Hacia un multilateralismo “desde abajo”: Francisco y las relaciones internacionales


“Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”

“¿Qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz” 

Jesús de Nazaret

 

Por Aníbal Germán Torres (*) [1]

Por 12 años el Pontificado estuvo bajo el liderazgo espiritual y moral de Francisco, el primer Papa latinoamericano, un verdadero apóstol de la paz y la no violencia activaDe manera similar a sus predecesores, el Santo Padre siguió de cerca cuestiones significativas del sistema internacional. Desde que Pablo VI hablara ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se ha vuelto usual que los Papas visiten la sede de la entidad en New York. Francisco pronunció allí el discurso en la 70° Asamblea de la ONU, en 2015. En ese momento, podía advertirse no sólo una versión globalizada de lo que yo denomino la cátedra teológico política que Jorge Mario Bergoglio, sj, ejerció en sus años de arzobispo de Buenos Aires, sino también la presentación ante la comunidad mundial de Estados de su propuesta de gobernabilidad del sistema internacional. Tal posicionamiento del Pontífice combinó realismo en la denuncia, confianza en la alta política para las reformas necesarias y esperanza para la “casa común” de la humanidad.

Sin caer en comparaciones forzadas, podría decirse que al Papa Francisco le tocó hacer frente a una escalada de conflictos que solamente tiene parangón con lo pontificados de Benedicto XV, Pío XII y Juan XXIII, ante la Primera y la Segunda Guerra Mundial y la “crisis de los misiles”, respectivamente. No es casual entonces que el Papa argentino y jesuita, prácticamente desde el comienzo de su Pontificado, hablara de que asistimos a una Tercera Guerra Mundial “en partes” o “a pedazos”, aplicando a pueblos enteros la noción cristiana de mártir (es decir, testigo).[2] Sumado a esto, los años 2020 y 2021 estuvieron signados por la pandemia de Covid-19, que afectó en mayor o menor medida a toda la humanidad, si bien a una escala diferente a lo que casi un siglo antes había sido la (mal) llamada “gripe española”.   

Asimismo, es de destacar que en otro signo de continuidad con sus predecesores, Francisco puso atención en la diplomacia y en los sistemas democráticos representativos. De manera que, aunque a veces no se lo perciba de esta forma, el Papa no descuidó en absoluto el nivel de interacción más tradicional que la Iglesia ha sabido mantener en su larga historia, en general alternando momentos de conflicto y de cooperación, y no sin tomarlo en cuenta a la hora de definir los propios modelos de autoridad de la comunidad eclesial (Schickendantz 2005). Me refiero al vínculo con los Estados.  

Debemos tener presente que ese nivel de relación desde la Santa Sede no se agota en sí mismo, puesto que se integra con otros dos: el diálogo ecuménico e interreligioso, cuyas bases las puso el Sacrosanto Concilio Vaticano II (1962-1965), y el diálogo con los “movimientos populares”, que el propio Francisco impulsó a lo largo de más de una década, en un contexto de reformulación del capitalismo.  

Si la atención a la comunidad de Estados no es en sí algo novedoso para el Vaticano, ciertamente sí lo es el abordaje y los énfasis de agenda que cada Pontífice ha realizado de las relaciones internacionales. En este sentido, la pregunta a la que trataré de responder en este trabajo es: ¿Cuál fue el aporte específico del Papa Francisco a la perspectiva católica sobre las relaciones internacionales?

Para responder a este interrogante, me basaré particularmente en el Magisterio Social del Santo Padre. Así, señalo que en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (EG, 2013), documento programático del Papa, plantea[3] que la economía actual resulta letal para gran parte de la población. En su primera encíclica social, Laudato Si’ (LS, 2015), sostiene que la “inequidad planetaria” y la “crisis ecológica”, a partir de tomar en cuenta la evidencia científica, son provocadas por el paradigma tecnocrático hegemónico y también, como dirá en otro lugar, por la lógica del poder según el primado de la “razón de Estado” (Francisco, 15/11/2013).

Junto con proponer una nueva institucionalidad política internacional, el Papa entendió que en esta coyuntura mundial la diplomacia no sólo que “adquiere una importancia inédita” (LS 175), sino que debe estar impulsada por la “utopía del bien” y promover la “ética de la solidaridad” (Francisco, 15/11/2013). En su segunda encíclica social, Fratelli Tutti (FT, 2020), donde el tema central es el paradigma de la fraternidad y la amistad social, Francisco afirma que “el siglo XXI ‘es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar ” (FT 172). Y en la Exhortación Apostólica Laudate Deum (LD, 2023), arremete contra las posturas negacionistas del cambio climático y señala que “la vieja diplomacia, también en crisis, sigue mostrando su importancia y su necesidad. Todavía no ha logrado generar un modelo de diplomacia multilateral que responda a la nueva configuración del mundo, pero, si sabe reconfigurarse, debe ser parte de la solución, porque la experiencia de siglos tampoco puede ser desechada” (LD 41).

Antes de proseguir, considero importante señalar que a nivel metodológico me baso principalmente en las intervenciones del Papa Francisco donde se lo puede percibir no sólo en su rol (principal) de pastor de la Iglesia Católica, sino también –y sobre todo- en su función de soberano del Estado Vaticano. Si el primer aspecto es, de manera más comprensible, el más resaltado por la prensa (religiosa y civil), de acuerdo con el objeto de estudio de este trabajo me parece que es necesario tener también en cuenta el segundo rasgo, máxime al considerar la observación de que los estudios politológicos llamativamente han descuidado al Estado Vaticano en cuanto tal (Cf. Fernández Vega 2016). En este sentido, empleo preferentemente las palabras del Papa dirigidas a los representantes pontificios, los periodistas, etcétera, sea que se plasmen en discursos propiamente dichos, en documentos magisteriales o en entrevistas de los medios de comunicación.

Seguidamente, en la primera sección de este artículo, voy a detenerme en algunos antecedentes históricos y conceptuales que considero pertinentes para comprender la formulación de la propuesta de gobernanza internacional que hizo el recordado Pontífice. A continuación, en la segunda sección abordo la impronta que en su pontificado Francisco le dio a la diplomacia, en general y, la diplomacia de la Santa Sede, en particular. En tal sentido, haré alusión a los señalamientos sobre la gobernabilidad mundial según la propuso el Pontífice, particularmente aquellos contenidos en los documentos principales de su Magisterio, los cuales ya fueron mencionados. Finalmente, la tercera sección plantea algunas reflexiones a modo de cierre del trabajo.

 

Algunas notas sobre la diplomacia de la Santa Sede

Para tratar de comprender el objeto de estudio y sus características peculiares a nivel de la historia humana, me parece interesante una reflexión que hiciera, a poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, quien por entonces ocupaba un rol relevante en la Secretaría de Estado de la Santa Sede (el área de mayor relevancia en el organigrama de la Curia Romana, al servicio directo de cada Pontífice e, indirecto, de toda la Iglesia) y que luego llegaría a ser el Papa Pablo VI: “Seas quien seas  (…), al acercarte a la inmensa basílica de San Pedro, obra de Miguel Ángel, y a los solemnes edificios que la rodean, no podrás menos de plantearte una imperiosa pregunta: ¿qué interés tiene hoy para nosotros el Vaticano?  (…) Observar y definir: aquí está quizá la diferencia psicológica de la visita a la Ciudad del Vaticano con la visita  a cualquier otro gran monumento de  la antigüedad, el Foro romano, las Pirámides, el Partenón, los restos de Nínive, o de la civilización de los Incas. Para estos basta observar; aquí también es necesario definir. Aquí hay algo que ha sobrevivido, algo presente, que merece un juicio, que exige un encuentro, que impone una reflexión, un esfuerzo interior, una síntesis espiritual” (Giovanni Battista Montini 1946).

Difícilmente se explicaría la presencia del Papado en el contexto internacional sólo por la labor misionera, desde luego admirable, de quienes llevaron a los cuatro puntos cardinales del globo el Evangelio de Jesucristo. Junto con este ministerio, a lo largo de los siglos la Santa Sede ha desplegado una activa diplomacia, que ha sabido granjearle una presencia institucional relevante, particularmente en Occidente. Incluso no parece ser casual que aquel término fuera acuñado por el célebre cardenal Richelieu, ministro de Luis XIII de Francia (Cf. Abril y Castelló 2000).

Sin remontarnos más allá de la modernidad, sin duda uno de los momentos de consolidación de la “diplomacia de la Santa Sede” fue el Congreso de Viena donde, a instancias de la habilidad del cardenal Ercole Consalvi, se codificó la norma consuetudinaria por la cual cada nuncio apostólico es el decano del Cuerpo Diplomático acreditado ante cada Gobierno, sobre todo en países occidentales (Cf. Abril y Castelló 2000). Así y todo, hacia el pontificado de León XIII (quien asumió la Cátedra de San Pedro en 1878), sólo cuatro naciones tenían representantes diplomáticos ante el Obispo de Roma. En un contexto donde algunos Estados europeos ejercían el “derecho de veto” en cada cónclave para elegir al nuevo Papa, el secretario de Estado de Pío X, cardenal Rafael Merry del Val, expuso que “la política de la Iglesia” era “la de no hacer política”, en el sentido de cortar de una vez por todas las interferencias de los gobiernos sobre la Sede de Roma, ganando el Papado mayor autonomía, como se comprobó en el accionar de Benedicto XV en la Primera Guerra Mundial (Romanato 07/03/2010) y, sobre todo, a partir de la solución de la “cuestión romana” en 1929, bajo Pío XI, con la firma de los Pactos Lateranenses entre la Sede Apostólica e Italia. Este último aspecto merece una consideración especial:

Ciertamente ha sido y es objeto de discusión el hecho de que la Iglesia Católica tenga un anclaje institucional que, particularmente, se concrete bajo la forma estatal (con bandera, himno, guardia, etc.). Una mirada más tradicionalista, por así decirle, defiende esa postura desde la equiparación entre Estado e Iglesia como sociedades perfectas, jerárquicas. Una perspectiva más progresista, por llamarle de alguna forma, sostiene que no debería existir el Estado Vaticano, pues entiende que obstaculiza la labor evangelizadora, constituyéndose, no pocas veces, más bien en ejemplo del anti-Reino. Ahora bien, lo que ambas posturas no advierten es que, más allá de las luces y sombras de toda estructura humana y de la clásica tensión eclesial entre carisma e institución, tal anclaje estatal permite la libertad de acción de los Pontífices respecto a los condicionamientos de los Estados seculares, al menos desde una perspectiva realista, en el sentido de las relaciones internacionales. Junto con el apoyo territorial, el desarrollo paulatino de un sistema propio de medios de comunicación ha contribuido a una mayor libertad de los Papas al servicio de la evangelización. Por lo demás, no se puede ignorar el fuerte simbolismo histórico y espiritual que tiene Roma para la Iglesia, ya que allí fueron martirizados sus dos pilares: los apóstoles Pedro y Pablo.  

Desde el punto de vista de las relaciones del Papado con la comunidad de Estados, el ya referido Sacrosanto Concilio Vaticano II produjo reorientaciones relevantes, empezando por expresar una autocomprensión de la Iglesia no como Estado sino como Pueblo de Dios en los pueblos del mundo (Cf. Lumen Gentium). Asimismo, se estableció que el vínculo con los Estados tendría lugar en base a la autonomía y la cooperación (Gaudium et Spes 76), aceptado la laicidad del Estado y la libertad religiosa (Dignitatis Humanae). En tal coyuntura, en la cual la Iglesia entraba a su “etapa mundial” (al decir del teólogo Karl Rahner), Pablo VI habló de la existencia de una “política papal”, entendida como “iniciativa vigilante siempre al bien de los demás” (Castelgandolfo 05/08/1963). Al reorganizar la Curia Romana en 1967 -cumpliendo el mandato de los Padres Conciliares-, el papa Montini jerarquizó la Secretaría de Estado, al punto de establecerla como el área de más estrecha colaboración con el ministerio petrino. Pablo VI también reorientó la función de los nuncios apostólicos, remarcando que debían darle a sus labores una impronta pastoral (1969), y su histórica visita a la ONU (1965) constituiría, como ya dije, un punto insoslayable en la agenda de sus sucesores.

Pero ciertamente correspondió a Juan Pablo II, en el marco de las orientaciones dadas por su predecesor, potenciar el vínculo entre el Vaticano y la comunidad de Estados. Si para 1978, año de la elección de Wojtyla, sólo 84 naciones tenían embajadores ante la Santa Sede, al final de su pontificado en 2005, ese número trepaba a 178, lo que suponía algunos logros importantes, como el establecimiento de relaciones diplomáticas con México e Israel, destacando también la exitosa mediación entre Argentina y Chile (Giaquinta 2009), gestiones de las cuales se han cumplido 40 años. Similares características tuvo, ya con Benedicto XVI, la apertura de la Embajada de Rusia ante la Santa Sede (2007). Además, el papa Ratzinger señaló que la Iglesia debía mantener tres niveles de diálogo: con los Estados, con la sociedad -“incluyendo (…) el diálogo con las culturas y la ciencia”- y con las religiones (Benedicto XVI, 23/12/2012).

En una caracterización general de la diplomacia de la Santa Sede y su presencia en el panorama internacional, cabe referir, por un lado, que integra un “inmenso aparato administrativo jerárquico”, signo del “poder del catolicismo”, como advirtiera sagazmente hace un siglo Carl Schmitt (2009, 48). Por otro lado, los medios concretos que emplea son: las llamadas “estructuras diplomáticas eclesiales”, los concordatos y acuerdos, el diálogo ecuménico e interreligioso, la presencia en los organismos internacionales, y el involucro en las mediaciones (Cf. Abril y Castelló 2000). Por su parte, al no tener “divisiones” militares (según la célebre frase de Stalin), tal diplomacia es, junto con la política, el instrumento distintivo del Estado Vaticano (Cf. Fernández Vega 2016).

Es así que, como ejemplo de la multidimensionalidad del accionar internacional de la Santa Sede, se ha señalado que alguien allí “puede mirar dentro de las oficinas donde embajadores discuten documentos de la ONU, donde teólogos esperan ser examinados, donde millones de dólares son transferidos del primero al tercer mundo, donde se decide el nombramiento de un nuevo arzobispo norteamericano, donde se discute la ética de la venta de armas” (Reese 1998,  en Schickendantz 2005, 19).

 

El Papa Francisco y el rol de la diplomacia de la Santa Sede

Al momento de la elección de Francisco en 2013, la Santa Sede tenía relaciones con 180 Estados, además del vínculo con organizaciones internacionales. En su Pontificado se agregó, por ejemplo, el nexo al más alto nivel diplomático con la Autoridad Nacional Palestina, cuya Embajada ante el Vaticano se abrió oficialmente en 2017.

Ciertamente que la interacción con los gobernantes no era nada nuevo para el papa Bergoglio. En este sentido, cabe recordar que en sus años de arzobispo de Buenos Aires, él mismo se hizo cargo de pronunciar la homilía en cada Te Deum patrio que presidió en la Catedral, con motivo de la fiesta nacional del 25 de Mayo. Allí habló ante cuatro presidentes argentinos y sus nueve mensajes en el período 1999-2012 no sólo que constituyen un corpus de teoría política sino que también me permiten decir que Bergoglio ejerció una cátedra teológico política, donde confluyeron tres corrientes de pensamiento: por un lado, la llamada “teología del pueblo” o “de la cultura” (presente sobre todo en las afirmaciones del Arzobispo sobre el pueblo y la nación), por el otro lado, la de aquellos sermones pronunciados por grandes oradores del clero patrio en el siglo XIX, con el franciscano Mamerto Esquiú entre sus nombres más destacados (que en Bergoglio aparecieron con alusiones al tema de la ley), y, por otra parte, la perteneciente a la propia tradición jesuita[4] (con las reflexiones del entonces Cardenal sobre el poder y la participación popular). Tampoco es nuevo el interés del Papa en el accionar diplomático, como lo atestigua su recuerdo de la mediación pontificia entre Argentina y Chile, cuando él era Arzobispo (Bergoglio 2009, en Giaquinta, 2009).

Como Obispo de Roma, sus mensajes pasaron a tener alcance urbi et orbi, es decir, dirigidos a la “ciudad eterna” y a todo el mundo. Ya desde los inicios de su ministerio petrino, Francisco dejó trascender su posicionamiento sobre la diplomacia. En este sentido, el texto que él escribió como prefacio al libro de su entonces secretario de Estado, cardenal Tarsicio Bertone, sdb (La diplomacia pontificia en un mundo globalizado 2013) es hondo en contenido sobre el rol de la diplomacia en general y de la pontificia en particular.  Para el Papa, por un lado, la renovación de la primera supone “diplomáticos nuevos, (…) capaces de volver a dar a la vida internacional el sentido de comunidad rompiendo la lógica del individualismo, (…) promoviendo más bien una ética de la solidaridad capaz de sustituir a la del poder. (…) No es haciendo prevalecer la razón de Estado o el individualismo como eliminaremos los conflictos o daremos a los derechos de la persona la justa ubicación. (…) No basta con evitar la injusticia si no se promueve la justicia” (Francisco 15/11/2013, resaltado en el original).  Por el otro lado, el Pontífice entendió que a la diplomacia de la Santa Sede  corresponde específicamente contribuir a que renazca “la dimensión moral en las relaciones internacionales” (Francisco 15/11/2013), en una concepción sobre el Derecho Internacional que encuentra antecedentes en la célebre Escuela de Salamanca y que desde Francisco podría denominarse como “Derecho de la Comunidad Internacional” o, incluso, desplazando la noción de estatalidad, “Derecho de la casa común de los pueblos” (Cf. Murillo 2023, 143, énfasis mío).  

Tal visión sobre el sistema internacional ha sido complementada en otras intervenciones del Papa. En una de ellas, ante el Parlamento Europeo, se expresó concretamente sobre el régimen político. Así, en Estrasburgo el Pontífice señaló a los europarlamentarios la necesidad de respetar la laicidad del Estado y la pluralidad de configuraciones institucionales democráticas-representativas, instando a hablar de “las democracias”, valorar el aporte de los partidos políticos[5] y el deber de los Estados en proteger y promover los derechos humanos (Francisco 28/11/2014). Pero dado que esto debe tener muy en cuenta la diversidad de contextos, al visitar la Pontificia Academia Eclesiástica Francisco expresó sintéticamente su visión sobre cada región del mapamundi. Con palabras que me recuerdan a una escena de la célebre novela Las sandalias del pescador, de Morris West (1963), Francisco señaló a los aspirantes a desempeñarse como nuncios: “La misión que un día estarán llamados a desempeñar los llevará a todas las partes de este mundo. A Europa, que necesita despertarse; a África, sedienta de reconciliación; a América Latina, hambrienta de alimento e interioridad; a América del Norte, determinada a redescubrir las raíces de una identidad que no se define a partir de la exclusión; a Asia y Oceanía, desafiadas por la capacidad de fermentar en la diáspora y dialogar con la vastedad de culturas ancestrales” (Francisco 25/6/2015). 

Si bien reconocía y valoraba la diversidad, cabe resaltar que Francisco optó por la pastoral de las periferias geográficas y existenciales, que en la labor internacional del Papado la aplicó como una forma de corregir la inequidades que denunció en diversas intervenciones. Al definir sus viajes, el Papa mostró no dar prioridad a los países centrales (ni siquiera a aquellos donde la presencia de la Iglesia data de siglos), como se vio al inaugurar el Jubileo de la Misericordia desde Bangui (República Centroafricana) o al preferir una visita pastoral a Córcega y declinar la invitación a la reapertura oficial de Notre-Dame de París. También, él ha optado por designar como secretario de Estado a Pietro Parolin, quien cuenta con experiencia en América Latina, ya que se desempeñó como nuncio en Venezuela.

El Pontificado de Francisco ha introducido una redefinición del perfil de los Nuncios,[6] lo cual se condice con la relevancia que el Papa otorgó a la diplomacia. A sus representantes diplomáticos les dijo: “Recuerden que representan a Pedro, roca que sobrevive al desbordamiento de las ideologías, a la reducción de la Palabra a mera conveniencia, a la sumisión a los poderes de este mundo que pasa. (…) La diplomacia pontificia no puede ser ajena a la urgencia de hacer palpable la misericordia en este mundo herido y quebrantado. La misericordia debe ser el código de la misión diplomática de un nuncio apostólico (…) Esta radical novedad de percepción de la misión diplomática libera al representante pontificio de intereses geopolíticos, económicos o militares inmediatos, llamándolo a discernir en sus primeros interlocutores gubernamentales, políticos y sociales y en las instituciones públicas, el anhelo de servir al bien común (…)” (Francisco, 23/09/2016, énfasis mío).

Tras más de una década del Cardenal Parolin a cargo de la Secretaría de Estado (confirmado por el Santo Padre León XIV, sucesor de Francisco en el ministerio petrino), es importante referir la estructura de esta área plasmada en la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium (PE), sobre la reforma de la Curia Romana, aprobada en 2022. Allí se señala que tal Secretaría, en tanto “secretaría papal, ayuda de cerca al Romano Pontífice en el ejercicio de su suprema misión” (PE Art. 44°). Seguidamente, en el documento se establece que tal área “está dirigida por el Secretario de Estado” y “comprende tres secciones: la Sección para los Asuntos Generales, bajo la dirección del sustituto, con la ayuda del asesor; la Sección de Relaciones con los Estados y Organismos Internacionales,[7] bajo la dirección del propio secretario, con la ayuda del subsecretario y un subsecretario para el sector multilateral; la Sección para el Personal Diplomático de la Santa Sede,[8] bajo la dirección del secretario para las Representaciones Pontificias, con la ayuda de un subsecretario” (PE Art. 45°).

Como observa el Cardenal Oscar Rodríguez Madariaga, sdb, integrante del selecto Consejo de Cardenales creado por el Pontífice para llevar adelante la reforma de la Curia Romana solicitada en las deliberaciones previas al Cónclave de 2013, “la Secretaría de Estado es un organismo que, desde san Pablo VI, ha venido experimentando mayores o menores cambios en estas últimas décadas, tratando de responder a lo reflejado en el Código de Derecho Canónico de 1983”.  La tercera sección de tal Secretaría fue creada por Francisco en 2017, sustituyendo “más o menos a la Oficina de Recursos Humanos (…) En el fondo lo que subyace es una preocupación sobre la vida persona y espiritual de los miembros del personal diplomático y de la Secretaría de Estado. A ello se une aquella intención del Papa de que, en la formación del personal diplomático, se dedique un año a la ‘actividad misionera’ para dotar a la misión diplomática no solo de un marcado tinte de gestión político-eclesial, sino también de un fuerte acento misionero” (Rodríguez Madariaga 2022, 32-33).   

Hasta aquí entonces, en líneas generales, las disposiciones de Francisco sobre “su” propio personal diplomático. Ahora bien, más allá de lo que fui adelantando, ¿qué expresó el Papa en cuanto a la noción de la Iglesia respecto a las relaciones internacionales?

El referido interés del Pontífice por la situación del sistema internacional y del accionar diplomático fue incluido en su encíclica social Laudato si’. Por un lado, cuando denuncia la “inequidad planetaria” (LS 48 y siguientes), el Papa pide por una ética de las relaciones internacionales, con términos similares a los empleados en su prefacio al libro de Bertone (LS 51). Por otro lado, es de resaltar que dentro de la noción de “ecología integral”, Francisco incorporó como una de las dimensiones de la misma a la “ecología social”, entendiendo que “la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana” (LS 142). Por eso mismo, dicha ecología social, dice el Papa, es “necesariamente institucional”, comprendiendo desde “el grupo social primario” hasta “la vida internacional” (LS 142). De manera que resulta comprensible que volvamos a dar con una consideración de las instituciones internacionales en la sección que la encíclica dedica a “algunas líneas de orientación y acción” (Capítulo V). Y es aquí donde nos encontramos con un abordaje más profundo sobre su propuesta institucional de gobernanza internacional, respecto a lo planteado en Evangelii Gaudium.

Ciertamente, si bien fue prevista por Pío XII hacia la Segunda Posguerra, fue Juan XXIII, en un contexto de internacionalización de la cuestión social (Cf. Farrell 1994), quien en 1963 propuso la necesidad de una “autoridad pública mundial”, verdaderamente representativa de las naciones (esto es, que no fuese dirigida por unos pocos y que no estuviese al servicio de los poderosos), con el objetivo de “conducir al bien común universal” a través de la “protección de los derechos del hombre” (Pacem in Terris 136 a 139). Su sucesor, Pablo VI, retomó la iniciativa tanto en su histórica visita a la ONU en 1965 como en su encíclica social de 1967, dedicada a la noción cristiana del desarrollo, es decir, el desarrollo integral (o sea, de toda la persona humana y para todos los hombres y mujeres), pues la “colaboración internacional” necesita “unas instituciones que la preparen, la coordinen y la rijan hasta construir un orden jurídico universalmente reconocido. De todo corazón, Nos alentamos las organizaciones que han puesto mano en esta colaboración para el desarrollo y deseamos que crezca su autoridad. ‘Vuestra vocación —dijimos a los representantes de la Naciones Unidas en Nueva York— es la de hacer fraternizar no solamente a algunos pueblos, sino a todos los pueblos (...). ¿Quién no ve la necesidad de llegar así progresivamente a instaurar una autoridad mundial que pueda actuar eficazmente en el terreno jurídico y en el de la política?’” (Populorum Proggresio -PP- 78).

Estos señalamientos fueron ampliados en 2009 por Benedicto XVI, quien designó como “política” a esa autoridad mundial y la puso en el horizonte de “la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional. El papa Ratzinger señaló que el “gobierno de la globalización” requiere de una nueva institucionalidad, la cual, ateniéndose “de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad”, debiera intervenir en un amplio espectro de áreas de políticas (la economía y las finanzas, el desarme, la paz, la seguridad alimentaria, la salvaguarda del ambiente y las migraciones) para contribuir al “desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional” (Caritas in Veritate 67).   

A la luz de lo expuesto, me parece importante señalar que en Laudato Si’ Francisco retoma el sendero recorrido por sus antecesores mencionados precedentemente, aludiendo a esas contribuciones como parte de “la línea ya desarrollada por la Doctrina Social de la Iglesia” (LS 175). Así, recupera expresamente la propuesta de establecer una “autoridad política mundial” (con atribuciones de sanción y prevención en las cuestiones públicas ya señaladas por Benedicto XVI) (LS 175). No obstante, acaso pensando en un esquema mundial de balance de poder, el Papa enfatizó más que sus predecesores la necesidad de un entramado plural,[9] compuesto de “instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas”. Esto se comprende desde la visión crítica de Francisco respecto a la globalización,[10] juzgando incluso que el “sistema de gobernanza” mundial ha quedado caduco, sobre todo en lo que hace a evitar que lo económico-financiero esté por sobre la política, debilitando el “poder de los Estados nacionales”.

De ahí entonces que la propuesta del Santo Padre otorgue, en el mismo numeral, un rol destacado a la diplomacia, al punto de decir que ésta tiene “una importancia inédita en orden a promover estrategias internacionales que se anticipen a los problemas más graves que terminan afectando a todos” (LS 175, énfasis mío). Este llamado del Papa evidentemente se relaciona también con su preocupación ante el despliegue de lo que él denominara una “Tercera Guerra Mundial en pedacitos” (Francisco 22/01/2017), según referí más arriba.  

El hecho de que Laudato Si’ se publicara casi de manera concomitante con la COP 21 de París y la Agenda 2030 de la ONU y cierta coincidencia (no acrítica) entre la Santa Sede y los 18 Objetivos de Desarrollo Sostenible, hicieron que algunos sectores refractarios a estas propuestas vieran en ellas una suerte de “conspiración” de unos pocos hacia un “nuevo orden mundial”. De ahí a tildar al Santo Padre de “globalista”, había un paso.

Ante eso, considero importante aclarar que, al menos por el lado de la Sede Apostólica, la nueva gobernabilidad internacional que propuso el Pontífice no se puede confundir con la búsqueda de una suerte de Estado mundial, ni se trata de la aspiración del Vaticano a ser la representación del mismo. Lejos de estas tergiversaciones malintencionadas, el Papa comprendió el carácter poliédrico de la “casa común” (en oposición a la “esfera” uniformante de la “inequidad” y el “descarte”[11]), y también reivindicó que cada Estado pueda ejercer su soberanía (LS 173). Esto último permite señalar, tal como sostiene Emilce Cuda, que en Francisco hay una preocupación por los fundamentos teológico políticos del Estado. Según sea la noción de Dios que tenga una comunidad política, de allí derivarán una particular visión sobre el hombre, sobre la cultura y sobre las formas de interpretar los principios de libertad e igualdad (Cuda, 2016).

Por eso, la crítica que el Papa hizo a la “razón de Estado” bien puede entenderse como una crítica a un modo incorrecto en el que aquel se halla fundamentado, lo que en ningún modo supone aminorar su soberanía, más bien lo contrario. No obstante, desde la óptica del Pontífice, los Estados deben evitar la autorreferencialidad, comprometiéndose en la búsqueda de “caminos consensuados para evitar catástrofes locales que terminarían afectando a todos” (LS 173).

Así y todo, cuando en 2020 Francisco publicó Fratelli Tutti, parece responder a esas voces críticas de las orientaciones de la Santa Sede respecto al sistema internacional y señala con contundencia: “Cuando se habla de la posibilidad de alguna forma de autoridad mundial regulada por el derecho no necesariamente debe pensarse en una autoridad personal. Sin embargo, al menos debería incluir la gestación de organizaciones mundiales más eficaces, dotadas de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos elementales” (FT 172).

Al igual que lo hizo en la ONU en 2015, el Santo Padre exhorta con contundencia y de manera detallada a “una reforma ‘tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones’. Sin duda esto supone límites jurídicos precisos que eviten que se trate de una autoridad cooptada por unos pocos países, y que a su vez impidan imposiciones culturales o el menoscabo de las libertades básicas de las naciones más débiles a causa de diferencias ideológicas. Porque ‘la Comunidad Internacional es una comunidad jurídica fundada en la soberanía de cada uno de los Estados miembros, sin vínculos de subordinación que nieguen o limiten su independencia’. Pero ‘la labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal. (…) Hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental’. Es necesario evitar que esta Organización sea deslegitimizada, porque sus problemas o deficiencias pueden ser afrontados y resueltos conjuntamente” (FT 173).

En el parágrafo siguiente expone, reforzando el énfasis de la necesidad de la plena vigencia del Derecho Internacional, qué actitudes se necesitan para la reforma institucional a la cual insta a la comunidad de Estados: “Hacen falta valentía y generosidad en orden a establecer libremente determinados objetivos comunes y asegurar el cumplimiento en todo el mundo de algunas normas básicas. Para que esto sea realmente útil, se debe sostener ‘la exigencia de mantener los acuerdos suscritos —pacta sunt servanda—‘, de manera que se evite ‘la tentación de apelar al derecho de la fuerza más que a la fuerza del derecho’. Esto requiere fortalecer ‘los instrumentos normativos para la solución pacífica de las controversias de modo que se refuercen su alcance y su obligatoriedad’. Entre estos instrumentos normativos, deben ser favorecidos los acuerdos multilaterales entre los Estados, porque garantizan mejor que los acuerdos bilaterales el cuidado de un bien común realmente universal y la protección de los Estados más débiles” (FT 174).

Junto con estos señalamientos importantes, el Papa no olvidó que uno de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia es la función subsidiaria del Estado en favor de las sociedades intermedias. Por eso se comprende el siguiente agregado: “Gracias a Dios tantas agrupaciones y organizaciones de la sociedad civil ayudan a paliar las debilidades de la Comunidad internacional, su falta de coordinación en situaciones complejas, su falta de atención frente a derechos humanos fundamentales y a situaciones muy críticas de algunos grupos. Así adquiere una expresión concreta el principio de subsidiariedad, que garantiza la participación y la acción de las comunidades y organizaciones de menor rango, las que complementan la acción del Estado” (FT 175).

Como mencioné más arriba, tras ocho años de la publicación de Laudato Si’, y ante la inminencia de la realización de la COP 28 de Dubai, Francisco publicó Laudate Deum. Allí el Papa señala que “por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes” (LD 5). En ese sentido, respondió a las críticas negacionistas de esta realidad científicamente constatada, evidenciando que dentro y fuera de la Iglesia hay “personas que pretendieron burlarse de esta constatación” (LD 6). Pero en este documento el Santo Padre plasmó también su visión respecto al funcionamiento del sistema internacional.

En línea con lo ya dicho por él mismo y por sus predecesores sobre la autoridad pública/política mundial, Francisco señala: “No es conveniente confundir el multilateralismo con una autoridad mundial concentrada en una persona o en una élite con excesivo poder (…). La cuestión es que deben estar dotadas de autoridad real de manera que se pueda ‘asegurar’ el cumplimiento de algunos objetivos irrenunciables. De este modo se daría lugar a un multilateralismo que no dependa de las circunstancias políticas cambiantes o de los intereses de unos pocos y que tenga una eficacia estable” (LD 35).

Francisco sostiene además que “más que salvar el viejo multilateralismo, parece que el desafío actual está en reconfigurarlo y recrearlo teniendo en cuenta la nueva situación mundial”, recordando (a partir de “el proceso de Ottawa contra el uso, producción y manufactura de las minas antipersonales”) que “el principio de subsidiariedad también a la relación mundial-local” (LD 37).

Respecto a la globalización, el Papa indica que “a mediano plazo (…) favorece intercambios culturales espontáneos, mayor conocimiento mutuo y caminos de integración de las poblaciones que terminen provocando un multilateralismo ‘desde abajo’ y no simplemente decidido por las élites del poder” (LD 38, énfasis mío).

Es en este contexto donde Francisco refiere lo que ya anticipé más arriba, es decir, la necesidad de una “diplomacia multilateral que responda a la nueva configuración del mundo (…), porque la experiencia de siglos tampoco puede ser desechada”, al punto de que, más bien, “debe ser parte de la solución” (LD 41).

En un mundo “tan multipolar y a la vez tan complejo”, hace falta, según el Pontífice, “un marco diferente de cooperación efectiva”. Esto es así, porque, según entiende, “no basta pensar en los equilibrios de poder sino también en la necesidad de dar respuesta a los nuevos desafíos y de reaccionar con mecanismos globales ante los retos ambientales, sanitarios, culturales y sociales, especialmente para consolidar el respeto a los derechos humanos más elementales, a los derechos sociales y al cuidado de la casa común. Se trata de establecer reglas globales y eficientes que permitan ‘asegurar’ esta tutela mundial” (LD 42).

El propio Francisco señala que todos esos señalamientos, al fin de cuentas, “supone[n] generar un nuevo procedimiento de toma de decisiones y de legitimación de esas decisiones, porque el establecido varias décadas atrás no es suficiente ni parece eficaz. En este marco necesariamente se requieren espacios de conversación, de consulta, de arbitraje, de resolución de conflictos y de supervisión, y en definitiva una suerte de mayor ‘democratización’ en el ámbito global para que se expresen e incorporen las variadas situaciones. Ya no nos servirá sostener instituciones para preservar los derechos de los más fuertes sin cuidar los de todos” (LD 43, énfasis mío).

A modo de conclusión

Al comenzar este trabajo formulaba la siguiente pregunta: ¿Cuál fue el aporte específico del Papa Francisco a la perspectiva católica sobre las relaciones internacionales? A partir de lo que expuse, es momento entonces de dar una respuesta a tal interrogante. Así, por un lado, son evidentes los signos de continuidad del Pontífice argentino y jesuita respecto a sus predecesores en cuanto a la perspectiva sobre las relaciones internacionales. Francisco heredó no sólo una estructura diplomática profesional que se extiende alrededor del mundo, sino también una concepción sobre el sistema internacional, particularmente la necesidad de la constitución de una autoridad política/pública internacional verdaderamente eficaz y no rehén de las potencias de turno, tal como plantean los Papas desde Juan XXIII.

Pero, por otro lado, puesto que el método de la Doctrina Social de la Iglesia es el ver-juzgar-actuar (Cf. Mater et Magistra 236), claramente no es igual lo que vio Francisco al cabo del primer cuarto del siglo XXI que lo que vieron sus antecesores. En tal sentido, desde la aplicación del discernimiento evangélico e histórico, la situación de crisis civilizatoria socio-ambiental llevó al Santo Padre a ajustar más, por así decirlo, la propuesta de sus predecesores, según indica el contexto actual y dramático de grito de la tierra y grito de los pobres, cuya solución pasa por hacer realidad efectiva la justicia social (Cf. Laudato Si’ 49).

En ese sentido se comprenden los denodados esfuerzos que hizo del Papa por señalar la necesidad de reconfigurar el multilateralismo, a partir de la diplomacia “clásica”, por decirlo de alguna manera, pero también -y aquí está tal vez la mayor novedad que aportó Francisco- a partir del protagonismo de las organizaciones de la sociedad civil, según los principios de participación y subsidiariedad, que la Iglesia postula, junto a la solidaridad y el destino universal de los bienes, para lograr el bien común, que se traduce en el desarrollo humano integral y sostenible, nuevo nombre de la paz (Cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 2004; Cf. LS 13; PP 76).

Tal propuesta es relevante, pertinente y vigente para la época desafiante que le toca a León XIV, porque, como decía Francisco, “sigue siendo lamentable que las crisis mundiales sean desaprovechadas cuando serían la ocasión para provocar cambios saludables. Es lo que ocurrió en la crisis financiera de 2007-2008 y ha vuelto a ocurrir en la crisis del covid-19” (LS 36). Por eso entonces se necesita dar lugar a “un multilateralismo ‘desde abajo’ y no simplemente decidido por las élites del poder”, de manera que “luchadores de los más diversos países [que] se ayudan y se acompañan, pueden terminar presionando a los factores de poder” (LD 38). Así, tras una “democratización” (LD 43), “(…) la sociedad entera, debería ejercer una sana ‘presión’, porque a cada familia le corresponde pensar que está en juego el futuro de sus hijos” (LD 58).

Esto es totalmente coherente con la insistencia de Francisco en “construir liderazgos que marquen caminos” (LS 53), en dar lugar a “líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad” (FT 159), a los efectos de “recuperar la credibilidad de la política internacional, porque únicamente de esa manera concreta será posible reducir notablemente el dióxido de carbono y evitar a tiempo los peores males” (LD 59). Por eso hacen falta “estrategas capaces de pensar en el bien común y en el futuro de sus hijos, más que en intereses circunstanciales de algunos países o empresas. Ojalá -dice Francisco- muestren así la nobleza de la política y no su vergüenza. A los poderosos me atrevo a repetirles esta pregunta: ‘¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?’ ” (LD 60).  

Más allá de su rol pastoral-espiritual (pero que le da su valiosa identidad), el propio Pontífice fue un ejemplo de contribuir a ese nuevo multilateralismo desde abajo, democrático, con sus textos y sus gestos, concretamente con los viajes pastorales, sus mensajes ante organizaciones internacionales y el diálogo ecuménico e interreligioso, proponiendo, en un sentido muy amplio, “crear coaliciones (…) culturales, educativas, filosóficas, religiosas” (Francisco, 13/05/2016).

No es casual que Francisco, al proponer al fin de cuentas la armonía para el sistema internacional, haya titulado a sus principales documentos sociales (LS, FT y LD) con expresiones de San Francisco de Asís, ejemplo de armonía integral (con el Creador, con la Creación, con los semejantes y con uno mismo), acaso una definición positiva de paz (en vez de la negativa, o sea, “ausencia de guerra”). Tal vez esto ayude a comprender la expresión, sumamente sugerente, del Papa León XVI al saludar al mundo el día de su elección, instando a “una paz desarmada y desarmante”, fruto pascual de Jesucristo.   

Como señalé, la opción pastoral de Francisco no estuvo ni está exenta de críticas más o menos intensas, pero también algunos mostraron entusiasmo ante lo que entendían como avanzar en dirección a una suerte de “Internacional Socialista”, como alternativa a la globalización capitalista (Vattimo 23/11/2014). Sin embargo, tal rol de contra-imperio para Schmitt no era el camino adecuado. Decía este autor: “La Iglesia se habría olvidado de sí misma si se prestase a ser simplemente la polaridad llena de alma frente a lo sin alma. Se habría convertido así en el deseado complemento del capitalismo…” (2009: 58). Según entiendo, Schmitt apuntaba, a su manera, a algo más que lo meramente inmanente y sus contingencias. Ese plus es la fe de la Iglesia en el Dios Uni-Trinitario que hace que la historia no se cierre sobre sí misma y que trabaje con esperanza para que los pueblos tengan vida y vida en abundancia (Cf. Juan 10,10)   

 

***

Oración por la Paz

Pronunciada por el Papa Francisco

Jardines Vaticanos
Domingo, 8 de junio de 2014.

 

“Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.

Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra!»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz. Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz. Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.”


(*) Doctor en Ciencia Política. Profesor universitario.

Referencias bibliográficas

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Documentos magisteriales

Benedicto XVI, Papa. 2009. Encíclica Caritas in Veritate.

Concilio Vaticano II. 1962-1965. Documentos Completos.

Francisco, Papa. 2013. Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (EG).

Francisco, Papa. 2015. Encíclica Laudato Si’ (LS).

Francisco, Papa. 2016. Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia (AL).

Francisco, Papa. 2020. Encíclica Fratelli Tutti (FT).

Francisco, Papa. 2022. Constitución Apostólica Praedicate Evangelium (PE).

Francisco, Papa. 2023. Exhortación Apostólica Laudate Deum (LD).

Juan XXIII, Papa. 1961. Encíclica Mater et Magistra.  

Juan XXIII, Papa. 1963. Encíclica Pacem in Terris.

Pablo VI, Papa. 1967. Encíclica Populorum Progressio (PP).

Pontificio Consejo de Justicia y Paz. 2004. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.  

 

 

 

 

 



[1] El presente trabajo retoma, actualiza y reestructura lo ya dicho en mi artículo “Toward a new government of the international system: Analysis of the proposal of Pope Francis”, in The Politics and Religion Journal 11 (2): 235-252.

 

 

[2] Sobre todo al hablar reiteradamente de la “martirizada Siria” y la “martirizada Ucrania”. Tal vez, pese a que Francisco apenas llegó a ver el recrudecimiento dramático del conflicto en Medio Oriente, hoy escucharíamos hablar de la “martirizada Gaza”.

[3]Al tratarse de documentos magisteriales, que tienen fuerza de ley para la Iglesia, utilizo los verbos en presente, dada la vigencia canónica, además de la correspondencia con el contexto epocal.

[4] En línea con lo señalado por Claudio Acquaviva en De Confesaris realis, de 1602, sobre la confesión de los reyes. Este autor fue mencionado por el Papa en su discurso a la Curia Romana de diciembre de 2016 (Francisco, 30/12/2016). Otra figura importante de la tradición jesuita es Roberto Belarmino, fuertemente involucrado con los asuntos políticos y culturales de su tiempo. El Papa lo cita en Amoris Laetitia (AL 124).

[5] Con lo cual se ratificó la orientación eclesial de buscar influir sobre los sistemas partidarios antes que constituir “partidos católicos”, como en el pasado.

[6] Ya que el propio Papa reconoce que no siempre se pudo haber actuado correctamente: “La diplomacia vaticana tiene que ser mediadora, no intermediaria. Si, a lo largo de la historia, la diplomacia vaticana hizo una maniobra o un encuentro y se llenó el bolsillo, pues cometió un pecado muy grave, gravísimo” (Francisco, 22/01/2017).

[7] Le compete: “1º cuidar de las relaciones diplomáticas y políticas de la Santa Sede con los Estados y con otros sujetos de derecho internacional y tratar los asuntos comunes en orden a la promoción del bien de la Iglesia y de la sociedad civil, también mediante la estipulación de concordatos y otros convenios internacionales, teniendo en cuenta la opinión de los organismos episcopales interesados; 2º representar a la Santa Sede en las organizaciones intergubernamentales internacionales, así como en las conferencias intergubernamentales multilaterales, valiéndose, si fuera necesario, de la colaboración de los dicasterios y organismos competentes de la Curia Romana; 3º conceder el nihil obstat siempre que un dicasterio u organismo de la Curia Romana pretenda publicar una declaración o un documento relativo a las relaciones internacionales o a las relaciones con las autoridades civiles” (PE Art. 49°).

[8] Según se dispuso, “§ 1. La Sección para el Personal Diplomático de la Santa Sede se ocupa de las cuestiones relativas a las personas que trabajan en el servicio diplomático de la Santa Sede, en particular de sus condiciones de vida y de trabajo y de su formación permanente. Para llevar a cabo su cometido, el secretario visita las sedes de las Representaciones Pontificias, convoca y preside las reuniones relativas a la provisión de las mismas. § 2. La sección colabora con el presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica en lo que se refiere a la selección y formación de candidatos al servicio diplomático de la Santa Sede y mantiene contacto con el personal diplomático jubilado. § 3. La sección ejerce sus funciones en estrecha colaboración con la Sección para los Asuntos Generales y con la Sección de Relaciones con los Estados y Organismos Internacionales, las cuales, cada una según sus áreas específicas, se ocupan también de las materias relativas a los Representantes Pontificios” (PE Art. 52°).

 

[9] Esta interpretación resulta plausible si se tiene en cuenta que en todo el documento no cita a las Naciones Unidas, más allá de la importante visita que el Papa luego realizó en septiembre de 2015. 

[10] Las únicas veces que aparece este término en el documento, es para decir “globalización de la indiferencia” (LS 52) y “globalización del paradigma tecnocrático” (LS 106 y siguientes).

[11] La encíclica critica fuertemente la raíz cultural de la crisis en tanto predominio de la “cultura del descarte” (LS 16).

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