Ante las heridas, el Amor
“No son los sanos los que necesitan de un médico, sino los enfermos.
Y yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”
Jesús de Nazaret
Por Daniel Pío Torres
El comienzo de un nuevo año supone para muchos un tiempo de vacaciones. En este período de descanso podemos aprovechar para reflexionar sobre una realidad que nos constituye: el hecho de que no es fácil llevar la vida con heridas profundas. Eso es cierto. Pero hay heridas que llevan vidas por delante, donde la respiración abraza el suspiro profundo de la culpa, la nostalgia, el no haber hecho o quizás, no haber intentado hacer algo para que todo fuese diferente.
¿Cómo nos sentimos cuando las heridas quedan arraigadas como si no pudiéramos cerrarlas de ninguna manera? ¿Es sólo nuestro corazón el que esta lastimado? Latiendo forzosamente en el momento donde recordamos esas dolorosas situaciones, inflamos el pecho de aire nuevamente, porque nos duele, molesta, nos angustia. Es en ese momento donde necesitamos aliviar de alguna manera lo que hicimos, lo que dijimos o quizás lo que no quisimos.
¿Será también nuestra mente la que no deja de recordar cada palabra, cada “punto y coma” de esa última discusión? Esa que nos llevó a tomar distancia, silencio, y también a contradecir nuestros sentimientos con ese vínculo cercano… Porque mucho podemos decir en un momento de enojo, pero los sentimientos profundos no los podemos poner y quitar con la velocidad en que decimos las palabras.
¿Serán nuestros pensamientos los encargados de mantener esas heridas abiertas impidiendo la sanación de la cura lenta bajo el proceso del tiempo, evitando la calma, la tranquilidad para pensar y poder retomar lo que quedó como quedó? ¿Será, acaso, la falta de atención hacia el malestar del otro después de diferencias de pensamientos? Así evitamos acercarnos, porque ni siquiera nos interesa saber cómo está, cómo quedó esa persona después de los gritos, de palabras hirientes, de gestos efusivos agravando el “no estoy de acuerdo con lo que decís”, sumando agresividad al asunto.
¿Será que la “verdad” es solo la mía? Y es por eso que no me permito desviar la mirada hacia el débil, el golpeado, al herido que dejé, “por que a mí ya me pasó”, “soy la autoridad”, “mantengo esta casa”… ¿Nos tomamos el tiempo para saber verdaderamente si tenemos la razón en todo? ¿O será que la tenemos en partes y no queremos demostrar que algo de cierto hay en el otro?
¿Es una cuestión de orgullo, de viejas costumbres del “hombrecito de la casa”, o será por tener poder económico? Alguien puede pensar: “Soy exitoso en los negocios entonces por eso merezco respeto”. ¿Qué pasa si reconocemos la razón en el otro? Claro, primero deberíamos aceptar nuestro error ante esa persona. Y si esto sucede, aceptando mi falta, ¿voy a quedar mal, verán mi derrota, o quedaré expuesto de lo que no quiero que vean?
¿Qué nos sucede? ¿Cómo es que perdimos la comprensión en el otro y no nos permitimos bajar los brazos, y seguimos manteniendo la guardia alta a la defensiva?
¿Verdaderamente sabemos qué
significa dialogar, comprender, ceder, darle una oportunidad al otro de
demostrar lo que dice, lo que sabe y felicitarlo, o simplemente decirle “tenés
razón”? ¿Dónde está la parte que le damos valor a esa persona, estímulo, apoyo,
así esté equivocado? Porque quizás sea parte del proceso de su crecimiento que
intente, que vaya adelante, y nuestro lugar ahí sólo sea acompañarlo en ese
deseo personal.
En esas circunstancias es donde se ven los pilares que tenemos en la vida, esos que nos sostienen, nos apuntalan o solo están atentos a tu posible caída con los brazos abiertos y palabras de aliento para tu reconstrucción.
¿Sabemos pedir perdón sinceramente? O sea, pedirle a otra persona que nos perdone porque entendimos nuestra falta, poniéndonos en el lugar del humilde, aceptando simplemente nuestra equivocación. ¿Sabemos hacer eso sinceramente? ¿Qué es la sinceridad? ¿Vendrá de la mano con la sensibilidad? Pero, ¿qué será la sensibilidad? ¿Quizás sea viajar muy dentro nuestro y no nos animamos por temor? ¿El temor a encontrarnos con nuestra parte más humana desconocida? ¿La parte más frágil de nuestro ser? ¿La más blanda de nuestro corazón que nos muestra cómo somos realmente? Es esa parte que nos hace temblar de alegría, de sensaciones inexplicables, del verdadero sentimiento profundo del amor, esa que nos demuestra amables, agradecidos, respetuosos, atentos por el otro, gentiles.
¿O será también la parte que nos hace derramar lágrimas de nostalgia, esa donde permitimos que nos quieran, la que demuestra la falta del abrazo en el momento donde más lo necesitamos? Será, tal vez, donde todavía no pudimos derribar esas paredes rígidas que construimos hace mucho tiempo, como defensa de viejas batallas no resueltas que evitan la llegada de los buenos sentimientos. Pero, ¿será esa parte la que hace vernos al espejo y preguntarnos que nos pasó, si somos así verdaderamente? ¿Será el lugar donde aún nadie nos-llegó? ¿O será todo lo contrario? ¿Es el lugar donde muy pocos han llegado para generarnos alguna duda de nuestra forma de ser? ¿Cuánto más profundo hemos viajado en nosotros mismos? ¿Cuántos kilómetros tenemos recorridos por nuestro interior verdaderamente? ¿Cuánto tiempo nos tomamos para nosotros y nos disfrazamos de espías para descubrir quizás, un tesoro nuevo en las cuevas de nuestro ser?
¿Nos conocemos? ¿Sabemos quiénes somos para estar seguros de lo que queremos realmente? Quizás si supiéramos lo que queremos, también sepamos a quién y como quererlo. ¿Tendremos un nuevo mundo por descubrir dentro nuestro? Ese que nos permite perdonar, nos permite ir en busca del otro, esté donde esté, y volver a empezar. Abrazarlo bajo palabras sentidas de disculpas, asomando esa posible aceptación del otro entre lágrimas compartidas.
Así, ¿tenemos la capacidad de interpretar la debilidad del otro y protegerlo, cuidarlo en su vulnerabilidad, sostenerlo a pesar de la razón, de la comprensión, y no adueñarnos de su debilidad tomándola como estímulo para seguir hiriendo? ¿Cómo logramos el vínculo con el otro si no permitimos darle el lugar que se merece? ¿Cómo queremos que nos comprendan si nosotros no lo hacemos? ¿Qué es más importante? ¿El bienestar mío, el bienestar del otro o el de ambos? Habrá que ver si queremos construir, y si queremos vivir en armonía con nosotros mismos, porque manteniendo la espada del más fuerte en alto, no significa que nuestro corazón esté en paz. ¿Es una cuestión de egoísmo, de priorizarse, de “yo primero, segundo, y también tercero”? ¿Es así? ¿No será todo lo contrario? Es decir, ¿primero él, ella, ellos y después nosotros?
¿Duele el corazón cuando no damos el brazo a torcer sabiendo que estamos equivocados? Y si seguimos viajando como si nada pasara en la dirección opuesta de lo que sentimos, quizás también ahí es cuando se generan nuestras propias heridas. No hacerle caso a nuestro corazón es un gran riesgo a perder la persona que amas, a fracasar en decisiones importantes, a sanar uno mismo y también calmar la tormenta del otro. ¿Por qué nos olvidamos del amor y nos gana el enojo, y solo decimos palabras que lastiman? ¿Por qué no tiene más peso el vínculo, los buenos valores, el abrazo sentido apretado en comprensión, el respeto, los momentos especiales que compartimos?
¿Cuánto hace que llevamos esas heridas encima por no dejarnos sentir y solo pensar? ¿Cuánto tiempo pasó en que pensamos ir a hablar con esa persona y no tuvimos el valor de llamarla? ¿Cuánto hace que pensaste la última estrategia para que sea casualidad cruzarte con esa persona porque te interesa, la extrañás, o simplemente querés saber cómo está, qué es de su vida? ¿Cómo hicimos para acostumbrarnos a llevar heridas todos los días, sabiendo que hay una posibilidad de aliviar, de sanar, de solucionar algo con solo hacer una llamada?
El conocernos nos hace aceptar nuestros errores y es ahí donde tenemos la capacidad de pedir perdón directamente logrando la sanación, aliviando mi corazón y el del otro. Es donde nos damos cuenta que crecimos como personas, que maduramos, que cedimos nuestro primer lugar, donde permitimos derribar esas paredes que encapsulaban nuestro corazón del sentimiento más hermoso, noble y profundo como es el amor. Permitiendo que nuestra sensibilidad nos haga ver diferente, dándole prioridad al más débil, levantarlo, sostenerlo, de poder y tener la oportunidad de guiarlo entre los tropezones de su vida a un lugar más seguro y firme.
Tener esa oportunidad en nuestra vida de poder ser apoyo, el tutor, la guía para otra persona, siendo una de las cosas más humildes y gratificantes que podemos sentir.
Donde nos digan “gracias por estar
ahí cuando te necesité”, haciendo que esa persona nos vea confiables para sus
procesos de crecimiento personal, que quedarán como buenos recuerdos para toda
su vida y no como faltas en forma de heridas sin sanar. ¿Cómo nos sentimos si
fuimos heridos sin merecerlo, rompiéndonos el corazón que duele de la manera en
que solamente cada uno de nosotros puede explicar porque es nuestro dolor y es
tan profundo que por momentos necesitamos decirlo, gritarlo, llorarlo, salir
corriendo para intentando alejarnos de él pero nos sigue porque está ahí, está
acá?
Quizás después de un tiempo encontremos alguna explicación, pero para sanar hay que perdonar y quizás no sea solo con terapia. Nos puede ayudar conocer la razón del perdón de Dios Padre, por medio de su Hijo Jesús, dando su vida por nosotros, arrastrando con dolor su cruz, llevando nuestros pecados para que seamos perdonados y liberados. Si pudiéramos asimilar esto de a poco, es decir, el perdón de nuestros pecados, y entendiendo que todos somos pecadores con o sin fe, es ahí que reconociendo esto llegan las palabras “humildad” y “sinceridad” a nuestras vidas, permitiendo la entrada del alivio en nuestros corazones a través de la misericordia de Jesús, dándonos la posibilidad de sanar lo que nos hizo daño y tal vez lo que hicimos como pecadores. Es por eso que la llegada de Jesús a nuestras vidas nos enseña a ver el dolor a través de sus ojos y nos llena el corazón de amor, de comprensión, de humildad, y probablemente intentemos un posible perdón aunque sea difícil al principio de comprender cuando aún duela. Pero ese perdón es el alivio a lo que quema, es la calma a la turbulencia y la cura para las heridas. Cuando decidamos perdonar es porque vamos a estar preparados para tomarnos el tiempo para procesar, comprender y nuestro corazón va a sanar.
Mientras más perdonemos más
sanaremos y más cercanos a Jesús estaremos, porque él ya nos perdonó y quizás
con todo esto, algo nos quiso decir y mostrar para un futuro propósito.
Hay heridas donde después de llevarlas durante mucho tiempo dentro nuestro, nos dejan tan marcados que a veces nos terminan convenciendo que no merecemos ser amados. Estamos rotos, solos, a la deriva intentando vivir como podemos y quizás nos terminamos acostumbrando a eso. Pero aparece alguien un día cualquiera, de la nada, y nos ofrece su mano, o simplemente nos dice palabras que nos conmueven y nos hace recordar la parte buena de los vínculos pero a la vez seguimos pensando en no merecerlas por llevar tanto dolor en el pecho. Y esa persona que apareció quizás sea esa que alguna vez le pedimos a Dios en algún momento de nuestras vidas, y él la puso en el momento indicado, en lugar perfecto para ayudarnos a sanar, a completar lo que nos falta en el proceso de curar las heridas con atención y amor. Llegó para juntar nuestras lágrimas con sus manos, sostenernos y amarrarnos en su puerto hasta que estemos fuertes bajo sus abrazos, permitiéndonos sentir que estamos más seguros en nuestra fragilidad y soledad, haciéndonos merecedores de ese sentimiento digno para cada corazón, con o sin heridas como es el amor.
Hay heridas que llevaremos en nuestro pecho toda nuestra vida donde solamente Dios sabrá por qué él las alojo ahí, y quizás sea un misterio donde no encontremos respuestas, como ante la pérdida de un ser querido. Pero también hay heridas que llevamos todos los días por decisiones propias, intentando que el tiempo pase y solo las sane, pero tal vez eso nunca ocurra, dejándolas grabadas en nuestra mente y corazón por no ser sinceros, humildes y valientes, pero más aún por desconocer el verdadero y profundo significado como es el Amor de Dios.
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