Dios no es libertario



Por Ariel Malvestiti (*)

«Cual león rugiente y oso agresivo,

es el gobernante impío sobre el pueblo pobre»
(Proverbios 28,15)

 En la inauguración de un templo evangélico en Chaco, el presidente Javier Milei afirmó: “La justicia social es un pecado capital”. Milei se autodefine liberal libertario, perteneciente a un grupo de carácter internacional llamado anarcocapitalismo, guiados intelectualmente por Jesús Huerta de Soto. Éste es un economista español que, entre otras, desarrolla una tesis declarando que “Dios es libertario”.

Frente a estas afirmaciones -que no son sólo filosóficas sino profundamente teológicas- vale la pena preguntarse: ¿Qué Dios es ese? ¿Es el Dios bíblico un defensor del mercado sin reglas, de la ley del más fuerte, de un individualismo sin vínculos? ¿Es compatible esa imagen con la fe cristiana?

Este artículo propone un recorrido por la Sagrada Escritura, la Doctrina Social de la Iglesia y el pensamiento de Jorge Mario Bergoglio, para afirmar con claridad que el Dios de la fe cristiana no es libertario. Es un Dios que ama, que escucha, que actúa por medio de la historia y que no es un Dios individual sino un Padre Nuestro. Un Dios que no se limita a observar desde lejos, sino que pide compromiso, justicia y comunidad. Un Dios que no salva solo, sino que camina con un pueblo fiel. «Donde dos o más estén reunidos en mi nombre yo estaré ahí con ellos» (Mt 18,20).

 

Dios no es indiferente: el bien común en la Escritura

En la Biblia no aparece la expresión “bien común” o “justicia social”, estos son introducidos por el discernimiento de la Iglesia Católica conforme se desarrollan también los pueblos. Lo que sí aparece -una y otra vez- es la preocupación de Dios por el destino de todos y especialmente de los más débiles. Desde el principio, Dios interpela: “¿Dónde está tu hermano?” (Gén 4,9). Esa pregunta marca una relación en el estar del hombre en la tierra, y así continúa toda la escritura: «Toda la Ley alcanza su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Ga 5,14). Esta lógica relacional ya nos permite intuir que no hay posibilidad de Bien si no es común a todos. Veamos ejemplos:

Cuando el pueblo de Israel sufre la esclavitud en Egipto, Dios le indica a Moisés una misión porque: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto y he oído su clamor [...] y he descendido para librarlos” (Éxodo 3,7-8). Y por supuesto, no hay salvación sin mediaciones humanas, sin organización -también política- que conduzcan el proceso.

También el libertarismo apunta contra la representación social y política pero Dios busca hombres que se pongan de pie en favor de su creación, que resistan la injusticia, que protejan el bien de todos. En Ezequiel Dios dijo: “Las gentes de la tierra oprimen gravemente; roban, afligen al pobre y al justo, expulsan injustamente al extranjero. Busqué entre ellos un hombre que hiciera vallado y se pusiera en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyera, y no lo hallé” (Ez 22,29-30).

Jesús de Nazaret, en el Nuevo Testamento, no predica la ley del más fuerte. Siempre invita a mirar la sociedad de abajo hacia arriba, de la periferia hacia el centro. Camina al ritmo de los últimos, se detiene con los ciegos, con los paralíticos, con los excluidos. Le da la palabra a quienes no la tienen. Y en la carta de Santiago se afirma con claridad: “La fe sin obras está muerta” (St 2,26). No hay espiritualidad que valga si no se expresa en compromiso con el prójimo. Juan lo dice sin ambigüedad: “Quien dice que ama a Dios pero no ama a su hermano, es un mentiroso” (1 Jn 4,20). Amar al hermano, sostenerlo, integrarlo, es trabajar por el bien común.

Ahora bien, el mensaje de nuestro Dios es claro: amor, misericordia, justicia. Pero, ¿cuáles son las herramientas políticas y económicas válidas según esa inspiración que podemos realizar?

 

Doctrina Social y comunidad organizada

Desde esta raíz bíblica, la Iglesia ha desarrollado con firmeza el principio del bien común como criterio de organización social. Según el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (n. 164), el bien común es “el conjunto de condiciones sociales que permiten a todos y cada uno alcanzar más plenamente su propia perfección”. No es la suma de intereses individuales ni una imposición colectivista: nadie se realiza en una comunidad que no se realiza.

Este principio se complementa con la justicia social, que exige una distribución equitativa de los bienes y reconoce el trabajo como fundamento de la dignidad. Gaudium et Spes enseña: “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos” (n. 69). El destino universal de los bienes es una exigencia de orden moral.

Por otra parte, el rol del Estado para la Iglesia lo vemos en el principio de subsidiariedad, sostiene que las instancias superiores -como el Estado- deben intervenir sólo cuando las más pequeñas (la familia, la comunidad, los trabajadores organizados) no puedan por sí mismas garantizar el bien común. No se trata de que el Estado reemplace a la sociedad, sino de que la potencie. Como enseña Quadragesimo Anno (n. 79), “aquello que puede hacer la iniciativa privada, no debe ser asumido por la autoridad pública”, pero a su vez, cuando hay necesidades sociales que el individuo o el mercado no pueden resolver, el Estado tiene la responsabilidad de actuar. En nuestro país, ya hace un tiempo que nos es fácil identificar situaciones donde no se está garantizando el bien común, basta con mirar en nuestras esquinas, a nuestros niños y niñas, a nuestros abuelos y abuelas y a los trabajadores en general que, a pesar de su iniciativa, no logran desarrollarse integralmente.

La justicia social no consiste en quitarle a unos para regalarle a otros, como falsamente se repite, sino en garantizar que todos puedan tener lo necesario para vivir con dignidad. La propiedad privada, en la enseñanza de la Iglesia, es un derecho legítimo, pero no absoluto: debe estar orientada al bien común. Nos marca San Juan Pablo II en Centesimus Annus, la mejor forma de respetar este principio es promover la difusión de la propiedad, para que no quede concentrada en manos de unos pocos, sino que el acceso a los bienes y a los medios de producción esté al alcance de más personas. El problema no es que exista propiedad, sino que no todos tengan la posibilidad de ejercerla. Tierra, techo y trabajo, dirá luego Francisco.

El Estado entonces debe estar al servicio de la comunidad, promoviendo su desarrollo e inclinando la balanza cuando, como en nuestra situación actual, más de la mitad de los niños son pobres.

Obviamente, cuando hemos llegado a la situación crítica que atraviesa hoy nuestro país, las críticas al Estado son válidas, sobre todo después de años en que algunos repitieron y se aferraron a la consigna del “Estado presente”, mientras la justicia social se proclamaba con los labios pero no era realidad efectiva. En la última década no se construyeron las condiciones desde el Estado para que el sector privado pueda generar trabajo.

Esta nota no busca negar esas falencias, sino refutar la ideología que proclama el presidente de nuestro país, que predica como un falso profeta, confundiendo a Dios con una idea de libros europeos de la modernidad. Queríamos dejar en claro que el espíritu judeocristiano -que ha modelado la conciencia de nuestro pueblo- y los valores más profundos de Occidente (por cierto, un Occidente mucho más amplio y rico que el imaginado por el Presidente) están íntimamente ligados a los conceptos de bien común, justicia social, Estado, Nación y pueblo. No son ideologías pasajeras sino que son fundamentos culturales, espirituales y políticas que han sostenido a generaciones.

Volver a ellas no es mirar al pasado; por el contrario, es tener memoria de las raíces y caminar con los principios que ya se encuentran en el corazón de este pueblo. La Nación por construir (como pedía el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio) comienza desde abajo y de a uno, por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la Patria. Así, nadie quedará afuera o al costado del camino, sino que habrá lugar para “todos, todos, todos”.

 

 (*) Licenciado en Ciencia Política

 

 


Comentarios

  1. Pienso que estamos frente a una minoria de seres carentes de escrupulos qué quieren seguir concentrando la riqueza, para beneficio de pocos y esclavitud de grandes mayorias.Para lograr esto quieren organizar un Feudslismo Tecnológico, financiero con las nuevas tecnologías, para construir una Sociedad Transhumana, donde la Tecnologia no estará al servicio del ser humano, sino que el ser humano estara al servicio de la tecnologia y de quienes son sus dueños y la manejan.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario