Aportes sobre el Prólogo del Evangelio de Juan
por Carlos Ezequiel Cabalero (*)
“Y
la Palabra se hizo carne
y
habitó entre nosotros”
(Juan
1,14)
Introducción
El presente trabajo busca brindar algunos aportes sobre el pasaje escriturístico del célebre Prólogo de Juan 1,1-18 que dice así:
1
Al principio existía la Palabra,
y
la Palabra estaba junto a Dios,
y
la Palabra era Dios.
2
Al principio estaba junto a Dios.
3
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y
sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
4
En ella estaba la vida,
y
la vida era la luz de los hombres.
5
La luz brilla en las tinieblas,
y
las tinieblas no la percibieron.
6
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
7
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por
medio de él.
8
El no era luz, sino el testigo de la luz.
9
La Palabra era la luz verdadera
que,
al venir a este mundo,
ilumina
a todo hombre.
10
Ella estaba en el mundo,
y
el mundo fue hecho por medio de ella,
y
el mundo no la conoció.
11
Vino a los suyos,
y
los suyos no la recibieron.
12
Pero a todos los que la recibieron,
a
los que creen en su Nombre,
les
dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
13
Ellos no nacieron de la sangre,
ni
por obra de la carne,
ni
de la voluntad del hombre,
sino
que fueron engendrados por Dios.
y habitó entre nosotros.
Y
nosotros hemos visto su gloria,
la
gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno
de gracia y de verdad.
15
Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que
viene
después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo».
16
De su plenitud, todos nosotros hemos participado
y
hemos recibido gracia sobre gracia:
17
porque la Ley fue dada por medio de Moisés,
pero
la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
18
Nadie ha visto jamás a Dios;
el
que lo ha revelado es el Hijo único,
que está en el seno del Padre.
Juan
es el único evangelio que comienza con dicho recurso –en Marcos se comienza
directamente con la narración de la vida adulta, mientras que Mateo y Lucas en
el mejor de los casos se habla de introducción– y que resulta ser una gran
obertura coral, es decir, un himno para ser cantado por la comunidad antes de
la lectura del evangelio, introduciendo al lector en un clima litúrgico (Cf.
VV.AA., 2001: 64-83):
Es “pro-logo”, pues está situado
antes de cualquier palabra del evangelio, pero al mismo tiempo es “pro-Logos”,
si podemos hablar así, porque es un himno enteramente en favor (griego pro-)
del Logos (Verbo o Palabra) (Escaffre, 2010: 9).
En el principio existía
la Palabra
¿Logos,
Verbo o Palabra? En las traducciones más antiguas de nuestra lengua castellana
suele encontrarse de manera equivalente la traducción del término griego
“Logos” por el de “Verbo”. En traducciones más actuales como “La Biblia
católica para jóvenes” (Verbo Divino, Navarra, 2009) e incluso en la
traducción de Luis Alonso Schökel (Ediciones Mensajero, Bilbao, 2006), por
mencionar algunas, encontramos traducido por “La Palabra”. Para Jacques Guillet
esta actualización es correcta, ya que la intención del evangelista, –según su opinión–, fue valerse de un término común en
su época para expresar la realidad sin igual que ha aparecido en Jesús
(Siguiendo esta línea habría que abandonar la palabra de origen latino Verbo,
para hablar de la Palabra, como hacen los últimos traductores
de la biblia al castellano) (Cf. Guillet, 1982: 9). Sin embargo, dicho autor
pone de manifiesto otra inquietud al preguntarse ¿Por qué el Evangelio de Juan
se inicia adjudicando a Jesús un título que Él nunca reivindicó, no utilizó
jamás? A lo que responde:
La respuesta puede parecer
paradójica, pero es la que mejor se impone, se trataba de decir lo que Jesús no
había dicho, de superar el horizonte necesariamente limitado en que lo había
colocado su condición de hombre… Era necesario desplegar ese misterio en todas
las dimensiones del mundo y en la historia de la humanidad, era preciso hacer
de la Encarnación el centro del universo. Esa es la razón del Prólogo y de la
elección de la palabra Logos (Cf. Guillet, 1982: 9).
Respecto
al enfoque o perspectiva de los textos, podemos decir que mientras que en los
sinópticos encontramos un planteo desde lo histórico (digamos un planteo
horizontal) para luego elevarse a lo eterno, en Juan encontramos un planteo
desde lo eterno que desciende hacia lo creado (digamos un planteo vertical).
Es
lógico que ante la pregunta que Jesús hace a sus discípulos cuando les dice ¿Y
ustedes quién dicen que soy yo? (Mateo 16,15-16; Lucas 9, 20-21; Marcos 8,29-30)
nos quedemos con la respuesta inspirada del apóstol Pedro que sigue
inmediatamente en el texto. Pero ¿Qué pasaría si a esa pregunta se la
planteáramos al evangelista Juan? Por qué no imaginarnos que posiblemente la
respuesta sería aproximada al decir de su Prólogo; pero seguramente no todos lo
comprenderíamos a la primera como sucede en los sinópticos con Pedro.
De
manera fugaz, porque consideramos que no puede faltar –pero a su vez daría para un trabajo en sí mismo–, mencionamos la profunda comunión
que queda de manifiesto entre el prólogo de Juan y el Antiguo Testamento: Ya en
el comienzo el texto nos remite al Génesis “Al principio…”, uniendo
luego al Logos con la Sabiduría de Sirácida, del libro de los Proverbios
y de la historia de Salvación: en la Encarnación del Verbo (Yves-Marie
Blanchard al momento de referirse al misterio de la Encarnación propone
como actualización del término tradicional hablar de “historización del Verbo”
o de “su humanización”) (Blanchard, 2012: 35) se realizan plenamente las
promesas de Dios: “Porque la Ley fue dada por medio de Moises” (1,17 a) o como
lo plantea el Papa Benedicto XVI “Del Mesías se esperaba que trajera una nueva
Torá, su Torá” (2007: 129) es decir, “la gracia y la verdad nos han llegado por
Jesucristo” (1,17 b).
Si
bien sabemos y nos anticipamos a aclarar que el Prólogo de Juan no tiene base
aristotélica, queremos poner en consideración de esta reflexión la idea del Ipsum Esse Subsistens, la famosa frase
ontológica que formuló Santo Tomás de Aquino sobre Dios, y que nos resulta muy
oportuna a la hora de querer profundizar en el punto de partida que propone el
prólogo en cuestión al hablar del Logos
por medio del cual fueron hechas todas
las cosas, ya que Dios mismo en virtud de la perfección de su Esencia es
capaz de crear y sostener todas las cosas en el ser; esta tensión que se
plantea entre lo eterno y lo creado se suele explicar a veces, de una manera
simple con la afirmación de que “Dios no
existe, Dios Es”, (evitando los tecnicismos interpretativos sobre la “existentia”
que cada escuela filosófica haya podido formular) se intenta poner en
consideración el misterio del Ser que sostiene en la existencia a toda su
creación. De esta manera queda manifestado en el Prólogo de Juan una relación
directa entre la Creación y el Verbo de Dios, el cual se puede llegar a
descubrir a través de su contemplación (cf. Romanos 1,18-20) y de esta manera,
con la Encarnación del Verbo, la creación asume una dignidad distinta,
convirtiéndose en un medio apto para participar en la Revelación y la Salvación,
como lo cree y afirma la tradición de la Iglesia:
¿Por qué y para qué Dios pone en juego esa condición de eternidad, creando y generando esta tensión con la Encarnación del Verbo? La respuesta más concluyente podría ser “por amor”, tal vez, uno de los temas que popularmente más se le atribuye a la obra joánica. Un acercamiento bíblico a esta idea podemos encontrarla en el término Logos que usa San Juan al referirse a la “razón creadora” y “pre-existente” (termino que coincide con lo expuesto en el párrafo anterior), que encuentra eco en el mismo evangelio cuando el mismo Jesús afirma “Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera” (Cf. 17,24) o en el título “El que fue Enviado” (Juan 17,3.8.21) y que como bien dijo el entonces Cardenal Joseph Ratzinger “en resumidas cuentas, la libertad y la grandeza más elevada de la razón es ser también amor, y por tanto sobrepasar el límite que nuestra especulación filosófica podría determinar para esa divinidad” (Cf. 2008: 36).
La
Vida era
la Luz de los hombres
Si pensamos en la luz, podemos considerarla como un
elemento fundamental de la creación en general y de nuestra existencia en
particular: gracias a ella podemos ver las cosas y orientarnos.
En las Sagradas Escrituras la luz está vinculada con
Dios, con la Vida y con la Verdad; y en contraposición a la luz, las tinieblas
y la ceguera (como actitud de optar por el pecado, Cf. por ej. con Juan 3,19-21).
Por eso están vinculadas con el pecado, la mentira y la muerte. De esta manera
el conflicto cósmico o dualismo de luz-tiniebla queda análogamente
reflejado en el misterio de Cristo: “La Luz vino al Mundo y los hombres prefirieron
las tinieblas a la Luz”. Y toda la escritura se ve atravesada en alguna medida
por este sentido: Dios crea la luz (Génesis 1,3); es la luz eterna de la que es
reflejo la Sabiduría (Sabiduría 7,26); la luz lo envuelve como un manto (Salmo
104,2). El nacimiento del príncipe mesiánico se anuncia en términos de luz (Isaías
9,1). Esta simbología aparece claramente en el prólogo de Juan (1,4-5):
"En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz
brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron". En el Evangelio
de Juan, el simbolismo de la luz es utilizado para referirse a Jesús y a su
obra; mientras el término “tinieblas” representa al pecado y la falta de fe:
“La luz-vida, contenido del proyecto de Dios (1,4), se encarna en Jesús, proyecto de Dios hecho hombre (1,14). Así, es Él la luz del mundo, es decir, la vida de la humanidad. Al dar su adhesión a Jesús y seguirlo, el hombre obtiene la luz que es vida y escapa de la tiniebla-muerte (8,12; 12,36)” (Mateos y Barreto, 1980: 179-180).
La Gracia y la Verdad nos
han llegado por Jesucristo
Cuando hablamos de Gracia referida a Dios, debemos
tener claro que nos referimos a un Don que recibimos gratuitamente de Dios.
Dicho esto, podemos referirnos a la Gracia en un sentido “natural”, es decir,
dada a cada cosa conforme a su esencia (Ej. La inteligencia es una gracia
natural concedida al ser humano). Y
podemos referirnos a la Gracia en un sentido “sobrenatural”, es decir, de la
superación de las potencialidades en la esencia de las cosas (Ej. La Revelación
es una manifestación sobrenatural de Dios que los seres humanos no podemos
conocer naturalmente). El Prólogo de Juan se referirá a Jesucristo, el Verbo de
Dios hecho hombre, que es la plenitud de la Revelación (Gracia sobrenatural) que
está ordenada a nuestra salvación.
En este punto resulta muy oportuna la cita de Annie Jaubert, quien explica:
La expresión "gracia y verdad", recogida del versículo 14, era la que la biblia aplicaba al Dios de la alianza, en hebreo hesed weemet (cf. Éxodo 34, 6; Salmo 86, 15). La fórmula hebrea podría traducirse por "amor y fidelidad"; podrían compararse sobre este punto las traducciones de varias biblias. Siempre se alude en ellas a la misericordia incansable de Dios y a la fidelidad a sus promesas. La palabra griega aletheia (verdad) difícilmente expresa el sentido de "solidez", de "estabilidad", de la palabra hebrea emet. Dios cumplía totalmente sus promesas en Jesucristo, que se convertía en el lugar de la fidelidad divina, en el "amén" (palabra de la misma raíz que emet), en el "testigo fiel y verdadero" (Apocalipsis 3, 14) (Jaubert, 1983: 24).
A modo de conclusión
“Y el Verbo se hizo carne y puso su morada entre
nosotros” (1,14). Llama poderosamente la atención el termino “carne”… Podría
haber dicho algo que sonara más digno: “se hizo hombre” o “se humanizó” (como
sugiere Blanchard), y sin embargo prefiere optar por lo que suena a débil e
incluso corruptible, es decir, que asume la debilidad humana. El anonadamiento
del Verbo que eleva nuestra naturaleza haciéndonos participes de la filiación
divina, el ser hijos en el Hijo.
Maravilla contemplar como Dios se nos manifiesta en
Cristo como luz, vida, verdad, amor, Gracia que nos permite el Don de ser hijos
por adopción: A los que creen en su nombre (fe) les da el “poder de…” No es
algo automático, hay un “camino para llegar a ser…”, un Don reservado a Dios y
un paso de confianza al ser humano.
Luego se dice que “puso su morada entre nosotros”,
lo que nos hace volver al párrafo anterior ¿De qué manera nos preparamos para
recibirlo? ¿Qué lugar le ofrecemos?
María y José son los modelos por excelencia que el Señor dispuso en esta tarea de preparar un espacio para recibir su Palabra, –la cual se nos presenta cotidianamente en la debilidad de la carne de tantos hermanos que sufren–, a fin de que también nosotros, movidos por la fe, esperanza y caridad seamos portadores/comunicadores de la dignidad infinita de los hijos de Dios.
(*) Docente de nivel Medio y Superior.
Bibliografía utilizada:
-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Bs. As., 2007.
-Blanchard, Y., Los
escritos joánicos: una comunidad atestigua su fe, Verbo Divino, Pamplona,
2012.
-Catecismo de la Iglesia
Católica, Asociación de editores del Catecismo, 1993.
-Escaffre, B., Evangelio
de Jesucristo según San Juan, Verbo Divino, Pamplona, 2010.
-Guillet,
J., Jesucristo en el evangelio de Juan, Verbo divino, Pamplona, 1982.
-Jaubert, A., El
evangelio según San Juan, Verbo Divino, Pamplona, 1983.
-La Biblia católica para
jóvenes, Verbo Divino, Navarra, 2009.
-Mateos, J. y Barreto,
J., Vocabulario teológico del evangelio de Juan. Cristiandad; Madrid,
1980.
-Ratzinger, J. y
D´Arcais, P., Dios existe, ESPASA,
Bs. As., 2008.
-Rivas, L., El
evangelio de Juan, San Benito, Bs. As., 2008.
-Schökel, L., La
Biblia de nuestro Pueblo, Ediciones Mensajero, Bilbao, 2006.
-VV.AA., El misterio
de Cristo como paradigma teológico. XIX Semana Argentina de Teología en los
30 años de la SAT; San Benito, Bs. As., 2001.
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