¡Gracias de corazón, Francisco de Roma!
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor”
Jesús de Nazaret (Lc 4, 18-19)
Por Aníbal Torres (*)
y Nicolás Perrone (**)
En la cercanía de
un nuevo aniversario de la elección de Jorge Mario Bergoglio para liderar a la
Iglesia Católica, no son pocos quienes, fuera y dentro del catolicismo, se
toman la cabeza pensando con desagrado o desilusión en lo que vino luego: el
pontificado de Francisco, legítimo sucesor de San Pedro, a quien Jesús hizo “pescador de hombres”. Seguramente cada persona encuentra ligada al
nombre del actual Papa una constelación de términos.
Lejos de agarrarnos
la cabeza, nosotros, como muchos dentro y fuera de la comunidad eclesial, damos
gracias por esta “primavera”, comenzada el 13 de marzo de 2013, tras la revolucionaria renuncia de Benedicto XVI y las deliberaciones posteriores. Más aún,
consideramos que este pontificado descansa sobre cinco pilares: la misericordia (lema del Papa hecho praxis
compasiva), el pueblo (desde las raíces
teológicas del Pontífice argentino), el discernimiento personal y
comunitario (dada su pertenencia al carisma jesuita), la sinodalidad (desde la cabal puesta en práctica
de la eclesiología del Concilio Vaticano II) y la mística (expresada en su
afecto a la devoción de las devociones: el Sagrado Corazón de Jesús). Aquel
pontificado marcadamente reformista que había imaginado-profetizado el escritor
y ex sacerdote jesuita Leonardo Castellani en su novela Juan
XXIII (XXIV) (1964), en más de una década se
volvió una realidad efectiva y afectiva.
El primer Papa
latinoamericano y jesuita comenzó solemnemente su ministerio el día 19 de marzo
de 2013, cuando se le entregó el palio de pastor y el anillo de pescador
hombres. Allí dijo:
“Hoy, junto a la
fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de
Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo
ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de
Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos,
apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y
que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese
servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el
servicio humilde, concreto, rico de fe, de San José y, como él, abrir los
brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a
toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más
pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al
hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado
(cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar”
(Francisco, 19/03/2013).
Un Magisterio profético,
audaz e integral
Más allá de los
acontecimientos que marcan cada época, lo que más se suele tener en cuenta de
los Papas son sus enseñanzas, que, en mayor o menor medida, buscan dar
respuesta a los desafíos y anhelos de una coyuntura particular. En este
sentido, el Magisterio de Francisco, con su profetismo (de anuncio y denuncia) y
su audacia, muestra una atenta lectura de los signos de este tiempo y una
perspectiva integral. Sus documentos no se pueden leer de manera desgajada,
sino en una hermenéutica de la armonía, “porque el todo es superior a la parte”, según uno de los (ya
famosos) “principios bergoglianos” para la construcción y la conducción de cada pueblo.
Quienes solamente
reparan en las grandes encíclicas sociales, o sea Laudato Si’ (2015) y Fratelli
Tutti (2020), no deben olvidar que éstas son precedidas y sucedidas por dos
encíclicas muy profundas, más allá que alguien -con una mirada muy humana-
podría soslayarlas por “piadosas” o “dulzonas”: Lumen Fidei (2013, sobre
la virtud de la fe, documento escrito “a cuatro manos” con Benedicto XVI) y Dilexit
nos (2024, sobre la actualización de la devoción sacricordiana).
Más allá de su particular
estilo comunicativo, favorable a conceder muchas entrevistas -que estrictamente
no tienen carácter magisterial-, lo principal del pensamiento de Francisco está
en esos documentos pero también en otros textos, como las Exhortaciones
Apostólicas Evangelii Gaudium (2013, sobre la evangelización en el mundo
actual, su programa de gobierno), Amoris Laetitia (2016, sobre la
pastoral matrimonial y familiar), Gaudete et Exsultate (2018, sobre la llamada a la
santidad) y Christus Vivit (2019, sobre la pastoral juvenil).
En lo que hace
específicamente a la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), cabe recordar que este
corpus sistemático, iniciado solemnemente en 1891 con la Rerum
Novarum de León XIII, se ubica epistemológicamente en el campo de la
teología moral social, no en el plano de las ideologías y/o doctrinas políticas
o económicas. La DSI ha avanzado según el ritmo de la cuestión social, que ya
en tiempos de San Juan XXIII y San Pablo VI adquirió una escala planetaria. En
este sentido, Francisco, a partir del discernimiento evangélico, optó “por”
pero sobre todo “con” los pobres, vistos muchas veces (y lamentablemente) como
los leprosos de nuestro tiempo. Allí encontramos, por ejemplo, a los migrantes
y refugiados, a los descartados (víctimas de la “cultura del volquete”, que usa
y tira, que excluye), a las mujeres violentadas, a los niños no nacidos y a los
niños maltratados, a los jóvenes sin horizonte y los ancianos abandonados, a los
trabajadores sin derechos, a los criminalizados, y a los colectivos de la
diversidad sexual.
En pocas palabras, Francisco
hizo una clara opción por el Reino-Sueño, el proyecto horizontal (de
fraternidad y sororidad) y vertical (de filiación) encarnado en Jesús de
Nazaret, el Hijo de Dios; el Reino “ya” presente “pero todavía no”
consumado (decía el teólogo protestante Oscar Cullmann), la “imagen [bíblica]
del encuentro entre la esperanza y la gracia (…) la Nueva Creación” (dice el
sacerdote y escritor Hugo Mujica).
En ese sentido, aplicando
al Pontífice argentino una expresión que él usaba para referirse a su admirado “Padre
Maestro” Ignacio de Loyola, Francisco es un verdadero “estratega” del Reino de
Dios, que es tanto un don como una tarea, para “¡todos, todos, todos!” (excepto
para aquellos que, como el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, no se
quieren unir a la fiesta de la vida nueva, debido a un corazón endurecido). De
ahí que la estrategia delineada sea la construcción de puentes desde el diálogo
ecuménico (como se plasma en Laudato Si’), el
diálogo interreligioso (expresado en Fratelli Tutti) y un
amplio diálogo socio-ambiental (impulsado especialmente en Querida Amazonia y Laudate
Deum).
Así, las virtudes
teologales son traducidas en términos seculares comprensibles para todos y
todas: el amor como compromiso por la justicia social y la institucionalización
de la solidaridad, la fe como confianza en los demás y la esperanza -aquella
hermanita pequeña que lleva de la mano a las otras dos virtudes- como
dinamizadora de la vida civil hacia un futuro mejor, hacia una transición
ecológica a partir de un desarrollo humano integral y sostenible, que no deje a
nadie tirado al borde del camino ni degrade ecológicamente a nuestra Casa Común
(Cf. Laudato Si’ 13).
Debe quedar claro:
¡no es un invento de este Papa! Su Magisterio se nutre de la Sagrada Escritura,
de la Tradición Viva de la Iglesia y del Magisterio de sus predecesores. Por ejemplo,
ha recordado en más de una ocasión la relevancia de implementar una “economía
social de mercado”, como decía San Juan Pablo II. Así, el Magisterio Social de
Francisco está en continuidad dinámica con las enseñanzas de los Papas
anteriores, si bien desde su impronta hoy podemos hablar de un verdadero
Discernimiento Social de la Iglesia que no pierde el horizonte re-evangelizador
(plasmado en su programática Evangelii Gaudium), como servicio a la
familia humana, cuya carne sufriente hay que tocar, según ha indicado a quienes
integran la Curia Romana, el gobierno central de la Iglesia (Praedicate Evangelium).
De manera entonces que es el anuncio profético del Reino lo que en realidad algunos poderosos de dentro y fuera de la Iglesia impugnan, con repliques tendenciosos o acríticos en las redes sociales. Les molesta la recepción del Reino en el Magisterio de Francisco, quien se deja mover (mocionar) por el buen espíritu, es decir, el Espíritu Santo, artífice en última instancia de toda reforma eclesial; les cae mal su dulce sabor al Evangelio de justicia y paz, y la inversión de valores que conlleva, como bien lo expresara María de Nazaret en el canto del Magnificat: "dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, y a los hambrientos los colma de bienes". La historia desde los de abajo, abiertos al don de lo alto.
El Santo Padre,
verdadero apóstol de la infinita dignidad humana, de la paz y de la no
violencia activa en una Iglesia y en un mundo heridos por la crisis
civilizatoria socio-ambiental, las divisiones polarizantes y las desigualdades
que asedian a las democracias, las guerras fratricidas, el avance de la
tecnocracia sin ética y las diferentes formas de neo-colonialismo, predica que “la unidad es superior al
conflicto” y ha venido dando testimonio de ello poniendo el cuerpo,
por ejemplo con sus 50 viajes apostólicos hacia los cuatro puntos cardinales.
Eso no quita que, por fidelidad al Evangelio, haya insistido en sacudir el
fariseísmo, la hipocresía y la mundanidad en la comunidad eclesial. Así, los
enemigos del Papa y de su Magisterio no aparecieron con la Declaración Fiducia supplicans (2023, sobre la pastoral para las parejas del mismo sexo), sino que ya
estaban desde antes.
Damos aquí cuatro
ejemplos de dichos de Francisco que pueden leerse como dirigidos a los indietristas, a quienes quieren una
involución, parar el reloj de la historia: habló de la “acedia egoísta”, que termina en “la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los
cristianos en momias de museo”, criticando a los “pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre” (Evangelii Gaudium 81-85). Amonestó a quienes
prefieren “…sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con
superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas” (Amoris Laetitia 305). Arremetió contra los
resabios actuales de gnosticismo y pelagianismo “dos formas [heréticas] de seguridad doctrinal o disciplinaria que
dan lugar ‘a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de
evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de
facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. En los dos
casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente’ ” (Gaudete et Exsultate 35). Apoyado en el ejemplo de
su santa predilecta, la carmelita Teresita del Niño Jesús (con su “primacía de la acción de
Dios, de su gracia”), criticó “a una idea pelagiana de
santidad, individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el
énfasis principal en el esfuerzo humano…” (C’est la confiance 17).
Asimismo, el Papa
rehúsa las lecturas mundanas que confunden a la Iglesia, cuerpo místico de
Cristo, con un Parlamento propio de las democracias representativas, con
mayorías y minorías circunstanciales y en punga. Como dijo desde su cuenta en
la ex Twitter, @Pontifex: “Miremos a la Iglesia como la mira el
Espíritu Santo, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de derechas y de
izquierdas; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores
y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios” (31 de mayo de 2020).
Para Francisco,
entonces, el criterio nítido de discernimiento eclesial (con su correlato en el
ámbito civil) es: “Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia:
marginar y reintegrar […] El camino de la Iglesia, desde el Concilio de
Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y
de la integración…” (AL 296). Efectivamente, en la larga
historia de la Iglesia, puede rastrearse ese enfrentamiento de lógicas o de
pastorales, como el conflicto entre el comprensivo Papa Calixto I e Hipólito,
su sectario oponente.
¡Amen al Papa!
Incluso en una
situación de salud delicada se han renovado las críticas al Papa, aun en su
propio país, al cual -de manera difícil de entender para propios y extraños- no
ha querido visitar. Se vuelven a hacer sentir los comentarios ácidos de quienes
confunden tradición con tradicionalismo, discernimiento con relativismo,
misericordia pastoral con laxitud moral, e incluso, “multilateralismo desde
abajo” con un opresivo “nuevo orden mundial”. Por eso, en defensa de Francisco
y de su pontificado viene bien recuperar un olvidado
discurso de San Pablo VI en su visita a la ciudad papal de Anagni (1° de
septiembre de 1966). Este Papa, quien sufría en carne propia las tormentas del
posconcilio, concluyó con unas memorables palabras, proféticas para sus
sucesores, especialmente Francisco, signo de los tiempos “en persona” (como
decía su maestro, el jesuita Juan Carlos Scannone). Utilizando el plural
mayestático, propio de la época, dijo Pablo VI al finalizar su visita en
Anagni:
“Estamos en la
Iglesia, pertenecemos a la Iglesia; estamos bautizados, somos Hijos de Cristo,
tenemos la misma fe, bueno: quien pertenece a esta sociedad que hoy se llama
pueblo de Dios, que se llama comunidad cristiana, pues debe saber que esta
comunidad está organizada y no puede vivir sin la inervación de una
organización precisa y poderosa llamada Jerarquía. Hijos míos, es la Jerarquía
la que les habla, y el Vicario de Cristo que hoy está ante ustedes les dice
esto: que no estamos hechos tanto para mandar como para servir. Puedo pediros,
queridos hijos, esta gracia que ciertamente no me negarán: amar al Papa. Amen
al Papa… porque sin ningún mérito suyo y ciertamente sin ninguna investigación,
le sucedió esta extraña y singular vocación de representar a Nuestro Señor. No
nos miren a Nosotros, miren al Señor cuya presencia representamos. ¡Estamos a vuestro
servicio, hermanos!”.
Para quienes tienen
otras convicciones religiosas o filosóficas o, incluso, siendo bautizados se
han alejado de la Iglesia por diversos motivos, lo cierto es que Francisco de alguna
forma, podemos decir, les ha tocado el corazón. Más aún, los convoca a organizarse y conformar así una amplia “alianza social para la esperanza” (Spes non confundit
9). Si bien es verdad que él no se ha cansado de repetir que la Iglesia no es
una ONG, sino algo mucho más (por empezar, el santo pueblo fiel de Dios que
peregrina en la historia, una forma de introducirse en el misterio de la vida divina
y desde ahí servir a los demás), también es cierta aquella afirmación atribuida
a San Agustín que dice más o menos así: “no todos lo que tiene la Iglesia los
tiene Dios, y no todos los que tiene Dios los tiene la Iglesia”.
Veamos seguidamente qué lo entronca al Papa con la historia
bimilenaria del ministerio petrino, donde no se trata de implementar tal o cual
programa de gobierno sino de hacer la voluntad de Dios, como enseñara Benedicto
XVI en 2005, palabras que Francisco recuerda en Esperanza (2025), su
peculiar “autobiografía”. Al respecto, resulta muy lúcida la comprensión que
tenía Vicente Zazpe, plenamente imbuido de las orientaciones del Concilio
Vaticano II, cuando presentaba las enseñanzas de la Iglesia en sus conocidos
mensajes dominicales como Arzobispo de Santa Fe (Argentina). Al hablar del pontificado, con
lenguaje claro y contenido imperecedero en su columna del 20 de junio de 1980,
imaginaba un mensaje de Jesús para sus Vicarios en la tierra (donde Zazpe ponía
“Juan Pablo”, nosotros ponemos “Francisco”):
“(…) Simón comenzó a
llamarse Pedro y la traición conservó la simbología originaria: ya no serás
Joaquín Pecchi, tú serás llamado León XIII. Ya no serás José Sarto, serás Pío
X. Te llaman Aquiles Ratti, serás Pío XI. Eres Eugenio Pacelli, serás Pío
XII. (…) Y en todos se cumplirá la promesa de Cristo: sobre ti,
[Francisco] edificaré mi Iglesia y el poder de la muerte no la destruirá. A ti
te daré las llaves de mi Reino. Tú apacentarás mi rebaño, mis ovejas, mis
corderos, mis niños, mis ancianos, mi juventud, mis estadistas, mis
científicos, mis técnicos, mis artistas, mis sacerdotes y sobre todo mis
pobres. (…) A León, Pío, Benedicto, Juan Pablo, [Francisco], les encomiendo mi
Iglesia para que marche por la historia, coexista, conviva y comparta con ella
los dolores y las alegrías, pero descubriendo el sentido del dolor y de la
alegría. Mi Iglesia ha de perdurar, pero no como perduran las fechas. No ha de
permanecer como permanecen los recuerdos, ni se conservará como se conservan
los museos. Mi Iglesia ha de ser siempre de hoy sin dejar de ser de ayer; su
palabra ha de responder a los problemas, a los interrogantes y a los dramas de
hoy. Francisco, transmite a mi Iglesia lo que pienso del hombre, de un niño
engendrado en el seno de su madre, de la familia. Enséñale a mi Iglesia que la
persona humana no es una cosa, ni puede tratarse como una cosa; todo ser humano
es mi hijo y como hijo debe vivir. Francisco, enseña a mi Iglesia qué pienso de
la guerra, de la paz, del hombre, del amor, de la misericordia, del sexo, de la
ciencia, de la técnica, de la alegría y también de la muerte. Francisco, habla
a mi Iglesia y al mundo, del cielo y del infierno y diles que no son metáforas;
diles siempre la verdad aunque no se crean; sigue siendo luz, aunque rechacen
el resplandor; pero sobre todo, Francisco, sigue proclamando al mundo que soy
su Padre, que lo sigo amando y que por amor sigo ofreciendo a mi Hijo
Jesús”.
Con corazón
agradecido
En estos 12 años
podemos comprobar que ese pedido de Dios se ha encarnado en el pontificado de
Francisco de Roma, quien ha tomado el nombre y los gestos tiernos de aquel Francisco,
il poverello de Asís, al alter Christus ("otro Cristo"). Como decía Santa Mama Antula, desde la sabiduría
ignaciana, “la paciencia es buena, pero mejor es la
perseverancia”. Así, Francisco, el Papa que pide insistentemente que
recen por él (como pedía el Pontífice imaginado por Castellani 60 años antes),
sabe que, en definitiva, se trata de poner en marcha procesos transformadores, más
allá de llegar o no a ver los resultados, dado que “el tiempo es superior al
espacio”, como dice otro de sus “principios”. Para eso hacen falta los
“enamorados” del Reino y del pastor que cuida el rebaño que le fue confiado (a
imagen de Jesús Buen Pastor), no los “acostumbrados” que terminan jugando para
los lobos.
No es casual que desde hace un tiempo circulen
elucubraciones sobre la sucesión del Papa argentino, claramente un reformador.
Al respecto, nos parecen atinados dos señalamientos: por un lado, como sostiene
Nicollás Dallorso, politólogo y abogado, si los cónclaves realizados entre 1978
y 2013 estuvieron signados por la tensión respecto a la mayor o menor rapidez
en la aplicación del Concilio Vaticano II, el que tenga lugar para elegir al
sucesor de Francisco estará marcado, muy probablemente, por la recepción o no
del legado del Papa jesuita. Por otro lado, no sólo la literatura, también el
cine nos ayuda a pensar. Así, es interesante el diálogo subido de tono que se
muestra en el film Cónclave (2024) entre el liberal Cardenal Bellini, preocupado por las chances electorales del conservador Cardenal
Tedesco, y el moderado Thomas Lawrance, quien desde su rol armonizador de
Decano del Colegio Cardenalicio lo frena diciéndole: “es un Cónclave, no un campo
de batalla”.
Como el futuro depende de la combinación de diferentes factores (y en la perspectiva creyente está en manos de Dios), esas consideraciones no deben empeñar la
gratitud de corazón y el afecto que muchos, dentro y fuera de la Iglesia,
tenemos por Francisco, testigo fiel del Evangelio de la luz, la liberación
integral, la alegría y la ternura. Tienen razón algunos italianos cuando
dicen “Bergoglio,
il nostro orgoglio”. Con
este sentimiento, desde
el lenguaje del afecto familiar, con el tango como fondo musical y como parte
del noble pueblo argentino que lo vio nacer y lo formó y que tanto le debe
-basta ver los beatos y santos que elevó a los altares-, nos unimos a lo que
expresara María Elena, hermana del Papa: “Gracias a Dios, Francisco sigue
siendo Jorge”. ¡Bendito sea!
(*) Doctor en
Ciencia Política (**) Doctor en Historia
Gracias hermanos en la Fe , la crisis de nuestra Patria y la crisis mundial es de tales características y profundidad que solo podremos darle respuestas satisfactorias a partir de un abordaje integral : la superación personal en una vida de servicio, al prójimo , la profundización espiritual generalizando la Esperanza y la Justicia Social en bien de la humanidad toda . El Papa Francisco, Dios lo guarde , para que pueda cumplir cabalmente su Magisterio , es un faro luminoso que debemos seguir , porque el Espíritu Santo lo convocó y el cumplió acabadamente sus designios , por eso recibe los ataques de los que pretenden seguir el camino que nos conduce al fin dela humanidad . Gracias por la labor de clarificación y por la enumeración puntual en donde podemos encontrar el Magisterio salvífico de Francisco . Un abrazo en Cristo del corto
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