El Prospecto de la vida
Por
Daniel Pío Torres
“Yo
soy el Camino, la Verdad y la Vida”
Jesús
de Nazaret
Nuestra vida está en una dinámica, desde la simple compresión de nuestra razón, según la cual asimilamos lo que fuimos, somos y sabrá Dios lo que seremos a partir de mañana.
Seguramente
a la gran mayoría, y sobre todo de niños, hemos escuchado frases del tipo “sos
igual a tu papá”, o “a tu mamá”, “saliste como tu abuelo”, “el color de tus
ojos son parecidos a los de la abuela”, “tenés el carácter del tío, de la madrina”,
“caminás igual que este u otro”, etcétera.
Es muy
probable que a esa edad no le demos importancia a los comentarios y a esas
comparaciones, pero a medida que vamos creciendo, muchos de esos rasgos se van
haciendo cada vez más claros en nosotros. Y quizás un día, de la nada, nos
llame la atención algo de esas personas con las que fuimos asociados, y puede
ser que se nos ocurra buscar fotos de familiares que no conocimos, pero siguen
presentes en determinadas fechas y en algunas anécdotas en la mesa de los
domingos.
Muchas
veces sucede que buscás fotos de tus padres de cuando eran niños, pasar y
detenernos a ver un portarretratos con algo de polvo en la mesita de luz de un
dormitorio hoy medio vacío, y observar la imagen de tus abuelos de cuando se
casaron, y así encontrar esa similitud que tanto nos decían de chicos, de
adolescentes, y también porqué no ahora de adultos.
¿Alguna
vez han sentido la inquietud de mirar el simple movimiento de como caminan
nuestros padres y abuelos? Detenernos a mirar cómo son sus manos, los rasgos
del rostro, un mismo lunar, cómo se expresan, gustos particulares que tienen
con la comida, si son prolijos, desordenados, amables, chinchudos, coquetos,
etcétera. Observar cómo se ríen, las miradas, si son de pocas palabras,
dormilones, la alegría del cómo viven cada día, su humildad, el coraje, si son serviciales.
Y cuántas más coincidencias innumerables iremos aceptando, y quizás sean en
nuestro silencio. Y poco a poco aquellos comentarios y comparaciones del pasado
se irán confirmando sobre ese parecido en nosotros, y no solo por llevar la
misma sangre, sino también para aquellos que fueron bendecidos con la adopción,
y seguramente crecieron y se formando con los valores a la medida de sus padres
del corazón, tomando como primer ejemplo el mayor gesto de amor y bondad en
esos corazones, que decidieron adoptar y formar una familia.
Quizás
esto de buscar en nuestras raíces de dónde venimos, esa intriga que nace en querer
saber a quiénes somos parecidos, o de dónde aprendimos cierta costumbres,
también puede suceder que sea parte de estar en una búsqueda de identidad y
seguridad emocional cuando sentimos que necesitamos esa información tan privada
desde nuestro seno familiar.
Buscar y sentirnos cerca de lo nuestro, de las raíces, ir de visita a la casa de nuestros padres, o de las personas que nos criaron con tanto amor, allí sucede algo mágico: cuando apenas se abre la puerta e ingresamos, sentimos el aroma de hogar tan particular y único que tanto extrañamos. Y solo cada uno de nosotros tenemos la capacidad de saber que estamos “de vuelta en casa…”, como le decimos acá, de vuelta en nuestro lugar. Tenemos esa habilidad desarrollada de niños en percibir eso tan nuestro, donde al fijar la mirada en ciertos lugares de la casa, vienen rápidamente esos recuerdos acompañados por abrazos fuertes al recibirnos.
Quizás
hoy estemos viviendo en un lugar más confortable, con mejores comodidades, pero
nada logra eso de sentir lo que nos sucede ahí, en esa casa.
Pero así
y todo, en determinadas etapas comenzamos a confirmar nuestra personalidad,
comprendiendo el carácter más allá de nuestro signo y ascendencia. Sabiendo que
la misma vida también nos va tallando y forjando con todos los desafíos que nos
ofrece día a día. Y tal vez sea por eso que también a esto se sumen ciertas
dudas, inseguridades que van conectadas directamente a preguntas, mientras
vamos madurando, asumiendo y viviendo ciertos procesos.
Lo más
probable es que sea el comienzo del proceso del proceso, como lo defino, para
que después de un tiempo podamos desenredar, comprender, aceptar y tal vez
responder un poco a lo que nuestra mente y corazón se preguntan.
En varias
oportunidades puede ocurrir que el corazón quiera una cosa y la razón diga
otra, y quizás ahí sea el momento donde se asoman nuestras diferencias internas.
La confusión y la inseguridad se hacen presentes generando poco entendimiento
en nosotros mismos, hasta cierto extrañamiento.
Nuestro camino durante ese tiempo puede que comience
a perder un poco el rumbo que tenía, dándole lugar a la famosa ansiedad que se
presenta firme en esos momentos, haciéndonos tomar atajos para intentar
resolver más rápido ciertos procesos. Pero es muy probable que esos atajos solo
provoquen más preguntas, algo de incertidumbre y poca claridad a nuestros
pensamientos.
Todo es
parte del proceso que nos toque atravesar, tal vez el primer paso sea
aceptarnos tal y como somos, reconocer nuestro lugar de crecimiento con todo lo
que pudieron darnos, abrir el corazón a nuestra familia, y de a poco empezar a
soltar ciertas cosas que ya no son necesarias porque fueron parte de otra
etapa.
Asumiendo responsabilidades que antes eran de
otros, y hoy nos toca a nosotros tomar esas decisiones, afrontar y aceptar nuevos
roles familiares, donde ciertos asuntos hace un tiempo eran lejanos, pudiendo
aun recordar cuando nos decían “los jóvenes vayan para otro lado, porque tenemos
que hablar temas de adultos”. Y Resulta que hoy esos temas están frente a
nosotros esperando nuestra respuesta.
Vivir un
proceso también es ir comprendiendo, de a poco, el perdón. Lentamente hay que involucrarlo
en nuestra vida para ir aliviando nuestro corazón si es que conocemos
sinceramente lo que nos pesa y duele. Aceptar heridas del pasado que hace
tiempo nos acompañan, quizás sea el comienzo para comprender y sanar.
La clave
está en el tiempo que le damos a estos procesos, ya que de la manera en la que
vivimos, nos induce constantemente a querer ir más rápido de lo que van
nuestros sentimientos, y sobre todo el poco tiempo que le damos a la razón en
comprender lo que nos está pasando, y de esta manera poder tener noción sobre
qué lugar estamos realmente parados y hacia dónde queremos ir.
Muchas
veces escuché la frase “tiempo al tiempo” y dentro de ese marco asociaría el
proceso del proceso como mencionaba anteriormente. Así comprendí humildemente
que en todos los desafíos de la vida, primero debía subir un escalón, luego el
segundo y después el siguiente. De esta manera pude ver a cada escalón como un
proceso, con un tiempo determinado para transitarlo y asumir el aprendizaje del
mismo.
Hay que aceptar y dejar entrar lo nuevo. También
lo no conocido, así haya algo de temor en esto, pero es parte de un descubrir
lógico dentro de nuestra maduración y crecimiento, donde es muy probable que
sea necesario soltar viejos pensamientos y quizás algunas costumbres, que
todavía ocupan un lugar donde cada uno sabrá si aún le pertenece.
La
paciencia es lo que a muchos nos falta y sobre todo en esta época de lo que resulta en “ya”, lo “inmediato”, el “hoy”, porque nos hacen creer que el mañana
ya es demasiado tarde. Y esto se ve muy reflejado en la comunicación, en la
falta de la escucha, algo tan simple como dialogar con otra persona y respetar
el tiempo del otro. De esta manera pareciera que lo nuestro es más importante,
dando una sensación como si algo nos quema por dentro, nos apura y hay que
soltarlo, sin ceder espacio y el tiempo adecuado a la persona que nos acompaña,
demostrando así y quizás sea sin darnos cuenta, la falta de importancia que
tienen sus palabras en ese momento para nosotros.
El no
escuchar al otro que también nos está ofreciendo su tiempo sagrado, es parte
también de esa ansiedad, y a veces incontrolable en nosotros. Vivir dependiendo
de un reloj, lamentablemente nos va controlando
los tiempos de esa agenda llena de actividades. Y así van pasando los días, los
años y, porqué no, parte de la vida (si nos ponemos a pensar cuánto tiempo hace
que estamos transitando por esta tierra a ese ritmo). ¿Y por qué será que se
vive de esa forma? ¿Disfrutamos realmente cada momento?
Da la sensación
de que no hubiera otra manera de vivir, o como dicen por ahí, “como si no
existiera un mañana”.
¿Qué les
dice la palabra “soledad”? ¿Y la soledad en nuestro corazón? ¿Será una de las
razones que impide el no detenerse, para no pensar? ¿Podemos silenciar nuestra
mente y darle lugar al corazón que hable como si fuese una persona que tenemos
frente a nuestros ojos?
Creo que
no es solo una cosa del mundo del cómo se vive,
ya que las decisiones son nuestras, como el no detenernos, porque quizás
haya algo dentro nuestro que no quiere, y quizás sea para evitar un
enfrentamiento con nuestro yo interno que “pareciera” que todo lo puede. Y es
muy probable que ese “yo” nos muestre algo que no queramos asumir, para no
darle la razón a nuestro corazón, que hace tiempo nos viene hablando y quizás
sea a los gritos, pero elegimos seguir diciéndole que no, anulando su voz con
más ruidos.
Me
pregunto quién pudo experimentar tomarnos una tarde a solas con unos mates de por
medio, sin el celular, y pensar e intentar dejar de hacer ruido permitiendo que
el corazón hable. En ese caso, ¿qué les dijo?
Quizás
sea esa soledad que va creciendo dentro de un mismo, vacío, a medida que vamos
compensando y llenando por otro lado aún más y más, esa agenda con ocupaciones.
De esta manera los días parecieran que son más
cortos y el tiempo nos da la sensación que corre aún más rápido, y sabiendo que
no podemos detenerlo, sigue y sigue así, sin parar, como el viento.
Cada
segundo que pasa no se puede recuperar de ninguna manera, pero está en nosotros
saber destinar cada segundo de nuestra vida ponderando en qué o a quién
ofrecérselo. En cuanto a eso tan valioso que tenemos, como nuestro tiempo de
vida aquí, es maravilloso tener la posibilidad de decidir libremente con quien
compartirlo, y también intentar ser más agradecidos con la persona que nos
ofrece parte de su vida simplemente con su presencia a nuestro lado.
Nuestros
días de por sí vienen con responsabilidades que nos toca cumplir y asumir con
ciertas obligaciones como hijos, hermanos, padres, y -desde ya- como ciudadanos.
Pero también hay un momento en donde no se vive solo por la inercia misma de
cómo vivimos, sino que la calidad depende si lo hacemos con el corazón o no.
¿Dónde
está ese que se hace pequeño y hasta diminuto, permitiendo reconocer nuestras
debilidades y lo insignificante que somos para el mundo?
Recordemos
que ante los ojos de Dios todos somos iguales, hagamos lo que hagamos, tengamos
lo que tengamos, o hayamos llegado más allá de nuestros propios sueños.
Pero sí, es cierto que cada uno y entre
nosotros somos únicos e irrepetibles. Diciendo esto, la superación de ser mejor
persona día a día, es una decisión personal y sobre todo si seguimos a Dios. Él
nos irá guiando a su voluntad, pero así y todo esto no quiere decir que seamos
mejores o peores entre hermanos.
Solo Dios está por encima de todo y de todos
nosotros, pues ante Él pertenecemos a un mismo plano, y es por eso que como
hijos suyos. Solo nuestra comparación es aceptada con nosotros mismos, en ser
mejor persona hoy en relación de lo que fuimos ayer.
Él irá
poniendo todo lo que pertenece a su misión y el propósito para nosotros, pero
también irá quitando de nuestro camino lo que no es de su deseo, aunque no
comprendamos algunas cosas, porque Él siempre busca nuestro bienestar. Aceptar
los planes de Dios a veces mientras insistimos en hacer lo contrario a su
voluntad, es un conflicto común interno y difícil que nos sucede, donde cuesta
sobre todo aceptar los tiempos de “su reloj”, por decirlo de algún modo. Y tal
vez estos parecieran más lentos de lo que deseamos, pero hay que confiar y
sobre todo pedirle esa fe que a veces nos falta, para esperar sin prisa lo
que tiene para nosotros.
Aunque
nuestra razón nos esté impulsando a hacer lo contrario en todo momento,
deberíamos dejarnos llevar por la
compañía de la mano de su Hijo Jesús, que camina a nuestro lado todo el tiempo
y sobre todo en los momentos más difíciles, donde quizás ahí no nos esté
acompañando solamente de la mano, sino que estará llevándonos entre sus brazos
seguros y cálidos.
Pienso, e
imagino a cada uno de nosotros como si fuésemos un granito de arena. Sin embargo, pero para
nuestro Creador no somos insignificantes como sí lo somos para el mundo. Más
bien es todo lo contrario, porque nos pensó para que, juntos, formemos un
inmenso desierto representando la misma humanidad diseminada por este mundo
palpable y maravilloso en el que vivimos.
Pero a la
vez desde ese pequeño lugar que ocupa un granito de arena, podemos hacer cosas
inimaginables de grandes, con solo ver más allá de nuestro alrededor, pudiendo
así acercarnos a otras realidades e involucrarnos con el simple gesto de
preguntar sinceramente: “¿Estas bien?” “¿Necesitas algo?” “¿En qué te puede
ayudar?”
Ponernos
en ese lugar de servidores, de servir y ofrecernos humildemente para otros, y
así seguramente haremos más grande y mejor a nuestros hermanos.
Ceder y
ofrecer el primer lugar y en el último sitio estar nosotros, viéndose así
reflejada la grandeza del hombre en intentar “ser” aún más humildes, poniendo
nuestra atención y sobre todo el corazón a disposición y al servicio para los
demás.
¿Cuál
será el verdadero Prospecto de la vida? ¿Qué indicaciones tendrá? ¿Habrá
contraindicaciones? ¿Tendrá horarios determinados para consumirlo? ¿Qué
cantidad?
El
Prospecto de la vida: ¿que indicaciones tendría para que podamos consultar de
qué manera y como hay que vivir? Bajo qué recomendaciones habrá que mantenerse
para no cometer errores y así tener una vida sana, sobre todo en nuestro espíritu,
en los pensamientos y en el Corazón.
Ese
prospecto para mí es la Biblia, que Dios narró a través de algunas personas, a partir
de los pasos de su Hijo Jesús aquí en la tierra, tal cual fuimos, somos y
seremos bajo su voluntad.
Ese
parecido a aquello que nos decían de niños es también el parecido a imagen y
semejanza de cómo es nuestro Padre creador. Para demostrarnos su amor infinito,
se hizo uno de nosotros, en todo, menos en el pecado. En cada palabra nos dice
cómo caminar en la vida, sobre todo con humildad, desinterés, bondad, amabilidad
servicial y con un inmenso amor. Y quizás no seamos capaces de ser conscientes
de todo lo que nos ama, a pesar de nuestros pecados por más duros y difíciles
que sean para nosotros mismos asimilarlos.
La Biblia
nos indica y muestra cómo es caminar cada proceso que nos toque atravesar en el
momento que sea, asimilando cada escalón, cada peldaño con los matices y el
tiempo adecuado para aceptarnos y comprender el porqué de cada cosa que nos
suceda.
Como
primordial para que todo lo dicho anteriormente sea posible, debemos abrir la
puerta de nuestro corazón y reconocernos como su Creación, como sus hijos
amados. De hecho, sus mandamientos quedaron condensados en las expresiones “Amar
a Dios por sobre todas las cosas”, “Amar a nuestros hermanos como a nosotros
mismos”. Ser justos y sinceros en todos los aspectos y entornos de la vida, y
así pronto retomaremos nuevamente el rumbo de ese camino que quedó enredado en
el laberinto de los atajos.
No
respetar nuestra propia vida, eso sería como despreciar el mayor regalo que nos
pudieron dar, nada más y nada menos que nuestro existir, lo que nos permite ser
testigos de la grandeza de Dios. También, imaginando libremente cada segundo
nuestro de vida aquí, como si fueran regalos de colores que caen constantemente
del cielo sobre nosotros mismos, permitiéndonos vivir de una manera libre y
feliz sin ninguna duda.
La Biblia
es la Palabra de Dios frente a nosotros, donde nos habla todos los días y
también en cada momento que lo necesitemos. No hay un tiempo ni cantidad. Con
solo ser conscientes de lo que tenemos frente a nuestros ojos, poder tocarla
con nuestras manos, y tomarla con el respeto y sobre todo con el amor así como
Él lo hizo por nosotros. Comprendiendo que ahí está plasmada la vida de Jesús
con María, José, sus discípulos y su pueblo.
La Biblia,
humildemente para mí, es la guía de nuestra vida, es nuestro apoyo en cada
proceso, es la respuesta en las dudas y en momentos de discernimiento.
Junto con
la eucaristía, es la manera adecuada y correcta en ir subiendo poco a poco
durante nuestros años de vida, la escalera que nos guiará para reencontrarnos
con Dios, con María y Jesús hacia la vida eterna.
En cada
palabra está representada la humildad asociada al fundamento perfecto de lo
simple, como lo hizo Jesús caminando entre nosotros. Sin prisa, escuchando con
atención a cada persona que se presentaba ante sus ojos, atento a Dios padre y
derramando amor a través de su corazón, y siempre al servicio de los demás sin
importarles quiénes y cómo eran.
“Tal vez
la vida sea más simple de lo que vemos, tal vez sea más amable de lo que
sentimos, y tal vez sea más calma y silenciosa de lo que en realidad oímos”
Cristo
nos dice que nuestro dolor también es su dolor, pudiendo descansar en Él
nuestro sufrimiento, transformándolo a través de su amor. Cada lágrima nuestra
derramada la veremos en Jesús como una gota de su propia sangre, derramada por
nosotros. Y esa lágrima en algún momento es acompañada por la alegría, quizás
sea porque su gloria ha llegado a nuestro corazón.
Dios no
dice que la vida sea fácil, pero en Él y con Él todo es posible y diferente.
La Biblia quizás sea como la
consulta a un médico, donde nos responde dudas y nos cura algún dolor. La
diferencia es que en la Palabra de Dios, si la leemos con fe y atención, no
solo despejará dudas y aliviará nuestro dolor, sino que también nos irá guiando
como un Prospecto de la vida, alejando la soledad y llenará los vacíos del
corazón, con cada palabra, que fue tallada suavemente por Dios.
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