Las finanzas como ciencia: sus problemas epistemológicos
Por
Daniel A. Hadad (*)
Las finanzas pueden considerarse una ciencia en tanto que buscan estudiar la correcta administración del patrimonio de individuos, empresas y gobiernos. Su enfoque combina métodos estadísticos y matemáticos —lo que les otorga cierta rigurosidad científica— con un componente inevitablemente artístico, ya que el futuro es incierto y requiere de creatividad y flexibilidad para ser interpretado.
Esta
tensión entre ciencia y arte es uno de los principales problemas
epistemológicos que surgen al analizar las finanzas. Mientras que los métodos
estadísticos permiten ordenar la información, la toma de decisiones específicas
depende muchas veces de la intuición, de la interpretación de datos incompletos
y de la influencia de intereses externos.
Para
diferenciar qué es ciencia y qué no, resulta fundamental el criterio de Karl
Popper. Según él, una teoría sólo es científica si puede ser falsada, es decir,
refutada por una teoría superadora que explique mejor la realidad. Aplicado a
las finanzas, esto implica que ningún analista puede pretender tener la “bola
de cristal” para anticipar el comportamiento de los mercados. En cambio, cada
hipótesis debe quedar abierta a la posibilidad de ser corregida. Siendo lo más
importante no el no cometer errores sino a qué velocidad se corrige.
Las
finanzas dejan de ser ciencia en el momento en que se pierde la posibilidad de
falsación. El dogmatismo rompe con la falsación popperiana y convierte a la
disciplina en una práctica más cercana a la adivinación que a la ciencia,
siendo en la práctica (en la mayoría de los casos al menos) de este modo.
La ética y los intereses contrapuestos
Otro
aspecto central es la ética. Toda ciencia se desarrolla en un marco de
intereses contrapuestos: las universidades buscan financiamiento para validar
su trabajo, mientras que gobiernos y empresas demandan resultados rápidos. Esto
genera tensiones que pueden atentar contra la rigurosidad científica.
Un
ejemplo claro se observa en el supermercado: el dueño quiere vender caro, el
comprador quiere pagar barato. Este mismo conflicto de intereses aparece en la
bolsa de valores. Los analistas financieros, más que buscar el mayor beneficio
para el cliente, tienden a elegir acciones “de moda” para preservar su trabajo.
Si todos pierden, no hay culpables porqué “cómo iba a saber yo que iba a ganar
Alberto las elecciones en 2019 si las encuestas decían lo contrario”; pero si
solo se equivoca uno solo, corre el riesgo de salir del juego para siempre
(perdiéndose de estos altos salarios pagados con el patrimonio de los clientes)
independientemente de que tu análisis sea el correcto con la información que se
tenía en el momento.
La
ética opera condicionando las decisiones. Los intereses de los empleados
bursátiles suelen imponerse sobre los intereses del cliente, contaminando la
objetividad de la disciplina.
Aunque
podría pensarse que existe un único método (comprar barato y vender caro), en
la práctica se distinguen al menos cuatro grandes enfoques:
- Análisis técnico:
se basa en el análisis de gráficos y patrones de precios. Su limitación es
la gran diversidad de interpretaciones: cinco analistas pueden dar diez
conclusiones diferentes.
- Análisis fundamental:
busca estimar el valor real de una acción a partir de balances. El
problema es que muchos balances están “dibujados” por contadores (que es
muy loco porqué los mismos que dibujan balances luego quieren interpretar
el estado de una empresa a partir de estos).
- Análisis cuantitativo:
estudia series históricas y compara precios con variables como dólar o
inflación. Su debilidad es que, al cambiar el contexto, los análisis
pueden perder validez si no se los interpreta correctamente.
- Método intuitivo:
se apoya en corazonadas o en la “calle”. Puede complementar a los otros
métodos, pero corre el riesgo de confundir deseos con predicciones,
generando sesgos. Kahneman sostiene que la intuición es útil sólo si se
apoya en un número reducido de datos objetivos previamente analizados.
Estos
métodos muestran la mezcla de ciencia y arte: si bien algunos se basan en datos
verificables, todos terminan dependiendo de interpretaciones subjetivas.
Ciencia como sacerdocio
Un
problema epistemológico recurrente es que la ciencia suele presentarse como una
forma de sacerdocio moderno: determina qué es verdadero y qué no, como si
ofreciera certezas absolutas. Sin embargo, siguiendo a Popper, toda verdad científica
es provisoria.
Aquí
aparecen dos visiones:
●
Popper:
la ciencia progresa mediante revoluciones que quiebran un paradigma.
●
Thomas
Kuhn: la ciencia avanza dentro de paradigmas que
permanecen estables hasta que acumulan anomalías insostenibles.
En
economía y finanzas, la situación es más compleja. Sus teorías pretenden
predecir el comportamiento humano, mucho más impredecible que los fenómenos
físicos o biológicos. Esto vuelve a la disciplina más frágil frente a cambios
de contexto y dificulta establecer verdades duraderas.
Al
analizar la historia de la economía y las finanzas suele prestarse atención
solo a su evolución interna, olvidando los condicionamientos externos. Esta
visión cambió en 1931, cuando Boris Hessen, en un congreso en Londres, mostró
que incluso los descubrimientos de Newton respondían a un contexto histórico y
económico particular. Desde entonces, la historia externa de la ciencia comenzó
a ser considerada.
Un
ejemplo contemporáneo se observa en los premios Nobel como Paul Krugman o
Joseph Stiglitz. En la Argentina, defendieron las políticas heterodoxas del
kirchnerismo (olvidando las enormes distorsiones de precios relativos que estos
generaron, que todo análisis económico serio, independientemente de ser
ortodoxo o heterodoxo, tiene en cuenta) pero no puede olvidarse que recibían
grandes sumas de dinero en paralelo a sus discursos elogiosos del oficialismo (no
eran “coimeados”, simplemente se les pagaban estrafalarias sumas de dinero por
las charlas que daban; el gobierno kirchnerista muy inteligentemente buscó a
las más brillantes mentes para defender su modelo económico, más allá de la
ética profesional). Del mismo modo, economistas que critican la intervención
estatal suelen representar a sectores directamente afectados por ella. Por
ejemplo, yo jamás estaré a favor de una suba de impuestos o emisión monetaria
en gran medida influenciado por pertenecer a los pagadores de estos que no
recibe ninguna contraprestación (directa al menos) a cambio. Mi opinión cambia
al tratarse de subas de impuestos en la provincia de Buenos Aires, ya que yo no
pago esos impuestos pero si cobro los intereses y amortizaciones de los bonos
de esta provincia financiado con una mayor recaudación del estado provincial;
esta transferencia de riqueza al beneficiarme parece justa, tan justa como
debía parecerle a Stiglitz o Krugman...
Esto
muestra que, aunque el método pueda ser inductivo, la interpretación de datos reales
(si bien más de una vez no lo son) está atravesada por los intereses y
contextos de quien los analiza. La economía nace precisamente cuando se
interpreta el dato, cuando se pregunta por qué ocurre lo que ocurre. Ahí surge
el componente artístico.
Las
finanzas y la economía combinan datos duros con interpretaciones, lo que las
convierte en un campo en que la ciencia tiene un componente artístico. La
“falsación popperiana”, la ética de los intereses contrapuestos y la influencia
de los contextos externos muestran los límites de su rigurosidad. Entiendo que
en estos campos al haber intereses económicos tan grandes de por medio se
encuentra mucho más viciada que otras disciplinas.
Sin
embargo, dentro de los paradigmas en los que operan, siguen siendo las mejores
herramientas disponibles para aproximarnos a la verdad. Aunque jamás alcancemos
la verdad en sí, el objetivo de estas ciencias es lograr que nuestras creencias
se acerquen un poco más a la realidad.
(*)
El autor se desempeña como operador bursátil y estudiante avanzado de
filosofía.
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