El espíritu de la música es ser la música del espíritu

 


“En el corazón sentía que me alcanzaba un rayo de la belleza del Cielo”

(Benedicto XVI, sobre la música de Mozart)

 

Por Javier Baró Graf (*)

Hoy, 22 de noviembre, es el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Los invito a que si tienen algún amigo o familiar músico aprovechen esta linda ocasión para saludarlo.

La fiesta de esta santa nos lleva a reflexionar sobre el valor de la música. “La vida sin música sería un error” habría dicho el filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Parece que él, que fue un profeta del nihilismo (filosofía que afirma la nada y el sin sentido de todo), estaba convencido sin embargo que la música sí aporta algo insustituible a nuestra existencia.

En efecto, ella es capaz de conectar con nuestro espíritu; la escuchamos con los oídos pero, si es verdadera música, puede tocar lo profundo de nuestra mente y nuestro corazón.

Hay que confesar sin embargo que a veces cambiamos la música por ruido de fondo, nos colocamos los auriculares, ponemos “play” y nos encerramos en nosotros mismos, buscando quizá distraernos o evadirnos de una realidad que nos resulta por momentos demasiado gris, difícil o cansadora.

La auténtica música nos permite, en cambio, entrar en contacto sanamente con nuestra interioridad, con el mundo de nuestros pensamientos, recuerdos y afectos; se ofrece como cálida compañía; despierta y moviliza nuestras emociones: es capaz de conmover e inspirar, de estremecer y hasta, en ocasiones extremas, de enmudecer.

¿Quién no ha escuchado en alguna oportunidad una canción que haya atravesado la coraza con la cual se defiende del mundo y le haya hecho brotar alguna lágrima en sus ojos? ¿Quién no ha experimentado conmoción ante alguna escena de alguna película acompañada por una maravillosa banda sonora?¿Quién no se ha sentido acompañado en alguna ocasión, aun estando solo, por algún tema musical?

Como si estas propiedades fueran poco, la música tiene además otra gran virtud: puede ser compartida con otros. De modo que ya no es uno sino varios quienes pueden sintonizar con la misma melodía y expresar juntos en ella sus angustias y alegrías, sus preguntas o certezas.

Y en el ápice de nuestra homenajeada (si se admite una mirada trascendente de la vida) la música es también un puente hacia Dios, pues su belleza nos eleva y nos conecta con la Belleza que es Dios. Convencido de ello estaba otro santo, San Agustín, a quien se le atribuye la expresión “el que canta reza dos veces” y quien habría afirmado: “pues aquel que canta alabanzas, no solo alaba, sino que también alaba con alegría; aquel que canta alabanzas, no solo canta, sino que también ama a quien le canta. En la alabanza hay una proclamación de reconocimiento, en la canción del amante hay amor”.

Por eso es ésta una buena ocasión para preguntarnos: ¿qué música escuchamos? Y unido a ello ¿qué lugar le damos a la música en nuestra vida?

Hoy en día somos partícipes de un fenómeno social cuanto menos interpelante: el ritmo se prioriza sobre el contenido; se busca hacer vibrar el cuerpo, con esa cadencia repetitiva y estimulante, con ese frenesí que mueve pero no eleva. Y es que quizá se olvida que, aunque es capaz de resonar en el cuerpo, la música nació para anidar en el alma. Y aunque incluso sea agradable y lícito bailar al compás de un atrapante tamborileo intermitente, la vivencia más honda de la música solo se alcanza cuando ella hace mella en nuestro núcleo interior, porque el genuino espíritu de la música es ser la música del espíritu, o dicho de otro modo, cautivar y cultivar nuestro ser más profundo.

Por eso es importante ser conscientes de las letras de las canciones que oímos y de lo que ellas transmiten. Que lo que escuchemos, más allá de lo atrapante de su ritmo, exprese buenos valores y no mensajes ofensivos o nocivos que poca justicia le hacen al sentido primordial de la música.

Ésta es la propuesta: disfrutemos hoy y siempre de la música, que sea buena música, que alimente el espíritu en vez de aturdir los oídos.

(Si tienen un tiempo, los invito a buscar, escuchar y degustar “Vivo por ella”, una poesía hecha canción de Andrea Bocelli, cuya letra, en línea con lo compartido, comparto aquí abajo)

“Vivo por ella sin saber, si la encontré o me ha encontrado

Ya no recuerdo cómo fue, pero, al final, me ha conquistado

Vivo por ella, que me da, toda mi fuerza de verdad

Vivo por ella, y no me pesa

Vivo por ella, yo también, no te me pongas tan celoso

Ella, entre todas, es la más, dulce y caliente como un beso

Ella, a mi lado, siempre está, para apagar mi soledad

Más que por mí, por ella, yo vivo también

Es la musa que te invita, a tocarla suavecita

En mi piano a veces triste la muerte no existe si ella está aquí

Vivo por ella, que me da todo el afecto que le sale

A veces, pega de verdad pero es un puño que no duele

Vivo por ella, que me da fuerza, valor y realidad

Para sentirme un poco vivo

Cómo duele cuando falta, vivo por ella en un hotel

Cómo brilla fuerte y alta, vivo por ella en propia piel

Si ella canta en mi garganta mis penas más negras de espanto

Vivo por ella y nadie más puede vivir dentro de mí

Ella me da la vida, la vivo si está junto a mí, si está junto a mí

Desde un palco o contra un muro

Vivo por ella al límite, En el trance más oscuro

Vivo por ella íntegra, cada día una conquista

La protagonista es ella también

Vivo por ella, porque va dándome siempre la salida

Porque la música es así, fiel y sincera de por vida

Vivo por ella que me da noches de amor y libertad

Si hubiese otra vida, la vivo por ella, también

Ella se llama Música y es mía también

Vivo por ella, créeme, por ella, también

Yo vivo per lei, Yo vivo per lei”


(*) Psicólogo y Profesor de Filosofía.

Coordinador de Pastoral de la casa salesiana “San José” (Rosario)

Comentarios

Entradas más populares de este blog

EL ORDEN POLÍTICO: NATURALEZA Y FIN

Leonardo Castellani, océano

Argentina: la dignidad humana pisoteada. ¿Cómo llegamos a esto?