Francisco y el fin de los tiempos

 



Por Tomás González Alberdi (*)

“Vengo de las ruinas, de las iglesias,

de los retablos de altar, de los pueblos abandonados”

Pier Paolo Pasolini

En sus Cartas, San Pablo insiste en que el fin de los tiempos está próximo. En sus primeras palabras el Papa Francisco nombra el fin del mundo. Todos las entendimos en clave espacial: Argentina fin y, con él, centro del mundo. Escuchar en ellas una referencia al suelo natal era justo y verdadero: Francisco, su tierra y su memoria histórica. No hay dudas, al decirlas él pensaba en esa Patria a la que, sin saberlo, no regresaría más.

Sin embargo, qué sucedería si leemos sus palabras en clave temporal, en clave paulina. Podríamos comprender el “fin del mundo” como la culminación material del mismo. Más aún, la frase pronunciada por Francisco incluye una palabra: “casi (al fin del mundo)”. Es en ese “casi” en donde se juega lo decisivo: el fin -todavía- no llegó.

Francisco llega antes, cuando estamos al borde, casi en el fin. Francisco, el Papa de las periferias, el que vive y habla desde los bordes (geográficos y existenciales). La vida como viene fue una expresión que utilizó mucho cuando era arzobispo de Buenos Aires; expresión que luego se hizo carne en una decena de centros barriales: la Familia Grande del Hogar de Cristo. Allí se recibe la vida en su totalidad y complejidad: se la salva.

Hablar del fin de los tiempos es también hablar de la salvación; antes del apocalipsis hay un tiempo, el tiempo de la acción del hombre (con la infinita ayuda de Dios). “Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. […] Es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y del mundo” (Fratelli Tutti 77-78). La salvación de los gestos concretos y de la presencia; un movimiento hacia lo pequeño. Una salvación más cristiana y menos romana.

Una antigua máxima jesuita dice así: “cosa divina es no estar ceñido por lo más grande y, sin embargo, estar contenido entero en lo más pequeño” (Non coerceri maximo, contineri tamen a minimo, divinum est). Lo jesuita (y lo humano) de Bergoglio está ahí: contenido entero en lo más pequeño.

Entre las anécdotas que más se repitieron, no sólo al momento de su muerte, sino durante la vida de Francisco fueron sus inesperadas llamadas telefónicas. Francisco y su voz del otro lado del teléfono; como ese abuelo que te llama una tarde cualquiera para saber cómo andás y, de repente, te alegra el día y la vida entera con su llamado.

El cristianismo como gesto cotidiano, familiar. La Iglesia de Francisco: un hogar sencillo de puertas abiertas. Un hogar que recibe la vida del recién nacido y que antes de partir le ofrece un plato de comida con perfume a abuela. El cristianismo como familia: la Casa Común.

Te voy a extrañar mucho, Francisco; como extraño a mis abuelos. Si te los cruzás por el cielo, dales un beso de mi parte.

 


(*) Doctorando en Historia. Profesor universitario.

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