“Poética de la respuesta”: Una introducción a Hugo Mujica

 


Por Aníbal Torres

“la creación, la respuesta, la obediencia: abaudire y oboedire: anunciación y encarnación, no se obedece a algo externo, no es del orden de la ley, se responde encarnando lo escuchado, dando carne a lo aún no sido: es del orden del amor, es creación. Es génesis.”

(HM, “Teresa, nuestra Teresa”) 

“Solo creería en un dios que supiera bailar

(Nietzsche)

 Origen y destino: “yo, que también soy ciego”

En cierta ocasión, en un programa de televisión un conocido conductor le preguntó a Hugo Mujica: “¿Usted es ortodoxo?” El poeta y sacerdote argentino respondió: “Espero… Sí, soy bastante ortodoxo, lo que no me hace necesariamente tomista, para mí la ortodoxia es el Evangelio y desde ahí para delante o desde ahí un salto hasta hoy y ver que está diciendo eso a la gente de hoy, al dolor de hoy y a la pregunta de hoy”. Para ese entonces, Mujica había pasado “mil peripecias”, y tenido tres nacimientos: el de 1942, en Buenos Aires, en el seno de una familia modesta, de extracción obrera-sindical, que luego se trasladaría a Avellaneda; el de 1961, donde siendo adolescente partió sin recursos a Estados Unidos y conquistó una lengua que no conocía y se abocó a la pintura. Hacia fines de los 60’, comprobó –no sin atravesar infiernos personales— que “la salida era: o la mística, o el pulmotor donde se moría por exceso de drogas, o volver al sistema y ser un poco más hippie de lo mismo”, como dijo más de una vez; y, por último, el de 1970, donde ingresó a la orden Trapense, una de las familias religiosas del catolicismo. Hugo sintió que allí “latía lo sagrado” que “pertenecía a esa gestualidad” desde una “comprensión estética”, sin proyecto propio (por la obediencia), sin lenguaje (por el riguroso silencio, tajado por el canto de los salmos responsoriales) y sin reflejo narcisista (por la carencia de espejos). En ese clima silente se dio “el gran viraje” de su vida que lo llevó a la poesía, posibilitada por la escucha: umbral. Allí, hacia 1973, en la Trapa de Azul, escribió su primer poema, en el que estaba en ciernes su característico estilo conciso, vital, despojado, religante y respondiente:

“el sol se pone tras la ventana de la cocina/ el té está casi listo”.

En esa atmósfera de recogimiento personal para escuchar al “maestro interior” (como diría San Agustín), Mujica descubrió, como contará muchas veces, que el silencio “habla”, y sintió la necesidad de compartir lo que vivía y lo desbordaba. Aparecía entonces la necesidad de dar una respuesta, que encontraría su mejor forma de expresión en la poesía. Así, hacia 1977 dejó el riguroso silencio de la vida monástica cisterciense. De regreso a la Argentina, luego de uno de sus viajes a Europa, entendió que el sacerdocio ministerial le daría la estructura desde la cual podría comunicar no lo que hacía sino el don escuchado y acunado. Fue ordenado en 1983, cuando su país recuperaba la democracia.

Con el paso del tiempo, Mujica se iría convirtiendo en un referente cultural, manteniendo largos diálogos en televisión, participando de mesas redondas con figuras como Ernesto Sábato, Juan José Sebreli o el hermano David Steindl-Rast, sobre temas tan dispares como el Mayo Francés, Umberto Eco e Internet, la necesidad de una nueva ética (replanteada desde la debilidad, en particular del otro, del pobre) y la posibilidad de un humanismo abierto ante un sistema neoliberal que fagocita todo, incluso la cultura y la religión.

Así, a lo largo de los años, Mujica sería un invitado frecuente en diferentes programas, pero también incursionó con su arte en otros ámbitos, como el teatro (con la gran Marilú Marini encarnando a Teresa de Jesús), un corto cinematográfico y los diálogos y clases a través de las nuevas plataformas.

Aquel niño de Avellaneda, cuyo padre había perdido la visión, jugaba con la fantasía de simular la ceguera, llevar un bastón blanco y tener solamente la capacidad de responder “sí” a las preguntas u ofrecimientos que le dirigían los demás. Esa, diría Mujica a sus más de 80 años, es tal vez la imagen que permite comprender toda su vida.

También, podemos decir que Hugo Mujica es uno de los autores que tanto desde su obra escrita (con sus poesías pero también con sus ensayos) como con sus intervenciones orales, trata con gran originalidad de mantener encendida la fogata originaria y originante de la creatividad. Lo que escribió sobre Francis Bacon en La carne y el mármol, se lo aplicamos a él mismo:

 

“Cada grito, en la creatividad, es grito de parto.

Cada grito, en Bacon, crea: es pintura, no cuadro. Creación, no cultura. 

 

            Relámpago, no trueno”

En su vida, Mujica pasó del barro a la gloria, del temple anímico de la angustia al de la serenidad, como dice en Señas hacia lo abierto, “desde la angostura de un pecho oprimido a la inmensidad de un corazón serenado”, respecto a Heidegger. (HM, 2021: 12). Así, desde hace más de 50 años es centinela y pastor del Ser, cantando “la canción de lo Sagrado”, pensando poéticamente o poetizando pensativamente, con “la firmeza de una coherencia intelectual plenamente asumida” (Rodríguez Francia, 2007: 164). Aplicándole nuevamente a él sus propias palabras, decimos: “Esa es su singularidad. Su fecundidad. Su don de sí”, un tajo en la cultura y en el culto, fascinado y comprometido existencialmente con “la creatividad: el insondable misterio del paso del no estar al aparecer, el misterio al que una y otra vez, y esta vez de nuevo, intento asomarme, el que intento deletrear” (HM, 2014: 13 y 34). En términos de la alegoría nietzscheana en el Zaratustra, en vez del camello o el león, prefirió ser como el niño que juega, lo cual supone un salto hacia arriba: la libertad en la creatividad y no la trampa del conflicto entre el mandato de la repetición (ser héroe, santo o científico, según el modelo impuesto en cada época) y la rebelión frente un sistema, una cosmovisión.  

Podemos reconocer a Mujica inserto en la tradición sapiencial del misterio (asombro), la reverencia (escucha) y lo abierto (dejar ser), esas palabras que no gozan de prestigio académico. Así, al cabo de una vida que contiene muchas vidas (joven obrero sostén de su familia, pintor admirador de Mark Rotkho, monje trapense discípulo de Thomas Keating y André Louf, “Padre”[1] desde el sacerdocio ministerial católico, y escritor reconocido internacionalmente), Mujica llegó a ser considerado como “uno de los poetas anunciados por Heidegger”,[2] “ese hombre -nos dice en La palabra inicial- a quien nunca conocí y con quien, paradójicamente, creo que más he dialogado en mi existencia”, reconocerá el autor (HM, 2010: 13).

Su extensa obra escrita (más de 70 libros llevan el nombre de Mujica, entre reediciones, antologías, traducciones, etc.) lo hacen conocido y reconocido, cierta y lamentablemente más en el exterior que en su propio país. Por un lado, Olga Orozco dividía los textos mujicanos entre “libros de la duda y libros de la fe”, reflejando así lo que el poeta dirá en “Ausencia”: “es sobre esta duda que ahora escribo, o tal vez sea, sobre la misma esperanza que siempre escribí”. Por otro lado, Sábato llegó a calificarlo de “terrorista metafísico”, afirmando también: “Finalmente lo único que salva al hombre es el espíritu (…) Hugo Mujica es un gran poeta escritor o yo no tengo intuición de lo que es la literatura. El tiempo lo dirá a todos” (2011). Por otra parte, Ana María Rodríguez Francia vio en Mujica al ciego-vidente lírico, al peregrino y al mendigo de las musas cuya poesía remite, de manera más o menos explícita, a la vida monacal, atravesada por el agua y el viento, acaso símbolos de la vida y la muerte, respectivamente (2007). Y Juan Esteban Londoño afirma: “La poesía de Mujica busca ser un reflejo de la vida cuando se piensa a sí misma a través de la escritura. Lo que en algún tiempo este poeta llamó dios, en sus textos dedicados a la espiritualidad cristiana, o el ser, o el acontecimiento, en sus textos dedicados a Heidegger, ahora lo llama vida. Para Mujica, la vida es multiplicidad más rica que toda teoría, ya sea filosófica o teológica y supera las valoraciones que hace la conciencia sobre lo bueno o lo malo para humanizarse en potencia artística” (2018, 69).

Oriundo y extranjero al mismo tiempo, alguna vez Osvaldo Quiroga expresó: “Nos tenemos que sentir orgullosos de tener un Hugo Mujica en nuestro país”. Pero ciertamente el creador alguna vez dirá “y nunca me sentí tan extranjero”.

En línea con lo anterior, lo que sigue es fruto tanto de la gratitud hacia el autor como del diálogo con amigos “mujicanos” de diferentes latitudes.[3] Los siguientes tópicos tal vez resulten, acaso, una introducción -entre otras posibles- al gran Hugo Mujica.   

Dios como pregunta, cuña y abismo: “soy deseo de dios muriendo carne, soy carne deseándose dios”

Una de las expresiones que nos acercan a la noción mujicana de Dios, la brasa blanca, es su insistencia en que, a diferencia de lo que común y tradicionalmente se piensa (y se asume), “yo creo que Dios es la gran pregunta por la vida, no la respuesta. Dios es la cuña que permite que nada se cierre en sistema, la gran ausencia (…) En gran parte la religión es un sistema de defensa de Dios, o sea, tenemos claro qué hay que hacer, con qué hay que cumplir para que Dios se quede ahí y yo acá. La religión se vuelve una gran trampa de negociar, y no la exigencia absoluta en la cual la vida se juega la vida. (…) Esto no es un juicio sobre la gente, porque cada uno hace lo que puede y todo está muy duro, pero ante la idea de aferrarse está la idea de que Dios es quien te quita el piso, más que darte de qué aferrarte”.

La crítica a la noción convencional y domesticada de Dios, Mujica la graficaba diciendo: “Da tranquilidad, pero una tranquilidad burguesa”. En esa misma línea dirá: “Incluso a dios lo revestimos: es el omnisciente, sabe todo, tiene todos los poderes. ¿Qué pasaría si pensamos en un dios [diferente], como dice Marguerite Yourcenar en Opus Nigrum? [Ahí alguien] está curando a un Abad y el Abad entonces aprovecha para predicar (de paso le explica, porque el otro no creen en nada) Y él dice: ‘el dios que usted me cuenta no me importa para nada. Si me contara un dios que me necesita, ¡cuántos incrédulos como nosotros iríamos a ayudarlo!’ Para mí –dice Mujica- ¡eso es abismal!, en comparación al Dios del poder que nosotros generamos, en el cual nos hace sentir impotentes porque nuestras palabras no lo pueden expresar”. De ahí que en su poética la palabra “Dios” aparece con minúscula, porque “implica un dios desnudo de poder (…) en todo caso sería para aceptar el abismo humano y no la altura divina.” Porque “Dios es otra cosa: Dios es una apuesta, un abismo, una inseguridad (en el buen sentido): aquello que desmiente todas la seguridades que nosotros nos creamos para olvidarnos de la seguridad última: que nos vamos a morir”.

En la perspectiva mujicana hay que tomar debida cuenta de la constatación de la muerte de Dios, realizada por Nietzsche, “y que como dice tan bellamente Camus: ‘Nietzsche no mató a Dios, lo encontró muerto en el alma de su tiempo’. Él viene a corroborar que ese Dios único, moral (…), ya no atrae, ya no congrega”. Pero, ¿qué es lo que murió? Dice Mujica: “Lo que ha muerto es el más allá de Dios. O sea Dios sirve en tanto y cuanto avala mi proyecto, bendice mi egoísmo, y me ayuda a progresar. Dios fue incorporado como parte de otro proyecto, como aquel que lo acompaña, lo bendice y lo lleva a su plenitud. Pero no como aquel que de por sí es él quien da un proyecto al cual nosotros tenemos que adherir, obedecer… Dios ha sido domesticado, hace muchísimo de eso.”

Mujica también expresó, “Creer en Dios no es creer, es crear. Acontecer en el acontecer. Crear a quien nos está creando. (…) Cada instante enciende un milagro. Cada vida da a luz su Dios”. En cuanto a su perspectiva monista, poéticamente dirá: “Yo soy lo que le está pasando a Dios ahora, nos estamos co-creando”.

En la reflexión mujicana, hay entonces sitio para sacar a la luz lo específicamente cristiano, puesto que a partir de haber caído “en manos de lo griego”, se llegó a asumir el “dios de Aristóteles, motor inmóvil”, lo cual hace que el autor se pregunte: “¿qué tiene que ver con Jesús, llorando, o sacando a látigos a la gente, conmoviéndose, crucificado en una Cruz, abandonado por Dios, que se indignaba, que lloraba?”

De manera entonces que “frente a todas las religiones”, en el cristianismo se da “la presencia de un Dios que renuncia al poder. O sea, es el único Dios, de todas las religiones (donde dioses mueren por otros dioses), que se deja matar por los hombres. Es la renuncia a todo poder. O sea precisamente la religión cristiana es la religión de la debilidad. Y en eso está una fuerza, que no es la del mundo” (vale aclarar la polaridad en Mujica: “poder implica cerrado y debilidad implica abierto”). Además, “si el cristianismo tiene una especificidad es que el otro es Cristo”. El autor, combinando el nivel ético con el espiritual, dice incluso: “hablando en extremismo religioso: tu salvación pasa por el otro, no hay forma de ir directamente a Dios, lo que hay forma es de morir vos en el otro y desde ahí nacer en Dios. La trascendencia, no es una línea hacia arriba, es tu proyecto que te lo parte el otro y eso de partirse es abrirse a Dios”. Más aún, “quizás el infierno no sea otra cosa que un yo replegado consigo mismo…”

De manera entonces “que la religión es la posibilidad no solo de que haya un sentido sino de reunirme, de religarme con ese sentido. Para que ese sentido me atraviese y yo sepa cómo responder a la existencia. Y en la especificidad cristiana es que aunque este sentido sea contradecido por la historia y Dios mismo sea crucificado, aun en esa crucifixión vuelve a irrumpir un sentido nuevo, que se llama resurrección.”

 La deconstrucción mística: “¿cuándo leerás mis poemas dios de mi ceguera?”

En obras como El Camino del Nombre, Kyrie Eleison, Kénosis y Dioniso, Mujica da cuenta de que se mueve con soltura tanto en la mística kenótica como plerótica (HM, 2016). En la dicotomía entre la vía apofática y catafática del misticismo, nuestro autor está del lado de la primera, también conocida como vía negativa, que se remota al Pseudo Dionisio Aeropagita. En su texto “Teresa, nuestra Teresa”, Mujica no deja afuera esa división:

“No nos es dado saber lo que es, siempre lo que ya fue: en materia mística el hablar distancia, las palabras cuentan siempre la despedida. El éxtasis, su instante, es indescriptible, no cabe ni en el tiempo ni en las palabras, como suele decirse de toda la mística, y, no obstante, hay libros y libros, memorias y memorias, dichos y dichos de místicos, hay entonces, una mística que calla y una mística que cuenta, una fábula mística, un género literario…”

Mujica prefiere callar. De hecho, es -paradójicamente- elocuente la frase que oficia de portal de ingreso a El saber del no saberse: “la dicha de enmudecer”.

A Mujica le interesa entonces “el Dios de la vida, no de las ideas”. Si bien hace más de tres décadas el autor se abocó a “descubrir la mística de la Iglesia”, sobre todo en la tradición eremítica de la “Oración del Nombre de Jesús” (Kyirie Eleison, muy extendida en el cristianismo oriental, en vez del método racional “leer, emocionarme y sacar una conclusión práctica”), más acá en el tiempo Hugo plantea el tema de manera muy original: “Lo de mística o no mística, o mística y religión lo suelo ilustrar así: cuando un nene pregunta a la madre o al padre ¿quién hizo todo? La respuesta -clásica y en retirada- es ‘Dios’, el nene pregunta quién hizo a Dios, y le dicen que se vaya a jugar que están ocupados… y así se van, aunque, de tanto en tanto alguien se queda abierto, es decir, no se encierra en las respuestas…”   

Pero, ¿qué se entiende por místico? No es algo menor, porque, dice Mujica, “es una de las palabras más ambiguas: va desde la goleada de Messi hasta el silencio absoluto de un místico en una cueva en el Himalaya”. El pensador ubica “al misticismo casi connatural con la existencia, más que la configuración en una disciplina determinada” y señala que al preguntar quién creó a Dios, “ahí estoy en el abismo, ahí estoy en lo místico. En lo que precede a cualquier intelectualización y cualquier comprensión, incluso, la religiosa.” Para el autor, la experiencia mística  remite a lo que “en oriente se llama la talidad: las cosas tal cual son. Creo que esa es la experiencia mística. La posibilidad de tener una relación con la existencia que no es mediada por la simbolización ni la conceptualización. (…) En el cristianismo era el conflicto de si había que abandonar en algún momento la encarnación para pasar a un dios o había que tener presente siempre la encarnación. Para mí la experiencia mística es la posibilidad de encontrarme en lo otro sin volver a mí, es la flecha que va sin regresar”. Una flecha en la niebla

Mujica, pudoroso, rehúsa a considerar su poesía como poesía mística, sin embargo, enmarca la cuestión en “el acontecimiento creativo poético” que en sí “es místico”. Agrega: “Para mí, ese ejercicio del no ser al ser, de algo que no era y acontece, eso para mí es la chispa creativa. (…) Y la poesía mística para mí es la que da cuenta de ese acontecimiento del crear, del crearse. Más aún, considera que “cuanto menos dice la poesía mística, si es verdaderamente mística, o sea si nació en ese lugar abismal, mayor está expresando lo que es eso, que es la incomprensión por exceso (…). Nosotros tenemos esta idea, al cual incluyo al pobre dios, de que lo perfecto es lo acabado. No, para mí lo perfecto es el despliegue de lo infinito.” Así entonces, “la mística para mí es el intento de deconstrucción de la religión, porque la religión es el método.” En cuanto a la unidad, “cristianamente se hablaría del matrimonio, de la vía unitiva. Pero que yo no me uno a algo que ya estaba, yo soy esa unidad. ¿Qué quiere decir descubrir? Quitar lo que lo cubre. Y ahí vuelvo a la deconstrucción mística. Cuando saco todo lo que cubre, acontece lo que acontece, de lo cual yo soy una chispa de un incendio. (…) Si dios es algo que está ahí y yo acá, que sería el dualismo, el monismo es el hecho de que todo es uno.”

De ahí entonces la propuesta mujicana: “En última instancia hay que volver a descubrir lo escondido de Dios y no lo que la razón ya captó y ya lo puso como disponible, como ley, como dogma, como repetición. De nuevo también necesitamos una palabra nueva de Dios, por así decirlo, que también inicie otra historia de Dios”. Con resonancias estéticas, éticas y espirituales, afirma: “la única prueba de la existencia de Dios es la Pasión según San Mateo de Bach, y si Dios no existe, entonces la Pasión según San Mateo de Bach, es Dios”. Así, según la tradición mística renana, donde sobresale el Maestro Eckhart (valorizado por Heidegger), el místico sabe que dios es el sin por qué ni para qué, como la rosa, y pide: “ruego a Dios que me libre de ‘Dios’ ” (Sermón 52), o sea, como dice Mujica, “sin luz alguna que ciegue su transparencia”.

Subir para luego bajar del monte Tabor

Lejos de las versiones vulgares, el autor señala en La palabra inicial que la “tradición apofática, sin luz” remite a “la mística de la oscuridad para lo cual lo decisivo no es conocer sino volver a desconocer; los que saben que ver en la noche no es no ver, es ver la noche” (HM, 2010: 158). Así, Mujica aclarará: “la pasividad, lo que recibe, termina en una poética de la respuesta, del hacer, pero no del hacer desde el propio proyecto, sino quizás qué me está pidiendo la vida o la historia en este momento”.

Al mencionar a la historia, desde esa “poética de la respuesta”, cabe señalar que mientras dentro del cristianismo hay respetados autores que plantean un diálogo con tradiciones religiosas orientales (como el jesuita Javier Melloni -quien señala que “la palabra Dios no es Dios”, el sacerdote Pablo d’ Ors -para quien “urge una narrativa de la luz”-, la religiosa filipense Berta Meneses -quien sostiene que la Palabra de Occidente se complementa con el Silencio de Oriente- o el benedictino Steindl-Rast -para quien “por definición Dios es aquello que no puede ser expresado en palabras”-), Mujica no desconoce sus raíces pero se proyecta más allá de ellas.

Alguna vez dijo que en Europa se encontró con la historia, en la India con el destino pero que sus raíces están en América Latina. En este sentido, Mujica es de los autores que “interpretan la muerte de Jesús no sólo ‘después de Auschwitz’, sino también ‘dentro de Auschwitz’, como lo dijo alguna vez el poeta [y obispo] Pedro Casaldáliga”, desde una perspectiva, agregamos nosotros, de inculturación del Evangelio (Londoño, 2020: 172).

De hecho, cierta vez le preguntaron “¿cuál es su acercamiento a Jesús?”. Hugo pensó unos segundos, se sonrió y dijo: “yo vivo Jesús”. A lo que agregó: “Yo creo que hay un núcleo, hay un acontecimiento llamado Jesús. (…) Cristo es el nombre de un acontecimiento. Y para algunos ese acontecimiento es tal que es el hijo de Dios, para otros ese acontecimiento es tal que entienden que es dar la vida por otros: la quintaesencia del camino que él eligió.”

Para comprender la “poética de la respuesta”, en clave creativa y no autorreferencial, nos pueden ayudar estos señalamientos de Londoño:

Así, por un lado, ¿en qué sentido hablamos de “poética”? “La obra del poeta Mujica nos lleva del escuchar y asombrarse al pensar; del pensar, al nombrar; y del nombrar, al poetizar”. Más aún, “Lejos de los poetas que pretenden aparecer como filósofos, Mujica opta por la poesía como arte, creación e incluso irracionalidad estética, mundo de la noche, baile dionisíaco” (Londoño, 2018: 100 y 139).

Por el otro lado, ¿qué entendemos por “respuesta”? Nos lo dice el propio Mujica en su texto “Hacia una ética de la debilidad”, donde se pueden reconocer planteos ya presentes tanto en la parábola del Buen Samaritano como en Emmanuel Levinas:

“La debilidad que nos llama a cada uno más allá de uno, la que nos convoca a todos hacia lo único que nos queda: el otro. La hermandad que nos desarma, que nos abre los puños, nos desnuda las manos. El precio es la vulnerabilidad, exponerse: dejarse herir. El premio es la libertad, la de arrancar la corteza que nos aprisiona, la de librarnos de una piel sin sensibilidad, un pecho sin herida, una vida sin su hueco. El hueco de cada uno por el otro, la entrada de todos en todos en la celebración de lo abierto: la transparencia de cada hueco, el abismal exceso que algunos llamamos dios.”


Al final del texto, el poeta inserta unos versos que, acaso, remiten a la dramática realidad que se vive en muchas megalópolis del Sur Global (sea Buenos Aires, Nairobi o Calcuta). Esto pide, sugiere, una perspectiva inculturada desde la acción y la pasión histórica de los pobres de América Latina (según Juan Carlos Scannone, sj) y de otros contextos donde impera la injusticia estructural. No es casual que Mujica exprese una especial admiración por los cartoneros, quienes “transforman la basura en pan para sus hijos y así muestran un gran amor”. En las calles de nuestras ciudades tiene lugar el desprecio de algunos y la compasión de otros (no pocas veces los animales) hacia la intrínseca dignidad humana, degradada por un sistema deshumanizado y deshumanizante.  

 Como una siembra

sin tierra

un hombre cae en la calle,

se dobla sobre sí, muere;

errante, un perro

lo huele,

lame su frente, y en silencio

                              se acuesta a su lado.

 

Tampoco es casual que para Charles de Foucauld, desde su propio itinerario existencial, la cumbre del misticismo cristiano estaba en la fraternidad universal. Para Mujica, la chispa creativa resulta un tajo que evita que el mundo (y con él las religiones) se cierre sobre sí mismo, incluso optando por una fraternidad inmanente que deje de lado la filiación trascendente.

Porque la creatividad no es una autorreferencialidad que nos vuelve una “centralita”, sino que nos compromete con los demás, sobre todo los más débiles desde “un pensar bello, y una belleza pensada, abierta a lo abierto” (Londoño, 2018: 156), nos animamos a pedir la intercesión de la firme y frágil Teresa de Jesús (la que supo acoger al Dios encontradizo en la sencillez de los pucheros), con esta poesía-oración que compuso Mujica para “nuestra Teresa”:  

“para que todo lo que creemos lo celebremos creándolo,

ora pro nobis;

para que seamos vulnerables a ser atravesados cada día por la flecha del ángel de la creación,

ora pro nobis;

y para que lo que bailamos o pintamos, escribimos o actuamos dé a resplandecer la belleza,

ora pro nobis…”

Referencias bibliográficas

Londoño, Juan Esteban. (2018). Hugo Mujica: el pensar de un poeta en la poesía de un pensador, Córdoba, Alción Editora.

Londoño, Juan Esteban. (2020). La crucifixión en la literatura latinoamericana contemporánea. Hugo Mujica, Raúl Zurita y Pablo Montoya, Hamburg, Missionshilfe Verlag.

Mujica, Hugo. (1985). Camino del nombre. Buenos Aires, Ed. Patria Grande.

Mujica, Hugo. (1998). Flecha en la niebla. Identidad, palabra y hendidura, Valladolid, Ed. Trotta.

Mujica, Hugo. (2008). Kyrie Eleison. Un método de meditación cristiana, Buenos Aires, Ed. Guadalquivir.

Mujica, Hugo. (2009). Kénosis. Sabiduría y compasión en los Evangelios, Buenos Aires, Ed. Marea.

Mujica, Hugo. (2010). La palabra inicial. La mitología del poeta en la obra de Heidegger, Buenos Aires, Ed. Biblos.

Mujica, Hugo. (2014). El saber del no saberse. Desierto, Cábala, el no-ser y la creación, Valladolid, Ed. Trotta.

Mujica, Hugo. (2016). Dioniso. Eros creador y mística pagana, Buenos Aires, Ed. El hilo de Ariadna.

Mujica, Hugo. (2018). La carne y el mármol. Francis Bacon y el arte griego, México-España, Vaso Roto Ediciones.

Mujica, Hugo. (2021). Señas hacia lo abierto. Los estados de ánimo en la obra de Heidegger, Buenos Aires, El Hilo de Ariadna.

Mujica, Hugo. "Teresa, nuestra Teresa".

Mujica, Hugo. "Hacia una ética de la debilidad".

Rodríguez Francia, Ana María. (2007). El ‘Ya pero todavía no’ en la poesía de Hugo Mujica, Buenos Aires, Ed. Biblos.

Sábato, Ernesto (2011). Cuentos que me apasionaron, Buenos Aires, Seix Barral.



[1] Referirá alguna vez: “no existe palabra más abarcativa que esa…”

[2] Como dijera un diario español.

[3] Como Juan Esteban Londoño (Colombia), Jose Chamorro (España), Natalí Pellegrini, Jerónimo Gonzáles, Tomás González Alberdi y Alejandro Giménez Luna (Argentina).

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