Leonardo Castellani, océano

 

                                                                                                                                                                   

Por Aníbal Torres y Carlos Cabalero (*) 

 “A Dios nunca hay que darlo por vencido”

Leonardo Castellani

(El libro de las oraciones)

La figura y la obra Leonardo Castellani resultan de interés para gente que generalmente oscila entre lo nostálgico, lo nacionalista, lo tradicional, lo católico, adjudicandole, no pocas veces, cosas que terminan comprometiendo o envolviendo al autor santafesino en movimientos a los que seguramente el mismo Castellani criticaría.

Ejemplo de esto fue el Movimiento Nacionalista Tacuara en el que se contaban numerarios antisemitas, homofóbicos, pro-militares, entre otras cosas, y que en su momento tomaron como “bandera” a Castellani… En nuestro humilde saber y entender, Castellani no fue ni es eso que dicen que fue o que es. Más bien, lo evocamos como un lúcido autor argentino que supera ampliamente las bajezas ideológicas de estos grupos y necesita en justicia ser considerado a la altura de grandes autores, como Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Adolfo Bioy Casares, Juan Gelman, por mencionar a los galardonados con el premio Miguel de Cervantes (el “Nobel” de las letras hispanoamericanas), sin desmerecer el talento de autoras como Alfonsina Storni, Silvina Ocampo, Alejandra Pizarnik y Angélica Gorodischer.

Además, Leonardo Castellani fue un sacerdote jesuita de gran talento y, como buen hijo espiritual de San Ignacio de Loyola, era un excelente predicador. No obstante, era más para ser leído que para ser oído. Castigado injustamente por la Iglesia de su época (preconciliar) y que por su misma vocación profética él no pudo callar, es un autor que tiene obras muy originales, muy valiosas, muy ricas para la vida espiritual y para la vida de la Iglesia. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que Castellani antes que nada es un ensayista en el plano teológico, no tanto así en lo bíblico, donde a veces “se iba al pasto” (como suele decirse coloquialmente), pero siempre dentro del marco especulativo propio de esas temáticas.

En cierto aspecto, Castellani es un personaje mítico, al que muchos grupos son capaces de mezclarlo con Las crónicas de Narnia o con alguna obra de Tolkien. En el fondo, un pobre hombre, a merced de polarizaciones ideológicas, sobre todo de aquellos obsesionados con las formas rituales tradicionales, con los nacionalismos extremos y los posicionamientos ideológicos anticuados. Un pobre hombre, porque realmente Castellani era un decidor, un traductor, un narrador, un escritor de alma, un periodista que muchas veces dijo cosas que se le fueron de las manos y por lo mismo, terminó siendo tergiversado.

Pero Castellani no es un autor que admita etiquetas. Como él mismo reconociera:

“… la Patria me ha puesto al margen de sus movimientos, me ha hecho ciudadano de segundo orden, me ha cargado como escritor con la conspiración del silencio, me ha exonerado de mi trabajo cinco veces, y en algunos lapsos no me ha dejado ejercitar ninguno de los tres oficios que sé, o sea: sacerdote, profesor y escritor. Son oficios que estudié bien; y ha habido trechos en mi vida en que no podía ejercitar ninguno” (Castellani, en Seis ensayos y tres cartas, s/f: 17).

Pero sí se le puede adjudicar a Castellani muy buenos diagnósticos acerca de la Iglesia y de la Argentina, su amada patria, que él sí hizo en su tiempo con un lenguaje criollo (cosa que lo hace particularmente atractivo para nosotros), despertando un profundo interés en quienes se acercan a su vida y a su obra. De esta manera, resulta casi un deber moral intentar rescatar de un lugar poco atractivo (por sectario) a quien consideramos uno de los autores argentinos más relevantes del siglo XX y que desde hace décadas está apartado del canon literario por intereses y mezquindades de quienes deciden las políticas culturales en nuestra patria.

Es así que una vez más, a través de este humilde artículo, al haberse cumplido el 15 de marzo un nuevo aniversario de su fallecimiento, queremos hacer presente su figura y sus luminosos aportes, que a pesar del tiempo continúan vigentes y que pueden ayudar también a los hombres y mujeres que peregrinamos en el siglo actual.

 Algunas pinceladas biográficas

 

"Ite omnia inflamate et accendite"

("Ve e inflama todo y acrecienta el fuego")

San Ignacio a San Francisco Javier

 

Varias ediciones de obras de Castellani suelen contener, como es usual, la biografía del autor. No obstante, por un lado, dada cierta dificultad para acceder a las publicaciones del escritor santafesino y, por otro lado, el manto de olvido y desconocimiento que de alguna manera ha caído sobre su figura (lo que ha llevado a notables intentos de rescate, como el de algunos de sus seguidores, más allá de los  sesgos ideológicos que apuntamos), consideramos de aporte brindar a los lectores algunas pinceladas biográficas de este notable autor.     

Leonardo Luis CASTELLANI CONTE POMI nació en Reconquista [en su momento «San Jerónimo del Rey»], provincia de Santa Fe, (o como le gustaba decir a él, en el Chaco Santafesino), República Argentina, el 16 de noviembre de 1899. Sus padres fueron Catalina Conte Pomi y Luis Castellani; este último periodista y fundador del periódico «El independiente», fue asesinado por cuestiones políticas durante las elecciones de 1906. Castellani fue un personaje pintoresco: usaba hábito religioso combinado con  un cinturón de comisario, un ojo de vidrio, pipa en la boca y boina de gaucho. Gustaba de describirse a sí mismo en algunos de sus escritos, cuando decía que era un «ermitaño urbano»:[1]

«Tenía el solitario una boina Rúbens y pantuflas anchas; una sotana vieja a modo de bata, con un cinto ancho; y un cuello blanco con corbata roja. Era un hombre más bien alto, flacón, de manos largas y movedizas, rostro alargado, barbilla partida, nariz recta, un ojo levemente vizco, si uno se fijaba; pelo blanco rapado al rape... De la viejísima raza humana que tiene que sufrir golpes sin devolverlos» (Castellani, 1964: 11).

Habiendo ingresado a la Compañía de Jesús en 1918, y luego de cursar estudios de filosofía y teología en las ciudades de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires, fue enviado a Europa por sus superiores, para perfeccionar su formación. Castellani fue ordenado sacerdote el 27 de julio de 1930 en Roma (en la iglesia del Gesù), por el Cardenal Francesco Marchetti Selvaggiani.[2] En el «Apéndice» de La catarsis católica en los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola se puede leer un recuerdo de Castellani de aquel día, registrado en un Diario personal de aquella época:

«Cinco horas duró la ceremonia (ordenación)...: 90 ordenados y 43 sacerdotes… Marchetti-Selvaggiani es distinguidísimo, tiene una presencia soberana, las ceremonias de la ordenación hechas por él son devotísimas… Pensar que esta especie de arcángel me ha dado un beso y pensar que yo tenía la cara sucia, me había puesto a llorar como una novia y como temía: un poco mi madre y un poco mis pecados y un poco el cansancio y un poco las sublimes ceremonias y las manos atadas…» (Castellani, 1991: 116).

Y continúa el relato sobre aquel día que marcó, acaso, el principio y fundamento de su vida, más allá de los avatares: 

«… Por la noche el santo viejito P. Conri del que yo cada vez que lo veo, digo: He aquí un hombre que está cerca de la visión beatífica (y me inclino de envidia y reverencia), me llamó aparte y me dijo: “Se ve que está contento —¿Y cómo no Padre?— Pues, sepa que es una consolación que durará para siempre, y antes bien, aumentará cada día. Ud, lo verá.” Y se puso de rodillas en el suelo para que lo bendijera. Por lo cual yo me sentí tan enteramente feliz que compuse ipso facto una poesía en dialecto romanacho:

Castellani beato se

oggi sorge una nóva luce

ciai la Madona e’r Duce

che vejeno su di te.[3]

y así pasaron esas solemnes veinticuatro horas siguientes, como dijo el otro...» (1991: 116-117). 

Y un dato que muestra ese estado de consolación espiritual (de alegría, gozo, paz) de aquel momento clave en su vida: «Yo no he bailado nunca (con mujeres, digo, pues solo, sí, he bailado: el día de mi ordenación)», expresó cierta vez.

Este joven sacerdote jesuita rápidamente mostraría su talento intelectual: Obtuvo el título de Doctor en Filosofía y Teología por la Universidad Gregoriana de Roma (1931). Al respecto,  según afirmara Irene Caminos, se trataba de un

«Diploma bulado lo llaman por llevar como protocolización el mismo sello de plomo de las bulas pontificias. En él, el Papa Pío XI y el Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Wladimiro Ledóchowski, acreditan con su firma, que Leonardo Luis Castellani es Doctor Sacro Universal (cum licentia ubique docendi), que su título lo habilita a enseñar Filosofía y Teología, aquí, como en Inglaterra, la China o el Japón, sin reválida. El mismo le da derecho a publicar sus escritos sin censura previa, en los países donde no hubiese otro título igual o superior al suyo. Superior, no existe; igual, nadie lo tenía en la Iglesia desde el descubrimiento de América hasta él» (Caminos, en Castellani, 1991: 7).

Castellani también se tituló en Estudios Superiores en Filosofía (rama Psicología) por la Sorbona de París (1934) (si bien en verdad, dirá posteriormente, se trataba de un Petit Doctorat, «con una tesis de psiquiatría muy rara, que nunca quiso publicar») (1964: 126).

Nuestro protagonista fue religioso jesuita hasta 1949, año en el que fue expulsado de la Orden, presumiblemente por involucrarse en cuestiones políticas, como le ocurrió a Hernán Benítez, un poco más joven que él y famoso en la época por ser el confesor de Eva Perón. A diferencia del rumbo que la Compañía de Jesús tomaría al calor de la renovación conciliar y el generalato del Padre Pedro Arrupe, en aquella época el compromiso con lo público era severamente castigado por la institución eclesiástica.  A partir de su expulsión, y no sin sobresaltos (con idas y venidas), Castellani pasó al clero diocesano. Desde su sacerdocio católico se desempeñó como profesor, traductor (podía leer bien nueve idiomas y según él, ninguno hablaba bien, si no es pasablemente el castellano, francés, italiano y latín) y uno de los escritores argentinos más influyentes y prolíficos de su tiempo, según adelantamos. Así, Castellani puede considerarse como una de las mentes más brillantes del siglo XX, con una personalidad que se caracterizó por su espíritu libre, con esa “gloriosa libertad de los hijos de Dios”, al decir de San Pablo (Romanos, 8,21). Supo diagnosticar los problemas de la realidad de su tiempo y ofrecer propuestas superadoras a cuestiones vinculadas a los planos social, cultural, político y religioso, que observaba pero que a pesar de todo, como él mismo reflexionara:

«El genio es el hombre que según la modesta definición de Santo Tomás intellectu excedi. En la Edad Media se profesaba que esos hombres eran los que debían gobernar; o, por lo menos, pertenecer a lo que llaman hoy “clase dirigente”: hoy día se los tiene por inútiles o locos; y mucho disimulo y habilidad tienen que tener para quedarse solamente con el atributo de “raros”» (Castellani, 1975: 19).

En sus obras literarias trata diversidad de temas y disciplinas entre los que se destacan la filosofía, la teología, la psicología, la pedagogía, la espiritualidad, la moral, la política, entre otras. Empleaba un estilo que se caracteriza por la diversidad de géneros literarios, un humor ácido, una destacada ironía y expresiones lingüísticas criollo-gauchescas propias de sus orígenes pueblerinos, siendo un autor no sólo original sino que, como pregona la Iglesia, ejercía la “inculturación del Evangelio”. De hecho, el Cardenal Antonio Quarracino, por entonces Arzobispo de Buenos Aires, lo llegó a comparar con Leopoldo Lugones, a quien Castellani llegó a tratar. [5]

Según el testimonio de Amanda Cabrera Padilla, al ser Castellani de carácter abiertamente franco y a veces bastante combativo aunque no agresivo (él decía «A nadie odiaba, y sí al error acaso/ Nunca al sofista herí sino al sofisma») (Castellani, 1964: 233), sus libros han merecido el tratamiento de la «conspiración del silencio» y de las «listas negras», con el fin piadoso de eliminarlos. No obstante esto, ellos han ido haciendo lentamente mancha de aceite en su país, desde Misiones a Tierra del Fuego. Actualmente (N.del A. Año 1963) es el autor más «vendedor» en la Argentina… Quizás a su muerte será considerado como uno de los clásicos de Iberoamérica (Cabrera Padilla, en Castellani, 1963).

Al igual que a Borges y otras figuras de la cultura, a Castellani le tocaría atravesar tiempos difíciles, en los que Argentina -como el resto de la región- se debatía entre la democracia y el autoritarismo, el desarrollo y el subdesarrollo o, dicho en términos más propios de la reflexión latinoamericana, la dependencia versus la liberación.

En este contexto, en el frágil gobierno de María Estela Martínez de Perón llegaría para Castellani el premio “Consagración Nacional” (1975), impulsado por admiradores cercanos al sacerdote, como el profesor Aldo Carreras. También, por esos años, según fuentes no oficiales, al parecer se dieron algunos intentos de reingreso de Castellani a la Compañía de Jesús, cuya provincia argentina era conducida por el jesuita Jorge Mario Bergoglio. Es de suponer, según algunos, que el autor habría declinado el ofrecimiento, dada su edad avanzada. Pese a esto, siempre tuvo un especial afecto a la figura de Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, como lo demuestra la hermosa y extensa homilía que le dedicó el 31 de julio de 1966.  

Cuando el Gobierno constitucional fue derrocado por el Golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976, instalándose el terrorismo de Estado en el país, Castellani fue invitado, junto a Borges, Sábato y el entonces presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), a un tristemente célebre “almuerzo” con el dictador Jorge Rafael Videla. Como se ha dicho muchas veces, a diferencia de los otros comensales, más bien condescendientes con el presidente de facto, Castellani fue el único que le expuso la situación de un detenido-desaparecido por la feroz dictadura. Se trataba de Haroldo Conti, con quien el escritor no tenía un trato directo. Ese gesto, breve pero significativo y valiente (en el marco de una parodia oficial para legitimar el Golpe de Estado ante “los hombres de la cultura”), fue interpretado como la despedida pública de Castellani de la escena nacional.    

Al empeorar su salud, lo operaron «de un cáncer y sus apariciones en público se van espaciando. Celebra y predica los domingos en la iglesia del Tránsito [de la Santísima Virgen, en Buenos Aires], acudiendo incluso algún agnóstico a oír sus homilías, que graba.[6] Y termina por transformarse así en un verdadero Ermitaño Urbano. Si uno iba a visitarlo a su departamento, era frecuente hallarlo paseándose por el palier y rezando el rosario». Repetía «que su principal ocupación era “prepararse a bien morir”» (Gallardo, 2011: 10).

En junio de 1980 «le preguntaron cuál era el mejor recuerdo de su vida. Sin dudar contestó: “Los de la primera misa y profesión religiosa”». Castellani falleció en Buenos Aires el 15 de marzo de 1981, dejando un vasto legado de alrededor de cuarenta libros,[7] sin contar sus numerosos artículos, prólogos, revistas editadas por él mismo, entre otros textos. Por la inmensidad de su obra le aplicamos el sustantivo devenido en adjetivo que Mario Vargas Llosa utiliza para Victor Hugo en La tentación de lo imposible (2004): “océano”.

Años antes de su fallecimiento, escribió unos versos, imaginando -acaso- su muerte:

«Y cuando él vio que así todo quedó

Completo desde el ‘vamos

Dijo ‘Jesús’ y se murió

Y al otro día lo enterramos...

Pero mi Madre y la del mejor Hijo

Piadosa me miró

Y cuando el juicio estaba en duda, dijo:

-En la tierra me honró» (Castellani, 1964: 342).

De similar tenor son los versos de estilo gauchesco y musical con los cuales culminara su magistral «Payada a la Virgen de Luján», patrona de los argentinos:

 

«Madre de Dios, madre mía

y no quiero saber más

haceme morir en paz

con Dios y con vos María,

al filo de mi agonía no recordés mis reveses

recordá, en vez, cuantas veces

y ya desde muy gauchito

yo te he rezado el bendito

la Salve y los cinco dieses».[8]

 

Castellani y el Papa Francisco

 

“La naturaleza imita al arte”

Oscar Wilde

Junto con las pinceladas biográficas y la invitación a la des-apropiación (si cabe tal término), queremos también hacer justicia a la capacidad profética de Castellani, en el sentido de anuncio y denuncia. Así, consideramos pertinente llamar la atención sobre su curiosa novela, cuyo nombre completo es Juan XXIII (XXIV). O sea la resurrección de Don Quijote (sinfonía fantástica a la Berlioz en tres movimientos y una coda; para uso de naciones subdesarrolladas), publicada en octubre de 1964. Allí, bajo el pseudónimo de Jerónimo del Rey, una nota aclaratoria señala al comienzo:

«Este libro es un pasatiempo. Si acaso sobre eso es otra cosa, conste que por primero es un pasatiempo lícito y humano. Los sucesos están en futuro presente condicional. O, para más claridad, lo inmergente para lo sobreviviente; y éste, inmergente otra vez, para el futuro emergente…» (del Rey -Castellani-, 1964).

Este juego de palabras (puesto que Castellani nos aclara que se trata ante todo de «un pasatiempo») abre una novela que en sí misma porta una profecía: la elección de un argentino como legítimo sucesor de San Pedro, es decir, como Papa de la Iglesia Católica, Vicario de Cristo en la tierra. Cuando el 13 de marzo de 2013 los Cardenales reunidos en Cónclave (tras la histórica y revolucionaria renuncia del gran Benedicto XVI) bajo la inspiración del Espíritu Santo eligieron a Francisco, el Papa proveniente del fin del mundo, hubo quienes advirtieron que aquella novela de Castellani evidentemente había sido algo más que «un pasatiempo».

A fines de ese mismo año su nombre volvió a circular, esta vez en relación con la llegada de Jorge Mario Bergoglio a Roma. Más aún, al ver los primeros pasos que el Papa iba dando (en sentido claramente reformista), el escritor Álvaro Abós publicó una nota titulada «Ya hubo antes un Papa argentino», en la cual señaló:

«Cuando en 1963 murió Ángelo Roncalli, aquel amado Juan XXIII, el Cónclave eligió a un Papa argentino, un jesuita que ejercía su ministerio en el porteñísimo barrio de San Telmo, un teólogo excepcional, cuyo nombre era Ducadelia. Pío Ducadelia, al ser elegido Papa, tomó el nombre de Juan XXIV. No. No estoy loco. Eso sucedió en un libro publicado en 1964. El escritor que profetizó un Papa argentino era Leonardo Castellani y el libro, publicado por Ediciones Theoría, se titula Juan XXIII, Juan XXIV. Una fantasía» (Abós, La Nación, 7/12/2013).

Sorprendido por los paralelismos entre el personaje de Castellani (Ducadelia-Juan XXIV) y Francisco, Abós continuaba:

«El libro narra las vicisitudes de ese Papa para sobrevivir en Roma -conseguir mate, hacer comprensibles sus argentinismos, adaptar la picardía y algunos tics porteños que los romanos no entienden-. Al margen de estas tribulaciones cotidianas, el gran tema del libro de Leonardo Castellani es la modernización y humanización de la Iglesia. Porque Ducadelia quiere reformar la institución partiendo de la acepción original de la palabra Iglesia, que significa asamblea, es decir, reunión de los fieles. Quiere vender los tesoros del Vaticano, quiere que los pastores sean austeros, quiere eliminar la pompa, los privilegios, las rigideces dogmáticas, quiere revalorizar la tarea de los laicos, clama contra el pecado eclesial ("es una vergüenza que el cristianismo sea usado para legitimar malos gobiernos"), sale de noche a caminar por Roma y a compartir la vida de los pobres. Por todo ello le ponen palos en la rueda (...) [C]incuenta años después de la aventura literaria de Juan XXIII, Juan XXIV. Una fantasía, en Roma hay un Papa argentino, jesuita como Castellani, hijo de italianos como Castellani, porteño viejo como Castellani (quien, aunque era del norte santafesino, terminó sus días en su austero departamento de Caseros y Defensa). Bergoglio es el hombre del año. Su ascenso al Papado alteró la situación en el mundo y también el clima político en la Argentina... El Papa está luchando a brazo partido para que los católicos, pero también los hombres y las mujeres todos, nos reencontremos con un valor que mucho escasea, la dignidad. Francisco, dice el diario Corriere della Sera, ha lanzado a la Iglesia a una aventura, la de abrir la Iglesia al mundo. Es un Papa, dicen, que viene de lejos y mira lejos... Para nosotros Francisco (o su álter ego literario, Ducadelia) no viene de lejos, partió de nosotros, por eso lo sentimos cerca» (Abós, La Nación, 7/12/2013).

Casi un año y medio después, en L’ Osservatore Romano, el periódico oficial de la Santa Sede, apareció un extenso artículo titulado “Un argentino antes de Francisco”, firmado por el escritor español Juan Manuel de Prada. El texto elogia a Castellani por su talento, sin desconocer su carácter de polemista. Las líneas finales son muy sugerentes:

«Sin duda alguna, la novela de Leonardo Castellani debió resultar chocante, incluso estrafalaria, cuando se publicó (…); pero su autor, poeta que sabía mirar más adentro y profeta que sabía mirar más allá de las apariencias, habría podido responder con aquel aforismo de Oscar Wilde: ‘La naturaleza imita al arte’. Aunque a veces tarde medio siglo en hacerlo» (L’ Osservatore Romano, 7-14/08/2015, 11).

Años más tarde, en 2020, el Cardenal venezolano Baltazar Porras se haría eco de este paralelismo, señalando al final de su nota «Un Papa argentino antes de Francisco»: «Hay que leer esta novela ficción, que se me antoja parecida al libro del profeta Daniel, ya que cuenta como futuro lo que ya sucedió». El Cardenal dice que Castellani «me invita a pedir que la fuerza de Elías pase a Eliseo, que en estos momentos se llama Francisco» (Porras, Religión Digital, 24/07/2020). 

En esta apretada reseña de la obra en sí, es interesante no tanto la opinión que dan estos autores sobre la novela en sí misma, sino el reconocimiento que se brinda hacia Castellani. En palabras de Abós: «Juan XXIII, Juan XXIV. Una fantasía no es uno de los mejores libros de Castellani, pero muestra su inventiva profética y tiene fragmentos que revelan la belleza, el vigor y la curiosidad insaciable del mejor Castellani, un escritor cuya reivindicación está aún pendiente» (Abós, La Nación, 7/12/2013).

Más allá del juicio de este autor sobre el libro en sí (aspecto en el que discrepamos), nos parece acertado esa exhortación a la reivindicación de Castellani, ya que además (algo que ni Abós ni de Prada dicen) cabe destacar que se adelantó 34 años a la novela Eminencia (1998), donde el afamado Morris West imaginó la posibilidad de que un argentino fuese elegido Papa (pero sin desarrollar las características de ese Pontificado ficticio), así como en su célebre Las sandalias del pescador (1963) había intuido que alguna vez alguien de origen eslavo llegaría al Pontificado. En este sentido, es interesante observar que en su Juan XXIII (XXIV), Castellani expresamente cita a West, ubicándolo fantásticamente como «teólogo del arzobispo de Sidney» (del Rey -Castellani-, 1964: 40). Esto nos lleva a suponer que, tal vez, el «pasatiempo» de Castellani se inspiró en la novela de West publicada tan solo un año antes y con una repercusión enorme (a partir sobre todo del cine), en pleno desarrollo del Sacrosanto Concilio Vaticano II. Cabe recordar que allí se impulsó el aggiornamento de la Iglesia, siguiendo el discurso programático de Juan XXIII (no el de ficción sino el verdadero), quien en la solemne apertura de los trabajos conciliares señaló que «[e]n nuestro tiempo... La Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad» y que ella tenía la necesidad de dar «un paso adelante».  

Agregando algunas palabras sobre la novela «profética» de Castellani (gestada y publicada en ese contexto), podemos destacar que muestra a Ducadelia como un promotor de la descentralización de la Curia Romana (un programa que denomina «reforma capitis») y que combate el «eclesiasticismo», referido como «la peor herejía que existe hoy en la Iglesia», definido como «todos esos magnates carcamales que no quieren cambios en la Iglesia porque a ellos les va bien así; y a ellos les va bien porque carecen de tacto y de olfato (de vista también, por supuesto) que se están quedando solos, que el mundo se retira en silencio de la Iglesia…». Convertido su personaje en Juan XXIII segundo o Juan XXIV, le hará decir que «el tesoro de la Iglesia son los pobres», agregando que eso «no era una simple frase en él». Por último, imaginó que Ducadelia -al cabo de diez años de ministerio petrino- terminaría renunciando al Pontificado y yéndose de Roma (del Rey -Castellani-, 1964: 62-65, 73-74, 178 y 318).

Cuando vemos que Francisco (a quien su maestro, el jesuita Juan Carlos Scannone, llamara «un signo de los tiempos en persona») ejerce el ministerio petrino en el contexto de una Tercera Guerra Mundial «en pedazos», pide con insistencia «recen por mí», pone énfasis en aspectos como la sinodalidad, la crítica al clericalismo, la opción preferencial por y con los pobres y su valoración positiva de la figura de «Papa emérito» (inaugurada con la renuncia de Benedicto XVI), coincidimos en calificar de «inventiva profética» (como decía Abós) a la realizada por Castellani en su novela.

Por si fuera poco, «[e]n la edición noviembre-diciembre de 1964 de la revista Dinámica Social, a 50 años del nacimiento de [José Gabriel del Rosario] Brochero..., proféticamente Castellani habla en el artículo de tres santos que reconocía de su patria: el Cura Brochero, Mama Antula, y Fray Mamerto Esquiú...» (Pittaro, Aleteia, 17/03/2021).

El primero (sacerdote de Córdoba), fue canonizado en 2016, el mismo año de la beatificación de la segunda (laica oriunda de Santiago del Estero), canonizada en 2024. El tercero (franciscano de Catamarca), fue beatificado en el año 2021. Los tres, grandes exponentes de la religiosidad popular de los argentinos, fueron elevados a los altares por Francisco, el Papa que imaginara Castellani. 

De manera entonces que, a modo de conclusión y para no dejar dudas al respecto, podemos afirmar que Castellani fue un auténtico profeta, sufrido, como todos ellos, y que en su vida y en su obra empuñó “el látigo de un Bloy o de un Belloc, y a la vez la varita mágica de un Chesterton” (de Prada, L’ Osservatore Romano, 7-14/08/2015, 10), autor a quien conoció personalmente, según la investigación de Lucas Adur.  

Castellani mismo se sentía llamado a ser un profeta como un don de Dios para la Iglesia y para la Argentina a quienes amó y por quienes sufrió y se entregó hasta el último momento de su vida, más allá de sus padecimientos, sus logros, su carácter polémico e incluso excéntrico (él mismo se decía "el cura loco"). También con sus mismas palabras podemos decir que hay por encima de las crónicas de este autor "océano", un poco de profecía. “¿Por qué no hemos de creer la promesa de Cristo de que en su Iglesia alentaría siempre el carisma de la profecía? ¿Y por qué no podría usar Cristo para eso de un cualquiera, del más pocacosa?” (Castellani, 1968: 18).

 

(*) Autores del libro Entre la memoria y la profecía. Reflexiones a partir de la vida y obra de Leonardo Castellani (Buenos Aires, 2022). Prólogo de Mons. Eduardo E. Martín.

 


[1] De hecho, ermitaño urbano (E.U.) era uno de sus pseudónimos, junto con Jerónimo del Rey, Militis Militorum, Cide Hamete (h), Pio Ducadelia o Desiderio Fierro.

[2] Francesco Marchetti Selvaggiani (1871-1951) fue un Cardenal de la Iglesia Católica. Sirvió como Secretario de la Congregación para la Propagación de la Fe, Vicario General de Roma y Secretario del entonces Santo Oficio.

[3] Una traducción aproximada del comienzo de la poesía podría ser: «Bienaventurado Castellani si hoy surge una nueva luz con la Virgen y el Señor…»

[4] La alusión a Lugones (figura tan talentosa como controversial) no es casual, dado que en 1964 se publicó un libro de título homónimo, cuya autoría es de Castellani. Ya en el prólogo el sacerdote señalaba el vínculo que los unió: «En el último año de su vida [1938] Leopoldo Lugones me honró gratuitamente con su amistad y su confianza. Yo no me di cuenta del intenso –y aun tormentoso– trabajo interno que entonces lo devoraba; y aún ahora me culpo deso. Cuando estando fuera de la Capital llegóme la noticia de su muerte voluntaria, no lo quise creer. En nuestras entrevistas en la Biblioteca del Maestro solamente se patentizaba un extraordinario fervor patriótico y católico –efervescencia por momentos– que parecía prometer únicamente veinte años más de vida fecunda, y la compleción en mármol y oro del extraordinario monumento literario, ‘más perenne que el bronce’, que con todos los defectos o fallas que se quisiere, constituye incluso ‘trunco’ un gran tesoro para este país» (Castellani, 2012: 61).

[6] Tal vez por esto en la plataforma You Tube se conservan varias homilías de Castellani, a las cuales remitimos a quienes quieran conocer la faceta de predicador u orador sagrado del sacerdote.

[7] La cifra, claro está, es una aproximación, puesto que ciertamente es difícil saber a ciencia cierta la cantidad de obras de Castellani, dado que no hay consenso entre los autores: por ejemplo, la enumeración de Caminos (1991), difiere de la de Bentivegna (2010). A su vez, a un listado bibliográfico realizado por Pedro Luis Barcia (publicado en la revista «El Gato Negro», en diciembre de 1996), se lo ha ido adaptando con los textos castellanianos que ha sido publicados años después de su fallecimiento.

[8] Disponible en https://www.academiadelplata.com.ar/contenido.asp?id=2817

 


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