La libertad retrocede

 


“...sin esperanza de ser escuchado (...) pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles” 

Rodolfo Walsh. Buenos Aires, 24 de marzo de 1977.

 

   A lo largo de la historia de la humanidad existen palabras cuyo significado ha sido y es terreno de disputas. La libertad es una de ellas. Por más que el presidente Javier Milei termine sus intervenciones públicas (discursos, posteos, etc.) con el latiguillo “¡viva la libertad carajo!”, muy probablemente no tengamos la misma noción de libertad. Según entendemos, la noción de libertad que tiene el actual Gobierno Nacional se entronca con el liberalismo propietarista (diferente al liberalismo igualitarista), de ahí que se auto-comprenda como “libertario”. 

Eso permite acaso entender mejor por qué se puede declamar la libertad teniendo en manos una motosierra amenazante, utilizada por Milei desde su campaña por la Presidencia, que se pensaba como un artilugio lingüístico (una metáfora, diríamos) de aquello que mejor representaría el recorte de privilegios de los dirigentes políticos, resultó volverse en contra del propio pueblo.

   El tan aclamado y esperado, por cierto sector de los votantes de Milei, “ajuste a la casta” culminó en la reducción de las jubilaciones percibidas (ciertamente, una variable de ajuste empleada por gobiernos anteriores), la disminución de la asistencia social a comedores comunitarios, el aumento del litro de nafta (cómo así también de otros combustibles), el desmantelamiento de políticas de asistencia sanitaria, como aquellos programas de apoyo a quienes transitan enfermedades crónicas, como ser -entre otras tantas-, el VIH/SIDA y el cáncer. En pocas palabras, “la casta” terminó siendo (cómo ya es vox populi) el pueblo argentino. Libertad sí, pero para pasar todo tipo de penurias.

   Ejemplo de esto fue lo acontecido el miércoles 12 de marzo, cuando los televisores, streaming, redes sociales y programas de radio, se hicieron eco de la brutal represión que el Ministerio de Seguridad de la Nación, cartera a cargo de Patricia Bullrich, sostuvo en contra de un sector de la sociedad civil conformado, en su gran mayoría, por jubilados y jubiladas. Como hace semanas atrás, los adultos mayores (quienes perciben un haber mínimo que no llega a cubrir el techo para ser considerados “indigentes” en Argentina) se autoconvocan todos los miércoles para reclamar mejores condiciones económicas. Tales manifestaciones recuperan en el imaginario social la memoria de la recordada Norma Plá, quien durante el menemismo hizo llorar al “hombre de piedra”, Domingo Felipe Cavallo, entonces Ministro de Economía. Como en aquellos tiempos del neoliberalismo rampante, la respuesta actual ante el reclamo justo es bien poco original: la represión. Muchos y muchas recordaron al respecto la frase de Diego Armando Maradona: “hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados”.

   Como sabemos, entre los muchos damnificados de aquella triste jornada se encuentra Pablo Grillo, un fotoperiodista independiente quien fue impactado directamente por un proyectil de gas lacrimógeno mientras cumplía con el deber (y el derecho) de informar lo que estaba aconteciendo en las inmediaciones del Congreso Nacional. Un peritaje temprano concluye que un cabo de la Gendarmería, de apellido Guerrero, sería el responsable del hecho, ya que actuó de manera contraria a todo manual de instrucción de la Fuerza de seguridad al disparar directamente en forma recta contra la víctima, quien al día de hoy pelea por su vida. El Gobierno libertario prefiere pagar la represión en vez de la justicia social.

   A tales hechos, que ya de por sí resultan repudiables, se suma una serie de acontecimientos desafortunados protagonizados por el Presidente Milei y sus diatribas, los cuales reflejan cómo la libertad tan declamada por su gobierno se ve constantemente cercenada cada vez que el pueblo se manifiesta. El tan conocido “Caso $Libra” (o cómo se lo hace llamar en algunos medios, “el Libragate”) es, sin lugar a dudas, uno de los casos que más ha golpeado al actual oficialismo. Es el primer episodio conocido públicamente en el cual un mandatario nacional del rango de Milei se ve involucrado en una estafa de magnitud internacional. La respuesta al escándalo fue de manual: crearon (o al menos lo intentaron) una agenda política con la represión del miércoles mencionado,  culpando a los manifestantes de lo sucedido en un intento paupérrimo por “tapar” la estafa. No lo lograron, más bien todo lo contrario, la aceptación popular hacia el Presidente ha caído, según algunas consultoras, lo que evidencia el fuerte golpe sufrido a su figura, a pesar de cierto blindaje mediático y, desde luego, un núcleo duro de la población que lo apoya.

   Pero eso no es todo. Allegados al poder están clamando por una mayor brutalidad policial. No hace mucho, un vocero activo en redes sociales, escritor panfletario y politólogo reaccionario ante las ideas de la justicia social, Agustín Laje, defendió el accionar de las Fuerzas de Seguridad nacional en la manifestación referida, aludiendo a una nefasta frase que rezaba que se necesitaban más balas de goma para frenar al clamor social (sic). Laje es solo uno de los tantos personajes que reproducen el discurso de odio que expresan Milei y algunos de sus allegados, como el asesor presidencial Santiago Caputo. En vez de la libertad garantizada por todo Estado Constitucional de Derecho, se infunde miedo para disciplinar y desmovilizar a la ciudadanía. Tal amedrentamiento parece buscar que no interactuemos con otros y otras, que desconfiemos de los demás, como la asustadiza Soledad Dolores Solari, uno de los personajes creados por el genial Antonio Gasalla, que denunciaba con sarcasmo los estragos que causan los relatos del miedo: la retirada del espacio público, el auto-encierro. Ante la cercanía de un nuevo aniversario del Golpe de Estado cívico-militar de 1976, debemos tener muy presente estas emergentes y alarmantes prácticas autoritarias, las cuales no se condicen con la democracia recuperada en 1983 y la defensa innegociable de los Derechos Humanos. Votamos presidentes, no aspirantes de tiranos. Por eso, una vez más, urge manifestarse pacíficamente, en unión y libertad.   

   Así, en el actual contexto socioeconómico y político-institucional, el concepto de libertad debe ser reconsiderado, pues corre el riesgo de ser distorsionado y convertido en su opuesto. Un Gobierno que reprime a los jubilados, recorta en salud, cultura y educación (especialmente en el nivel universitario), y que no renueva las becas de investigación, incluyendo las de agencias de renombre mundial, como el CONICET, está lejos de promover y desear la auténtica libertad de su pueblo, tanto en el sentido liberal clásico (“libertad negativa”) como en el de la tradición republicana (“libertad positiva”). Más bien, parece soñar con devolver a la Argentina a una condición de colonia, en la cual no se respeten las libertades más elementales.   

   En este escenario de quita de derechos, la interacción de Milei con el ámbito internacional no parece ayudar en nada a la agenda del Presidente, a pesar de que él se autoperciba el mejor mandatario de los últimos 100 años. Su agenda política estuvo basada, en campaña, en la copia de MAGA de Trump. Milei quiso (si bien su política parece ir en la dirección contraria) “hacer a la Argentina grande de nuevo”. Las promesas de reducción de impuestos y la “lluvia de inversiones” (que hasta el momento no llegaron), así como la eliminación del cepo cambiario (algo que, en el corto y mediano plazo, resulta inviable) y el acuerdo anunciado, pero no explicado por el equipo económico del Ministro y fugador serial Luis Caputo, con el Fondo Monetario Internacional (FMI), han demostrado que el programa político y económico de Milei se basa en un discurso cada vez más vacío de contenido. Las inversiones no solo no llegan, sino que, lo que es peor, las que existían se están yendo. La balanza de pagos está comprometida y nadie está dispuesto a arriesgarse a invertir en un país gobernado por un ex panelista de televisión. Más allá del aval parlamentario logrado por el oficialismo y sus aliados, el pueblo argentino sabe bien que no cabe esperar nada bueno del FMI, más bien por el contrario.   

   Si bien es cierto que la inflación se ha desacelerado, esto no se ve reflejado en una mejora sustancial en el día a día de muchas familias, dada la escalada de las tarifas de los servicios básicos y, en muchos casos, de los alquileres. Claramente, en términos proyectivos, podría haber menos pobres según los datos estadísticos, pero esto solo se debe a que aquellos registrados como trabajadores formales (cerca del 40% de la población) en teoría pueden acceder a más bienes y servicios de lo que hubieran podido si la inflación hubiera sido la esperada ¿Una mejora? Lamentablemente no. Porque la medición de la inflación debería haber incluido hace tiempo una nueva canasta de productos y servicios, que difiere de la que se utiliza actualmente. La demora en su actualización facilita la manipulación de los números.

   A pesar de todo, con una dirigencia opositora política y social sin conducción, que no logra articularse y proponer efectivamente una alternativa superadora y electoralmente competitiva, el escenario no es tan dramático ni desalentador como podría parecer. Si cambiamos el enfoque, dirigiéndolo  hacia el pueblo argentino y su accionar solidario y esperanzador, a partir de la organización comunitaria, podremos percibir una realidad diferente. Un ejemplo claro de ello es la solidaridad expresada en la colaboración fraterna con los hermanos y hermanas afectados por el temporal en Bahía Blanca, donde la respuesta popular suplió con creces las carencias de un Estado ausente, en mayor o menor medida, en sus diferentes niveles. Claro está, esto no autoriza un discurso anti-Estado sino, en todo caso, la consideración de su necesaria e inteligente transformación, subsidiaria del accionar de la comunidad.

   Como bien señala el Papa Francisco: “La esperanza tiene audacia y mira más allá de la comodidad personal”. Sigamos ampliando nuestra perspectiva, buscando y reconociendo nuevos focos de esperanza, incluso en los lugares más incómodos, porque, en medio de la adversidad, siempre hay personas dispuestas a marcar la diferencia y actuar, desde la unidad en la diversidad, para ponernos la patria al hombro. Mientras la ideología libertaria avanza, lo que retrocede es la libertad y la igualdad. En el sentido que hemos expuesto podemos comprender mejor la exhortación siempre vigente de ese gran conductor que fue José de San Martín, en su lucha por la emancipación de los pueblos: “¡Seamos libres, que lo demás no importa nada!”

 

Aarón Attías Basso (politólogo)

Sabrina Marino (teóloga)

Agustín Podestá (teólogo)

Emiliano Primiterra (filósofo)

Aníbal Torres (politólogo)

  

 

 

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