Ser testigos del Amor: sobre la Primera Carta de Juan
“Permaneced
en Dios”
1
Jn 3,24
En
el presente trabajo comenzaremos desarrollando a grandes rasgos las
características generales del texto en cuestión: la Primera Carta de Juan. Veremos
el género literario, autor, fecha de composición, destinatarios, lo cual nos
permitirá avanzar sobre dos de los temas teológicos principales que se
encuentran relacionados: el conocimiento y testimonio de los cristianos.
Concluiremos con algunas reflexiones desde lo desarrollado.
Una carta extraña
En líneas generales todos los comentarios
coinciden en que, si bien desde antiguo se la ha considerado dentro del grupo
de “las cartas joánicas”, esta no presentaría las características propias
del género literario epistolar, ya que carece del nombre del remitente, no se
mencionan destinatarios (sólo se sabe que son creyentes según se lee en 5,13),
aunque por tradición debemos decir que se le adjudica a los Partos, siendo la
fuente más fuerte en este sentido el escrito de San Agustín al respecto In
Epistolam Ioannis ad Pathos tractatus decem. Tampoco hay saludo, noticias
personales ni despedida.
En
algunos casos se ha considerado a este escrito como “un pequeño tratado”
por ejemplo en el desarrollo que hace del mismo Luis Heriberto Rivas,[1] quien
arriesga incluso a definirlo en otra obra como “un comentario al Evangelio
de Juan”.[2] Otros,
como son los casos por ejemplo de José María Caballero[3]
y Luis Alonso Schökel la consideran “una homilía” o, como agrega también
este último, podría definirse como “una instrucción escrita”.[4]
Respecto
al autor encontramos coincidencia entre los estudiosos en afirmar que se
trataría de quien fue el último redactor del Evangelio según San Juan, por
ciertos temas, estilo y vocabulario, cosa que se alinearía con el tiempo de
redacción aproximadamente hacia el año 100 d. de C. Aunque cierta terminología
sea diferente, eso se explicaría por los intereses abordados en uno y otro
texto, según los temas a tratar debido a que responden a tiempos y problemas
distintos de la Iglesia y que no es menester atender aquí.
El cristiano se conoce a sí mismo
Para
la época que se estima la denominada Primera Carta de Juan, las comunidades en
general habían crecido y tenían por característica tener entre sus miembros tanto
judeocristianos como también conversos del paganismo, lo que podríamos
denominar “comunidades mixtas”. La otra característica es la
infiltración de falsas doctrinas que terminaban por confundir y dividir a
dichas comunidades: “Salieron de entre nosotros, pero no eran de los
nuestros” (2, 19) negando la encarnación del Verbo y su misión mesiánica,
primeras expresiones de las herejías gnósticas propias del Siglo II.
Con
palabras cargadas de ternura “hijitos míos” (τεκνίον, expresión
que se repite en 1Jn 2,1.12.28; 3,7.18; 4,4; 5,21), el autor se
dirige a quienes permanecen fieles y les advierte acerca de las atracciones del
mundo: codicia, avidez, orgullo (2, 16), empieza luego a advertir acerca de los
falsos maestros a los cuales define con palabras duras como “anticristos”,
es decir todos aquellos que quieran apartarlos de la fe en Cristo (2, 18), “engañadores”
(2, 26), “injustos” (2, 29) “falsos profetas” (4, 1), para
que se cuiden y continúen permaneciendo fieles a lo que recibieron desde el principio
(1, 1; 2, 7. 24; 3, 11).
Desde
la perspectiva de esta carta no parece existir la idea actual de “hermanos
separados”. Hoy en día hay muchos cristianos que han nacido en comunidades
separadas y por lo tanto no son conscientes ni culpables de las herejías de sus
comunidades. Unidos a Pedro, es nuestra responsabilidad orar y trabajar por la
unidad plena y visible de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo.
Testigos del Amor
Un
tema central en la Primera Carta de Juan es el tema del Amor, sería algo así
como la obra más propia del cristiano y que se encuentra estrechamente
vinculado con lo que venimos hablando, ya que es esta característica la que nos
distingue como verdaderos hijos de Dios y nos aparta del maligno (Cf. 3, 10).
Todos los mandamientos (ἐντολὴ) de Dios
son expresión del amor y los cristianos somos testigos de este porque lo hemos
experimentado en Aquel que dio su vida por nosotros (3, 16). En el cumplimiento
de los mandamientos con obras y en la verdad damos testimonio del amor de Dios
(3, 18); es un amor vivido, en consonancia con el Apóstol Santiago cuando
afirma “muéstrame tu fe sin obras que yo por mis obras te mostraré mi fe”
(St 2, 18): podemos afirmar así que la caridad se verifica en las obras y no
sólo en las palabras.
Se
insiste en la humildad y el reconocimiento de que somos pecadores, necesitados
de perdón (1, 8-10) y de que debemos alejarnos del pecado cumpliendo los
mandamientos ya que se afirma que todavía no hemos llegado a la perfección (Cf.
3, 2). Para la teología Joánica el cumplimiento de los mandamientos es signo de
“estar en Dios” o “permanecer en Dios”, dándose como una especie
de dualismo entre vivir en la Verdad o vivir en la mentira. El cumplimiento de
los mandamientos son en Juan un criterio para discernir la comunión del creyente
con Dios (cf. 1Jn 3,24; 5,2). De esta manera se da la novedad del
mandamiento nuevo del Amor: Dios ama tanto al mundo que ha entregado a su Hijo
Único para que todos tengan la vida eterna (Cf. 4,9-10). Jesucristo se
entrega por todos, movido por el amor que le viene del Padre (3,16) y Jesús nos
hace partícipes de este amor que le viene del Padre y deposita en nosotros el
amor que Él recibe del Padre capacitándonos para que amemos de la misma forma
que Él ama. De esta manera, si Él ha dado la vida por todos, también los
creyentes debemos dar la vida por los hermanos (3,16): así, la primera Carta de
Juan nos enseña que Jesús no es sólo ejemplo de amor para los cristianos, sino
la fuente de donde viene el amor que se origina en el Padre.
A modo de conclusión
El
mundo se presenta en la Primera Carta de Juan como el lugar (en sentido
espiritual) de rechazo al Amor de Dios y que toma forma concreta en el rechazo
a Cristo. En la Carta juega esa idea del “ya pero todavía no”, es decir,
los cristianos recibimos el Don de la salvación, pero mientras permanezcamos en
el mundo será una experiencia de fe interior que el mundo no puede reconocer y
sólo se manifestará plenamente en el día de la Parusía, resultando así difícil
pero meritoria a los ojos de Dios (ya desde ahora es una realidad ontológica,
es decir, algo actual y real en nuestras vidas).
Por
otro lado, se observa en este texto una estrecha relación en el amor del Hijo
que lo lleva a cumplir la voluntad del Padre y por otro lado del amor a la
humanidad por quien da su vida, uniéndonos en su amor al Padre. Surge así un
nuevo modo de relación con Dios haciéndonos hijos en el Hijo (por Cristo, con
Él y en Él).
El
amor (ἀγάπη) es
expresión de su mismo Ser y el vehículo de toda la actividad de Dios hacia el
hombre, del cual busca hacernos partícipes, configurarnos con Él. Con la
entrega de Jesucristo hay una especie de nueva creación, de renacimiento que
hace capaces a los hombres de la vida de Dios, vida trascendente.
Jesús
da pleno cumplimiento a los mandamientos del Padre que no es más que el Amor
que surge de la comunión con Él y que termina siendo para nosotros modelo del
cumplimiento de Amor a Dios y al prójimo. El amor es así la esencia del
mandamiento de Dios y Jesús el modelo perfecto: creer en Jesús es cambiar la
propia vida.
(*)
Licenciado en Educación Religiosa. Profesor de Filosofía y Cs. Sagradas.
E-mail:
carloscabalero@gmail.com
Bibliografía
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Pamplona, 2012.
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L., Los libros y la historia de la Biblia, San Benito, Bs. As., 2016.
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L., La Biblia de nuestro Pueblo, Ediciones Mensajero, Bilbao, 2006.
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