Sobre la "ciencia de la degustación"
“¡Oh
humano!, por cierto que te esfuerzas afanosamente por tu Señor.
¡Ya
lo encontrarás!”
Noble
Corán, cap. 84, aleya 6.
Por Kamel Gómez El Cheij (*)
Es
natural que el hombre recuerde lo mejor de su vida. La nostalgia por los días
pasados siempre está presente. En especial, cuando el recuerdo está prendido a
nuestra lengua y corazón. Quizás lo que relate aquí para algunos sea de poco
valor, o hasta insignificante. Sin embargo, hablar de un místico no es una
tarea sencilla.
Vivimos
en un mundo donde lo espiritual escasea. Aparecen muchos hombres y mujeres de
Occidente escribiendo y hablando sobre esta temática con libros excelentes.
Pero son libros, nada más que eso. Por supuesto, algunos se quedan maravillados
con lo que leen y sus autores, autores que en el mejor de los casos repiten, a
veces muy bien, otras no tantas, experiencias de otros. Sucede entonces que nos
quedamos con el "saber libresco", y hasta este conocimiento indirecto
muchas veces es un velo. O como nos enseña Ibn Ayiba, una cosa es Ilmul Auraq
("ciencia de los papeles") y otra cosa es Ilmul Ad-uaq ("ciencia
de la degustación"). Nos quedamos contentos contando las vacas ajenas, y
nuestros ranchos están vacíos. Este es el mejor de los casos. Ni hablar de la
enorme cantidad de idioteces que andan dando vuelta en nombre del sufismo.
Parece que hoy, cualquier persona se deja la barba, toma un masbaha, y ya es
una autoridad espiritual...
Mi
llegada a Irán, a Qom, fue, lejos, lo mejor que me ha pasado (y espero volver,
in sha Allah). Viajé desde la Argentina a comienzos del año 2007 con un grupo
de hermanos excelentes, algo muy importante cuando alguien desea viajar, pues
ayuda mucho en el día a día. Recuerdo que llegamos para el mes de Muharram,
cuando se rememora la batalla de Karbalá y el martirio del Imam Husein. Fue
impactante ver a todo un pueblo participando de una actividad religiosa. Todo
Irán lloraba al nieto del Profeta Muhammad. Para nosotros, argentinos que sólo
paralizamos a nuestro amado país cuando juega la selección de futbol, no dejaba
de asombrarnos el amor de toda una nación a Dios.
Luego
de hacer "turismo", nuestros días en Qom empezaron a ser de estudio.
Recibíamos clases toda la mañana, descansabamos y de vuelta a empezar por la
tarde-noche. Las clases, todas en español, eran excelentes y trataban de un abanico
de temas que iban desde Ahkam (leyes), Ajlaq (ética), kalam o usul din (principios
de la religión), Corán, historia hasta Irfan o tasauuf (gnósis o sufismo).
Entre
las visitas que hacíamos, cierto día el grupo propuso visitar al Aiatul-lah
Bahyat. Algunos habíamos escuchado hablar de él. Era un renombrado místico. Se
decía también que cada vez que rezaba, lloraba. Emprendimos la marcha bien
temprano porque el lugar se llenaba de gente muy rápido. Cuando llegó el
momento de su aparición, recuerdo bien, el constante movimiento de sus labios,
y su mirada, presente en otro lugar, en otro mundo. La gente se desesperaba por
tocar su frágil cuerpo. Hasta que se presentó el momento deseado: la Oración.
Bendito sea Dios por el regalo que nos hizo. Rezar detrás de unos de sus
Auli-ia, ser testigo de ese acto de amor, participar de esa intimidad, de esas
lágrimas que brotaban desde su corazón...
Habíamos
quedado impactados. Ese instante valió más que todo lo leído y aprendido.
Comprendí el significado de la frase Al-mumen mir-atul mumen (El Creyente es
espejo del creyente). Efectivamente, Dios nos había permitido conocer a uno de
sus amados.
Pasó
el tiempo, seguíamos con las clases, los exámenes. Llegó otro momento deseado,
ir a Mash-had, lugar del Maqam del Imam Ali Rida, una de mis experiencias más
importantes...
El
momento de la despedida de Qom acechaba para mis compañeros de viaje (este
pobre que escribe se quedó un tiempo más). Uno de los hermanos que volvía para
la Argentina quería despedirse de Aiatul-lah Bahyat. Insistió para que alguien
lo acompañará, y logró convencerme. En el camino, se nos acercó un hombre que
empezó a hablarme en persa, entonces le pedí disculpas por no entender lo que
me decía y comienza a hablarme en árabe. Este hombre nos decía que era seied,
descendiente del Profeta Muhammad, y quería de nuestra parte una
"ayuda". Dudando de la veracidad de sus palabras, decidimos darle
cada uno un "jomein", como así llaman a la moneda en Irán. El hombre
nos tomó de la mano, nos agradeció, nos dio un beso a cada uno, y se fue.
Recuerdo que dije: Si es seied, que Dios acepte nuestra "ayuda";[1]
y si no lo es, que Dios lo perdone.
En
fin, ya olvidado el asunto, como habíamos llegado temprano para ocupar un lugar
cercano, decidimos dedicar un momento a la lectura del Corán, y nos pusismos a
estudiar. Cuando, pasado el rato, fuimos a devolver los ejemplares del Corán,se
nos acercaron dos personas que, de la nada, nos querían dar dinero. Cosa que
rechazamos, sin embargo, ante la insistencia, preguntamos el porqué. Nos
dijeron que habíamos leído el Corán en la casa del Aiatul-lah Bahyat y que el
Aiatul-lah Bahyat nos daba ese regalo: un "jomein" a cada uno.
Entonces, nos dijimos, ese hombre era, de verdad, un descendiente del Profeta.
(*)
Profesor de lengua árabe.
[1] Aquí cabe una aclaración:
utilizó el término "ayuda" porque el Profeta (P) prohibió la limosna
a su descendencia, y es por eso que los descendientes pobres únicamente reciben
dinero del joms, entregado en esta época por los sabios, o en su defecto,
regalos de las personas, porque justamente la intención de quien da una ayuda a
un seied debe ser justamente la de darle un regalo y no una limosna.

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