Hacia un multilateralismo “desde abajo”: Francisco y las relaciones internacionales
“Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”
“¿Qué rey, si va a dar
la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres
podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está
todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz”
Jesús de Nazaret
Por Aníbal
Germán Torres (*) [1]
Por 12 años el Pontificado estuvo bajo el liderazgo espiritual
y moral de Francisco, el primer Papa latinoamericano, un verdadero apóstol de la paz y la no violencia activa. De manera
similar a sus predecesores, el Santo Padre siguió de cerca cuestiones significativas
del sistema internacional. Desde que Pablo VI hablara ante la Organización de
las Naciones Unidas (ONU), se ha vuelto usual que los Papas visiten la sede de
la entidad en New York. Francisco pronunció allí el discurso en la 70° Asamblea
de la ONU, en 2015. En ese momento, podía advertirse no sólo una versión globalizada de lo que yo denomino la cátedra teológico política que Jorge
Mario Bergoglio, sj, ejerció en sus años de arzobispo de Buenos Aires, sino también
la presentación ante la comunidad mundial de Estados de su propuesta de
gobernabilidad del sistema internacional. Tal posicionamiento del Pontífice
combinó realismo en la denuncia, confianza en la alta política para las
reformas necesarias y esperanza para la “casa común” de la humanidad.
Sin caer
en comparaciones forzadas, podría decirse que al Papa Francisco le tocó hacer
frente a una escalada de conflictos que solamente tiene parangón con lo
pontificados de Benedicto XV, Pío XII y Juan XXIII, ante la Primera y la
Segunda Guerra Mundial y la “crisis de los misiles”, respectivamente. No es
casual entonces que el Papa argentino y jesuita, prácticamente desde el comienzo
de su Pontificado, hablara de que asistimos a una Tercera Guerra Mundial “en
partes” o “a pedazos”, aplicando a pueblos enteros la noción cristiana de mártir
(es decir, testigo).[2] Sumado
a esto, los años 2020 y 2021 estuvieron signados por la pandemia de Covid-19,
que afectó en mayor o menor medida a toda la humanidad, si bien a una escala
diferente a lo que casi un siglo antes había sido la (mal) llamada “gripe
española”.
Asimismo,
es de destacar que en otro signo de continuidad
con sus predecesores, Francisco puso atención en la diplomacia y en los
sistemas democráticos representativos. De manera que, aunque a veces no se lo
perciba de esta forma, el Papa no descuidó en absoluto el nivel de interacción
más tradicional que la Iglesia ha sabido mantener en su larga historia, en
general alternando momentos de conflicto y de cooperación, y no sin tomarlo en
cuenta a la hora de definir los propios modelos de autoridad de la comunidad
eclesial (Schickendantz 2005). Me refiero al
vínculo con los Estados.
Debemos
tener presente que ese nivel de relación desde la Santa Sede no se agota en sí
mismo, puesto que se integra con otros dos: el diálogo ecuménico e
interreligioso, cuyas bases las puso el Sacrosanto Concilio Vaticano II
(1962-1965), y el diálogo con los “movimientos populares”, que el propio Francisco
impulsó a lo largo de más de una década, en un contexto de reformulación del
capitalismo.
Si la
atención a la comunidad de Estados no es en sí algo novedoso para el Vaticano,
ciertamente sí lo es el abordaje y los énfasis de agenda que cada Pontífice ha
realizado de las relaciones internacionales. En este sentido, la pregunta a la
que trataré de responder en este trabajo es: ¿Cuál fue el aporte específico del
Papa Francisco a la perspectiva católica sobre las relaciones internacionales?
Para
responder a este interrogante, me basaré particularmente en el Magisterio
Social del Santo Padre. Así, señalo que en la Exhortación Apostólica Evangelii
Gaudium (EG, 2013), documento programático del Papa, plantea[3]
que la economía actual resulta letal para gran parte de la población. En su
primera encíclica social, Laudato Si’ (LS, 2015), sostiene que la “inequidad
planetaria” y la “crisis ecológica”, a partir de tomar en cuenta la evidencia
científica, son provocadas por el paradigma tecnocrático hegemónico y también,
como dirá en otro lugar, por la lógica del poder según el primado de la “razón
de Estado” (Francisco, 15/11/2013).
Junto con
proponer una nueva institucionalidad política internacional, el Papa entendió
que en esta coyuntura mundial la diplomacia no sólo que “adquiere una
importancia inédita” (LS 175), sino que debe estar impulsada por la “utopía del
bien” y promover la “ética de la solidaridad” (Francisco, 15/11/2013). En su
segunda encíclica social, Fratelli Tutti (FT, 2020), donde el tema
central es el paradigma de la fraternidad y la amistad social, Francisco afirma
que “el siglo XXI ‘es escenario de un debilitamiento
de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión
económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar
sobre la política. En este contexto, se vuelve indispensable la maduración de
instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con
autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos
nacionales, y dotadas de poder para sancionar’ ” (FT
172). Y en la Exhortación Apostólica Laudate Deum (LD, 2023), arremete
contra las posturas negacionistas del cambio climático y señala que “la
vieja diplomacia, también en crisis, sigue mostrando su importancia y su
necesidad. Todavía no ha logrado generar un modelo de diplomacia multilateral
que responda a la nueva configuración del mundo, pero, si sabe reconfigurarse,
debe ser parte de la solución, porque la experiencia de siglos tampoco puede
ser desechada” (LD 41).
Antes de
proseguir, considero importante señalar que a nivel metodológico me baso principalmente
en las intervenciones del Papa Francisco donde se lo puede percibir no sólo en
su rol (principal) de pastor de la Iglesia Católica, sino también –y sobre
todo- en su función de soberano del Estado Vaticano. Si el primer aspecto es,
de manera más comprensible, el más resaltado por la prensa (religiosa y civil),
de acuerdo con el objeto de estudio de este trabajo me parece que es necesario
tener también en cuenta el segundo rasgo, máxime al considerar la observación
de que los estudios politológicos llamativamente han descuidado al Estado
Vaticano en cuanto tal (Cf. Fernández Vega 2016). En este sentido, empleo preferentemente
las palabras del Papa dirigidas a los representantes pontificios, los
periodistas, etcétera, sea que se plasmen en discursos propiamente dichos, en
documentos magisteriales o en entrevistas de los medios de comunicación.
Seguidamente,
en la primera sección de este artículo, voy a detenerme en algunos antecedentes
históricos y conceptuales que considero pertinentes para comprender la
formulación de la propuesta de gobernanza internacional que hizo el recordado Pontífice.
A continuación, en la segunda sección abordo la impronta que en su pontificado Francisco
le dio a la diplomacia, en general y, la diplomacia de la Santa Sede, en
particular. En tal sentido, haré alusión a los señalamientos sobre la
gobernabilidad mundial según la propuso el Pontífice, particularmente aquellos
contenidos en los documentos principales de su Magisterio, los cuales ya fueron
mencionados. Finalmente, la tercera sección plantea algunas reflexiones a modo
de cierre del trabajo.
Algunas
notas sobre la diplomacia de la Santa Sede
Para tratar de comprender
el objeto de estudio y sus características peculiares a nivel de la historia
humana, me parece interesante una reflexión que hiciera, a poco de terminar la
Segunda Guerra Mundial, quien por entonces ocupaba un rol relevante en la
Secretaría de Estado de la Santa Sede (el área de mayor relevancia en el
organigrama de la Curia Romana, al servicio directo de cada Pontífice e,
indirecto, de toda la Iglesia) y que luego llegaría a ser el Papa Pablo VI: “Seas quien seas (…), al acercarte a la
inmensa basílica de San Pedro, obra de Miguel Ángel, y a los solemnes edificios
que la rodean, no podrás menos de plantearte una imperiosa pregunta: ¿qué
interés tiene hoy para nosotros el Vaticano? (…) Observar y definir: aquí está
quizá la diferencia psicológica de la visita a la Ciudad del Vaticano con la
visita a cualquier otro gran monumento de la antigüedad, el Foro
romano, las Pirámides, el Partenón, los restos de Nínive, o de la civilización
de los Incas. Para estos basta observar; aquí también es necesario definir. Aquí hay algo que
ha sobrevivido, algo presente, que merece un juicio, que exige un encuentro,
que impone una reflexión, un esfuerzo interior, una síntesis espiritual”
(Giovanni Battista Montini 1946).
Difícilmente
se explicaría la presencia del Papado en el contexto internacional sólo por la
labor misionera, desde luego admirable, de quienes llevaron a los cuatro puntos
cardinales del globo el Evangelio de Jesucristo. Junto con este ministerio, a
lo largo de los siglos la Santa Sede ha desplegado una activa diplomacia, que ha sabido granjearle una
presencia institucional relevante, particularmente en Occidente. Incluso no
parece ser casual que aquel término fuera acuñado por el célebre cardenal
Richelieu, ministro de Luis XIII de Francia (Cf. Abril y Castelló 2000).
Sin
remontarnos más allá de la modernidad, sin duda uno de los momentos de consolidación
de la “diplomacia de la Santa Sede” fue el Congreso de Viena donde, a
instancias de la habilidad del cardenal Ercole Consalvi, se codificó la norma
consuetudinaria por la cual cada nuncio apostólico es el decano del Cuerpo Diplomático
acreditado ante cada Gobierno, sobre todo en países occidentales (Cf. Abril y
Castelló 2000). Así y todo, hacia el pontificado de León XIII (quien asumió la Cátedra
de San Pedro en 1878), sólo cuatro naciones tenían representantes diplomáticos
ante el Obispo de Roma. En un contexto donde algunos Estados europeos ejercían
el “derecho de veto” en cada cónclave para elegir al nuevo Papa, el secretario
de Estado de Pío X, cardenal Rafael Merry del Val, expuso que “la política de
la Iglesia” era “la de no hacer política”, en el sentido de cortar de una vez
por todas las interferencias de los gobiernos sobre la Sede de Roma, ganando el
Papado mayor autonomía, como se comprobó en el accionar de Benedicto XV en la
Primera Guerra Mundial (Romanato 07/03/2010) y, sobre todo, a partir de la solución de
la “cuestión romana” en 1929, bajo Pío XI, con la firma de los Pactos Lateranenses
entre la Sede Apostólica e Italia. Este último aspecto merece una consideración
especial:
Ciertamente
ha sido y es objeto de discusión el hecho de que la Iglesia Católica tenga un
anclaje institucional que, particularmente, se concrete bajo la forma estatal (con
bandera, himno, guardia, etc.). Una mirada más tradicionalista, por así
decirle, defiende esa postura desde la equiparación entre Estado e Iglesia como
sociedades perfectas, jerárquicas. Una perspectiva más progresista, por
llamarle de alguna forma, sostiene que no debería existir el Estado Vaticano,
pues entiende que obstaculiza la labor evangelizadora, constituyéndose, no
pocas veces, más bien en ejemplo del anti-Reino. Ahora bien, lo que ambas
posturas no advierten es que, más allá de las luces y sombras de toda estructura
humana y de la clásica tensión eclesial entre carisma e institución, tal anclaje
estatal permite la libertad de acción de los Pontífices respecto a los
condicionamientos de los Estados seculares, al menos desde una perspectiva
realista, en el sentido de las relaciones internacionales. Junto con el apoyo
territorial, el desarrollo paulatino de un sistema propio de medios de
comunicación ha contribuido a una mayor libertad de los Papas al servicio de la
evangelización. Por lo demás, no se puede ignorar el fuerte simbolismo histórico
y espiritual que tiene Roma para la Iglesia, ya que allí fueron martirizados
sus dos pilares: los apóstoles Pedro y Pablo.
Desde
el punto de vista de las relaciones del Papado con la comunidad de Estados, el
ya referido Sacrosanto Concilio Vaticano II produjo reorientaciones relevantes,
empezando por expresar una autocomprensión de la Iglesia no como Estado sino
como Pueblo de Dios en los pueblos del mundo (Cf. Lumen Gentium).
Asimismo, se estableció que el vínculo con los Estados tendría lugar en base a
la autonomía y la cooperación (Gaudium et Spes 76), aceptado la laicidad del Estado y la libertad
religiosa (Dignitatis Humanae).
En tal coyuntura, en la cual la Iglesia entraba a su “etapa mundial” (al decir
del teólogo Karl Rahner), Pablo VI habló de la existencia de una “política
papal”, entendida como “iniciativa vigilante siempre al bien de los demás”
(Castelgandolfo 05/08/1963). Al reorganizar la Curia Romana en 1967 -cumpliendo
el mandato de los Padres Conciliares-, el papa Montini jerarquizó la Secretaría
de Estado, al punto de establecerla como el área de más estrecha colaboración
con el ministerio petrino. Pablo VI también
reorientó la función de los nuncios apostólicos, remarcando que debían darle a
sus labores una impronta pastoral (1969), y su histórica visita a la ONU (1965) constituiría, como ya dije,
un punto insoslayable en la agenda de sus sucesores.
Pero
ciertamente correspondió a Juan Pablo II, en el marco de las orientaciones
dadas por su predecesor, potenciar el vínculo entre el Vaticano y la comunidad
de Estados. Si para 1978, año de la elección de Wojtyla, sólo 84 naciones
tenían embajadores ante la Santa Sede, al final de su pontificado en 2005, ese
número trepaba a 178, lo que suponía algunos logros importantes, como el
establecimiento de relaciones diplomáticas con México e Israel, destacando
también la exitosa mediación entre Argentina y Chile (Giaquinta 2009), gestiones
de las cuales se han cumplido 40 años. Similares características tuvo, ya con
Benedicto XVI, la apertura de la Embajada de Rusia ante la Santa Sede (2007).
Además, el papa Ratzinger señaló que la Iglesia debía mantener tres niveles de
diálogo: con los Estados, con la sociedad -“incluyendo (…) el diálogo con las
culturas y la ciencia”- y con las religiones (Benedicto XVI, 23/12/2012).
En
una caracterización general de la diplomacia de la Santa Sede y su presencia en
el panorama internacional, cabe referir, por un lado, que integra un “inmenso
aparato administrativo jerárquico”, signo del “poder del catolicismo”, como
advirtiera sagazmente hace un siglo Carl Schmitt (2009, 48). Por otro lado, los
medios concretos que emplea son: las llamadas “estructuras diplomáticas
eclesiales”, los concordatos y acuerdos, el diálogo ecuménico e interreligioso,
la presencia en los organismos internacionales, y el involucro en las
mediaciones (Cf. Abril y Castelló 2000). Por su parte, al no tener “divisiones”
militares (según la célebre frase de Stalin), tal diplomacia es, junto con la
política, el instrumento distintivo del Estado Vaticano (Cf. Fernández Vega
2016).
Es
así que, como ejemplo de la multidimensionalidad del accionar internacional de
la Santa Sede, se ha señalado que alguien allí “puede mirar dentro de las oficinas
donde embajadores discuten documentos de la ONU,
donde teólogos esperan ser examinados, donde millones de dólares son
transferidos del primero al tercer mundo, donde se decide el nombramiento de un
nuevo arzobispo norteamericano, donde se discute la ética de la venta de armas”
(Reese 1998, en Schickendantz 2005, 19).
El Papa Francisco y el rol de la diplomacia
de la Santa Sede
Al momento de la elección de Francisco en 2013, la
Santa Sede tenía relaciones con 180 Estados, además del vínculo con
organizaciones internacionales. En su Pontificado se agregó, por ejemplo, el
nexo al más alto nivel diplomático con la Autoridad Nacional Palestina, cuya
Embajada ante el Vaticano se abrió oficialmente en 2017.
Ciertamente que la interacción con los gobernantes
no era nada nuevo para el papa Bergoglio. En este sentido, cabe recordar que en
sus años de arzobispo de Buenos Aires, él mismo se hizo cargo de pronunciar la
homilía en cada Te Deum patrio que
presidió en la Catedral, con motivo de la fiesta nacional del 25 de Mayo. Allí habló
ante cuatro presidentes argentinos y sus nueve mensajes en el período 1999-2012
no sólo que constituyen un corpus de
teoría política sino que también me permiten decir que Bergoglio ejerció una cátedra teológico política, donde
confluyeron tres corrientes de pensamiento: por un lado, la llamada “teología
del pueblo” o “de la cultura” (presente sobre todo en las afirmaciones del Arzobispo
sobre el pueblo y la nación), por el otro lado, la de aquellos
sermones pronunciados por grandes oradores del clero patrio en el siglo XIX,
con el franciscano Mamerto Esquiú entre sus nombres más destacados (que en
Bergoglio aparecieron con alusiones al tema de la ley), y, por otra parte, la perteneciente a la propia tradición
jesuita[4] (con las
reflexiones del entonces Cardenal sobre el poder
y la participación popular). Tampoco
es nuevo el interés del Papa en el accionar diplomático, como lo atestigua su
recuerdo de la mediación pontificia entre Argentina y Chile, cuando él era
Arzobispo (Bergoglio 2009, en Giaquinta, 2009).
Como Obispo de Roma, sus mensajes pasaron a tener
alcance urbi et orbi, es decir, dirigidos
a la “ciudad eterna” y a todo el mundo. Ya desde los inicios de su ministerio
petrino, Francisco dejó trascender su posicionamiento sobre la diplomacia. En
este sentido, el texto que él escribió como prefacio al libro de su entonces
secretario de Estado, cardenal Tarsicio Bertone, sdb (La diplomacia pontificia en un mundo globalizado 2013) es hondo en
contenido sobre el rol de la diplomacia en general y de la pontificia en particular. Para el Papa, por un lado, la renovación de
la primera supone “diplomáticos nuevos, (…) capaces de volver a dar a la vida
internacional el sentido de comunidad rompiendo la lógica del individualismo, (…)
promoviendo más bien una ética de la solidaridad
capaz de sustituir a la del poder. (…) No es haciendo prevalecer la razón de
Estado o el individualismo como eliminaremos los conflictos o daremos a los
derechos de la persona la justa ubicación. (…) No basta con evitar la injusticia
si no se promueve la justicia” (Francisco 15/11/2013, resaltado en el
original). Por el otro lado, el Pontífice
entendió que a la diplomacia de la Santa Sede
corresponde específicamente contribuir a que renazca “la dimensión
moral en las relaciones internacionales” (Francisco 15/11/2013), en una
concepción sobre el Derecho Internacional que encuentra antecedentes en la célebre
Escuela de Salamanca y que desde Francisco podría denominarse como “Derecho de
la Comunidad Internacional” o, incluso, desplazando la noción de estatalidad, “Derecho
de la casa común de los pueblos” (Cf. Murillo 2023, 143, énfasis mío).
Tal visión sobre el sistema internacional ha sido
complementada en otras intervenciones del Papa. En una de ellas, ante el
Parlamento Europeo, se expresó concretamente sobre el régimen político. Así, en
Estrasburgo el Pontífice señaló a los europarlamentarios la necesidad de
respetar la laicidad del Estado y la pluralidad de configuraciones
institucionales democráticas-representativas, instando a hablar de “las democracias”, valorar el aporte de los partidos políticos[5] y el deber
de los Estados en proteger y promover los derechos humanos (Francisco
28/11/2014). Pero dado que esto debe tener muy en cuenta la diversidad de
contextos, al visitar la Pontificia Academia Eclesiástica Francisco expresó
sintéticamente su visión sobre cada región del mapamundi. Con palabras que me recuerdan a una escena de la célebre
novela Las sandalias del pescador, de Morris West (1963), Francisco señaló
a los aspirantes a desempeñarse como nuncios: “La misión que un día estarán
llamados a desempeñar los llevará a todas las partes de este mundo. A Europa,
que necesita despertarse; a África, sedienta de reconciliación; a América
Latina, hambrienta de alimento e interioridad; a América del Norte, determinada
a redescubrir las raíces de una identidad que no se define a partir de la
exclusión; a Asia y Oceanía, desafiadas por la capacidad de fermentar en la diáspora
y dialogar con la vastedad de culturas ancestrales” (Francisco 25/6/2015).
Si bien reconocía y valoraba la diversidad, cabe
resaltar que Francisco optó por la pastoral de las periferias geográficas y existenciales, que en la labor internacional
del Papado la aplicó como una forma de corregir la inequidades que denunció en diversas intervenciones. Al definir sus
viajes, el Papa mostró no dar prioridad a los países centrales (ni siquiera a
aquellos donde la presencia de la Iglesia data de siglos), como se vio al
inaugurar el Jubileo de la Misericordia desde Bangui (República Centroafricana)
o al preferir una visita pastoral a Córcega y declinar la invitación a la reapertura
oficial de Notre-Dame de París. También, él ha optado por designar como
secretario de Estado a Pietro Parolin, quien cuenta con experiencia en América
Latina, ya que se desempeñó como nuncio en Venezuela.
El
Pontificado de Francisco ha introducido una redefinición del perfil de los Nuncios,[6] lo cual
se condice con la relevancia que el Papa otorgó a la diplomacia. A sus
representantes diplomáticos les dijo: “Recuerden que representan
a Pedro, roca que sobrevive al desbordamiento de las ideologías, a la
reducción de la Palabra a mera conveniencia, a la sumisión a los poderes de
este mundo que pasa. (…) La diplomacia pontificia no puede ser ajena a la
urgencia de hacer palpable la misericordia en este mundo herido y quebrantado. La
misericordia debe ser el código de la misión diplomática de un nuncio
apostólico (…) Esta radical novedad
de percepción de la misión diplomática libera al representante pontificio
de intereses geopolíticos, económicos o militares inmediatos, llamándolo a discernir en sus primeros interlocutores
gubernamentales, políticos y sociales y en las instituciones públicas, el
anhelo de servir al bien común (…)” (Francisco, 23/09/2016, énfasis mío).
Tras
más de una década del Cardenal Parolin a cargo de la Secretaría de Estado
(confirmado por el Santo Padre León XIV, sucesor de Francisco en el ministerio
petrino), es importante referir la estructura de esta área plasmada en la
Constitución Apostólica Praedicate Evangelium (PE), sobre la reforma de
la Curia Romana, aprobada en 2022. Allí se señala que tal Secretaría, en tanto “secretaría papal, ayuda de cerca al Romano Pontífice
en el ejercicio de su suprema misión” (PE Art. 44°). Seguidamente, en el documento
se establece que tal área “está dirigida por el Secretario de Estado” y “comprende
tres secciones: la Sección para los Asuntos Generales, bajo la dirección del
sustituto, con la ayuda del asesor; la Sección de
Relaciones con los Estados y Organismos Internacionales,[7]
bajo la dirección del propio secretario, con la ayuda del subsecretario y un
subsecretario para el sector multilateral; la Sección para el Personal
Diplomático de la Santa Sede,[8]
bajo la dirección del secretario para las Representaciones Pontificias, con la
ayuda de un subsecretario” (PE Art. 45°).
Como observa el Cardenal Oscar
Rodríguez Madariaga, sdb, integrante del selecto Consejo de Cardenales creado
por el Pontífice para llevar adelante la reforma de la Curia Romana solicitada
en las deliberaciones previas al Cónclave de 2013, “la Secretaría de Estado es
un organismo que, desde san Pablo VI, ha venido experimentando mayores o
menores cambios en estas últimas décadas, tratando de responder a lo reflejado
en el Código de Derecho Canónico de 1983”. La tercera sección de tal Secretaría fue creada
por Francisco en 2017, sustituyendo “más o menos a la Oficina de Recursos
Humanos (…) En el fondo lo que subyace es una preocupación sobre la vida
persona y espiritual de los miembros del personal diplomático y de la
Secretaría de Estado. A ello se une aquella intención del Papa de que, en la
formación del personal diplomático, se dedique un año a la ‘actividad misionera’
para dotar a la misión diplomática no solo de un marcado tinte de gestión
político-eclesial, sino también de un fuerte acento misionero” (Rodríguez Madariaga
2022, 32-33).
Hasta
aquí entonces, en líneas generales, las disposiciones de Francisco sobre “su” propio
personal diplomático. Ahora bien, más allá de lo que fui adelantando, ¿qué expresó
el Papa en cuanto a la noción de la Iglesia respecto a las relaciones
internacionales?
El
referido interés del Pontífice por la situación del sistema internacional y del
accionar diplomático fue incluido en su encíclica social Laudato si’. Por un lado, cuando denuncia la “inequidad planetaria”
(LS 48 y siguientes), el Papa pide por una ética
de las relaciones internacionales, con términos similares a los empleados en su
prefacio al libro de Bertone (LS 51). Por otro lado, es de resaltar que
dentro de la noción de “ecología integral”, Francisco incorporó como una de las
dimensiones de la misma a la “ecología social”, entendiendo que “la salud de las instituciones de una sociedad tiene
consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana” (LS 142). Por eso mismo, dicha ecología
social, dice el Papa, es “necesariamente institucional”, comprendiendo desde
“el grupo social primario” hasta “la vida internacional” (LS 142). De manera
que resulta comprensible que volvamos a dar con una consideración de las instituciones
internacionales en la sección que la encíclica dedica a “algunas líneas de
orientación y acción” (Capítulo V).
Y es aquí donde nos encontramos con un abordaje más profundo sobre su propuesta
institucional de gobernanza internacional, respecto a lo planteado en Evangelii
Gaudium.
Ciertamente,
si bien fue prevista por Pío XII hacia la Segunda Posguerra, fue Juan XXIII, en
un contexto de internacionalización de la cuestión social (Cf. Farrell
1994), quien en 1963 propuso la necesidad de una “autoridad pública mundial”,
verdaderamente representativa de las naciones (esto es, que no fuese dirigida
por unos pocos y que no estuviese al servicio de los poderosos), con el
objetivo de “conducir al bien común universal” a través de la “protección de los
derechos del hombre” (Pacem in Terris
136 a 139). Su sucesor, Pablo VI, retomó la iniciativa tanto en su histórica visita
a la ONU en 1965 como en su encíclica social de 1967, dedicada a la noción
cristiana del desarrollo, es decir, el desarrollo integral (o sea, de
toda la persona humana y para todos los hombres y mujeres), pues la “colaboración
internacional” necesita “unas instituciones que la preparen, la coordinen y la
rijan hasta construir un orden jurídico universalmente reconocido. De todo
corazón, Nos alentamos las organizaciones que han puesto mano en esta colaboración
para el desarrollo y deseamos que crezca su autoridad. ‘Vuestra vocación
—dijimos a los representantes de la Naciones Unidas en Nueva York— es la de
hacer fraternizar no solamente a algunos pueblos, sino a todos los pueblos (...).
¿Quién no ve la necesidad de llegar así progresivamente a instaurar una
autoridad mundial que pueda actuar eficazmente en el terreno jurídico y en el
de la política?’” (Populorum Proggresio -PP- 78).
Estos
señalamientos fueron ampliados en 2009 por Benedicto XVI, quien designó como
“política” a esa autoridad mundial y la puso en el horizonte de “la urgencia de la
reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura
económica y financiera internacional”. El papa Ratzinger señaló
que el “gobierno de la globalización” requiere de una nueva institucionalidad,
la cual, ateniéndose
“de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad”,
debiera intervenir en un amplio espectro de áreas de políticas (la economía y
las finanzas, el desarme, la paz, la seguridad alimentaria, la salvaguarda del
ambiente y las migraciones) para contribuir al “desarrollo integral de los pueblos
y la colaboración internacional” (Caritas
in Veritate 67).
A
la luz de lo expuesto, me parece importante señalar que en Laudato Si’ Francisco retoma el sendero recorrido por sus antecesores
mencionados precedentemente, aludiendo a esas contribuciones como parte de “la línea ya
desarrollada por la Doctrina Social de la Iglesia” (LS 175). Así, recupera
expresamente la propuesta de establecer una “autoridad política mundial” (con atribuciones de sanción y prevención en las
cuestiones públicas ya señaladas por Benedicto XVI) (LS 175). No obstante,
acaso pensando en un esquema mundial de balance de poder, el Papa enfatizó más
que sus predecesores la necesidad de un entramado
plural,[9]
compuesto de “instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas”.
Esto se comprende desde la visión crítica de Francisco respecto a la
globalización,[10] juzgando
incluso que el “sistema de gobernanza” mundial ha quedado caduco, sobre todo en
lo que hace a evitar que lo económico-financiero esté por sobre la política,
debilitando el “poder de los Estados nacionales”.
De ahí entonces que la
propuesta del Santo Padre otorgue, en el mismo numeral, un rol destacado a
la diplomacia, al punto de decir que ésta tiene “una importancia inédita en orden a promover estrategias internacionales
que se anticipen a los problemas más graves que terminan afectando a todos”
(LS 175, énfasis mío). Este llamado del Papa evidentemente se relaciona también
con su preocupación ante el despliegue de lo que él denominara una “Tercera Guerra Mundial
en pedacitos” (Francisco 22/01/2017), según referí más arriba.
El
hecho de que Laudato Si’ se publicara casi de manera concomitante con la
COP 21 de París y la Agenda 2030 de la ONU y cierta coincidencia (no acrítica)
entre la Santa Sede y los 18 Objetivos de Desarrollo Sostenible, hicieron que
algunos sectores refractarios a estas propuestas vieran en ellas una suerte de “conspiración”
de unos pocos hacia un “nuevo orden mundial”. De ahí a tildar al Santo Padre de
“globalista”, había un paso.
Ante
eso, considero importante aclarar que, al menos por el lado de la Sede
Apostólica, la nueva gobernabilidad
internacional que propuso el Pontífice no se puede confundir con la
búsqueda de una suerte de Estado mundial,
ni se trata de la aspiración del Vaticano a ser la representación del mismo.
Lejos de estas tergiversaciones malintencionadas, el Papa comprendió el carácter
poliédrico de la “casa común” (en
oposición a la “esfera” uniformante de la “inequidad” y el “descarte”[11]), y
también reivindicó que cada Estado pueda ejercer su soberanía (LS 173). Esto
último permite señalar, tal como sostiene Emilce Cuda, que en Francisco hay una
preocupación por los fundamentos teológico políticos del Estado. Según sea la
noción de Dios que tenga una comunidad política, de allí derivarán una particular
visión sobre el hombre, sobre la cultura y sobre las formas de interpretar los
principios de libertad e igualdad (Cuda, 2016).
Por
eso, la crítica que el Papa hizo a la “razón de Estado” bien puede entenderse
como una crítica a un modo incorrecto en el que aquel se halla fundamentado, lo
que en ningún modo supone aminorar su soberanía, más bien lo contrario. No
obstante, desde la óptica del Pontífice, los Estados deben evitar la
autorreferencialidad, comprometiéndose en la búsqueda de “caminos consensuados
para evitar catástrofes locales que terminarían afectando a todos” (LS 173).
Así y todo, cuando en 2020
Francisco publicó Fratelli Tutti, parece responder a esas voces críticas
de las orientaciones de la Santa Sede respecto al sistema internacional y
señala con contundencia: “Cuando se habla de la posibilidad
de alguna forma de autoridad mundial regulada por el derecho no
necesariamente debe pensarse en una autoridad personal. Sin embargo, al menos
debería incluir la gestación de organizaciones mundiales más eficaces, dotadas
de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y
la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos elementales” (FT 172).
Al igual que lo hizo en la ONU en 2015, el Santo Padre exhorta con
contundencia y de manera detallada a “una reforma ‘tanto de la Organización de
las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera
internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de
naciones’. Sin duda esto supone límites jurídicos precisos que eviten que se
trate de una autoridad cooptada por unos pocos países, y que a su vez impidan
imposiciones culturales o el menoscabo de las libertades básicas de las
naciones más débiles a causa de diferencias ideológicas. Porque ‘la Comunidad
Internacional es una comunidad jurídica fundada en la soberanía de cada uno de
los Estados miembros, sin vínculos de subordinación que nieguen o limiten su
independencia’. Pero ‘la labor de las Naciones Unidas, a partir de los
postulados del Preámbulo y de los primeros artículos de su Carta
Constitucional, puede ser vista como el desarrollo y la promoción de la
soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para
obtener el ideal de la fraternidad universal. (…) Hay que asegurar el imperio
incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos
oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas,
verdadera norma jurídica fundamental’. Es necesario evitar que esta
Organización sea deslegitimizada, porque sus problemas o deficiencias pueden
ser afrontados y resueltos conjuntamente” (FT 173).
En el parágrafo
siguiente expone, reforzando el énfasis de la necesidad de la plena vigencia
del Derecho Internacional, qué actitudes se necesitan para la reforma institucional
a la cual insta a la comunidad de Estados: “Hacen falta valentía y generosidad en orden a
establecer libremente determinados objetivos comunes y asegurar el cumplimiento
en todo el mundo de algunas normas básicas. Para que esto sea realmente útil,
se debe sostener ‘la exigencia de mantener los acuerdos suscritos —pacta
sunt servanda—‘, de manera que se evite ‘la tentación de apelar al derecho
de la fuerza más que a la fuerza del derecho’. Esto requiere fortalecer ‘los
instrumentos normativos para la solución pacífica de las controversias de modo
que se refuercen su alcance y su obligatoriedad’. Entre estos instrumentos
normativos, deben ser favorecidos los acuerdos multilaterales entre
los Estados, porque garantizan mejor que los acuerdos bilaterales el cuidado de
un bien común realmente universal y la protección de los Estados más débiles”
(FT 174).
Junto con estos señalamientos
importantes, el Papa no olvidó que uno de los principios de la Doctrina Social
de la Iglesia es la función subsidiaria del Estado en favor de las
sociedades intermedias. Por eso se comprende el siguiente agregado: “Gracias a Dios tantas agrupaciones y organizaciones
de la sociedad civil ayudan a paliar las debilidades de la Comunidad
internacional, su falta de coordinación en situaciones complejas, su falta de
atención frente a derechos humanos fundamentales y a situaciones muy críticas
de algunos grupos. Así adquiere una expresión concreta el principio de
subsidiariedad, que garantiza la participación y la acción de las comunidades y
organizaciones de menor rango, las que complementan la acción del Estado” (FT
175).
Como mencioné más
arriba, tras ocho años de la publicación de Laudato Si’, y ante la
inminencia de la realización de la COP 28 de Dubai, Francisco publicó Laudate
Deum. Allí el Papa señala que “por más que se pretendan negar, esconder,
disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez
más patentes” (LD 5). En ese sentido, respondió a las críticas negacionistas de
esta realidad científicamente constatada, evidenciando que dentro y fuera de la
Iglesia hay “personas que pretendieron burlarse de esta constatación” (LD 6). Pero
en este documento el Santo Padre plasmó también su visión respecto al
funcionamiento del sistema internacional.
En línea con lo ya dicho por él mismo y por sus
predecesores sobre la autoridad pública/política mundial, Francisco señala: “No
es conveniente confundir el multilateralismo con una autoridad mundial
concentrada en una persona o en una élite con excesivo poder (…). La
cuestión es que deben estar dotadas de autoridad real de manera que se pueda ‘asegurar’
el cumplimiento de algunos objetivos irrenunciables. De este modo se daría
lugar a un multilateralismo que no dependa de las circunstancias políticas
cambiantes o de los intereses de unos pocos y que tenga una eficacia estable”
(LD 35).
Francisco sostiene además que “más que salvar el
viejo multilateralismo, parece que el desafío actual está en reconfigurarlo y
recrearlo teniendo en cuenta la nueva situación mundial”, recordando (a partir de
“el proceso de Ottawa contra el uso, producción y manufactura de las minas
antipersonales”) que “el principio de subsidiariedad también a
la relación mundial-local” (LD 37).
Respecto a la globalización, el Papa indica que “a
mediano plazo (…) favorece intercambios culturales espontáneos, mayor conocimiento
mutuo y caminos de integración de las poblaciones que terminen provocando un multilateralismo
‘desde abajo’ y no simplemente decidido por las élites del poder” (LD 38,
énfasis mío).
Es en este
contexto donde Francisco refiere lo que ya anticipé más arriba, es decir, la
necesidad de una “diplomacia multilateral que responda a la nueva configuración del mundo (…), porque la
experiencia de siglos tampoco puede ser desechada”, al punto de que, más bien, “debe ser parte de la solución” (LD 41).
En un mundo “tan
multipolar y a la vez tan complejo”, hace falta, según el Pontífice, “un marco
diferente de cooperación efectiva”. Esto es así, porque, según entiende, “no
basta pensar en los equilibrios de poder sino también en la necesidad de dar
respuesta a los nuevos desafíos y de reaccionar con mecanismos globales ante
los retos ambientales, sanitarios, culturales y sociales, especialmente para
consolidar el respeto a los derechos humanos más elementales, a los derechos
sociales y al cuidado de la casa común. Se trata de establecer reglas globales
y eficientes que permitan ‘asegurar’ esta tutela mundial” (LD 42).
El propio Francisco señala que todos esos señalamientos, al fin de cuentas, “supone[n] generar un nuevo procedimiento de toma de decisiones y de legitimación de esas decisiones, porque el establecido varias décadas atrás no es suficiente ni parece eficaz. En este marco necesariamente se requieren espacios de conversación, de consulta, de arbitraje, de resolución de conflictos y de supervisión, y en definitiva una suerte de mayor ‘democratización’ en el ámbito global para que se expresen e incorporen las variadas situaciones. Ya no nos servirá sostener instituciones para preservar los derechos de los más fuertes sin cuidar los de todos” (LD 43, énfasis mío).
A modo de conclusión
Al comenzar este trabajo formulaba la siguiente
pregunta: ¿Cuál fue
el aporte específico del Papa Francisco a la perspectiva católica sobre las
relaciones internacionales? A partir de lo que expuse, es momento entonces de
dar una respuesta a tal interrogante. Así, por un lado, son evidentes los
signos de continuidad del Pontífice argentino y jesuita respecto a sus
predecesores en cuanto a la perspectiva sobre las relaciones internacionales.
Francisco heredó no sólo una estructura diplomática profesional que se extiende
alrededor del mundo, sino también una concepción sobre el sistema
internacional, particularmente la necesidad de la constitución de una autoridad
política/pública internacional verdaderamente eficaz y no rehén de las
potencias de turno, tal como plantean los Papas desde Juan XXIII.
Pero, por
otro lado, puesto que el método de la Doctrina Social de la Iglesia es el
ver-juzgar-actuar (Cf. Mater et Magistra 236), claramente no es igual lo
que vio Francisco al cabo del primer cuarto del siglo XXI que lo que vieron sus
antecesores. En tal sentido, desde la aplicación del discernimiento evangélico
e histórico, la situación de crisis civilizatoria socio-ambiental llevó al
Santo Padre a ajustar más, por así decirlo, la propuesta de sus predecesores,
según indica el contexto actual y dramático de grito de la tierra y grito de
los pobres, cuya solución pasa por hacer realidad efectiva la justicia social
(Cf. Laudato Si’ 49).
En ese
sentido se comprenden los denodados esfuerzos que hizo del Papa por señalar la
necesidad de reconfigurar el multilateralismo, a partir de la diplomacia “clásica”,
por decirlo de alguna manera, pero también -y aquí está tal vez la mayor
novedad que aportó Francisco- a partir del protagonismo de las organizaciones
de la sociedad civil, según los principios de participación y subsidiariedad,
que la Iglesia postula, junto a la solidaridad y el destino universal de los
bienes, para lograr el bien común, que se traduce en el desarrollo humano
integral y sostenible, nuevo nombre de la paz (Cf. Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia 2004; Cf. LS 13; PP 76).
Tal propuesta
es relevante, pertinente y vigente para la época desafiante que le toca a León
XIV, porque, como decía Francisco, “sigue
siendo lamentable que las crisis mundiales sean desaprovechadas cuando serían
la ocasión para provocar cambios saludables. Es lo que ocurrió en la
crisis financiera de 2007-2008 y ha vuelto a ocurrir en la crisis del covid-19”
(LS 36). Por eso entonces se necesita dar lugar a “un multilateralismo ‘desde
abajo’ y no simplemente decidido por las élites del poder”, de manera que “luchadores
de los más diversos países [que] se ayudan y se acompañan, pueden terminar
presionando a los factores de poder” (LD 38). Así, tras una “democratización”
(LD 43), “(…) la sociedad entera, debería ejercer una sana ‘presión’,
porque a cada familia le corresponde pensar que está en juego el futuro de sus
hijos” (LD 58).
Esto es totalmente coherente con la insistencia de Francisco en “construir liderazgos que marquen caminos” (LS
53), en dar lugar a “líderes populares capaces de
interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes
tendencias de una sociedad” (FT 159), a los efectos de “recuperar
la credibilidad de la política internacional, porque únicamente de esa manera
concreta será posible reducir notablemente el dióxido de carbono y evitar a
tiempo los peores males” (LD 59). Por eso hacen falta “estrategas
capaces de pensar en el bien común y en el futuro de sus hijos, más que en
intereses circunstanciales de algunos países o empresas. Ojalá -dice Francisco-
muestren así la nobleza de la política y no su vergüenza. A los poderosos me
atrevo a repetirles esta pregunta: ‘¿Para qué se quiere preservar hoy un poder
que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y
necesario hacerlo?’ ” (LD 60).
Más
allá de su rol pastoral-espiritual (pero que le da su valiosa identidad), el propio
Pontífice fue un ejemplo de contribuir a ese nuevo multilateralismo desde
abajo, democrático, con sus textos y sus gestos, concretamente con los
viajes pastorales, sus mensajes ante organizaciones internacionales y el
diálogo ecuménico e interreligioso, proponiendo, en un sentido muy amplio, “crear coaliciones
(…) culturales, educativas, filosóficas, religiosas” (Francisco, 13/05/2016).
No
es casual que Francisco, al proponer al fin de cuentas la armonía para
el sistema internacional, haya titulado a sus principales documentos sociales
(LS, FT y LD) con expresiones de San Francisco de Asís, ejemplo de armonía
integral (con el Creador, con la Creación, con los semejantes y con uno mismo),
acaso una definición positiva de paz (en vez de la negativa, o sea, “ausencia
de guerra”). Tal vez esto ayude a comprender la expresión, sumamente sugerente,
del Papa León XVI al saludar al mundo el día de su elección, instando a “una
paz desarmada y desarmante”, fruto pascual de Jesucristo.
Como
señalé, la opción pastoral de Francisco no estuvo ni está exenta de críticas más
o menos intensas, pero también algunos mostraron entusiasmo ante lo que entendían
como avanzar en dirección a una suerte de “Internacional Socialista”, como
alternativa a la globalización capitalista (Vattimo 23/11/2014). Sin embargo, tal
rol de contra-imperio para Schmitt no era el camino adecuado. Decía este autor:
“La Iglesia se habría olvidado de sí misma si se prestase a ser simplemente la polaridad
llena de alma frente a lo sin alma. Se habría convertido así en el deseado complemento
del capitalismo…” (2009: 58). Según entiendo, Schmitt apuntaba, a su manera, a algo
más que lo meramente inmanente y sus contingencias. Ese plus es la fe de
la Iglesia en el Dios Uni-Trinitario que hace que la historia no se cierre
sobre sí misma y que trabaje con esperanza para que los pueblos tengan vida y vida en abundancia (Cf. Juan
10,10)
***
Oración por la
Paz
Pronunciada
por el Papa Francisco
Jardines Vaticanos
Domingo, 8 de junio de 2014.
“Señor, Dios
de paz, escucha nuestra súplica.
Hemos
intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con
nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y
de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas
esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor,
ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz.
Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir:
«¡Nunca más la guerra!»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el
valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz. Señor, Dios de
Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como
hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la
capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en
nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros
ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz,
nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida
en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia
opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz. Y que
sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio,
guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las
mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y
el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.”
(*) Doctor en Ciencia Política. Profesor universitario.
Referencias bibliográficas
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paz” [en línea]. Acceso: 22/02/2017.
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10/06/2016.
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Documentos
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Concilio
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Francisco,
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Francisco,
Papa. 2015. Encíclica Laudato Si’ (LS).
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Papa. 2016. Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia (AL).
Francisco,
Papa. 2020. Encíclica Fratelli Tutti (FT).
Francisco,
Papa. 2022. Constitución Apostólica Praedicate Evangelium (PE).
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Papa. 2023. Exhortación Apostólica Laudate Deum (LD).
Juan
XXIII, Papa. 1961. Encíclica Mater et Magistra.
Juan
XXIII, Papa. 1963. Encíclica Pacem in Terris.
Pablo
VI, Papa. 1967. Encíclica Populorum Progressio (PP).
Pontificio
Consejo de Justicia y Paz. 2004. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.
[1] El
presente trabajo retoma, actualiza y reestructura lo ya dicho en mi artículo “Toward a new
government of the international system: Analysis of
the proposal of Pope Francis”, in The
Politics and Religion Journal
11 (2): 235-252.
[2] Sobre todo
al hablar reiteradamente de la “martirizada Siria” y la “martirizada Ucrania”. Tal
vez, pese a que Francisco apenas llegó a ver el recrudecimiento dramático del
conflicto en Medio Oriente, hoy escucharíamos hablar de la “martirizada Gaza”.
[3]Al tratarse de documentos
magisteriales, que tienen fuerza de ley para la Iglesia, utilizo los verbos en
presente, dada la vigencia canónica, además de la correspondencia con el
contexto epocal.
[4] En línea con lo señalado por Claudio Acquaviva
en De Confesaris realis, de 1602, sobre la
confesión de los reyes. Este autor fue mencionado por el Papa en su discurso a
la Curia Romana de diciembre de 2016 (Francisco, 30/12/2016). Otra figura
importante de la tradición jesuita es Roberto Belarmino, fuertemente
involucrado con los asuntos políticos y culturales de su tiempo. El Papa lo
cita en Amoris Laetitia (AL 124).
[5] Con lo cual se ratificó la orientación
eclesial de buscar influir sobre los sistemas partidarios antes que constituir
“partidos católicos”, como en el pasado.
[6] Ya que el propio Papa
reconoce que no siempre se pudo haber actuado correctamente: “La diplomacia vaticana tiene que ser mediadora, no
intermediaria. Si, a lo largo de la historia, la diplomacia vaticana hizo una
maniobra o un encuentro y se llenó el bolsillo, pues cometió un pecado muy
grave, gravísimo” (Francisco, 22/01/2017).
[7] Le compete: “1º
cuidar de las relaciones diplomáticas y políticas de la Santa Sede con los
Estados y con otros sujetos de derecho internacional y tratar los asuntos
comunes en orden a la promoción del bien de la Iglesia y de la sociedad civil,
también mediante la estipulación de concordatos y otros convenios
internacionales, teniendo en cuenta la opinión de los organismos episcopales
interesados; 2º representar a la Santa Sede en las organizaciones
intergubernamentales internacionales, así como en las conferencias
intergubernamentales multilaterales, valiéndose, si fuera necesario, de la
colaboración de los dicasterios y organismos competentes de la Curia Romana; 3º
conceder el nihil obstat siempre que un dicasterio u organismo
de la Curia Romana pretenda publicar una declaración o un documento relativo a
las relaciones internacionales o a las relaciones con las autoridades civiles”
(PE Art. 49°).
[8] Según se
dispuso, “§ 1. La Sección para el Personal Diplomático de la Santa Sede se ocupa
de las cuestiones relativas a las personas que trabajan en el servicio
diplomático de la Santa Sede, en particular de sus condiciones de vida y de
trabajo y de su formación permanente. Para llevar a cabo su cometido, el
secretario visita las sedes de las Representaciones Pontificias, convoca y
preside las reuniones relativas a la provisión de las mismas. § 2. La sección
colabora con el presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica en lo que se
refiere a la selección y formación de candidatos al servicio diplomático de la
Santa Sede y mantiene contacto con el personal diplomático jubilado. § 3. La
sección ejerce sus funciones en estrecha colaboración con la Sección para los
Asuntos Generales y con la Sección de Relaciones con los Estados y Organismos
Internacionales, las cuales, cada una según sus áreas específicas, se ocupan
también de las materias relativas a los Representantes Pontificios” (PE Art. 52°).
[9] Esta
interpretación resulta plausible si se tiene en cuenta que en todo el documento
no cita a las Naciones Unidas, más allá de la importante visita que el Papa luego
realizó en septiembre de 2015.
[10] Las únicas veces
que aparece este término en el documento, es para decir “globalización
de la indiferencia” (LS 52) y “globalización
del paradigma tecnocrático” (LS 106 y siguientes).
[11] La encíclica critica fuertemente la
raíz cultural de la crisis en tanto
predominio de la “cultura del descarte” (LS 16).
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