"Intercambio (coalicional) de dones" (EG 246) Entusiasmo (y resistencias) ante la propuesta de Francisco



Por Aníbal Germán Torres (*)

Es llamativo que de la histórica gira del Papa latinoamericano y jesuita por Asia y Oceanía, algunos mal intencionados opacan esa visita trascendente poniendo énfasis solamente en las palabras de Francisco en el diálogo pastoral -de carácter interreligioso- que mantuvo en la ciudad-Estado de Singapur. Parece que, incluso para sectores católicos, no es una (buena) noticia que el Santo Padre haya visitado instituciones que atienden a los más pobres de los pobres -un sacramento, dijo- o que, en Timor Oriental, haya dicho a los jóvenes -una vez más- que "¡hagan lío! ¡hagan barullo!".

Pero volvamos al discurso de Singapur: no sólo que está en continuidad con la apertura del Concilio Vaticano II en materia del diálogo ecuménico (UR) y el diálogo interreligioso (NA) sino también con los no creyentes. ¿Cuál es la única condición? Tener buena voluntad. ¿De qué? De transformar el mundo, de cuidar nuestra Casa Común, de hacer una transición justa al paradigma de la "ecología integral", como dice Laudato Si'.

Es obvio, Francisco lo sabe bien, que la crisis civilizatoria socio-ambiental que atraviesa el mundo no pueden resolverla los miembros de una determinada religión. Por eso, en continuidad con sus predecesores, ha impulsado -en un lenguaje pastoral, pero que en el ámbito secular se comprende muy bien- "crear «coaliciones», no sólo militares o económicas, sino culturales, educativas, filosóficas, religiosas. Coaliciones que pongan de relieve cómo, detrás de muchos conflictos, está en juego con frecuencia el poder de grupos económicos. Coaliciones capaces de defender las personas de ser utilizadas para fines impropios. Armemos a nuestra gente con la cultura del diálogo y del encuentro" (discurso de recepción del premio "Carlomagno", 2016). 

Y en este sentido, el "intercambio de dones" del que habla en el número 246 de Evangelii Gaudium (su documento programático), también -según entiendo- puede ser aplicado a la construcción coalicional que impulsa Francisco de Roma. ¿De qué manera? Con sus gestos y palabras, el Papa nos insta a pensar que la fe musulmana, judía, hindú, etc., o incluso la "no fe" de mi hermano o hermana, es un don para mí, cristiano católico. Lo único que se espera, con la mano tendida, es la reciprocidad. Es decir, que el don del que soy portador inmerecido sea acogido respetuosamente por los demás. No es irenismo, ni sincretismo, ni pastiche de creencias. Es un humanismo abierto. A la trascendencia, al Misterio por antonomasia. La unidad es poliédrica, con la riqueza de la identidad de cada uno con su cultura. Más aún, la unidad es plural y se enriquece en esa pluralidad. Por eso Francisco no se cansa de repetir con Basilio de Cesarea: "ipse harmonia est", "él es el armonía". ¿De quién se trata? Del Espíritu Santo, el gran "armonizador", según la cosmovisión cristiana uni-trinitaria que confiesa, con "corazón y boca y obras y vida" (Herz und Mund und Tat und Leben", como dice la hermosa Cantata BWV 147 de Bach), al Padre creador, al Higo redentor y al Espíritu santificador. 

Nadie en su sano juicio criticaría la puntillosidad de Benedicto XVI en estos temas. Sin embargo, el "Papa teólogo", se dio el gusto (como es sabido, disfrutaba especialmente del diálogo con los intelectuales) de invitar al encuentro interreligioso de Asís (la ciudad de Francisco y Clara), en 2011, a Julia Kristeva, la prestigiosa filósofa y psicoanalista francesa. Además de mujer, la pensadora estaba ahí por representar a los no creyentes. Desde su convicción dijo y nos dice:

“El encuentro de nuestras diversidades aquí, en Asís, atestigua que la hipótesis de la destrucción no es la única posible (...) La era de la sospecha no es ya suficiente (...) frente a la crisis y a las amenazas que se agravan, ha llegado la era de la apuesta: osemos apostar por la renovación perpetua de las capacidades de los hombres y de las mujeres para creer, a fin de que la humanidad pueda proseguir todavía durante largo tiempo sus destino creativo”. “Tras la Shoah y el Goulag, el humanismo tiene el deber de recordar a los hombres y a las mujeres que, si nos consideramos los únicos legisladores es sólo por la puesta en cuestión continua de nuestra situación personal, histórica y social, por lo que podemos decidir sobre la sociedad y la historia”. “La memoria no es algo pasado: la Biblia, los Evangelios, el Corán, el Rigveda, el Tao nos habitan hoy. Para que el humanismo pueda desarrollarse y refundarse, ha llegado el momento de retomar los códigos morales, construidos en el curso de la historia, sin debilitarlos, para problematizarlos, renovándolos de acuerdo a las nuevas singularidades”. “La solicitud amorosa hacia el otro, el cuidado de la tierra, de los jóvenes, de los enfermos, de los minusválidos, de los envejecidos dependientes son experiencias interiores que crean proximidades nuevas y solidaridades inauditas.”

El Papa argentino sabe también, y lo sabe muy bien, que en la Iglesia, como en toda comunidad creyente, están los ortodoxos y los heterodoxos, los combativos y los contemplativos. Lo importante es que todos trabajen y que trabajen para bien, que caminemos juntos (sinodalmente) hacia adelante, en solidaridad histórica con toda la familia humana, con "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias" (GS 1). Por eso es importante el diálogo socio-ambiental, que supone el discernimiento evangélico comunitario. Nadie debe quedar excluido ("¡todos, todos, todos!", insiste Francisco). Y los pobres de las periferias, independientemente de sus creencias, deben estar en el centro de las tomas de decisiones. En última instancia, las resistencias no son al Papa, sino al soplo del Espíritu. 

 Quien quiera oír que oiga.

(*) Doctor en Ciencia Política. Profesor universitario. 

E-mail: anibalgtorres@gmail.com


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