“Dilexit nos”: ¿el testamento místico de Francisco?
Por Aníbal Germán Torres (*)
“lo que nosotros conocimos es el corazón
de dios, o sea, la misericordia”
Hugo Mujica
“A veces, cuando leo ciertos
tratados espirituales en los que la perfección se presenta rodeada de mil
estorbos y mil trabas, y circundada de una multitud de ilusiones, mi pobre
espíritu se fatiga muy pronto, cierro el docto libro que me quiebra la cabeza y
me diseca el corazón y tomo en mis manos la Sagrada Escritura. Entonces todo me
parece luminoso, una sola palabra abre a mi alma horizontes infinitos, la
perfección me parece fácil: veo que basta con reconocer la propia nada y
abandonarse como un niño en los brazos de Dios”
Teresa del Niño Jesús, cit. DN 141.
“lo
que no resolvió la teología en la teoría lo resolvió la espiritualidad en la
práctica (…)
La razón y la
lógica anduvieron por otros caminos”
Olegario
González de Cardedal, cit. DN 63.
En la última semana de la segunda fase romana del
Sínodo sobre la Sinodalidad, ante la proximidad tanto del inicio del Jubileo de
2025 como de los 12 años al frente del pontificado, Francisco regala a todo el santo
pueblo fiel de Dios y a todo el mundo la encíclica Dilexit nos (es
decir, “nos amó”, Cf. Romanos 8,37). El texto aborda el tema del “amor humano y
divino del corazón de Jesucristo”. En las siguientes líneas propongo un
acercamiento a esta cuarta encíclica del Papa, guiado por la pregunta de si
acaso no estamos ante el testamento místico de Francisco.
Para evitar malos entendidos y tergiversaciones, señalo
de entrada que un testamento, como es sabido, se puede hacer mucho antes de la
partida de este mundo. Por ejemplo, el Papa Benedicto XVI escribió el suyo en
el año 2006, apenas un año después de ser elegido como sucesor del apóstol
Pedro. Y San Juan Pablo II reescribió su testamento varias veces en el
transcurso de su largo pontificado. Algo parecido ocurre en el ámbito civil.
Pero así y todo no se puede forzar la comparación,
puesto que aquí me quiero referir a una encíclica, es decir, un documento del
más alto nivel del Magisterio Pontificio, que el autor, o sea, el Papa, da a
conocer a todos los fieles y lo comparte ahora con ellos y ellas. La
expresión entonces de “testamento místico” es, claro está, una alegoría, que sugiero
emplear por dos razones: por un lado, por el tiempo transcurrido del actual
pontificado; y por el otro lado, por el tema que trata, muy caro a la
espiritualidad del Santo Padre, según se desprende del documento, inspirado parcialmente
en algunos textos inéditos del jesuita ya fallecido Diego Fares (Cf. DN 2, nota
1).
Es verdad que, como yo mismo humildemente he dicho algunas veces, Francisco ejerce el ministerio petrino, según entiendo, sobre cuatro pilares: la misericordia (lo expresa su lema y su propia vida), el discernimiento (lo evidencia su conocimiento profundo del carisma ignaciano, en el cual se formó), la opción preferencial por y con los pobres (lo ha dejado en claro con sus gestos y su monumental Magisterio Social) y la sinodalidad (lo ha plasmado sobre todo con el último Sínodo, en un fuerte compromiso con la eclesiología legada por el Concilio Vaticano II). Pero, a la luz de Dilexit nos, pienso que podemos hablar también de un quinto pilar: la mística.
Francisco usa ese término, tan cargado de significado (y ciertamente, tan ambiguo) en 8 ocasiones. Cito aquí dos expresiones que me parecen significativas: buscando actualizar (aggiornar) lo que debe entenderse por la “reparación” al Sagrado Corazón del Nazareno, nos dice: “La reparación cristiana no se puede entender sólo como un conjunto de obras externas, que son indispensables y a veces admirables. Esta exige una mística, un alma, un sentido que le otorgue fuerza, empuje, creatividad incansable. Necesita la vida, el fuego y la luz que proceden del Corazón de Cristo” (DN 184). Y, en lo que podemos comprender como vinculado con el paradigma de la amistad y la fraternidad social que plantea en Fratelli Tutti, habla de “fraternidad y mística” (DN 179), uniendo felizmente ambos términos, diciendo un poco más abajo, a partir de evocar a santos que encarnaron ese binomio, como Carlos de Foucauld: “Este deseo lo convirtió poco a poco en un hermano universal, porque, dejándose modelar por el Corazón de Cristo, quería albergar a la totalidad de la humanidad doliente en su corazón fraterno” (DN 179).
La mística en el Magisterio de Francisco
A mi entender, la referencia expresa a la mística en Dilexit
nos se vincula estrechamente con lo que Francisco viene diciendo en otros
documentos de su Magisterio. Así, ya en la exhortación “programática” Evangelii
Gaudium, emplea el término 7 veces. Menciono tres señalamientos que nos
permiten ver su experiencia y su comprensión de la mística: habla de la
necesidad de “descubrir y transmitir la
mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los
brazos, de apoyarnos” (EG 87); refiere a la “mística popular” (feliz expresión
de Jorge Seibold, sj, recogida en el Documento de Aparecida) (EG 124 y 237);
incluso alude a “una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza
sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano” (EG 92). Respecto
a la exhortación Gaudete et Exsultate (sobre la llamada a la santidad),
el término mística aparece 4 veces. Destaco aquí el empleo que hace el Papa de
tal palabra para decir, por ejemplo, que la “mística luminosa” de los santos
y las santas evita convertir al “cristianismo en una especie de ONG” (GE 100). Dice
también que al compartir el pan de la Palabra y el pan eucarístico se propician
“verdaderas experiencias místicas vividas en comunidad” (GE 142).
Y en las cartas apostólicas dedicadas a los “cumpleaños”
de Blaise Pascal y de santa Teresita del Niño Jesús también aparece la alusión
a la mística vivida por estos testigos. Sobre el primero, evocando su “noche de
fuego” del 23 de noviembre de 1654, dice Francisco: “esta experiencia mística, que le hizo derramar
lágrimas de alegría, fue para él tan intensa y decisiva que la anotó en un
pedazo de papel fechado con precisión, el Memorial, que había cosido en
el forro de su abrigo, y que fue descubierto después de su muerte” (Carta ap. Sublimitas et miseria hominis). Sobre la joven carmelita, doctora en la ciencia del amor, el Papa expresa: “Frente a una idea pelagiana de santidad, individualista y elitista, más
ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano,
Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia” (Carta
ap. C’ est la confiance 17).
Así entonces, podemos ver que Francisco no sólo le ha venido dando
importancia a la mística en sus documentos, sino que la entiende según una
expresión que suele utilizar el P. Fabián Belay: mística-comunidad-servicio.
Esta tríada, vivida a fondo, inmuniza al pueblo de Dios de cualquier ideología,
sea rigorista o laxista.
Templar para contemplar
Junto con la cuestión de la mística, quiero destacar
también que en Dilexit nos Francisco hace un acercamiento antropológico
y filosófico a la realidad de la importancia del corazón. No dejan de ser
significativas, en tal sentido, las referencias a la Ilíada de Homero
(DN 3), o las dos referencias expresas a Martin Heidegger (DN 16 y 18). Esto
expresa una profunda realidad, porque como dice Carlos Saracini, cp, hay que templar
el corazón para luego poder contemplar. En este sentido, Francisco
expresa tal vivencia profundamente humana, también con una referencia propia de
una mística de y en lo cotidiano, que nos salva comunitariamente de los embates
recargados de la tecnocracia hegemónica y deshumanizante:
“En el
tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo
humano hacen falta la poesía y el amor. Lo que ningún algoritmo podrá albergar
será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y
que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta. Pienso
en el uso del tenedor para sellar los bordes de esas empanadillas caseras que
hacemos con nuestras madres o abuelas. Es ese momento de aprendiz de cocinero,
a medio camino entre el juego y la adultez, donde se asume la responsabilidad
del trabajo para ayudar al otro. Al igual que el tenedor podría nombrar miles
de pequeños detalles que sustentan las biografías de todos: hacer brotar
sonrisas con una broma, calcar un dibujo al contraluz de una ventana, jugar el
primer partido de fútbol con una pelota de trapo, cuidar gusanillos en una caja
de zapatos, secar una flor entre las páginas de un libro, cuidar un pajarillo
que se ha caído del nido, pedir un deseo al deshojar una margarita. Todos esos
pequeños detalles, lo ordinario-extraordinario, nunca podrán estar entre los
algoritmos. Porque el tenedor, las bromas, la ventana, la pelota, la caja de
zapatos, el libro, el pajarillo, la flor... se sustentan en la ternura que se
guarda en los recuerdos del corazón” (DN 20).
Por supuesto que, como resulta pertinente para un documento de estas
características, no falta la fundamentación en la Sagrada Escritura, la
Tradición viva de la Iglesia y el Magisterio. Pero además es recurrente la apelación
a las mujeres y los hombres de fe que encarnaron la devoción al corazón “traspasado
y ardiente” de Jesucristo, “del que nació la Iglesia” (DN 51 y 75).
No debería llamar la atención que el Papa jesuita refiera a la
relevancia que tal devoción ha tenido y tiene para la “mínima Compañía” fundada
por San Ignacio de Loyola, a quien Francisco llama “maestro de los afectos” (DN
144) y cita 10 veces. Pero también, con gran admiración, refiere a otros santos
y santas, sobre todo a los ya mencionados Carlos de Foucauld (lo cita 6 veces)
y Teresita de Lisieux (la cita 10 veces). Y si hablamos de mística, en el más
hondo y cristiano sentido del término, no es menor la referencia a San Juan de
la Cruz y unos versos del Cántico espiritual:
«Vuélvete,
paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma»
Porque, en efecto, Francisco nos recuerda que “este místico entiende la
figura del costado herido de Cristo como un llamado a la unión plena con el
Señor. Él es el ciervo vulnerado, herido cuando todavía no nos hemos dejado
alcanzar por su amor, que baja a las corrientes de aguas para saciar su propia
sed y encuentra consuelo cada vez que nos volvemos a él” (DN 69).
De manera entonces que el planteo místico que hace
Francisco, un ámbito que por definición trasciende, desborda e incluso escapa a todo
encorsetamiento legalista, le permite invitarnos a purificar y a deconstruir las imágenes
distorsionadas que tenemos de Dios y de la vida espiritual y sus devociones,
por más piadosas que sean. Cabe aquí recordar a la gran Teresa de Jesús, quien
decía: “de devociones absurdas y santos amargados, líbranos Señor”. Así, el
Papa corrige las desviaciones rigoristas, planteando que la auténtica
reparación al Sagrado Corazón pasa por la confianza y el amor, tal como lo
expresó Santa Teresa del Niño Jesús (DN 90). No es casual que, al referir a
“muchos jansenistas” y a quienes siguen por esa senda equivocada, señale que “Pío XII llamó ‘falso misticismo’ a esta
actitud elitista de algunos grupos que veían a Dios tan alto, tan separado, tan
distante, que consideraban peligrosas y necesitadas de un control eclesiástico
las expresiones sensibles de la piedad popular” (DN 86).
Y al mismo tiempo, a un mundo secularizado y racionalista,
que adora a otra trinidad (la que representan el poder que no se ejerce para
servir sino para oprimir, el goce desenfrenado con su carga mortífera y la
pulsión consumista que no logra tapar el vacío existencial), no por nada el
Papa le dice: “Podría
sostenerse que hoy, más que al jansenismo, nos enfrentamos a un fuerte avance
de la secularización que pretende un mundo libre de Dios” (DN 87).
“Enamorar al
mundo” desde el Corazón de Jesús
Entonces, ¿qué es lo central de este legado místico de
Francisco, plasmado en Dilexit nos? Sin afán de ser exhaustivo, destaco solamente tres aspectos:
Por un lado, promoviendo una sana afectividad, procura una corrección de la noción de
“reparación”. Apoyado en muchos santos y santas, sobre todo en Margarita María
de Alacoque, dice: “Puesto que el
Señor, que todo lo puede, en su divina libertad ha querido necesitar de
nosotros, la reparación se entiende como liberar los obstáculos que ponemos a
la expansión del amor de Cristo en el mundo, con nuestras faltas de confianza,
gratitud y entrega” (DN 194).
Por otro lado, vincula su “obra maestra” (como dice la teóloga Emilce
Cuda para referir al Magisterio Social de Francisco) a esta devoción, en
particular, y a la dimensión espiritual, en general. Sin dejar lugar a dudas,
dice el Papa de manera contundente: “Lo
expresado en este documento nos permite descubrir que lo escrito en las
encíclicas sociales Laudato Si’ y Fratelli Tutti no es
ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese
amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de
cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común” (DN 217). De manera
entonces que ni es correcto pensar que en Francisco hay una preponderancia de
lo social por sobre lo espiritual, ni corresponde entender esta encíclica como si
respaldara una perspectiva dulzona, solipsista y desencarnada. Ambas posturas ignoran los
gestos y las enseñanzas del Santo Padre.
Por otra parte, señala las implicancias para el mundo y para la
comunidad eclesial, ya que Jesús “es capaz de
darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la
capacidad de amar ha muerto definitivamente. La Iglesia también lo necesita,
para no reemplazar el amor de Cristo con estructuras caducas, obsesiones de
otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo que
terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica,
alegra el corazón y alimenta las comunidades. De la herida del costado de
Cristo sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece
una y otra vez para quien quiera amar. Sólo su amor hará posible una humanidad
nueva” (DN 218-219).
Agradezcamos que Francisco haya abierto su corazón templado por “la oración más popular, dirigida como un dardo al Corazón de Cristo, [que] dice simplemente: «En Ti confío». No hacen falta más palabras” (DN 90).
Allí, en la mansedumbre y humildad del
Señor, los cristianos y las cristianas alimentamos nuestra “experiencia
espiritual personal y el compromiso comunitario y misionero” (DN 91). Contemplar
al Sagrado Corazón (unido al Inmaculado Corazón de María), desde la danza de la
Trinidad, puesto que “impulsados por el Espíritu
que brota de su Corazón, “con Él y en Él” vayamos al Padre” (DN 77), el
amor divino y humano de Jesucristo se revela como la clave para “enamorar al
mundo” (DN 205). Por eso, desde esta honda espiritualidad sacricordiana, concluyo
estas líneas con la misma expresión que pone Francisco al final de su “testamento
místico”: “Bendito sea” (DN 220).
(«He ahí este Corazón, que ha amado tanto a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor», DN 121)
(*) Doctor en Ciencia Política. Profesor universitario.
E-mail: anibalgtorres@gmail.com
Comentarios
Publicar un comentario