Qué placer verte otra vez
Por Lucía Vazquez (*)
Invadida (guiño guiño) por
una emoción desbordante, algunas cositas sobre esta maravilla que es la serie
de El Eternauta.
“Lo viejo sirve, Juan”. Qué
hermoso es ver cómo una historia escrita hace casi setenta años nos sigue hablando
con tanto sentido. Quizá nos dice más de lo que pudo decir en su momento, no lo
sé, pero viene a contarnos justo ahora, en este momento en el que el “todos
contra todos” no pareciera poder devenir en una organización de resistencia
contra lo que viene de afuera a destruir.
Todas las decisiones del
guion que se basa en la historieta de H. G. Oesterheld son astutas, precisas,
emocionantes. Refuerza la representación de una idiosincrasia (que ha ido
cambiando en estos años, inevitable, con una mochila histórica mucho más
pesada) y le suma el “ahora” extraordinariamente. Qué importante es, además,
vernos representadxs con toda la complejidad que eso trae, hacia afuera y hacia
adentro. La alegría del reconocimiento, de la mímesis en la representación (tan
propia del código de cada género) se encuentra también con el conflicto de lo
nuevo, de lo que quiebra la idea que teníamos que se puede narrar de una
manera. Stagnaro piensa cómo resolver problemas que Oesterheld pensó en su
momento, que son los mismos pero son otros también, y la clava al ángulo cada
vez. Qué gol Malvinas ingresando así al escenario postapocalíptico de una
Buenos Aires del nuevo siglo. Con la decisión tomada hasta parece inevitable
hacer hoy de Juan un excombatiente, enfrentándose a una nueva invasión, a una
nueva nevada mortal. Por otro lado, los personajes nuevos pero sobre todo la
profundidad que se le da a los femeninos también resulta una decisión de guion
inevitable, qué difícil imaginar hoy a Elena y Martita (aka Clarita) esperando
que los hombres hagan lo suyo y no participar, no tener agencia en la
resistencia; qué difícil pensar una versión actual de cualquier cosa que
intente una representación social desestimando la potencia de los movimientos
feministas.
“Nadie se salva solo”. No,
y no es fácil tampoco confiar y organizarse. Se hace con miedo, atravesando un
primer momento de profunda desconfianza y con el trauma de quien intentó y
fracasó. Contar historias viejas-nuevas permite pensar herramientas complejas
que cargan con el pasado como un lastre pero también como una novedad. Volver a
ver, qué importante volver a ver. Hoy que todo pasa tan rápido y parece durar
tan poco, una historia sobre ir viajando por la eternidad, solapando pasado,
presente y futuro.
De Argentina para el Mundo.
Las operaciones de traducción son múltiples, primero de la historieta a la
narrativa seriada (que tanto no se aleja de la forma de publicación original, pienso
a Netflix como una forma del folletín). Después, de nuestro imaginario
del fin del mundo y desde el fin del mundo, atravesado por esas imágenes
extranjeras que tanto nos bombardean, pero buscando la esencia de una
extrapolación propia. Me encanta ver cómo tuvieron que arreglársela los yanquis
para traducir las frases como “está relampajeando” o “selargolla”. Hay cosas
que no van a poder traducirse y eso está bien, que traten de entender, que se
invierta una vez la perspectiva del alien. Quién iba a decir que tener una
identidad cultural resultaba tan confortante y aglutinante, ¿no? Esta historia
es también un logro social. La escritura es de Stagnaro y el resto de los
guionistas, sí, pero es colectiva también porque guarda en su esencia las
distintas lecturas que se han hecho de la obra todos estos años, desde las más
espontáneas y placenteras hasta las más académicas y profundas.
“La ciencia ficción
argentina no existe”. A ver si este fenómeno hermoso nos permite dejar de
empezar cualquier cosa que tengamos para decir de la cf argentina sin recordar
la entrañable frase de Gandolfo y no dudemos más de la presencia del género en
nuestra literatura y nuestro cine. Sí, no es como la anglosajona, y sí, toma un
montón de elementos. Pero los bichos siguen siendo cascarudos setenta años
después, la Estatua de la Libertad está en Munro y los personajes toman mate
mientras tratan de buscar refugio de la invasión.
“Magnetismo”. Permítanse la
emoción, emocionarse hasta las lágrimas con lo que ven y escuchan
en la pantalla. No entra solo por la historia o los diálogos, esta versión de El
Eternauta es de una potencia audiovisual increíble. La belleza de algunas
escenas es conmovedora. Y no solo porque son esas imágenes que cobran
vida, una vida que combina lo que vimos en la viñeta con lo que también
imaginábamos de esos cuadros en movimiento, sino porque detrás de esa
materialidad hay un laburo amoroso, colectivo y respetuoso con lx espectadorx y
la obra original que se ve en cada copito de nieve mortal, en cada calco de las
Malvinas o cada llaverito de la selección que aparecen así como al pasar, de
cada canción nuestra que suena con más o menos protagonismo.
“Jugo de tomate frío”.
Mejor llamarse a silencio cuando no hay nada interesante o productivo que
decir. Puede no gustar la serie, claro, pero no seamos obtusos, el fuego amigo
no es una opción en tiempos apocalípticos. No sean “hombres robots” podría ser
un nuevo insulto, propongo.
¿Dónde está Oesterheld? No
lo sabemos porque está desaparecido, porque la herida está lejos de cerrar del
todo. Pero vuelve como un viajero en el tiempo, un viajero de la eternidad,
para que un montón de gente que no conocía su obra pueda pensarlo, buscarlo,
leerlo. No han podido vencernos.
Me creo con autoridad, como
quien leyó la historieta decenas de veces, la trabajó en clases otras tantas y
la adora con todo su corazón, para decir que no le hacen ningún favor con esa
reverencia anquilosada que obtura cualquier nueva lectura de una obra clásica,
que la detiene en el tiempo y la vacía de posibles nuevos sentidos. Por qué no
escuchamos lo que la viñeta que cobró vida vino a contarnos:
Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo
Cambia el clima con los
años
Cambia el pastor su rebaño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño.
(*) Profesora, Doctoranda
en Letras y Magister por la Universidad de Buenos Aires.
"“Nadie se salva solo”. No, y no es fácil tampoco confiar y organizarse. Se hace con miedo, atravesando un primer momento de profunda desconfianza y con el trauma de quien intentó y fracasó. Contar historias viejas-nuevas permite pensar herramientas complejas que cargan con el pasado como un lastre pero también como una novedad. Volver a ver, qué importante volver a ver. Hoy que todo pasa tan rápido y parece durar tan poco, una historia sobre ir viajando por la eternidad, solapando pasado, presente y futuro."
ResponderBorrarQué gran manera de ponerlo en palabras.