Dios no es libertario
Por Ariel Malvestiti (*)
«Cual león rugiente y oso agresivo,
es el gobernante impío sobre el pueblo pobre»
(Proverbios 28,15)
Frente a estas
afirmaciones -que no son sólo filosóficas sino profundamente teológicas- vale
la pena preguntarse: ¿Qué Dios es ese? ¿Es el Dios bíblico un defensor del
mercado sin reglas, de la ley del más fuerte, de un individualismo sin
vínculos? ¿Es compatible esa imagen con la fe cristiana?
Este artículo
propone un recorrido por la Sagrada Escritura, la Doctrina Social de la Iglesia
y el pensamiento de Jorge Mario Bergoglio, para afirmar con claridad que el
Dios de la fe cristiana no es libertario. Es un Dios que ama, que escucha, que
actúa por medio de la historia y que no es un Dios individual sino un Padre Nuestro. Un Dios que no se limita a
observar desde lejos, sino que pide compromiso, justicia y comunidad. Un Dios
que no salva solo, sino que camina con un pueblo fiel. «Donde dos o más estén reunidos en mi nombre yo estaré ahí con ellos» (Mt 18,20).
Dios no es indiferente: el bien común en la
Escritura
En la Biblia no
aparece la expresión “bien común” o “justicia social”, estos son introducidos
por el discernimiento de la Iglesia Católica conforme se desarrollan también
los pueblos. Lo que sí aparece -una y otra vez- es la preocupación de Dios por
el destino de todos y especialmente de los más débiles. Desde el principio,
Dios interpela: “¿Dónde está tu hermano?”
(Gén 4,9). Esa pregunta marca una relación en el estar del hombre en la tierra, y así continúa toda la escritura:
«Toda la Ley alcanza su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como
a ti mismo» (Ga 5,14). Esta lógica relacional ya nos permite intuir que no hay
posibilidad de Bien si no es común a todos. Veamos ejemplos:
Cuando el pueblo
de Israel sufre la esclavitud en Egipto, Dios le indica a Moisés una misión
porque: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto y he oído su clamor [...] y
he descendido para librarlos” (Éxodo 3,7-8). Y por supuesto, no hay
salvación sin mediaciones humanas, sin organización -también política- que
conduzcan el proceso.
También el
libertarismo apunta contra la representación social y política pero Dios busca
hombres que se pongan de pie en favor de su creación, que resistan la
injusticia, que protejan el bien de todos. En Ezequiel Dios dijo: “Las gentes de la tierra oprimen gravemente; roban, afligen al pobre y al justo, expulsan
injustamente al extranjero. Busqué entre ellos un hombre que hiciera vallado y
se pusiera en la brecha delante de mí, a
favor de la tierra, para que yo no la destruyera, y no lo hallé” (Ez
22,29-30).
Jesús de Nazaret,
en el Nuevo Testamento, no predica la ley del más fuerte. Siempre invita a
mirar la sociedad de abajo hacia arriba, de la periferia hacia el centro.
Camina al ritmo de los últimos, se detiene con los ciegos, con los paralíticos,
con los excluidos. Le da la palabra a quienes no la tienen. Y en la carta de
Santiago se afirma con claridad: “La fe
sin obras está muerta” (St 2,26). No hay espiritualidad que valga si no se
expresa en compromiso con el prójimo. Juan lo dice sin ambigüedad: “Quien dice que ama a Dios pero no ama a su
hermano, es un mentiroso” (1 Jn 4,20). Amar al hermano, sostenerlo,
integrarlo, es trabajar por el bien
común.
Ahora bien, el
mensaje de nuestro Dios es claro: amor, misericordia, justicia. Pero, ¿cuáles son
las herramientas políticas y económicas válidas según esa inspiración que
podemos realizar?
Doctrina
Social y comunidad organizada
Desde esta raíz
bíblica, la Iglesia ha desarrollado con firmeza el principio del bien común
como criterio de organización social. Según el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (n. 164), el bien
común es “el conjunto de condiciones
sociales que permiten a todos y cada uno alcanzar más plenamente su propia
perfección”. No es la suma de intereses individuales ni una imposición
colectivista: nadie se realiza en una comunidad que no se realiza.
Este principio se
complementa con la justicia social,
que exige una distribución equitativa de los bienes y reconoce el trabajo como fundamento de la dignidad. Gaudium et Spes enseña: “Dios
ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y
pueblos” (n. 69). El destino universal de los bienes es una exigencia de
orden moral.
Por otra parte,
el rol del Estado para la Iglesia lo vemos en el
principio de subsidiariedad,
sostiene que las instancias superiores -como el Estado- deben intervenir sólo
cuando las más pequeñas (la familia, la comunidad, los trabajadores
organizados) no puedan por sí mismas garantizar el bien común. No se trata de
que el Estado reemplace a la sociedad, sino de que la potencie. Como enseña Quadragesimo Anno (n. 79), “aquello que puede hacer la iniciativa
privada, no debe ser asumido por la autoridad pública”, pero a su vez,
cuando hay necesidades sociales que el individuo o el mercado no pueden resolver,
el Estado tiene la responsabilidad de actuar. En nuestro país, ya hace un
tiempo que nos es fácil identificar situaciones donde no se está garantizando
el bien común, basta con mirar en nuestras esquinas, a nuestros niños y niñas,
a nuestros abuelos y abuelas y a los trabajadores en general que, a pesar de su
iniciativa, no logran desarrollarse integralmente.
La justicia social no consiste en
quitarle a unos para regalarle a otros, como falsamente se repite, sino en
garantizar que todos puedan tener lo necesario para vivir con dignidad. La propiedad privada, en la
enseñanza de la Iglesia, es un derecho legítimo, pero no absoluto: debe estar
orientada al bien común. Nos marca San Juan Pablo II en Centesimus Annus, la mejor forma de respetar este principio es
promover la difusión de la propiedad, para que no quede concentrada en manos de
unos pocos, sino que el acceso a los bienes y a los medios de producción esté
al alcance de más personas. El problema no es que exista propiedad, sino que no
todos tengan la posibilidad de ejercerla. Tierra, techo y trabajo, dirá luego
Francisco.
El Estado
entonces debe estar al servicio de la comunidad, promoviendo su desarrollo e
inclinando la balanza cuando, como en nuestra situación actual, más de la mitad
de los niños son pobres.
Obviamente,
cuando hemos llegado a la situación crítica que atraviesa hoy nuestro país, las críticas al Estado son válidas,
sobre todo después de años en que algunos repitieron y se aferraron a la
consigna del “Estado presente”,
mientras la justicia social se proclamaba con los labios pero no era realidad
efectiva. En la última década no se construyeron las condiciones desde el
Estado para que el sector privado pueda generar trabajo.
Esta nota no
busca negar esas falencias, sino refutar
la ideología que proclama
el presidente de nuestro país, que predica como un falso profeta, confundiendo
a Dios con una idea de libros europeos de la modernidad. Queríamos dejar en
claro que el espíritu judeocristiano
-que ha modelado la conciencia de nuestro pueblo- y los valores más profundos
de Occidente (por cierto, un Occidente mucho más amplio y rico que el imaginado
por el Presidente) están íntimamente ligados a los conceptos de bien común,
justicia social, Estado, Nación y pueblo. No son ideologías pasajeras sino que
son fundamentos culturales, espirituales y políticas que han sostenido a
generaciones.
Volver a ellas no
es mirar al pasado; por el contrario, es tener memoria de las raíces y caminar
con los principios que ya se encuentran en el corazón de este pueblo. La Nación por construir (como pedía el
entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge
Mario Bergoglio) comienza desde abajo y de a uno, por lo más concreto y
local, hasta el último rincón de la Patria. Así, nadie quedará afuera o al
costado del camino, sino que habrá lugar para “todos, todos, todos”.
(*)
Licenciado en Ciencia Política
Pienso que estamos frente a una minoria de seres carentes de escrupulos qué quieren seguir concentrando la riqueza, para beneficio de pocos y esclavitud de grandes mayorias.Para lograr esto quieren organizar un Feudslismo Tecnológico, financiero con las nuevas tecnologías, para construir una Sociedad Transhumana, donde la Tecnologia no estará al servicio del ser humano, sino que el ser humano estara al servicio de la tecnologia y de quienes son sus dueños y la manejan.
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