La “Ulrica” de Borges. Homenaje a María Kodama
por Aníbal Germán Torres (*)
“Es el amor. Tendré que ocultarme o
huir (…)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo”
J.L.B., 1972.
“…no soy la viuda
de Borges, soy el amor de Borges.
Él es mi amor y
está en mí
como yo estoy en
un punto del universo en él”
MK, 2018 (1).
Las líneas borgeanas
plasmadas en Los conjurados (1985) anunciaban
la cercanía existente entre “dos almas”: “De usted es este libro, María Kodama.
¿Será preciso que le diga que esta inscripción comprende los crepúsculos, los
ciervos de Nara, la noche que está sola y las populosas mañanas, las islas
compartidas, los mares, los desiertos y los jardines, lo que pierde el olvido y
lo que la memoria transforma, la alta voz del muecín, la muerte de Hawkwood,
los libros y las láminas? Sólo podemos dar lo que ya hemos dado. Sólo podemos
dar lo que ya es del otro. En este libro están las cosas que siempre fueron
suyas. ¡Qué misterio es una dedicatoria, una entrega de símbolos!” (2). Cuando el
14 de junio de 1986 falleció Jorge Luis Borges en Ginebra, al poco tiempo su
abogado dio a conocer quién era su heredero universal. Se trataba de la mujer
con quien se había casado el mismo año: María Kodama Schweizer. Ahora bien, en la
lápida que indica la tumba de Borges en el ginebrino cementerio de notables de Plainpalais, fueron inmortalizados
Ulrica y
Javier Otárola, una alusión a la historia de amor del cuento Ulrica (incluido en El libro de Arena, 1975), sucedida en la ciudad de York entre un profesor
colombiano y una misteriosa mujer noruega. “Nuestros caminos se cruzaban”,
escribió allí Borges (3). Según recogiera el diario El Mundo, “Kodama esboza[ba] una sonrisa cuando se le menciona[ba]
ese nombre: Ulrica, atribuido en su día a otras mujeres que rondaron por la
vida de Borges: ‘Todas
quieren ser Ulrica, a mí me divierte tanto...’ (4). Pero Ulrica
sólo hubo una: ‘Me dedicó el cuento secretamente, yo no quería, tengo un perfil
sótano, no me interesa el escándalo. Y así se lo dije: ‘No, Borges, así no.
Secretamente, todo lo que usted quiera’. Tengo mis códigos, soy japonesa” (5).
No era una broma la alusión a la cultura nipona, ya que como señaló en cierta
ocasión el autor de Fervor de Buenos Aires (1923), Kodama era su “samurái”.
“Él
sabía cómo era yo: estilo japonés, palabra dada, palabra dada”. Tales
denominaciones tienen un hondo sentido, no solo por el ascendiente japonés de
María, sino por el rol, más aún, la misión, que le tocaría desempeñar hasta sus
últimos días. En efecto, con la muerte de Borges el estado civil pasó a ser el
de “viuda”, pero el enorme legado que dejaba el autor de Ficciones demandaba otra tarea para ella, la cual suponía una
responsabilidad gigantesca: ser albacea de la obra del, probablemente, más
grande escritor argentino y uno de los más destacados autores de la lengua
española. Las líneas que siguen se inspiran, básicamente, en testimonios orales
de Kodama (6). En todos el tono natural y niponamente sereno, en todos también
el buen humor, sólo interrumpido al hablar “del final” o de quienes la
hostigaron, al punto de –según decía- no dejarle hacer el duelo por la entrada
de su marido en el “Gran Mar”, como llamaban los florentinos a la muerte. También
se incluyen algunas referencias a sus escritos. Ahora que hace poco más de un
año que María también partió de este mundo (otra metáfora para hablar de la “hermana”
muerte), vaya este texto a modo de humilde homenaje.
La
relación con Borges, el “mito escandinavo”
María
nació en 1937 en Buenos Aires, la ciudad fundada
míticamente por Borges en Cuaderno
San Martín (1929). Más de un año después nacería su único hermano, Jorge
Kodama. Ella contaba que la primera vez que supo del autor fue a los 4 o 5 años
de edad. Una profesora de inglés le leyó los dos poemas del escritor en dicha
lengua (Two English Poems, de 1934). Más allá del anglosajón, María se
interesó por una frase: cuando Borges dice “el hambre de mi corazón”. Gracias a
su profesora, entendió que ese hambre peculiar era el amor. Luego, cuando
tendría unos 10 años quedó fascinada al leer “nadie lo vio desembarcar en la unánime
noche”. Confesaba que, lógicamente, a su edad no había entendido una sola
palabra de lo que era nada más ni nada menos que “Las ruinas circulares”.
Cuando se había determinado a seguir el camino de las Letras, un amigo de su
padre la llevó a escuchar una conferencia de Borges en “Clásica y Moderna”. De
ese día María le agradecería haberle dado “la primera seguridad” en su vida:
vencer la timidez. Ella advirtió que Borges, al tomar el micrófono, no
solamente tenía una voz muy débil (como ella), sino que además era tímido (como
ella). Sin embargo, al transcurrir la conferencia, pensó: “si este hombre pudo
enseñar yo también voy a poder”. Junto con escribir, enseñar era una de las
pasiones de María. También bailar. Y sacar fotos, una afición que dejaría tras
la muerte de Borges.
Pero
su momento bisagra llegó a los 16 años: allí, de un encuentro accidentado con
Borges en la vía pública (ella había ido a buscar libros a la calle Florida y
lo chocó sin querer) surgió la invitación del escritor de comenzar a estudiar
juntos el anglosajón antiguo. María contaba que Borges la llamaba por teléfono
a su casa y que su madre y su abuela desconfiaban de las reales intenciones del
autor (“¿Otra vez ese viejo? ¿Qué quiere?” –sic-). Pero su padre, que había
“nacido, crecido y educado en Japón” (María decía estas tres cosas juntas, sin
fisuras) fue mucho más comprensivo. Según ella, cada uno es según la educación
que recibió, y antes de mencionar su paso por la Universidad de Buenos Aires
reconocía que a ella la había educado su padre (si bien de su madre, otrora
concertista de piano, había aprendido a vencer el miedo). De Yosaburo, a quien
la niña llamaba “Kodama”, aprendió lo que era la belleza, al contemplar una
lámina de “la Victoria de Samotracia”. María lo contó muchas veces. Aquí
recupero la preciosa anécdota: “En una de las visitas acordadas, Kodama (...) pasó a
buscarme y fuimos al Museo de Arte Decorativo y al Museo de Bellas Artes.
Exploramos galerías y exposiciones. Me transmitió su sensibilidad artística; me
enseñó a mirar. Cuando le pregunté qué era la belleza, él se reservó su
respuesta para el fin de semana siguiente y me regaló, entonces, un libro de
arte con una lámina de La Victoria de
Samotracia. ‘Pero no tiene cabeza’, le dije. Y él me respondió: ‘¿Quién le
dijo a usted que la belleza está en una cabeza? ¡Mire los pliegues de la túnica!;
esos pliegues están agitados por la brisa del mar. Detener la brisa del mar en
el movimiento de los pliegues de esa túnica para la eternidad, esa es la
belleza’ ” (7).
De
su padre, María –a partir de desobedecerlo al treparse a un pino y caerse- aprendió
también las normas básicas de la ética (“cada uno es responsable de sus actos”
y “su libertad termina donde comienza la libertad del otro, ¿me entendió?
Después conmigo no llore”). De él aprendió además el mayor tesoro que decía
tener: la libertad, “que es responsabilidad”. Por eso, como la conocía bien,
Yosaburo no se preocupó por la relación incipiente con Borges.
Pese
que se trataban “de usted” (para marcar de modo intimista la diferencia con el
“vos” coloquial empleado en Argentina “hasta por los taxistas”), el vínculo
entre ambos se fue estrechando cada vez más, al punto de que cuando doña Leonor
Acevedo, la madre del escritor, ya no pudo acompañar a su hijo a los viajes por
el mundo, María comenzó a asumir esa tarea exigente: además de hacerle escuchar
los Rolling Stones (algo nuevo para Borges, aficionado al tango de “la Guardia
Vieja” y a la picardía de las milongas, por el doble sentido), e instarlo –sin
decirlo y ante una pintura de Goya- a dejar de lado las diferencias políticas
con Julio Cortázar, lo ayudaba tanto en la relación con los estudiantes de la
Facultad de Filosofía y Letras (que no entendían por qué Borges les hablaba de
Evaristo Carriego y Macedonio Fernández), como a concurrir a dar conferencias,
recepciones de doctorados honoris causa en varias universidades, premios
compartidos (como el Miguel de Cervantes) y escuchar las cavilaciones ante la
no llegada del Nobel de Literatura.
Este
premio se volvió esquivo para Borges, ante todo, recordaba María, por razones
políticas, una dimensión en la cual las opiniones borgeanas solían saltarse lo
políticamente correcto y generaban controversias. Más aún, ella evocaba la
llamada que recibió el escritor (probablemente desde Suecia) para que no fuera
a Chile a recibir el doctorado honoris causa de la Universidad Católica, en los
tiempos oscuros del dictador Pinochet. María recordaba que aquel llamado Borges
lo interpretó como un intento de soborno para dejarlo mejor posicionado para el
Nobel, pero por una cuestión de honor él no podía aceptar semejante propuesta.
De ahí que prefirió ser “el mito escandinavo”, que entendía como más perdurable
e interesante que estar meramente “en la lista”, ser “uno más”, de los laureados
con dicho galardón.
En
línea con esto, cabe destacar que, como reconocía María, Borges y su obra
tuvieron reconocimiento ya en vida del escritor, pese a que él decía,
particularmente sobre los argentinos: “no me leen María, no me leen”. En tal
sentido, ella recordaba el rol decisivo que había tenido el encuentro con Roger
Caillois en la casa de Victoria Ocampo, mecenas fundadora de la revista Sur. Junto con esto, agrego dos datos
más: la alusión expresa a Borges en Las
palabras y las cosas de Michel Foucault (1966) y la referencia indirecta (y
a modo de homenaje) en El nombre de la
rosa, de Umberto Eco (1980). Aquí el escritor argentino aparece
representado en el personaje “Jorge de Burgos”, el monje de origen hispano,
ciego, memorioso y fiel custodio –hasta el extremo- de la laberíntica
biblioteca de la medieval abadía benedictina. Cabe recordar que Borges trabajó
en la Biblioteca Miguel Cané y se desempeñó por muchos años como Director de la
Biblioteca Nacional, a medida que la ceguera (hereditaria) avanzaba. En ese
contexto rodeado de libros y de pérdida paulatina de la visión, surgió su
célebre “Poema de los dones” (en El hacedor, 1960), que comienza
diciendo:
“Nadie rebaje a
lágrima o reproche
esta declaración de la
maestría
de Dios, que con
magnífica ironía
me dio a la vez los
libros y la noche”
Por
encima de la obra, María admiraba y quería al hombre, a quien –a diferencia de
muchos- no le pedía favores (como prólogos para sus propios libros) y destacaba
que compartían el gusto por la épica (reivindicando valores “en retirada” como
el honor, el valor, la lealtad) y que él era “divertidísimo”, como se plasmó en
el viaje en globo aerostático del Atlas
y en la visita a Egipto en 1984 que incluyó una noche en el desierto de
Saqqara. El prólogo de ese peculiar libro del mismo año, da cuenta de un Borges
entusiasmado y, más aún, “aventurero”, a sus más de 80 años:
“En
el grato decurso de nuestra existencia en la tierra, María Kodama y yo hemos
recorrido y saboreado muchas regiones, que sugirieron muchas fotografías y
muchos textos. (…) María Kodama y yo hemos compartido con alegría y con asombro
el hallazgo de sonidos, de idiomas, de crepúsculos, de ciudades, de jardines y
de personas, siempre distintas y únicas. Estas páginas querrían ser monumentos
de esa larga aventura que prosigue” (8).
Según
María, el Borges que la celaba por su fascinación con Peter O’ Toole en el film
Lawrance de Arabia, bromeaba diciendo
“¡lo que Freud se perdió con nosotros, María: el complejo del abuelito!” Pero,
al ser Borges austero y prácticamente no vidente, ella también lo cuidaba como su lazarillo, en
detalles como la vestimenta y las comidas. De ahí que, entre otras cosas, diría
que Adolfo Bioy Casares fue “un traidor”, cuando en su póstumo Borges se afirmaban cosas “poco
decorosas” –por poner un nombre- como la inexactitud de que Georgie comía con las manos.
Más
aún, fue María quien arregló todos los detalles para que el escritor, luego de
una gira exitosa por Italia, pasara sus últimos días en la parte vieja de la
ciudad de Ginebra, donde en la época de la Primera Guerra Mundial habían vivido
los Borges-Acevedo. Así, cumplió la voluntad de Borges tanto de seguir
estudiando idiomas “haciendo vida normal” (a falta de profesor de japonés ella
consiguió un egipcio que enseñaba árabe), como de ayudar a que –pese a ser
agnóstico- se sacara algunas dudas sobre la partida (para lo cual le llevó a un
sacerdote católico y a un pastor protestante). Además, tuvo que canalizar la
decisión del autor de no regresar a la Argentina, pese a que ella había
explorado la posibilidad del traslado a Buenos Aires en un avión sanitario.
¿Por qué esa decisión? A Borges, que sabía de su grave enfermedad, le causaba
espanto pensar en la ciudad empapelada con las fotos de su agonía, como había
pasado con Ricardo Balbín, dirigente de la Unión Cívica Radical, fotografiado
en terapia intensiva. El escritor, contó muchas veces María, quería partir de
este mundo en paz y dignidad, no con un show a su alrededor. Eso no
significaba, en absoluto, desprender su obra de la Argentina.
“Ahora el mar es una larga separación
entre la ceniza y la patria”, había escrito Borges en su poema dedicado a Juan
Manuel de Rosas; serían palabras aplicadas a él mismo. Su difícil decisión de morir en el exterior no siempre
fue entendida en la Argentina y en otras partes del mundo. María recordaba que,
con “infinita paciencia”, en reiteradas ocasiones tuvo que explicar la falsedad
del “mote de extranjerizante”, que le fue puesto a Borges “en determinado
momento, por razones políticas más que literarias o reales”. Ella reafirmaba
que el escritor “era esencialmente argentino”, entendiendo que “ser
esencialmente de algo, de un país, no es tener los rictus, los clichés, los
tics, que los otros esperan de eso. Es
algo más complejo, hay que trabajarlo a todo eso, hay que decantarlo y sacarlo
de uno, que es lo que Borges logró”. De
hecho, no sin cierto realismo, María pensaba que “el nivel de inteligencia
argentina en el exterior” se medía “por Borges”.
El
maestro, la discípula y el método
Un
aspecto que no se puede soslayar, y que merece ser evocado, es el rol destacado
que tuvo María Kodama en el proceso creativo de Borges. Ciertamente no fue la
única persona que le leyó al autor cuando comenzó con sus problemas visuales,
adversidad que, según María, Borges enfrentó sin quejarse, con un gran “temple
interior”. En una de las entrevistas más breves que concedió pero a su vez más
rica en contenido, ella contó al entonces periodista Carlos Mesa sobre el
peculiar vínculo que los unía en el proceso creativo: “Le leía: si estaba
preparando conferencias era otro tipo de lecturas; si quería solamente el
placer, era otro; y si él quería por ahí buscar datos para algo que estaba por
escribir, era otro”. Ante la pregunta sobre si Borges apreciaba la voz serena
de María, ella dijo: “Parece que sí, decía que era una voz muy suave y
delicada”, agregando: “Con él aprendí muchísimo, sobre todo de literatura
inglesa, porque cuando yo leía algo, él me decía ‘¡lea de nuevo ese párrafo! ¡Preste
atención a esos adjetivos! ¡Mire eso, cómo acompaña al sustantivo! ¡Escuche el
ritmo de toda la oración!’ Entonces eran como lecciones de escritura y al mismo
tiempo de una sensibilidad que siente en los otros eso que él da a través de su
obra”.
Respecto
a la escritura (intermediada por Kodama, como veremos a continuación), ella
señalaba: “En la escritura era complejo, porque él decía que muchos de sus
cuentos salían de sueños que él tenía (sueños que podían ser pesadillas o que
podían ser sueños…). Entonces él tomaba baños de inmersión por la mañana y ahí
pensaba eso que había soñado. Y después seguía pensándolo. Hasta encontrar si
eso iba a ser un poema o si iba a ser un cuento. Una vez que encontraba la
forma, recién ahí empezaba a dictarlo. Así que era muy lindo porque él además
tenía un gesto cuando dictaba, o cuando él estaba creando, cuando él estaba
meditando algo, que era levantar la cabeza y cerrar muy fuerte los ojos. Yo ya
sabía que me iba a dictar algo. Entonces permanecía en silencio y de pronto, si
yo veía que él empezaba a hacer así en el aire [hacía seña de escribir]
pensaba: ‘va a empezar un poema’. Y bueno, efectivamente, él decía: ‘si tiene
papel y lápiz, entonces escribimos’”.
De
esta manera, como advirtió el entrevistador, “¿los manuscritos de Borges son
los manuscritos de María Kodama?”, algo que ella, con una sonrisa, respondió:
“Parece que sí, algunos de esos manuscritos…”
Estas hojas después se pasaban con máquina de escribir (la última
versión) “para entregarlas al editor”. Acá aparece otro aspecto del proceso
creador de Borges. Decía María: “lo que él hacía era un cambio constante. Es
decir, la obra de Borges es como un río, porque cuando él acepta hacer la Obra
Completa en los años 70’ [1974], que el editor se lo propone, y como él decía, ‘es
una falacia, porque no hay Obra Completa si estoy vivo, quieren sacarme de
encima y darme por terminado acá’ (se reía mucho con todo eso) (…) Entonces él
aceptó hacer la Obra Completa, ¡para así poder corregir de nuevo toda la obra! ¡Entonces
hay versiones infinitas, hay poemas que son otros poemas! Cuando uno va hacia
atrás en el tiempo, y va descubriendo todos los cambios que él iba haciendo.
Entonces él primero lo pensaba y hacía cien cambios en un borrador, luego lo
publicaba en un diario, luego del diario al libro, también sufría cambios eso,
de una edición a la otra, cambios, cambios...” A partir de eso, María anhelaba “ver
si en algún momento podemos publicar la obra con variantes del texto, porque
eso para un estudioso es extraordinario, y para un escritor es una lección de
estilo, porque muestra de qué manera él ‘talló’ las facetas de ese brillante que es la Obra Completa”.
María
destacaba que era claro que Borges podía escribir en otra lengua, sobre todo en
inglés, pero enfatizaba: “él sintió que su destino era la lengua castellana,
con todo lo que puede decirse, que lo trababa… Él hizo de esa lengua castellana
otra historia, y eso es lo maravilloso. En España se reconoce que las dos
grandes revoluciones que se producen literariamente dentro de la lengua
española, vienen de América: Que es Rubén Darío con el modernismo y Borges con
esa vuelta de todo lo que es, fundamentalmente, la prosa española. Hay una
prosa española antes de Borges y después de Borges”.
Siendo
“un perfeccionista, más allá que yo lo diga él mismo se esmeraba en hacerlo
saber”, rechazaba la novela. Recordaba María en el mismo reportaje: “Él me
decía: ‘María una novela no puede mantener la tensión, porque a través de mil
páginas o de mil quinientas aparecen almohadoncitos, comidas, cosas así que
usted va llenando. Entonces, lo que es una tensión, por supuesto se va
aflojando’. Para él las formas de la literatura eran la poesía y el cuento.
Porque allí, como él decía, se ve como el que sabe, es decir, es como una
flecha disparada al blanco, si están bien tensado el arco, la flecha llega, si
no, no hay forma de que eso se salve. En cambio una novela ofrece más puntos de
salvación”. Sobre la cuestión de si en la obra borgeana hay rastros
autobiográficos o no, o si el autor podía hablar de cosas que no había
vivenciado (o tan solo tocado de oídas), María señalaba que aquello que un
escritor plasma en su obra “es la verdad, y no es la verdad; es la biografía y
no es la biografía”.
El
“milagro secreto”: “parece que Borges no murió”
Según
contaba María, Borges pensaba que si ella se enteraba que él la dejaría como su
heredera universal, ella rompería la relación. Es decir, pese a lo que se
comentó en la época, no quería saber nada con eso. Sin embargo, fiel a las
enseñanzas que había recibido de su padre y en medio de calumnias y litigios,
María asumió su misión de albacea. Como dijo Julio Ortega “rompiendo una lanza”
en su defensa, Borges le había dado sus años felices, pero ella le entregaría
su vida (9). Así, en 1988 creó la “Fundación Internacional Jorge Luis Borges”,
cuya sede se ubica en la calle Anchorena, al lado de la casa donde Borges escribió,
en una semana y con una intensidad tal que no había tenido antes ni tendría
después, “Las ruinas circulares”. Este dato no es menor, porque María repitió
en varias ocasiones que si saliera una ley que mandara destruir las obras de
los autores excepto una, en el caso de Borges “yo salvo ‘Las ruinas circulares’,
¡el cuento de mi vida!”, decía con emoción, porque siendo niña había sentido la
misma “intensidad” que, suponía, tuvo él al escribirlo.
Desde
la Fundación, que presidió hasta el final, María se propuso difundir la figura
y la obra de Borges a lo largo y a lo ancho del mundo. En 1999 proyectó y
organizó la Muestra Itinerante en homenaje al centenario del nacimiento del
escritor, presentada en Venecia, París, Buenos Aires, México, Roma, Barcelona y
Madrid. Homenajes a Borges se han hecho muchos, pero pocos con talento
literario. María dio muestra cabal de su capacidad para ello. Por ejemplo, en
la conferencia que impartió en 2012, en el 300º aniversario de la Biblioteca
Nacional de España. Aquí un fragmento significativo de su ponencia:
“¿Cómo
abordar este vasto tema, ‘el libro como universo’, idea tan de Borges? Quizás
deba comenzar como los cuentos de la infancia. ¿Probamos? ‘Había una vez, en un
lejano país’, en una ciudad que en 1899 conservaba patios ajedrezados, aljibes
y terrazas: un niño. La cruz del sur señala hacia los cuatro puntos cardinales
la extensión de ese laberinto trazado en su espacio infinito: la pampa. El niño
recién nacido oye entre los brazos de una de sus abuelas sonidos que no
comprende. El niño recién nacido siente que otros brazos lo sostienen y otros
sonidos, más ásperos y breves, que tampoco comprende, lo acarician. La
inquietud por la diferencia se disipa con el contacto cálido y protector de los
abrazos. El niño crece y comprende que esos sonidos corresponden a dos lenguas
distintas: el inglés y el español, en la que se dirigirá, con una, a su abuela
paterna, Fanny Haslam, y con la otra, al resto de su familia. Así comienza el
trazado de su camino, que tercamente se bifurca en otro, que tercamente se
bifurca en otro…”
En
el mismo sentido se encuentra la “Inscripción” que abre El tamaño de mi
esperanza (1926), un libro de los inicios de Borges, quien lo había
desterrado “para siempre” de su obra. En esa “nota explicativa”, dice Kodama:
“En
cuanto al contenido, puede destacarse que, pese a su juventud, ya se había
definido un equilibrio entre su amor por Buenos Aires y por lo universal.
Equilibrio que los años transformaron en armonía, logrado al fin el tamaño de
su esperanza, después de haber fundado míticamente su ciudad, de haberle dado
una poesía y una metafísica, y de haber ‘ensanchado la significación’ de la
palabra ‘criollismo’, hasta lograr ‘ese criollismo que sea conversador del
mundo, del yo, de Dios y de la muerte’. Es decir que, a través de ser
esencialmente de su país, logró trascender a lo universal. Quizá el Gran
Inquisidor, en su afán de buscar lo perfecto, fue injusto con ese libro de
juventud. Creo que los lectores se alegrarán de que la obra exista” (10).
Tal
fue la aplicación de María a la misión de la Fundación que dejó en segundo
lugar sus propios escritos, porque decía que a diferencia de muchos autores, a
ella no le interesaba publicar sino escribir. Junto con las conferencias y las
ediciones, promovió actividades culturales a nivel nacional e internacional
para que el nombre de su ex esposo y su obra siguieran vigentes. De hecho,
solía contar que en cierta ocasión en una comida alguien la homenajeó
públicamente por hacer que Borges “siguiera vivo”, un “milagro secreto” del
cual era la autora. Logró también la adquisición de manuscritos del escritor,
la catalogación profesional de la biblioteca personal borgeana (en la cual, a
diferencia de lo que podría pensarse, la literatura no es predominante), la
habilitación de un pequeño museo, la continuidad de las revistas Proa y Prisma (fundadas por el autor en su juventud), las actividades
culturales en articulación con Universidades y escuelas, con el Foro Ecuménico
Social (impulsado por Fernando Flores Maio), y la concreción del imponente
“laberinto de Borges” en San Rafael, provincia de Mendoza.
¿Un
legado cultural es para conservarlo estáticamente o para compartirlo y
transmitirlo? A diferencia del criterio obtuso de “Jorge de Burgos”, el
personaje de Eco, María se mostraba predispuesta con investigadores interesados
genuinamente en la obra borgeana (le consultaban por tesis doctorales, le
pedían prólogos, etc.). En este sentido, es de mencionar su predisposición a
colaborar con quienes exploraban la articulación entre textos de Borges y, por
ejemplo, las ciencias exactas o el Derecho. También alentó la indagación de la
faceta mística (en sentido amplio) del autor, incluso la profundización en los
aportes en línea con la llamada vía negativa de la teología (la apofática), de
la mano del investigador Lucas Adur. A él María le agradeció “profundamente”
por “su acertada elección de un tema trascendental en la obra de Borges”,
abordando junto a otros estudiosos la cuestión de las creencias religiosas en
las Jornadas en homenaje al 120º
aniversario del nacimiento del escritor (11).
Pero
también Kodama marcaba un límite: el plagio y la adulteración. Lo primero le
llevó ocho años de su vida para encontrar la autoría del poema sensiblero
“Instantes”, equívocamente atribuido a Borges (“como la mayoría de las cosas
que circulan por internet”, decía). ¿Por qué ese empeño? Porque veía el peligro
de que alguien tomara a Borges por plagiador y a ella como cómplice del plagio.
Lo segundo le granjearía críticas, por oponerse a ciertos juegos literarios
(más o menos creativos) con la obra del escritor, algo que tal vez éste –según
ciertas opiniones- hubiese aceptado hasta con agrado. En ambos casos María
mostró que podía dar batalla con el rigor de un samurái y no dudó en recurrir a los
tribunales (donde no siempre le darían la razón), lo que para algunos significó
la casi imperdonable “judicialización de la literatura”. También discernía
entre “la copia y la inspiración” en relación con la obra de Borges: veía a la
primera como reprobable y a la segunda como elogiable.
En
el Prólogo al libro Franz Kafka,
ficciones y mistificaciones, de Josef Čermák, María reflexiona en torno a
una cita de Horacio recuperada por aquel autor: O imitatoris, servum pecus (“¡Oh imitadores, rebaño de esclavos!”).
Kodama, acaso pensando en sus críticos, escribió:
“Este
deseo de apoderarse de la obra de un escritor, de modificar la actuación de un
autor en determinados acontecimientos, o en el mensaje que el escritor trata de
comunicar a través de su obra, ha sucedido desde el alba del mundo hasta
nuestros días (…) Curiosamente los destinos de Kafka y de Borges también se
acercan en esta suerte de ‘vampirismos’ de las rémoras. Ambos, ya transpuesto
el Gran Mar –como llamaban a la muerte los florentinos-, fueron y son víctimas
de la voracidad de quienes, muchas veces sin conocerlos, escribieron supuestas
‘anécdotas’, ‘conversaciones’, ‘biografías’, con las que pretenden, a veces,
distorsionar la vida y la obra de los autores que en realidad, como también lo
explica Josef
Čermák, ocultan la ambición de lograr un lugar en la literatura al que
nunca accederán por mérito propio” (12).
Aquella
tímida pero firme viuda y albacea de Borges (que, por cierto, detestaba que le
dijeran “de Borges”, porque entendía que no era de nadie), en los años 80’ era
renuente a dar entrevistas. No obstante, con el paso del tiempo y gracias a la
ayuda de su amigo Alberto Girri, comenzaría a revisar su postura y acudiría a
los medios de comunicación, como recordara Cristina Mucci. En esos encuentros
era común que le preguntaran “qué diría Borges” sobre tal o cual asunto, sobre
todo en temas de coyuntura, como política o lenguaje inclusivo. María, si bien
expresaba su preocupación, por ejemplo, por el nivel de polarización en la
democracia argentina, respondía secamente: “a mí no me gusta poner en boca de
otro lo que yo pienso. Si van a la obra de Borges y a las entrevistas que dio,
pueden deducir qué pensaría él”. Es decir, no se molestaba con la libertad de
interpretación, al tiempo que se corría a un costado para dejar la centralidad
al autor y la obra que custodiaba dinámicamente.
Creo
humildemente que una muestra de este compromiso de María con la consolidación
de la proyección internacional de la obra de Borges, al nivel de ícono, es el
regalo de sus Obras Completas en 2013
al Papa Francisco. Éste, admirador de aquel (a quien llegó a tratar
personalmente) cita el poema “Calle desconocida” de Fervor Buenos Aires, en su documento de alcance universal Amoris Laetitia, de 2016, coincidiendo
con el 30º aniversario del fallecimiento del escritor.
Fue recién en ese contexto que María (condecorada ese año por el Emperador del Japón con la “Orden del Sol Naciente, Rayos de Oro y Plata”) que quizás sintió que la misión estaba cumplida, y se permitió publicar su primer libro, impulsada por la insistencia de los agentes editoriales Andrew Wylie y Jeff Posternak: Homenaje a Borges. Allí se compilan veinte conferencias de las muchas que dio por el mundo. En 2017 publicó Relatos (libro dedicado a su hermano), una compilación de cuentos, y en 2022 vio la luz La divisa punzó, sobre Juan Manuel de Rosas (en coautoría con Claudia Farías Gómez), lo que le haría evocar algunas discusiones con Borges, que descendía de una familia del otrora bando unitario y había escrito el poema “El General Quiroga va en coche al muere” (13). Pero a esas publicaciones las precedían algunas traducciones y unos cuentos. En este sentido, a María le gustaba contar la anécdota según la cual su texto “El dinosaurio” fue utilizado –con su anuencia- por la Cancillería Argentina en 2010 para salvar al “Argentinosaurus” de ser incautado en Alemania, en el marco de la Feria del Libro de Frankfurt y los problemas financieros de su país. Así, logrando salir del laberinto de las negociaciones diplomáticas, ese cuento de María estuvo al servicio de la soberanía sobre el patrimonio paleontológico argentino.
“Yo
no sé si mi futuro es Borges, yo sé que mi alma es Borges”
El
26 de marzo de 2023 María Kodama (“Ulrica”) entró en el “Gran Mar” con 86 años
(la misma edad de Borges al morir). La discreción la acompañó hasta el final.
Algo no menor en un país fascinando por las estridencias y, en general,
mezquino en reconocer los aportes (de toda una vida) a la cultura local y
universal. Tal vez por eso, la albacea de Borges se definía como “de otra
cultura, con otros valores”, en reiterada alusión a sus raíces paternas
japonesas, no sin desdramatizar el asunto diciendo que “en realidad” era “como
E.T., de otro planeta”, arrancando una sonrisa a los interlocutores.
Al
poco tiempo de fallecer, se develó el misterio: María, que tanto había eludido
las preguntas sobre “el final”, no había dejado un testamento, lo cual despertó
el interés de la prensa y de sectores vinculados a la literatura. Su amiga,
Claudia Farías Gómez, llegó a decir: “Conociéndola tanto a María, diría que no
le interesaba tanto todo esto que se está conversando, porque tenía otro
registro. Me decía, cuando hablábamos sobre qué depararía el futuro en relación
a su legado, ‘todo está impulsado por
la fuerza del destino, no te preocupes tanto’. Vivió en su ley y murió
en su ley”. En ese
contexto, también expresó: “Cuando un
samurái ya no puede cumplir su misión se autoejecuta. No transfiere la
responsabilidad de su misión a nadie. Todo eso es parte de la filosofía
samurái” (14).
Más
allá de las interpretaciones amistosas y las elucubraciones patrimoniales,
mientras avanzaba el accionar de la Justicia se iban conociendo otras facetas
de María, como su compromiso con el diálogo interreligioso y su atención a las
personas con capacidades diferentes.
Sea
la fuerza del destino o de la ley (¿o de la ley ejecutando el destino?), o se
tratara simplemente de un juego “infinito” (como escribió Borges en su poema
“Ajedrez”), lo concreto es que a nivel judicial se declaró que a María Kodama “le suceden en carácter de universales
herederos sus sobrinos”, los hijos de Jorge Kodama. Ellos son: María
Victoria, Mariana del Socorro, María Belén, Martín y Matías Kodama. “Todos
ellos comparten las iniciales de su tía, MK”, observaban desde La Nación (15). Entrevistados por este medio, al consultarles sobre
la relación previa que tenían con María y su opinión sobre la tarea de difusión internacional que
hizo con la obra de Borges, respondieron:
“Nuestra relación con ella fue como la de cualquier sobrino con su tía;
en realidad, su vínculo por sus compromisos laborales y sus horarios era más
con nuestro padre, Jorge Kodama. De chicos compartíamos eventos familiares y la
veíamos más seguido. Siempre mantuvimos una relación de afecto y respeto. Siempre estuvimos al
tanto de sus proyectos y admiramos la forma en la que defendió y difundió la
obra de Borges. Con relación a
cuestiones familiares de María Kodama vamos a respetar su bajo perfil y su
privacidad como ella se encargó de resguardar en vida, pero es importante
aclarar que la relación entre nuestro padre y María siempre fue respetuosa,
cercana, cordial y basada en el amor mutuo. Prueba de ellos es que María le
dedicó su libro Relatos a ‘Simio’ que
es como lo llamaba la familia con cariño. Para nosotros María hizo un excelente
trabajo con la obra de Borges, con su difusión y protección desde la Fundación;
dedicó su vida a ello. Entendemos que no fue fácil para ella, sobre todo al principio por haber
sido muy criticada, pero pudo sobreponerse y
realizar una destacada labor que mereció importantes reconocimientos en todo el
mundo” (16).
Esa valoración positiva de parte de quienes llevan su
sangre seguramente agradaría a María. Para ellos Borges no es un desconocido,
puesto que, según dijeron, “compartimos de muy chicos algunas reuniones
familiares en las que él acompañaba a María” (17).
*
Al
finalizar estas reflexiones, pienso que las siguientes líneas contienen acaso
la clave del persistente compromiso amoroso, apasionado y leal de María para
con su ex esposo y sus textos. En su conferencia “¿Qué era para nosotros el
arte?”, la mujer que Borges más invocó en su obra expresaba con hondura un amor
que llega, incluso, más allá de la eternidad:
“Ese
amor revelado fue pasión insaciable para colmar el sentimiento vago, indescifrable
que experimenté por usted siendo niña, cuando alguien me tradujo un poema
dedicado a una mujer a la que amó antes que yo naciera (…) Ese amor del que fue
dejando trazas a lo largo de sus libros sin decímelo, hasta que me lo reveló en
Islandia. Ese amor protegido como en la Völsunga Saga por un
mágico círculo de fuego, cuyo resplandor nos ocultaba de las miradas
indiscretas, para poder ser Ulrica y Javier Otárola, nombres que elegí, de
todos los que nos dábamos, para grabarlos en la estela de piedra que señala el
punto desde el que su alma entró en el Gran Mar (…), pero que a la vez relata
nuestro encuentro. Aunque parezca una paradoja, la muerte y la vida no son
signos opuestos, sino que son un solo fluir cuando el vínculo entre el ser que
parte y el que queda es el amor. Por eso, cuando me trajeron el proyecto para
hacer una exposición de pintura inspirada en las obras que usted [Borges] me
dedicó, sentí temor de esa materialización que sus palabras sufrirían al
convertirse en motivo de inspiración de otros creadores. Sin embargo,
reflexioné en la intensidad de los momentos que vivíamos en nuestras visitas a
los museos a lo largo y a lo ancho del mundo, y pensé que esa podía ser una
maravillosa alquimia que exaltaría el Amor, buscado a tientas por dos almas aún
sin nombres que fueron, son y seguirán siendo un hombre y una mujer, Tristán e
Isolda, Dante y Beatriz, Frida Kahlo y Rivera, Ulrica y Javier Otárola, poco
importa cómo se llamen si en el encuentro sienten que se pertenecen con esa
llama de pasión inextinguible que no consume, sino que da fuerzas para sentir
que aún en el infierno, como Paolo y Francesca, ese castigo no es terrible
porque lo comparten. (…) Esa dinastía que no se hereda ni se compra es un
desafío y un don que debe preservarse a lo largo del tiempo de nuestra vida y
más allá aún, a través de los siglos por la magia del arte. (…) Esa llama que
espero sea como un faro que irradie su luz más fuerte que la de las
constelaciones y que llegue hasta el inimaginable confín del universo para que
si algo, de alguna forma, persiste del alma humana, le llegue y sienta que esa
llama de amor, de lealtad, de pasión que una vez compartimos, sigue viva en mí
para usted ‘for ever and ever and a day’
” (18).
Pienso
que aun ahora los podemos imaginar, como escribió Borges en su “Ulrica”, “Tomados
de la mano” (19).
Notas:
(*) Doctor en
Ciencia Política. Docente universitario. Este trabajo es una versión revisada y
ampliada de mi artículo “La samurái de Borges y su obra”, Zoom, 23/05/2023.
(1) En
Antonio J. López, “María Kodama: «No soy la viuda de Borges, soy el amor de
Borges»”, Sur, 11/05/2018.
(2) J.L. Borges, Obras
Completas, Tomo 3, p. 491.
(3).
J.L. Borges, Obras Completas, Tomo 3, p. 21.
(4) De hecho,
“el cuento
sobrepasa en mucho cualquier aproximación a una mujer concreta”, dice Ana María
Hurtado en “Ulrica o El enamorado y la muerte. A propósito de un cuento
de Jorge Luis Borges”, Trópico Absoluto,
19/05/2019
(5) En César Calero,
“No, Borges, así no”, El Mundo, 28/08/2016.
(6) En
entrevistas con Cristina Mucci, Silvina Chediek, José María Muscari, Miguel
Rep, Mariana Arias, Jaime Bayly, Carlos Mesa, por sólo mencionar algunos. Este
material se encuentra disponible en la plataforma You Tube.
(7) “La
belleza en la Victoria de Samotracia”, El
Territorio, 6/06/2016.
(8) J.L.
Borges, Obras Completas, Tomo 3, p. 439.
(9) Julio Ortega, “En defensa de esa custodia llamada María Kodama”, revista Ñ, 31/03/2023 [2012].
(10) En J. L.
Borges, Obras Completas, Tomo 1, pp. 181-182.
(11) María
Kodama, “Prólogo”, en Borges 120º,
FIJLB, Buenos Aires, 2021, p. 10.
(12) María
Kodama, “Prólogo”, en Josef Čermák,
Franz Kafka, ficciones y mistificaciones, Emecé, 2005, p. 9-10. Agradezco a
Mario Ortiz, escritor de Bahía Blanca, por haberme facilitado este valioso material.
(13) Quiroga
llevaba una carta de Rosas (conocida como “Carta de la Hacienda de
Figueroa”) que debía entregar al Gobernador de Córdoba, en busca de la unidad
del país.
(14) En Julieta
Roffo, “La herencia de Kodama según su círculo íntimo: ¿tenía ‘todo arreglado’
o quedó ‘escrito en el destino’?, Infobae, 4/04/2023.
(15) Daniel
Gigena, “Herederos de Borges: los sobrinos de Kodama toman la posta en la
custodia del legado”, La Nación,
23/08/2023.
(16) Ibídem.
(17) Ibídem.
(18) María Kodama,
Homenaje a Borges, Sudamericana,
Buenos Aires, 2016, p. 276-277.
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