"Mateando" con la Patria

 

Por Aníbal Torres (*) 

“Quiero cantarle a mi tierra
Y que florezca
Dentro del clima mi pueblo
Y su primavera
Inaugurar mil palomas de pan
Y que no mueran[1]

(En Mercedes Sosa, “A que florezca mi pueblo”, 1975)

 

En un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia Nacional en la histórica casa de San Miguel de Tucumán, propiedad que perteneciera a Francisca Bazán de Laguna, propongo una breve reflexión, como quien conversa en una “ronda de mate” con otros y otras (familiares, amigos/as, compañeros/as de trabajo, etcétera).

Según entiendo, y como suele decirse, hacer memoria agradecida de la gesta independentista del 9 de Julio de 1816 nos permite pensar en lo que hemos transitado desde aquel momento hasta el presente, lo cual nos posibilita proyectarnos hacia el futuro.

Ahora bien, la ambigüedad, intrínseca a todo proceso histórico, permite discernir entre luces y sombras, entre logros y fracasos, entre posibilidades emergentes y amenazas concretas. En este sentido, por tomar un ejemplo del siglo XIX, así como Mamerto Esquiú en 1853 saludaba desde Catamarca la sanción de la Constitución Nacional, en 1880 denunciaba desde Buenos Aires los enfrentamientos fratricidas que se habían dado hasta la federalización de la ciudad-puerto.

Algo parecido podríamos decir del siglo XX y de este primer cuarto del siglo XXI.        

A nivel institucional, siguiendo la clasificación de Elías Díaz, en un arco temporal que une los tres siglos y su correspondiente clima de época imperante a nivel local e internacional, Argentina tuvo primero su Estado liberal de Derecho (consolidado durante el orden conservador), que luego mutó a social (sobre todo a partir del peronismo) y posteriormente devino en democrático (fundamentalmente desde la recuperación de la democracia en 1983 y el triunfo alfonsinista).

Sin embargo, si bien la construcción de dicho andamiaje institucional posibilitó paulatinamente la garantía y la defensa de diferentes Derechos Humanos (civiles y políticos; económicos, sociales y culturales; de cooperación, identidad y de los pueblos), esto estuvo (y está) atravesado por algunas tensiones.

En línea con lo que planteara Alcira Argumedo, esto ha sido evidente en lo que hace, por un lado, al Estado y a la democracia: mientras que en el primer caso la tensión fue represión versus consenso -al servicio de la promoción “de la creatividad social”, según la autora-, en el segundo caso la tensión fue entre exclusión versus participación de y en la toma de decisiones. Por el otro lado, la noción de soberanía resulta fundamental para resolver tales tensiones en un sentido de subsidiaridad y participación. Así, para el nivel del Estado es fundamental la soberanía nacional y para el ámbito de la democracia la soberanía popular (que supone la necesaria participación activa en diferentes ámbitos -como las sociedades intermedias-, más allá de la elección de las y los representantes en cada proceso electoral).  

¿Por qué hablar de estas cosas en el día de la Independencia? Porque esas tensiones señaladas no son algo del pasado sino que llegan, reconfiguradas, hasta nuestro presente y signan nuestro porvenir.

Para que el “mate amargo” sólo sea una cuestión de paladares y no una proyección de la situación de postración y decadencia que Argentina vive desde hace más de una década, urge reivindicar la primacía de lo político. ¿En qué sentido digo “primacía”? Me explico, de la mano de Argumedo: no es la autonomía que le otorga el liberalismo jurídico, ni la subordinación a la que lo relega el liberalismo económico (más aún en su versión libertaria, radicalizada y simplista), ni la emergencia desde la estructura, según la visión del marxismo ortodoxo.

La primacía de lo político reivindica las diferentes posibilidades de la articulación del poder en su sentido más amplio (que no se agotan en las mediaciones político-partidarias, insustituibles en el vínculo representativo en una democracia constitucional). Y entonces cabe también la pregunta: ¿articulación para qué? La respuesta se puede expresar con una formulación sencilla: para el bien común. Pero, ¡cuidado! Es un concepto que, si no se lo especifica, si no se le da contenido, queda en una entelequia o en buenas intenciones “en el aire”: el bien común que nuestro pueblo merece comienza por hacer efectivos, a través de políticas públicas inclusivas, esos derechos humanos que mencioné más arriba. Dicho más sencillamente: hacer realidad efectiva y afectiva el acceso a la educación y a la cultura, a la tierra, el techo, el trabajo digno y a la ciencia y a la tecnología, en el marco de una mayor integración nacional e inserción inteligente en el ámbito regional latinoamericano y mundial. El desarrollo humano integral y sostenible es un concepto que engloba estos aspectos, de la mano del principio rector de la justicia social en tanto solidaridad institucionaliza e institucionalizante, que nada tiene que ver con la crueldad sino con la misericordia. Cuando Juan Carlos Scannone planteaba la necesidad de una democracia integral, se refería justamente a conjugar la participación con la representación, y la dimensión sustancial con la procedimental, sin desatender los procesos de integración en el plano internacional, particularmente latinoamericano.    

No nos resignemos ante el hastío y la desafección que muchos y muchas sienten hacia el involucramiento en la cosa pública (res publica) real-presencial (y no sólo digital-virtual), al ver que a las dirigencias les cuesta encontrar “el agujero al mate” para deponer agravios y chicanas y consensuar metas posibles hacia el desarrollo que Argentina puede y necesita alcanzar.

Como enseñara José Nun, a los ciudadanos y ciudadanas de a pie nos toca salirnos del “coro”, expresión clásica de la subordinación en la tragedia griega y que luego se ha sostenido en otras épocas y culturas, en beneficio de los “héroes”. Éstos persisten en ocupar la centralidad del escenario del “teatro político”, merced -en parte- a la atención desmedida que le prodigan los medios de comunicación (opositores o adherentes).  Como recordaba Hannah Arendt, potestas in populo (que podría traducirse como “sin un pueblo o un grupo no hay poder”).

Que esta fecha sentida para nuestro pueblo nos ayude a tomar renovada conciencia de que la Independencia se construye también en y desde lo cotidiano, con otros y con otras. Además del mate, como canta la zamba “Al Jardín de la República”[2] que en nuestra Patria tengamos hoy y siempre  

 

“Empanadas y vino en jarra
Una guitarra, bombo y violín
(…)
Sin que falten esos coleros
Viejos cuenteros, que hagan reír

 

(*) Doctor en Ciencia Política. Profesor universitario.



[1] Autoría de la letra: Damián José Sánchez y Rafael Domingo Paeta

[2] Autoría de la letra: Virgilio Carmona

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