La amistad como forma de vida suprema

 


 

Por Jerónimo Gonzáles (*)

“El epicureísmo, juzgado rectamente, 
resulta ser un fenómeno histórico tan importante 
como el platonismo”[1].

 

Ética epicúrea como ética del placer

En este trabajo se propone una lectura ética de la philía epicúrea. Toda la filosofía epicúrea se dice y entiende en y desde la ética. Es una sabiduría práctica[2] que concibe el placer –hedoné- como el principio –arkhé- y fin –télos- de la vida del hombre: la felicidad. Es el placer el principio de la felicidad, de la vida dichosa.

 

[…] El placer es el inicio y el fin de vivir dichosamente. En efecto, hemos comprendido que él es el bien primero y congénito [syngenikós[3]], y de acuerdo con él iniciamos toda elección y renuncia, y a él nos referimos cuando juzgamos todo bien[4]

 

Ahora bien, ¿de qué manera el hombre alcanza el placer? E incluso aún, ¿es indiferente el placer o existen especies diferentes de placeres? Y todavía más, ¿cómo se identifica el placer, en qué consiste?

El fin de la vida es la felicidad -o, lo que es sinónimo, vivir el máximo placer posible-. Mas, la satisfacción de cualquier placer no es un equivalente directo de la felicidad, puesto que no todos los placeres proporcionan al hombre una vida sin turbaciones, una vida gozosa. De aquí que Epicuro aconseje a su discípulo Meneceo no olvidar la fórmula que exhorta no elegir cualquier placer sin más, sino aquél que, luego de ser analizado, proporcione, al menos en proyección el máximo bien posible.

 

[…] No elegimos todo placer, sino que a veces omitimos muchos placeres, cuando de ellos se sigue para nosotros una incomodidad mayor, y consideramos que muchos sufrimientos son mejores que los placeres, cuando nos sobreviene un placer si durante mucho tiempo nos sometemos a los sufrimientos[5].

 

Existen, pues, diversos tipos de placeres. De ellos, algunos deben buscarse incluso en medio de dolores presentes. El placer que proporciona la vida dichosa debe ser sabiamente buscado y elegido. Pero, ¿cómo es posible discriminar los placeres, de modo que se pueda tener un criterio cierto y confiable?

En respuesta a esta pregunta, el filósofo de Samos nos brinda su ya famosísima clasificación de deseos. En ella nos dice:

 

Se ha de reflexionar que, de los deseos, unos son naturales; otros, vanos. De los naturales, unos necesarios; otros, sólo naturales. De los necesarios, unos son necesarios para la felicidad; otros, para el sosiego del cuerpo, y, otros, para el vivir mismo[6].

 

De acuerdo al recorrido realizado hasta el momento, hemos visto que: el fin de la vida del hombre es el placer; que el mismo no es cualquier placer sino aquel que, luego de reflexionado, es elegido en cuanto redunda en bien total de la naturaleza, y que, la elección de uno u otro placer se halla en un examen acerca de los deseos, debiéndose elegir los placeres cuya proveniencia radique en los naturales y necesarios.

Resta en este punto tratar el criterio de juicio a través del cual puede el hombre, el individuo concreto, identificar el placer, principio y fin de la vida dichosa. Digamos sin rodeos que el criterio para identificar el placer es precisamente la ausencia de aquello que lo imposibilita, o también, la presencia del mal (ético), teniendo en cuenta que el placer es considerado por Epicuro como el bien. Esto es, la presencia en el individuo del estado de dolor, sea este como dolor de cuerpo o turbación del alma. Así lo expresa el mismo Epicuro en el 128 de su ética magna:

En efecto, por esto hacemos todo: por no sufrir ni estar asustados. […] En efecto, tenemos necesidad de placer cuando sufrimos porque no está presente el placer.

 

Precisamente, todas las fuerzas humanas están puestas -en cuanto todo hombre en su constitución natural se encuentra inclinado a la felicidad- en alcanzar un estado de vida que contenga un transcurrir por el mundo sin dolor en el cuerpo ­–aponía- ni turbación en el alma –ataraxia-. Y, por ello se afana en el cultivo de la reflexión filosófica. Cultivo que se da en dimensión comunitaria, no aisladamente[7]. Debe leerse en esta línea interpretativa las palabras con las que, el Maestro y padre de la escuela helenística aquí trabajada, cierra la carta dedicada a su discípulo:

 

Pondera, pues, día y noche estas cosas y las semejantes a ellas, contigo mismo y con el semejante a ti y jamás serás trastornado[8].

 

Fisonomía de la amistad en las Máximas y Sentencias Vaticanas

 

Si existe un área en la vida y filosofía de Epicuro en la que no se halla punto de contradicción entre los estudiosos del Maestro del Kêpos[9], ella es la realidad de la amistad, a quien honraba haciendo carne cada uno de sus postulados. Razón por la cual era una persona amada por muchos[10]. Testimonio autorizado de ello es el mismo Diógenes Laertio quien, adentrando al lector a la vida de Epicuro expresa lo siguiente:

 

Sus amigos, que en tan gran número que ya no cabían en las ciudades[11]

 

Como vemos, para Epicuro la amistad es un bien supremo[12]. Sin embargo, con la finalidad de inteligir mejor –de manera situada- el motivo de la prioridad que el filósofo atribuye a la philía, es necesario conocer –al menos generalmente- la situación histórica en la que elaboró su doctrina. Si queremos formarnos una idea clara sobre lo que constituía la amistad en los integrantes del Jardín –acerca de su naturaleza-,  es necesario, según el postulado de Festugière, en Epicuro y sus dioses[13], denotar que la misma se convierte para nosotros en un “signo de la época”.

 

El fin del siglo [nos recuerda Festugière] IV es un momento de gran desconcierto moral. […] Habiendo perdido la ciudad el libre ejercicio de su autonomía, el marco cívico […], tiene menos fuerza para mantener, dirigir y […] fortificar al individuo.

(…) El hombre ya no está sostenido; se siente solo y es presa de escrúpulos, remordimiento y turbaciones del ánimo[14] que experimenta ahora con más acuidad que antes.

 

El tiempo en el cual habitó Epicuro y sus contemporáneos fue un período marcado por la caída de las referencias antiguas que constituían el yo íntimo del individuo, referenciándolo al todo de la polis, la cual además de la seguridad –aspháleia­- psicológica propiciaba al ciudadano una seguridad –aspháleia­- física, material, de vital importancia. Es la necesidad de encontrar nuevos puntos de aspháleia –caídas las evidencias sobre las que se sostenía la Grecia del siglo de Pericles- lo que lleva a Epicuro a pensar espacios alternativos que sustituyan el principio de configuración de individuo y posibilitador de una vida buena como era las ciudades autárquicas, reconocidas bajo el apelativo polis.

La seguridad -aspháleia­- de la que otrora gozaba el ciudadano pleno perteneciente a la Ciudad Estado ha sido quebrada; el hombre griego del siglo IV ha sido testigo del robo de toda garantía primera, básica, para vivir plenamente, de manera dichosa. El camino de la existencia humana en este punto ha llegado a una bifurcación en la que se hallan dos caminos: 1) o se acepta la imposibilidad de hallar un nuevo topos que garantice al individuo la seguridad –aspháleia­- perdida, y con ella el sustrato primero para alcanzar la felicidad, cayendo en la resignación y el desánimo constante de una vida en la cual se nace para la muerte (Buscar la cita en Epicuro), 2) o se acepta la realidad del nuevo y se buscan alternativas para generar, dentro de éste, un espacio que garantice la posibilidad de alcanzar la vida placentera. Epicuro elegirá ésta[15], si bien en él la búsqueda de ese nuevo espacio posibilitador no será la política sino la amistad, comprendida como comunidad de los sabios, de aquellos que promulgan y viven una doctrina determinada, aquella que afirma que el placer es principio –arkhé-y fin –télos- de la vida hermosa.  

Luego de la extensa introducción que ha sido el recorrido anterior, vayamos al núcleo del actual punto: intentemos reconstruir desde los fragmentos del “más duro y brutal de los mortales”[16] la naturaleza y fisonomía de la amistad según éste la concebía.

En primera instancia, el Maestro de Samos consideraba que la amistad era uno de los más grandes bienes que le ha sido conferido al ser humano dado que es ella la que insta constantemente a los hombres a buscar y vivir la felicidad.

 

La amistad recorre el mundo entero proclamando a todos nosotros que despertemos ya a la felicidad[17].

 

Pero, anexo al carácter de centinela –anteriormente mencionado-, cuya función consiste –amén de velar por la seguridad- en despertar ante los peligros a quien dormita o se encuentra ocupado en su distracción, es la amistad igualmente vehículo para alcanzar la vida dichosa:

 

De todos los medios de los que se arma la sabiduría para alcanzar la dicha en la vida el más importante con mucho es el tesoro de la amistad[18].

 

Por ello mismo:

 

El hombre auténtico se preocupa sobre todo de la sabiduría y de la amistad[19].

 

La philía garantiza entonces, a quienes participan en ella, la amonestación constante de permanecer con los ojos abiertos frente a los deseos, buscando satisfacer los esenciales, con el fin de lograr la ataraxia. He aquí su mayor utilidad -aunque no la única-, dado que los amigos garantizan la aspháleia en todo ámbito concreto, al menos como refugio seguro en ocasiones posibles de necesidad. Ese es el sentido de la Sentencia 34:

 

No obtenemos tanta ayuda de la ayuda de los amigos como la confianza en su ayuda.

 

Si nos detenemos atentamente a lo presentado en la última cita del Maestro, podríamos pensar que el sentido de la amistad verdadera, signada ella bajo la realidad de la generosidad recíproca, queda anulado en pos de la búsqueda del objeto que satisfaga las diversas y más íntimas necesidades del individuo. En dicho caso, el mandato central que debería cumplir la amistad tan sólo se circunscribiría a la utilidad, siendo la anulación de toda genuina amistad, dado que para la philía la generosa reciprocidad constituye el humus específico. Sin embargo, para Epicuro los amigos son talen en cuanto que, a través suyo, todos los integrantes que comportan la comunidad amical pueden alcanzar mutuamente las necesidades naturales y necesarias, en un prudente equilibrio. Debido al hecho que,

[n]i es amigo quien a propósito de cualquier cosa busca ayuda para el prójimo ni quien no sabe nunca nada de ayuda, pues aquél regatea la devolución del favor hecho y éste corta de raíz con la posibilidad de esperan algo bueno[20].

 

Culminamos el tratamiento específico acerca de la amistad con el fragmento 542, citado en el libro de Carlos García Gual en coautoría con Eduardo Acosta, en el cual pone en alerta que la satisfacción de la necesidad de amigos precede a la de alimentos y bebida:

 

Mira con quien comes y bebes antes de mirar qué comes y bebes: nuestra vida sin amigos es como la vida del león y el lobo[21]

 

La amistad, condición sine qua non de la vida dichosa

 

Al comienzo del escrito hemos anticipado que habría un punto dedicado a la conexión entre lo desarrollado en la parte primera y segunda. Hemos llegado a él. Intentaremos cumplir lo preanunciado.

A través de su Carta a Meneceo, Epicuro abre ante los lectores –discípulos de ayer y hoy que ponen bajo su amparo toda la existencia- su inteligencia para iluminar acerca de los principios con los que los seres humanos deben guiar su vida en busca de la felicidad. Principios tomados de la Física[22], disciplina que intenta dar cuenta acerca de la constitución esencial de la realidad, pero aplicados en el ámbito de la moralidad del hombre.

En Epístola a Meneceo, nuestro filósofo afirma –según ya se ha dejado constancia al comienzo del texto actual- que el placer –hedoné- es el principio de la vida dichosa, a la que todo hombre está naturalmente inclinado. Y que el placer se da en la ausencia del dolor[23]. Pero, ¿por qué el hombre experimenta en su naturaleza las vejaciones de mal, o, mejor aún, la presencia del dolor? ¿A qué se debe la existencia de ese fenómeno que hace difícil vivir dichosamente? El dolor es causado por la falta de límite[24] impuesto a los deseos, por la falta del ejercicio de la prudencia, mediante el cual sopesar antes de cada elección el fin de los deseos y elegir los mejores, aquellos acordes a la naturaleza, quien hizo que los esenciales para la vida hermosa sean de fácil acceso mientras que los inútiles difíciles[25].

Pues bien, la vida dichosa, la felicidad, es posible de ser vivida conociendo los principios de la Naturaleza, tal como se manifiesta en ser humano mismo, y aplicándolos prudentemente, de manera reflexiva en cada elección concreta. Es evidente por tanto que únicamente podrá vivir en la dicha que vive sabiamente, quien se mantiene atento en la reflexión constante. Pero, no es posible reflexionar correctamente, ejercitar el pensamiento, fuera de un círculo de iguales que garanticen un ámbito seguro en y desde el cual pensar. Dicho lugar, tenido como “bien inmortal”[26] por el propio Epicuro es la amistad. En consecuencia, sólo en el ejercicio de la philía puede el hombre alcanzar la vida dichosa.

 

(*) Profesor de Filosofía. Docente en nivel medio y superior.

 

 

 



[1] Cfr. Farrington, Benjamín, La rebelión de Epicuro, Laia, Barcelona, 1983, p.39.

[2] Que la filosofía epicúrea es una filosofía práctica puede verse desde el comienzo a la Carta a Meneceo, cuando el Maestro dirigiendo a su discípulo lo insta a “practicar” y “cumplir” los consejos que ya le ha dado en sus otras cartas. Cfr. Epicuro, Epístola a Meneceo,132. A partir de ahora Ep. Men.

[3] Al referirse al concepto griego de “congénito”, Néstor Luis Cordero explica que puede entenderse como aquello que “está programado en los genes humanos”; es decir, que es natural del hombre, no adventicio. Cfr. Cordero, Néstor, La invención de la filosofía, Buenos Aires, Biblos, 2016, p.192.

[4] Cfr. Ep. Men.,129.

[5] Cfr. Ibíd.

[6] Cfr. Ep. Men., 127.

[7] Cfr. Divenosa, Marisa, Sabiduría y apoliticidad en el pensamiento de Epicuro, Anales de Filología Clásica 33.1 (2020): 101-112 (disponible en: http://revistascientificas.filo.uba.ar/index.php/afc/article/view/9588/8460; última consulta 17/02/2023). En el mismo sentido, especialmente en lo referente a la inutilidad de la meditación de forma aislada, véase Festugière, A, Epicuro y sus dioses, p. 28.

[8] Cfr. Ep. Men., 135. La cursiva es nuestra.

[9] Transliteración de κῆπος. Palabra griega que, literalmente, se traduce por “jardín”.

[10] De la misma forma, como contracara de lo expuesto, era, al mismo tiempo, resistido con excesiva virulencia por infinidad de conciudadanos suyos. Cfr. DL, X, 3-5.

[11] Cfr. DL, X, 6.

[12] En Vida, opiniones y sentencias delos filósofos más ilustres, Diógenes, remarcando actitudes virtuosas de Epicuro, con motivo de generar así un contrapeso a los argumentos antes narrados de los detractores del mismo, al tiempo que encomia su amor por la patria pone a la vista su predilección por los amigos. “Afligida la Grecia por las calamidades de los tiempos, siempre se mantuvo en ella, excepto dos o tres veces que pasó a Jonia a ver a sus amigos”. Cfr. DL, X, 7.

[13] Cfr. Festugière, A., Epicuro y sus dioses, Eudeba, Buenos Aires, p. 29.

[14] No perder de vista que el catálogo de los sentimientos presentados aquí es, para Epicuro, causa directa de infelicidad humana, dolores que enferman el alma y exigen la medicina propuesta por su lógos filosófico. Cfr. el breve artículo de Ambrosini, Cristina, La farmacia de Epicuro hoy. Recuperado de: https://pensarlaciencia.net/downloads/3/Cuadernos%20de%20%C3%89tica-%20La%20farmacia%20de%20Epicuro%20hoy.pdf

[15] En cuanto a la exigencia de alcanzar espacios de seguridad para logra una vida buen, puede verse –por poner sólo un ejemplo, Máximas Capitales 139, VI. Desde Ahora: MC.

[16] Cfr. DL, X, 2.

[17] Cfr. Epicuro, Sentencias Vaticanas 52. Desde ahora: SV

[18] MC 148, XXVII.

[19] SV 78.

[20] SV 41.

[21] Fr. 542 Usener.; en: García Gual, Carlos-Acosta, Eduardo, La génesis de una Moral, Rescate Textual- Barral Editores, Barcelona, p. 257

[22] Cfr. Epicuro, Epístola a Herodoto.

[23] La existencia conjunta del gozo y el dolor es imposible. De allí que se afirme en MC 140, III: “El límite máximo de la intensidad del gozo es la supresión de todo dolor. Y en donde hay gozo no hay, durante el tiempo que esté, dolor ni sufrimiento ni ambas cosas a la vez”.

[24] Para una mayor comprensión de la importancia del concepto de “límite” en relación con el placer como fin, remitimos a la nutridísima obra de Jorge Fernando Navarro (cfr. Navarro, Jorge, El concepto de justicia en la filosofía de Epicuro, Pefscea-Miño y Dávila, Buenos Aires-Barcelona, 2021), especialmente al capítulo IV, titulado Ética.

[25] Cfr. Ep. Men.,130.

[26] Cfr. SV 78. Acerca de la traducción de esta Sentencia, existen contradicciones acerca del sujeto al cual debería aplicársele la cualidad de no ser afectado por la muerte. Para acceder a lecturas de opiniones diversas, remitimos a: García Gual, Epicuro, Alianza Editorial, Madrid, 2022, p.216, nota 1.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

EL ORDEN POLÍTICO: NATURALEZA Y FIN

Leonardo Castellani, océano

Argentina: la dignidad humana pisoteada. ¿Cómo llegamos a esto?