distribución. Es una economía volcada a la timba financiera, que premia al que apuesta y castiga al que trabaja. Y mata literalmente, como venimos viendo en todo el país, donde los jóvenes caen bajo el fuego cruzado del narco, en los barrios populares donde el hambre y la droga son las dos caras de una misma desesperanza.

El trabajo, decía Francisco, “es la gran tema” (FT 162). No hay política de seguridad, ni de salud, ni de educación que pueda sostenerse si no hay trabajo digno. Porque el trabajo ordena la vida, dignifica, estructura familias y comunidades, y devuelve el sentido del esfuerzo.
Según el INDEC, en la Argentina más del 45% de los ocupados son informales; el 60% de los jóvenes no logra acceder a un empleo estable. En los barrios más humildes de Rosario, esa cifra supera el 70%.

Por eso, frente a una economía que mata, la salida no es el sálvese quien pueda, sino una economía justa:

        Que garantice que todo el que quiera trabajar, pueda hacerlo con un salario digno.

        Que proteja el trabajo argentino.

        Que premie el esfuerzo, pero en condiciones de igualdad de oportunidades.

        Que reoriente el crédito, la energía y los incentivos hacia la producción y el trabajo, no hacia la especulación.

Porque si no somos guardianes de nuestros hermanos, contestamos como Caín. Esta economía que mata puede dejar de matar si organizamos el bien y el Estado se convierte en servidor de su pueblo libre.


(*) Politólogo, graduado en la Universidad Nacional de Rosario.

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